¿Por qué hay tanta incertidumbre sobre el paro, quiénes son los vándalos, cuáles son los desafíos para los organizadores, para el gobierno y para la alcaldesa de la capital?
Juan Carlos Guerrero*
Un hecho histórico
El paro nacional se ha prolongado más allá de las expectativas iniciales de quienes lo convocaron y de los deseos del gobierno: esta semana se cumplieron dos meses desde que se produjo la primera movilización.
Por eso mismo, esta serie de protestas consecutivas comienza a ser considerada como un “hecho histórico”, comparable o incluso más importante que el célebre paro cívico nacional de 1977.
Pero también, tras dos meses de movilización social, ciertos impases y desafíos empiezan a hacerse evidentes.
Un mensaje cada vez más difuso
La convocatoria al paro del 21 de noviembre no tuvo una sola causa.
La movilización surgió de la confluencia entre varias insatisfacciones, que la Escuela Nacional Sindical intentó sintetizar en diez puntos. Pese a esta variedad, tan solo unos cuantos descontentos llegaron a destacarse como causas centrales de la convocatoria durante las primeras marchas del mes de noviembre. Sobresalieron, en particular,
- El rechazo a las propuestas de reformas eventuales en materias laboral y pensional,
- Las molestias ante el escaso avance en desarrollo de los acuerdos de paz
- El incumplimiento de algunos compromisos de apoyo a la educación superior, y
- La indignación frente a excesos en el uso de la fuerza por parte de la Policía y el ESMAD.
Pero con la prolongación de las marchas se ha producido un primer impase: poco a poco, las razones de la movilización han perdido algo de claridad para una buena parte de la opinión pública. Esto ha sido sobre todo producido por dos hechos:
Las razones de la movilización han perdido algo de claridad para una buena parte de la opinión
- El primer hecho fue el pliego de 104 puntos que elaboró el Comité Nacional del Paro a mediados de diciembre, el cual condujo a que las razones iniciales de la movilización quedaran disueltas en una gama mucho más amplia de descontentos.
El éxito inicial de la movilización despertó entusiasmo e indujo a diferentes organizaciones y grupos inconformes con el gobierno a reunir sus múltiples peticiones. Esta agregación de exigencias resultó de un ejercicio de deliberación democrática, sin duda valioso para los activistas involucrados, pero igualmente complicado, dada la multiplicidad de vocerías.
Con esto entonces se ha hecho menos inteligible la inconformidad de los sectores movilizados para una parte importante de la opinión pública que es simple espectadora de las movilizaciones. Tanto así que las demandas agregadas de ese modo llegaron a ser consideradas en algunos medios como “descabelladas”.
- La violencia es otro hecho que vuelve opaco y confuso el mensaje que los activistas tratan de enviar sobre las razones de la movilización.
Esto se vio sobre todo en la movilización de esta misma semana (21 de enero): las marchas –pese a ser menos numerosas que las de noviembre– se hicieron notar, pero en últimas la atención se la robaron los llamados “vándalos”. El recuento mediático de la jornada se concentró en los hechos vandálicos y en la evaluación del nuevo protocolo de la alcaldía de Bogotá para mantener el orden público, llevando a que las razones de la movilización pasaran a un último plano.
El desafío para los líderes del paro consiste en volver a hacer audible e inteligible su discurso, y sobre todo establecer con mayor claridad las razones que conducen a la protesta.
Este no es un desafío sencillo, dada la gran cantidad de liderazgos que emergieron en estas marchas, y dado también que la “gran conversación nacional” propuesta por el gobierno puede aumentar la cacofonía.
Y lo anterior, sin contar con el hecho de que muchos ciudadanos han marchado sin seguir los lineamientos de líderes reconocidos por ellos, sino simplemente como resultado de una indignación ciudadana autónoma.
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Marchas pacíficas empañadas por el vandalismo
Hasta ahora, los actos de violencia y vandalismo en las marchas no han podido ser contenidos y controlados ni por los manifestantes ni por las autoridades.
Tanto activistas como gobernantes han recalcado la importancia de diferenciar las marchas pacíficas de los actos vandálicos. Pero la reincidencia casi continua de la violencia empaña las marchas, quitándoles algo de legitimidad frente a varios segmentos de la opinión pública, y sobre todo opacando el mensaje de los manifestantes pacíficos.
Lo sucedido el pasado 21 de enero demuestra que el asunto de la violencia dentro de la protesta es complejo:
- El nuevo protocolo de mantenimiento del orden público de la alcaldía de Bogotá produjo algunos resultados, puesto que el diálogo con los gestores de convivencia sirvió para desmontar la mayor parte de los bloqueos.
- Pero también quedó demostrado que, aún con ese nuevo protocolo, no será fácil contener y erradicar la violencia.

Foto: Facebook FARC
Con el paso de los días se han ido diluyendo las demandas del paro.
