

No basta con aumentar los empleos, permitir los ascensos, o mejorar la remuneración de las mujeres, si no se cambian las bases de la organización social y la responsabilidad por cuidar a los demás.
Natalia Escobar Váquiro*
Paula Herrera Idárraga**
La brecha
La igualdad de género es uno de los Objetivos del Milenio acordados por la Asamblea General de Naciones Unidas.
Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), “empoderar (sic) a las mujeres y niñas tiene un efecto multiplicador y ayuda a promover el crecimiento económico y el desarrollo a nivel (sic) mundial.”
La igualdad de género exige que las mujeres y los hombres tengan las mismas oportunidades para ocupar los puestos de trabajo; las cifras colombianas muestran que la igualdad de género está lejos de ser una realidad.
Las mujeres ocupamos apenas el 38% de los puestos de trabajo remunerados, aunque somos más del 50% de la población. No hay igualdad en el mercado de trabajo (ni en salarios, ni en estatus laboral, ni en formalidad), aunque las mujeres hemos mejorado nuestro nivel educativo superando a los hombres.
Pero el problema va más allá. Si no cambiamos el sistema económico de raíz, la igualdad de género no será un buen negocio para las economías, ni para las mujeres, ni para la sociedad.
Las causas de la brecha
· Las mujeres no pueden ser tan productivas como los hombres dado que la mayoría se ven obligadas a cumplir con carga desproporcionada de labores de cuidado no remunerado. La mayoría de las mujeres tienen cargas de trabajo excesivas, tanto en el trabajo remunerado como en el no remunerado.
Mientras tanto los hombres casi siempre están exentos de sus responsabilidades en el hogar, participen o no en el mercado laboral.
· Las mujeres cargan con el peso del cuidado de sus hogares. Otrora Betty Friedan demostró en su estudio La segunda fase que muchas mujeres le dan la espalda a oportunidades laborales y les dan prioridad a las necesidades de su familia. «No son pocas las que prefieren ganar menos para regresar más temprano a casa».
· Las políticas de igualdad de género están basadas en la meritocracia. Estas políticas apenas funcionan en el papel porque suelen estar formuladas por políticos, que son tanto hombres como mujeres, que (1) no se enfrentan a la carga del trabajo doméstico y de cuidados no remunerados porque pagan por estos servicios y (2) creen en el mito de la meritocracia que formula que quien se esfuerza puede mejorar su estatus socioeconómico sin importar su situación actual.
Empleo femenino y crecimiento económico
En el caso colombiano, las nuevas políticas están basadas en la inclusión e igualdad de género del informe que propuso el Banco Mundial hace ocho años bajo el eslogan: “La igualdad de género es una economía inteligente”.
Esta perspectiva ve la igualdad de género de manera instrumental: la propuesta se limita a aumentar la participación y ocupación laboral femenina para mejorar la economía. Según esta postura, un mejor uso de los recursos disponibles contribuiría al crecimiento económico, y mejorar la educación de las mujeres elevaría su productividad, pero de ninguna manera pone en cuestión los roles de género que pretenden que las mujeres se encarguen de la reproducción social de la vida.
El techo de cristal
Esta perspectiva, basada en una economía feminista de corte liberal, propone como mayor fin acabar con los “techos de cristal”. Este es el término usado para describir la frontera invisible que las mujeres no pueden pasar en su carrera laboral.
El feminismo liberal afirma que sin estos “techos de cristal”, las mujeres estarían en altos rangos de la esfera política y económica y así podrían impulsar el empleo de las mujeres y mejorar las condiciones de vida de ellas.
Pero el hecho de que algunas mujeres alcancen puestos de poder no beneficia a la gran mayoría de mujeres. Y al contrario hace que estas mujeres con alta capacidad de consumo puedan comprar trabajo precario de mujeres pobres para que se hagan cargo del trabajo doméstico y de cuidados en sus hogares; descuidando sus propios hogares.
Es por esto que nos sumamos al llamado de Azzura, Bhattacharya y Fraser: «No tenemos ningún interés en quebrar el techo de cristal si eso significa dejar relegada a la gran mayoría limpiando sus restos.»

Estereotipos de género
Hay otras perspectivas que de manera engañosa reproducen estereotipos de género.
Por ejemplo, cuando se piensa la igualdad como una oportunidad y no como un costo. En estos casos, se cree que las mujeres pueden ofrecer empatía, cuidado, menos corrupción, más comportamientos éticos, y un ambiente de trabajo menos competitivo o agresivo.
El peligro de esta perspectiva estriba en que se corre el riesgo de que la sociedad espere de las mujeres más y que las mida con distintas varas. La sociedad suele ser más severa con las mujeres.
• Si una mujer es maternal con sus subalternos, se dirá de ella que no es lo suficientemente dura para ser una líder.
• Si una mujer no renuncia a su feminidad, surgirán de inmediato los comentarios en voz baja sobre los favores sexuales que dio para tener sus puestos de trabajo.
• Si una mujer se niega a seguir los estereotipos de género de mujer dulce y maternal, se dirá que es masculina y será castigada por perder su feminidad.
Y estos no son los únicos estereotipos que hacen que las mujeres nos sintamos fuera de lugar en cualquier ejercicio de poder.

Un cambio de raíz
Nos han querido imponer el dilema “amas de casa vs. mujeres trabajadoras” y va ganando el segundo por los innegables beneficios que ha traído para mujeres el acceso a los procesos educativos, los aumentos en la participación laboral y la participación en la toma de decisiones políticas. No obstante, el sistema económico sigue ganando con el trabajo gratuito o precario de millones de mujeres y hemos visto como esta forma de igualdad neoliberal terceriza la opresión y mantiene a la mayoría de las mujeres en condiciones de explotación, dominación y opresión.
Es evidente que este dilema no se pone en cuestión que ambas salidas no son más que la cara del capital usando a las mujeres para sostener sus amplias ganancias.
Algunas economistas feministas, como Lourdes Beneria, Gunseli Berick y María Floro, lo han sostenido así desde la publicación del mencionado informe del Banco Mundial. Se ha demostrado que la desigualdad de género favorece los intereses del capital perpetuando la división sexual del trabajo.
Para que la igualdad de género sea entonces un “gana-gana”, la economista Stephanie Seguino afirma que se deben cumplir las siguientes condiciones:
1. Distribución equitativa de la reproducción social;
2. Eliminación de las brechas salariales; y
3. Un sistema de cuidado que contemple la reproducción social como un elemento decisivo para la sostenibilidad de la vida.
Colombia no cumple con ninguna de estas condiciones. Es necesario pensar un sistema económico que sea compatible con la vida digna de las mayorías, y no con los beneficios de unas y unos pocos. Para eso, necesitamos impulsar cambios profundos en la forma de administrar la economía y en los acuerdos que sirven de base a nuestra cultura.
Esto se logra únicamente oyendo a las mujeres y a otros grupos históricamente silenciados. Además, es necesario traer a la esfera política la discusión sobre la reproducción social de la vida, que el capitalismo y el patriarcado han querido encerrar en el hogar y reducirlo a un problema de mujeres.
Necesitamos cambiar el sistema que rige nuestra sociedad. En palabras de Luci Cavallero y Verónica Gago, necesitamos un sistema económico que no use a las mujeres –especialmente a las mujeres pobres y racializadas— para suplir los servicios básicos que el Estado no puede o no quiere prestar.
Un ejemplo ha sido durante la pandemia, pues en el encierro, las mujeres son las que se han visto más afectadas, no solo por sus condiciones laborales se han visto fuertemente golpeadas, sino porque sus jornadas domésticas y de cuidado han aumentado de manera severa.