El plebiscito fue una insensatez, pero sus resultados podrían ser excelentes. Como la suerte del país se decide en estos días, este análisis irá siendo actualizado a medida que lleguen las noticias (los párrafos renovados se destacan en este color.)
Hernando Gómez Buendía*
Actualizado el viernes 7 de octubre (9 am)
Acabamos de pasar el Rubicón: Timochenko acepta renegociar los acuerdos. Este artículo esta siendo actualizado.
Impulsos constructivos
La gente dentro y fuera de Colombia está haciendo lo que puede y debe hacer:
-El premio Nobel estaba previsto, pero el No lo convierte en paradoja. Santos se lo merece por sus “esfuerzos decididos” por la paz, e independientemente de si ella se logra (o al menos lo merece tanto como Obama o Arafat-Peres-Rabin -y esta será la controversia en la prensa internacional-).
La Academia destaca la decisión democrática de Santos de ir al plebiscito, cuando en efecto esta fue la equivocación innecesaria, inútil, previsible, advertida y evitable que en estos días puede reiniciar nuestra tragedia. Esa es la paradoja.
Pero el Nobel aumenta la popularidad de Santos en Colombia y le devuelve algún margen de maniobra, que por ahora nadie sabe cómo podría utilizar.
-El retiro inminente de los observadores de la ONU y la congelación de la ayuda económica de Europa son dos presiones externas para evitar la ruptura del proceso. Todos los países y organismos multinacionales están usando su influencia sobre las FARC, Uribe y Santos -y esto tiene importancia-; pero lo nuestro es un conflicto interno y de bajo interés geopolítico (nadie se va a jugar a fondo por Colombia).
-Las grandes marchas en las ciudades ratifican que “ganó la paz” y envían un mensaje político y electoral a las FARC y al uribismo, que ojalá reciban ambos.
-Por demanda del partido de la U o en virtud de una tutela, la Corte podría ordenar la votación en los lugares donde no fue posible para que el Sí consiga o compre los 53.895 votos que le faltaron. Sería inconstitucional y a Uribe le daría un infarto, pero estamos en Colombia.
Los diálogos en Bogotá
Más allá de su tono cordial, las reuniones del gobierno con los “representantes” del No se limitaron a poner en evidencia el peligro en que nos encontramos.
Los promotores del No quedaron repartidos en tres grupos: (1) el principal es el de Uribe (con Ordoñez y Ramírez) y sus tres precandidatos; (2) Pastrana, como expresidente revivido, tendrá una voz separada y menor; (3) las iglesias cristianas – que bien pudieron poner los votos decisivos- revisarán asuntos como la familia y la “ideología de género” que ellas creyeron ver en el Acuerdo (¡!).
Aunque sus posturas pueden ser más radicales que las de muchos votantes del No (y menos radicales que las de algunos otros) Uribe entonces se confirma como el vocero de medio país.
Queda claro también que la negociación sigue siendo entre el gobierno y las FARC – un hecho por supuesto capital-. Pero quedan en claro otros cuatro hechos que, no por previsibles, dejan de ser evidencias del peligro:
• El gobierno va a proponer “reajustes” o cambios en el “Acuerdo Final”. Y esto pone a las FARC ante el dilema esencial: si Timochencko (¿Londoño?) acepta cambiar una sola palabra del Acuerdo, abre la puerta para perder las concesiones que había logrado; y si se obstina en que el texto es intocable, el proceso se rompe y volvemos a la guerra.
La noticia de veras importante va a ser entonces la próxima declaración de Timochenko.
• Los cambios que van a proponer los voceros del No serán muchos y serán sustanciales. Santos y sus ministros harán un gran esfuerzo para reducirlos, pero esto implica dos galimatías: que el gobierno enemigo de las FARC las defienda ante Uribe, y que las FARC concluyan o reiteren que Uribe y Santos son la misma cosa.
• La renegociación eventual del Acuerdo incluiría varios puntos de la agenda y tocaría temas espinosos. Esto implica un proceso prolongado, con la dificultad adicional de mantener el cese al fuego (o peor, la de volver a “negociar en medio de la guerra”). E implica hacer más tentador el salto al vacío de una Constituyente que reemplace de una vez a la mesa de La Habana.
• Los acuerdos entre el gobierno y el No van tomarse al menos dos semanas. Y cada hora que pasa se hace más difícil mantener el cese al fuego.
El escenario
Lo peor sería que las partes no logren modificar el Acuerdo y volvamos a una guerra degradada y escalada.
Lo mejor sería que las partes lleguen a un acuerdo que corrija los defectos del que fue rechazado por el pueblo. Este sería el mejor de los mundos, y hoy es menos imposible que el domingo.
En este momento nuestros dirigentes están fluctuando entre esos dos escenarios, y en poco tiempo deberán decidir (i) si es posible o imposible mantener el proceso de negociación, (ii) entre cuáles interlocutores, (iii) bajo cuáles condiciones, y (iv) con cuál metodología. Pocas veces nuestros dirigentes habían tenido tanta responsabilidad, y pocas veces habían sido más temibles sus equivocaciones. Hasta ahora la noticia principal es excelente: pese al triunfo del No, ni Santos ni Londoño (o “Timochenko”) han regresado a la guerra, y los voceros del No han dicho que le apuestan a la vía negociada.
Los mandos del Ejército y los jefes de “frentes” tienen los pelos de punta, pero
- El presidente prorrogó el cese del fuego, mandó sus delegados a La Habana y está dialogando con los voceros del No.
