Estados Unidos, Rusia y muchos otros Estados – incluyendo a Colombia – se han puesto de acuerdo para vigilar ilegalmente a sus propios ciudadanos, bajo el pretexto de evitar el terrorismo. Las consecuencias, de veras, son muy serias.
Sandra Borda*
Foto: Digitalle Gesellschaft
Cambian los enemigos, los métodos se mantienen
Desde la Guerra Fría Estados Unidos estableció todo un entramado institucional y de agencias de inteligencia para enfrentar a la Unión Soviética. Desde entonces el mundo se acostumbró a los relatos fantásticos e inquietantes del espionaje internacional, trivializados por las novelas y las películas de Hollywood.
Se volvió normal -aunque no legal- que el gobierno norteamericano obtuviera información secreta con métodos non-sanctos en todas partes del mundo.
El escándalo de Julian Assange y Wikileaks hizo evidente que las representaciones diplomáticas de Estados Unidos operan como una pieza del engranaje: se reveló que las embajadas y los consulados son centros donde se adquiere y se procesa información de inteligencia que contribuye a diseñar la política exterior, a proteger la seguridad nacional y a adelantar la guerra contra el terrorismo que se intensificó después del 11 de septiembre.
Hasta el affaire Assange cabía concluir que se había cambiado de enemigo pero no de métodos: el adversario principal ya no es la Unión Soviética sino Al Qaeda, pero Estados Unidos sigue operando en una zona oscura, poco visible -e ilegal-, con el argumento—no del todo inválido— de que solo de esta forma puede garantizar la seguridad de sus ciudadanos.
Lo nuevo del caso Snowden
Foto: U. S. Army South |
El estribillo no es nuevo: el país más poderoso del mundo es objeto codiciado por un número inusual de enemigos en el sistema internacional, y para enfrentarlos debe recurrir a métodos que no siempre son convencionales ni legales. Es la vieja historia del “excepcionalismo estadounidense”, con el cual pretenden justificar sus frecuentes violaciones del derecho internacional.
Parecía, entonces, que no había nada nuevo bajo el sol, y cuando algunos empezamos a seguir la historia de Edward Snowden creímos que la cuestión iba a ser un re-encauche del episodio Assange: otra vez alguien vinculado al gobierno estadounidense cargando con algo de culpa, hacía pública información sobre los programas de vigilancia de Estados Unidos dentro y fuera de su territorio. Pero, no fue así.
Con el paso de los días y la filtración gradual de información relacionada con o en posesión de Snowden, las cosas empezaron a complicarse. El diablo apareció en los detalles.
Dos dimensiones fundamentales hacen del caso Snowden un asunto particular y diferente de las anteriores filtraciones de información de inteligencia estadounidense. Estas deberían causar preocupación entre los ciudadanos de todo el mundo.
Ciudadanos indefensos
La información de inteligencia ya no proviene de los Estados sino de los individuos. Uno de los rasgos de la guerra global contra el terrorismo -en el cual insistió el presidente Bush – fue la definición del nuevo enemigo como un agente no estatal: individuos o grupos de individuos que no siguen, ni de lejos, la lógica del comportamiento tradicional de los Estados.
El espionaje debe estar dirigido a hombres y mujeres, y no a los Estados, y la información valiosa es la de los ciudadanos, que proviene de sus correos electrónicos, de sus interacciones en redes sociales y de sus conversaciones telefónicas. Seres humanos, como usted o como yo. Los funcionarios públicos dejaron de ser interesantes para la inteligencia estadounidense.
Como ningún servicio de inteligencia podría procesar la enorme cantidad de información proveniente de todos los habitantes del planeta, no se trata de que nos estén violando la privacidad a todos. El asunto es otro. El problema consiste en que cualquier ciudadano de a pie, culpable o inocente, tiene menos capacidad de defenderse frente a este tipo de prácticas que un Estado.
Se ha creado un escenario con muchas asimetrías y por tanto altamente riesgoso para quien tenga la mala suerte de clasificar para ser vigilado. Dicha asimetría podría reducirse parcialmente si el Estado, que en teoría debería proteger al ciudadano ‘intervenido’, lo hace de forma efectiva. Esto me lleva a la segunda particularidad y al segundo gran problema de este caso.
