Hay diferencias de fondo sobre la guerra interna, el desarrollo rural o la relación de Bogotá con las regiones, pero ni Santos ni Uribe han construido la organización política para un proyecto duradero. Y mientras tanto los barones regionales siguen haciendo de las suyas*.
Gustavo Duncan**
Uribe y Santos representan dos expresiones ideológicas casi antagónicas. Sus métodos para lograrlo sondiametralmente opuestos. Foto: Presidencia.
Algo más
En un debate radial, el senador Jorge Robledo desestimó el alcance ideológico del nuevo proyecto uribista pues, para él, todo se reduce a una ‘pelea de compadres’ ya que Santos y Uribe representan un mismo proyecto ideológico. De acuerdo con su argumentación, lo que está en juego es quién va a controlar el poder político.
El argumento de Robledo tendría sentido si el centro del debate fueran los cambios en la propiedad de los medios de producción o el alcance de la intervención del Estado. Sin embargo, una aproximación a las diferencias ideológicas desde esa perspectiva corresponde más bien a la vieja dicotomía de la Guerra Fría entre sociedades capitalistas y comunistas. El mundo ha cambiado mucho desde entonces, y el argumento de Robledo es sintomático de la incapacidad de la izquierda colombiana para reinventarse tras la caída del muro de Berlín.
Por el contrario, dentro de las democracias actuales las diferencias más agudas responden a matices ideológicos entre derecha e izquierda sobre las mismas premisas: el mercado, la iniciativa privada, la libertad individual, la garantía de los derechos ciudadanos y la alternación en el poder no están en discusión. Lo que se discute son los métodos para lograr estos propósitos.
En Colombia, el espectro de las diferencias ideológicas tiene una amplitud similar: dentro del juego democrático, existen tendencias muy claras acerca de cuáles son los mínimos comunes. Las diferencias políticas, al igual que en la mayoría de democracias, están dadas por los métodos para lograr propósitos similares.
En ese sentido los proyectos que representan Uribe y Santos son expresiones ideológicas casi antagónicas. Ambos pretenden el fin del conflicto interno, la solución del problema del narcotráfico, la reducción de la pobreza, la ampliación de la cobertura de los servicios sociales, la modernización económica y la inserción de Colombia en el mundo occidental desarrollado, pero sus métodos para lograrlo son diametralmente opuestos.
Nada distinto del modo como se oponen las ideologías de Romney y Obama en Estados Unidos o en España, el PP (Partido Popular, de derecha) y el PSOE (Partido Socialista Obrero Español, de izquierda).
Diferencias significativas
En el fondo de las diferencias ideológicas entre Santos y Uribe subyacen temas esenciales: ni más ni menos que la estrategia en la conducción de la guerra interna, el papel de la sociedad civil frente al Estado, la inclusión de sectores que han sido severamente afectados por el conflicto, el modelo de producción y de demografía rural y, quizá lo más importante, las relaciones de poder entre Bogotá y las regiones.
![]() Santos representa la línea blanda: preocupación por los derechos humanos, reparación de sectores excluidos, primacía de la tecnocracia bogotana… Foto: Presidencia. |
Uribe representa la línea dura en esos varios temas: mayor presión militar en las zonas de frontera agraria, relajación en el tema de derechos humanos, defensa de los intereses de las élites rurales, reivindicación de los políticos regionales… Mientras tanto, Santos representa la línea blanda: preocupación por los derechos humanos, reparación de sectores excluidos, primacía de la tecnocracia bogotana… Son diferencias significativas puesto que la trayectoria de la sociedad colombiana va a ser muy distinta si es orientada por uno u otro proyecto.
Y al hablar de trayectorias distintas, tampoco se está aludiendo a la bondad de uno u otro proyecto. No puede caerse en reduccionismos simplistas: que Santos representa la modernidad, mientras que Uribe la premodernidad. A priori, no hay razones para pensar que uno significa avance y otro retroceso.
El reciente deterioro de la seguridad en el orden local, en el Cauca por ejemplo, es solo una muestra de cómo las intenciones modernizadoras se van al traste si no existe una autoridad efectiva que la imponga. Incluso en la desmovilización paramilitar — un logro en materia de modernización del Estado que alcanzó el gobierno de Uribe — puede estar la clave para entender el deterioro reciente de la seguridad.