Ciertamente, es un logro significativo que, el 21 de enero, la policía hubiera actuado con más cabeza fría y haya recurrido a la fuerza como un último recurso y de forma mucho más proporcionada. De ese modo, la policía ajusta su manera de intervenir en las protestas a los estándares del derecho internacional, y sobre todo reestablece mejor el orden público. Cuando la fuerza policial de un Estado no es ella misma capaz de actuar prudente y retenidamente, aumenta la probabilidad de un desborde violento.
Pese a ese buen resultado, es claro que hay una violencia enquistada en la protesta social, la cual no desaparecerá de repente con la aplicación del nuevo protocolo. Esa violencia no es un fenómeno nuevo, como puede constarse –por poner un solo ejemplo– en las preocupaciones que el llamado “vandalismo” suscitó durante las marchas del paro agrario en el 2013.
Es curioso que un fenómeno tan recurrente, que llama tanto la atención de los medios y preocupa por igual a los gobernantes y a los ciudadanos, haya sido motivo de pocos interrogantes.
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¿Quiénes son los vándalos?
Principalmente, hay una pregunta fundamental para poder encarar correctamente el problema a mediano y largo plazo: ¿quiénes son los vándalos?
En el pasado, se solía asociar rápidamente a los vándalos con grupos guerrilleros, sobre todo con las FARC. Si bien ahora, al comienzo del paro nacional, el gobierno y el partido de gobierno afirmaron que la izquierda internacional (el foro de Sao Paulo o ciudadanos extranjeros provenientes de países como Venezuela) estaba orquestando un plan de desestabilización violento, ningún discurso oficial o mediático asoció inmediata y contundentemente al vandalismo con las guerrillas nacionales de izquierda.
Este es quizás un cambio imperceptible, pero significativo. Es como si, después de los acuerdos de paz, la amenaza que las guerrillas representan ya no fuese tan grande, al menos en lo tocante a las marchas.
Los llamados vándalos no son un grupo homogéneo, monolítico y totalmente consistente.
Es probable sin embargo que algunos encapuchados de las marchas tengan cierto tipo de nexos con células urbanas del ELN (más remota sería la posibilidad de vínculos con disidencias de las FARC). Sobre estos vínculos, las fuerzas de seguridad del Estado deben estar obviamente haciendo investigaciones, aunque poco hayan revelado públicamente.
Pero seguramente los llamados vándalos no son un grupo homogéneo, monolítico y totalmente consistente.
Entre los vándalos puede haber desde grupos radicales de izquierda bien organizados, hasta jóvenes sin oportunidades y sin futuro, llenos de cólera, que encuentran en la violencia una forma de manifestar sus inconformidades. Entre estos jóvenes con resentimiento o con ánimo rebelde también puede haber mucha heterogeneidad: por ejemplo, solo a manera de hipótesis, podría haber algunos jóvenes que pertenecen a pandillas juveniles de barrio u otros que hacen parte de culturas juveniles urbanas (como los skaters callejeros).
A todos ellos, pueden haberse agregado jóvenes no necesariamente desfavorecidos, pero sí muy indignados por la violencia policial, como aquellos que conformaron la llamada “primera línea”, inspirada en tácticas de resistencia de los jóvenes activistas de Chile o de Hong Kong. Aunque la intención de la primera línea sea la de defender a quienes protestan, en las marchas del 21 de enero, algunos de ellos quedaron envueltos en la refriega y emprendieron acciones que no son meramente defensivas.

Foto: Alcaldía de Bogotá
Los vándalos siguen empañando las marchas ¿quiénes son?
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En suma, el calificativo de “vándalos” simplifica y homogeniza algo que en el fondo es más complejo y que merece una mayor atención, no simplemente para judicializar a quienes recurren a la violencia, sino para identificar causas un poco más profundas que requieren otras formas de intervención y atención estatal. Esta violencia no va desaparecer con un nuevo protocolo de respuesta a las protestas.
Puede que las autoridades locales y nacionales sean las responsables de controlar la violencia, pero si ella persiste los más afectados serán aquellos que le están apostando a una protesta pacífica.
Así que el desafío es doble, tanto para las autoridades que deben mantener el orden público, como para los activistas que deben encontrar formas de ejercer algún tipo de control social sobre los violentos, o al menos descubrir caminos para que la violencia no afecte la legitimidad de la protesta frente a la opinión pública.
El desafío es también que gobierno y activistas transformen el diálogo y la negociación en acuerdos que contribuyan a la solución de los problemas del país.
*Profesor e investigador de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario. Director del Observatorio de Redes y Acción Colectiva (ORAC) de la misma universidad. Doctor en Sociología de la Escuela de Altos Estudios Sociales (EHESS) de París y magister en Estudios políticos del Instituto de Estudios Políticos de París