
Ante la elección de Joe Biden y la presión de la comunidad internacional, Colombia debe cumplir el acuerdo de paz y dar un giro de fondo en su política exterior.
Mauricio Jaramillo Jassir*
El mundo por la paz
El expresidente de Uruguay, José Mujica, ha venido afirmando que si el proceso de paz en Colombia fracasa, toda la humanidad lo hará.
Con el fin de evitarlo, la comunidad internacional está ejerciendo cada vez más presión para que Colombia de cumplimiento al acuerdo con las FARC:
- En 2018, el hoy presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, le pidió al presidente Duque no renunciar al proceso de paz. Los analistas coinciden en que su elección representará una presión adicional en esta materia;
- La Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los derechos humanos ha alertado sobre la necesidad de detener las masacres y el asesinato de excombatientes;
- Este 9 de diciembre, el Reino Unido anunció que le pedirá al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que inste al gobierno colombiano a acelerar la ejecución del proceso de paz.
Más de dos años después de que Duque llegó a la presidencia, en representación de un partido que rechazó el proceso de paz, el cumplimiento del acuerdo se encuentra seriamente retrasado:
- Duque ha reducido considerablemente el presupuesto para los proyectos de redistribución de tierras;
- Se han intensificado los ataques contra el sistema de justicia transicional; y
- Se han encontrado todo tipo de excusas para restarle importancia al exterminio de excombatientes y líderes sociales.
Como si esto fuera poco, el presidente ha convertido la política exterior en un escenario de disputas políticas internas. Por eso, Colombia pasó de ser un referente de paz internacional a ser un Estado que relativiza sus compromisos al compás de los cambios ideológicos. Parece que el único tema relevante en materia de política exterior para Colombia es el “cerco diplomático” de Venezuela, cuyo fracaso ya es más que evidente.
El presidente ha convertido la política exterior en un escenario de disputas políticas internas. Colombia pasó de ser un referente de paz internacional a ser un Estado que relativiza sus compromisos
El papel de la comunidad internacional
Al menos desde los años noventa, los gobiernos colombianos han buscado el apoyo internacional para hacer viable la paz.
Con Ernesto Samper se avanzó en la “humanización” del conflicto: se incorporaron normas del derecho internacional humanitario al derecho interno, se creó una oficina permanente del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Colombia y se llevó a cabo un ejercicio autocrítico sobre la responsabilidad del Estado en la violencia.
Andrés Pastrana propuso un “Plan Marshall a la colombiana” para involucrar a la comunidad internacional en el postconflicto. Sin embargo, la toma de Mitú por parte de las FARC en noviembre de 1998 cambió drásticamente la estrategia, y el plan se reorientó hacia el propósito de aumentar las capacidades militares de Colombia.
El presidente Álvaro Uribe buscó la mediación del Secretario General de la ONU, Kofi Annan, para dialogar con los grupos armados, pero las FARC se negaron a negociar, aduciendo que el gobierno no tenía verdadera voluntad de paz.
Como era de esperarse, con Juan Manuel Santos se comprobó que la comunidad regional e internacional juega un papel insustituible a la hora de hacer viable un proceso de paz.
La presencia de Chile, Cuba, Noruega y Venezuela fue esencial para que las partes sintieran que había un ambiente con garantías para negociar. También fueron fundamentales las misiones de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
En 2016, por segunda vez en la historia, Estados Unidos apoyó un proceso de paz en Colombia. La primera fue en el fallido proceso de Pastrana, que respaldó Bill Clinton y que incluyó negociaciones entre miembros del Departamento de Estado y guerrilleros de las FARC. No obstante, el infame asesinato de tres indigenistas estadounidenses—Ingrid Washinawatok, Terence Freitas y Laheenae Gay—y la insólita negativa de la guerrilla a entregar a los responsables acabó con este apoyo.