Al parecer, las FARC no han recuperado su capacidad militar en términos de guerra de movimientos. Los cambios negativos en seguridad apuntan más bien hacia otra circunstancia: al no haber paramilitares que ejerzan el control del orden local, se facilita la expansión de la guerrilla mediante milicianos y amenazas a la población civil.
Ideologías sin partidos
En lo que sí tiene razón Robledo al referirse a una pelea de compadres es en las formas. Las diferencias de los temas de debate son significativas, pero estas diferencias no se expresan mediante proyectos políticos claramente establecidos. El enfrentamiento avanza utilizando maneras absolutamente coloquiales. De hecho, la única formalización de los desencuentros ideológicos se registra en los 140 caracteres de Twitter.
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Los cambios negativos en seguridad apuntan más bien hacia otra circunstancia: al no haber paramilitares que ejerzan el control del orden local, se facilita la expansión de la guerrilla. Foto: informedeladocencia.blogspot.com |
Tanto Uribe como Santos han sido incapaces de construir algún tipo de institucionalidad que soporte los proyectos ideológicos que representan en el largo plazo. Ni siquiera han podido construir sobre lo existente. Dentro de un mismo partido, los políticos pueden irse con cualquiera de ellos, e incluso cambiar de bando en forma reiterada.
Es preocupante, o más bien revelador de la naturaleza del sistema político colombiano, que a pesar de representar los dos sectores mayoritarios de las preferencias ideológicas de la población, ninguno cuenta con un partido o colectividad política creíble. Su capacidad para comprometer y disciplinar a la clase política es volátil, sujeta a coyunturas y dependiente de la chequera del Estado o del endoso de votos de una figura carismática.
En el caso de Uribe la incapacidad de construir un partido se debe a sus ambiciones personales, que no resisten ninguna figura con potencial a su lado. Resulta nefasta desde el punto de vista institucional y patética desde lo personal, la declaración de José Obdulio Gaviria en el sentido de que quien aspire a la presidencia por ese movimiento debe ser humilde y subordinado a Uribe. Significa en la práctica que si alguien es elegido por el movimiento deberá comportarse como el títere de un caudillo. ¿Puede surgir un partido político serio de semejante principio fundacional?
En el caso de Santos la cuestión va más por los lados de su incapacidad para manejar a la clase política. La reforma a la justicia es solo la demostración de lo pusilánime e incompetente que ha resultado en esa tarea.
No es casual que Santos nunca antes hubiera ganado una contienda electoral: ocupó cargos de primer nivel sin tener nunca que batirse en el barro electoral. De hecho, llegó a la Presidencia, en parte, porque logró hacerse endosar los votos de Uribe y, en parte, porque Mockus cometió una serie de errores casi milagrosos que favorecieron su campaña.
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El desconocimiento de ese trabajo político de base es evidente en la naturaleza de las concesiones que ha hecho al legislativo y en el compromiso tan pobre que ha obtenido para adelantar sus reformas. ¿Será posible que Santos pueda pasar a la historia como un modernizador al estilo de López Pumarejo, cuando más allá de su círculo de amigos de Bogotá nadie toma en serio su proyecto?
Para el país, lo más grave de la incapacidad de los líderes de sus dos principales corrientes ideológicas para construir de veras una institucionalidad partidista es la imposibilidad de solucionar muchas de las perversiones del propio sistema político.
En particular aquellos sectores nacionales y regionales que han construido su poder sobre la base de la criminalidad, del clientelismo y de la corrupción encuentran una oportunidad de oro al no existir ningún tipo de liderazgo que discipline a los políticos profesionales. Bajo esas condiciones, está más que garantizada la continuidad en el plano regional de una lucha política basada en el ejercicio privado de la violencia, de las rentas del narcotráfico y de la captura de los recursos públicos.
* Este artículo es una versión extensa de una columna publicada en El País de Cali el pasado sábado 14 de julio.
** Profesor invitado de la Universidad EAFIT y profesor asistente de la Universidad de los Andes.