Complicidad entre Estados
Foto: Center for American Progress |
Estados Unidos no está solo. Días después del escándalo nos enteramos de que el gobierno estadounidense también espía a ciudadanos de países europeos, y se esperaba una reacción fuerte de la Unión Europea, especialmente de los países más poderosos. Sin embargo, lo que el mundo presenció fue un profundo y muy elocuente silencio.
En contraste, por mucho menos había sido expulsado el Embajador de Estados Unidos en Ecuador, después de las revelaciones de Assange.
Días más tarde el escándalo tocó a América Latina y se reveló que el programa PRISMA –conocido gracias a las revelaciones de Snowden- era usado para obtener información en varios países, entre ellos Brasil, Paraguay, Colombia, Venezuela, Perú y México.
En una región donde el lenguaje y las actitudes anti-imperialistas están de moda hubo también un gran silencio. Solo se escuchó la fuerte reacción de Brasil, que no recurrió a la diplomacia vacua ni adoptó una posición condescendiente. La indignación brasilera fue en serio.
El silencio de Colombia
La reacción del gobierno colombiano fue muy lenta y muy tenue. Se tomó casi tres días para publicar un comunicado con dos párrafos escuetos donde ‘registra con sorpresa’ la información según la cual Washington espía a sus ciudadanos.
Una semana más tarde el gobierno anunció el envío de un grupo de personas—cuya identidad y vinculación institucional se desconocen— a escuchar las explicaciones de Estados Unidos. Y el asunto quedó de ese tamaño.
No hubo declaraciones del presidente Santos ni de la Ministra de relaciones exteriores Ángela Holguín.
Todos contra el terrorismo
La otra particularidad de la forma como Estados Unidos obtiene hoy información de inteligencia es su carácter completa y efectivamente multilateral.
Los mismos Estados que no pueden ponerse de acuerdo en asuntos tan importantes como la impunidad en la violación de los derechos humanos o las medidas para frenar el calentamiento global, se pusieron de acuerdo rápidamente para vigilar a sus propios ciudadanos por métodos ilegales.
Al final, el terrorismo en sus diversas formas (desde Al Qaeda hasta las FARC y las BACRIM) parece ser el enemigo en común. Estados Unidos propone y el resto de Estados dispone, acepta y usa en su propio beneficio la información obtenida por la potencia. Ante los beneficios mutuos se acallan las protestas y fluyen los acuerdos.
No nos llamemos a engaños. Uno de los grandes logros de la administración Obama es haber convencido a gran parte de los Estados de los beneficios de la estrategia que Foucault denominó surveiller et punir (vigilar y castigar) y que inmortalizó en su análisis sobre las prisiones.
Se trata de un nuevo régimen internacional fraguado y acordado por jefes de Estado y sus aparatos de inteligencia, de espaldas a sus ciudadanos. El ‘bien común’ que todos ellos obtienen es la información necesaria para garantizar la seguridad y blindar al Estado en contra de las amenazas terroristas.
Este nuevo sistema de intercambio donde los Estados comparten información de inteligencia por debajo de la mesa es el que tiene en peligro a Snowden. El mismo Putin ha sugerido que su decisión de otorgarle asilo depende de que no se revele información de inteligencia adicional “que pueda afectar la seguridad de un país amigo como Estados Unidos”.
De hecho, a muy pocos países les conviene que Snowden hable: la información recolectada y procesada por Estados Unidos es útil para prevenir ataques terroristas, que tienen graves implicaciones políticas y electorales para muchos gobiernos del mundo. La ecuación es clara: a mayor inseguridad, menos posibilidades de ser re-elegido.
Los ciudadanos: expuestos y vulnerables
El resultado de las nuevas formas de inteligencia multilateral es un sistema de gobierno global, abiertamente anti-democrático, asimétrico, oculto y hermético. Un sistema que deja desprotegido y expuesto al individuo frente al aparato estatal; donde las libertades individuales, gracias al secretismo típico de los ‘asuntos de seguridad nacional’, quedan reducidas a su mínima expresión.
Los individuos pierden la privacidad y son más vulnerables frente a su propio Estado que cuenta con mecanismos más sofisticados para vigilarlo, para controlarlo, para someterlo y para castigarlo.
Si la sociedad civil no reacciona con vigor, organización y contundencia, puede verse enfrentada a un mundo similar al de la clásica pesadilla Orwelliana. No es exageración.
* Ph.D., profesora asociada del Departamento de Ciencia Política y Co-directora del Centro de Estudios Estadounidenses—CEE de la Universidad de Los Andes.
@sandraborda