El gobierno de Obama envió a Bernard Aronson a acompañar el proceso de paz y comprometió 450 millones de dólares para el denominado “Plan Paz Colombia”. En palabras del expresidente estadounidense, este plan buscaba que Estados Unidos ya no fueran un aliado para la guerra, sino un “socio en la realización de la paz”.

Paz y política exterior
Mientras en el exterior aumentaban las expectativas de que se firmara la paz en Colombia, el Centro Democrático emprendió una campaña de desprestigio y manipulación para tergiversar lo que se había pactado en La Habana.
El triunfo de Duque en las elecciones de 2018 confirmó los vaticinios más pesimistas: el gobierno abandonó el discurso de la paz y rompió las tradiciones en materia de política exterior, como la no injerencia y el traslado de controversias internas al plano internacional.
De forma torpe y extravagante, el gobierno colombiano empezó a hacer declaraciones hostiles contra las agencias del sistema de Naciones Unidas y apoyó la campaña de reelección de Donald Trump.
Bajo el gobierno Uribe ya era costumbre afirmar que las agencias del sistema de Naciones Unidas se estaban entrometiendo en los asuntos internos del país. Pero este tipo de discursos, que ha retomado el gobierno Duque, son riesgosos porque estigmatizan a los defensores de derechos humanos, tal y como sucede en los gobiernos autoritarios.
Además, el trabajo de dichas agencias es necesario para garantizar el cumplimiento adecuado del Acuerdo de Paz en asuntos relacionados con la distribución de la tierra, el problema de las drogas, los enfoques diferenciados, la participación política y las demandas de las víctimas, entre otros.
Pero mientras el gobierno agita la bandera de la soberanía y la no injerencia para obstruir el trabajo de la ONU, su política exterior se ha centrado casi exclusivamente en un tema: la situación interna de Venezuela (ni siquiera la relación binacional o de frontera).
Duque encabeza la campaña para derrocar a Nicolás Maduro, lo que en la práctica implica que Colombia y Venezuela no entablen ningún tipo de diálogo para tratar los asuntos binacionales. En lo que respecta a Venezuela, Colombia ha adoptado la misma postura que Estados Unidos frente a Cuba hasta el descongelamiento de 2016, a pesar de su comprobada esterilidad a lo largo de más de medio siglo.
Bajo el gobierno Uribe ya era costumbre afirmar que las agencias del sistema de Naciones Unidas se estaban entrometiendo en los asuntos internos del país
Y, como si se tratara de imitar semejante anacronismo, el gobierno decidió boicotear cualquier posibilidad de paz con el ELN. Además, maltrató como nunca al gobierno cubano, al exigirle incumplir su posición de garante y extraditar a los guerrilleros que se encontraban en ese país para negociar.
Es bueno recordar el papel que ha tenido Cuba en relación con la paz en Colombia, pues en casi todos los procesos este país ha participado sin titubeos.
Urge un cambio
El cumplimiento del acuerdo con FARC y una negociación viable con el ELN dependen en buena parte del compromiso de la comunidad internacional.
Es difícil pensar en procesos de paz en el mundo que no hayan tenido este acompañamiento y apoyo. Por eso es tan peligrosa la actitud que ha tenido el gobierno de Duque, de retar y atacar a quienes se han comportado como aliados internacionales de la paz.
En Estados Unidos, la llegada de Joe Biden crea un nuevo escenario político. Esto debería servir de estímulo para cambiar la diplomacia colombiana que hasta ahora se ha centrado en atribuir todos los problemas del postconflicto al narcotráfico, en aislar a Venezuela y en negar las violaciones de derechos humanos.
La política exterior colombiana no puede seguir debilitando la paz. El gobierno debe retomar las tradiciones diplomáticas y respetar los compromisos adquiridos por el Estado.
Cualquier esfuerzo por modernizar nuestra política exterior será en vano si solo se recurre a ella para alcanzar objetivos contingentes e ideológicos.