- Londoño reiteró su decisión de paz –que es lo esencial- pero avanzó dos bazas complicadas: que el Acuerdo ya es obligatorio y que le “jalaría” al “acuerdo nacional”.
- Uribe fue conciliador en la victoria, designó tres delegados, se reunió con Santos y propuso tres medidas que suenan inocentes: amnistía para los guerrilleros rasos, protección militar para las FARC y perdón para los militares envainados.
– Lo de Santos tiene de bueno que aceptó la derrota electoral, de fuerza que se mantiene dentro de la Constitución, de débil que es un presidente débil (y ahora más débil), y de grave que podría llevarnos a la guerra total.
– Lo de Londoño tiene de bueno que usa argumentos legales y políticos, como si ya fuera parte del “sistema”. Tiene de fuerza que el Acuerdo ya fue depositado en Viena y que muchos políticos querrían el “acuerdo nacional”. Tiene de débil que el Acuerdo no está en vigencia y que ese pacto “nacional” es un enredo. Tiene de grave que si el Acuerdo ya es obligatorio no hay nada que negociar, y que el “acuerdo nacional” sería nada menos que un salto al vacío.
– Lo de Uribe tiene de bueno que parece mesurado, de fuerza que es muy inteligente, de débil que lleva su veneno y de grave que las FARC no se lo van a comprar. La amnistía es un mensaje a la “guerrillerada” para que no siga a sus jefes si ellos deciden volver a la guerra. La protección militar de las FARC sería lo mismo que su rendición. Y el perdón a los militares condenados es un contragolpe bajo o a costa de “las otras” víctimas.
Las fuerzas que están en juego
Este domingo no hubo una votación entre los partidarios del Sí y los del No, sino entre los resignados y los no resignados con las concesiones a las FARC para que dejen de disparar y secuestrar.
No hubo una votación entre los partidarios del Sí y los del No, sino entre los resignados y los no resignados con las concesiones a las FARC.
La inmensa mayoría de los colombianos simplemente queremos que las guerrillas se desmovilicen con el mínimo de impunidad y de ventajas políticas o personales. Los que logramos tragarnos “los sapos” en aras del desarme de las FARC votamos Sí y los que se sintieron incapaces de tragárselos votaron No.
Sin duda la derecha no aceptó ningún sapo, la izquierda aceptó todos, y las campañas consistieron en exagerarlos (la del No) o en esconderlos (la del Sí). Pero el grueso de los ciudadanos (del 37,43 por ciento que votó) no estaba “polarizado” sino pensando en si alcanzaba a tragarse los sapos que había o que les pintaron. Por eso, así como el No ganó por el 0,004 por ciento de los votos, el Sí habría podido ganar por un margen similar. Fueron los vacilantes quienes sumaron al No (o restaron al Sí) los pocos votos que acabaron decidiendo por todos.
Hablando pues con seriedad, la decisión del domingo fue obra de los indecisos, o más rigurosamente, fue producto del azar.
La decisión del domingo fue obra de los indecisos, o más rigurosamente, fue producto del azar.
Pero al forzarnos a votar Si o No el plebiscito nos metía en dos cajones y creó o reforzó una polarización (acentuada además por las campañas), que tenía que ser y fue capitalizada por los “representantes” del Sí y del No. Los 53.894 indecisos acabaron por entregarle a Uribe la voz de media Colombia.
El mandato del pueblo al presidente es que queremos la paz pero no así, y el mensaje a las FARC es que entreguen las armas con menos pretensiones. Pero el encajonarnos y el empate numérico dejaron a Santos exactamente con un pie en la paz y otro pie en la guerra, a tiempo que permiten que las FARC digan que tienen muchos “amigos” y Uribe asuma la representación de muchos no uribistas.
Un presidente que puede y se prepara para ir en una u otra dirección, y dos interlocutores que lo jalan muy duro. Angustioso.
Pero menos angustioso. Cierto que Santos, Uribe y Timochenko han hecho la guerra (“si nos toca volveremos a hacerla”), pero también que han vivido los horrores morales de la guerra. Los tres aman a Colombia, los tres quieren la paz, los tres han sido cautelosos hasta ahora. Y algo más seguro que las buenas intenciones: el interés propio de cada jugador.
- Si fracasa el proceso de La Habana, el gobierno de Santos, con todo y Nobel, habrá sido un fracaso.
- Las FARC ya saben que a las malas no se toman el poder, saben que una nueva guerra sería a muerte, han dado pasos de muy difícil reversa militar, y la generación de Londoño no es la de Marulanda.
Las FARC necesitan de la paz más que Santos (“el presidente que acató el No del pueblo y procedió a aniquilar la guerrilla”): esta es la razón crucial para esperar que cedan en sus pretensiones, es la carta que convenció a muchos y se jugaron muchos de los del No, y hoy es la base más sólida para ser optimista.
- Uribe ya le ganó a Santos la pelea de su vida. Ahora puede ser generoso y razonable porque no le conviene cargar con el desangre, y porque ya arrancó la próxima campaña por la Presidencia.
Las disyuntivas
A esta dura encrucijada entre la guerra y la paz hemos llegado en virtud de otras tres disyuntivas subyacentes.
1. Paz y sapos. El proceso de La Habana comenzó con ventaja del gobierno (gracias a la golpiza militar de Uribe), pero las FARC fueron ganando de mano porque a Santos se le fue acabando el tiempo. Por eso este proceso tuvo tres etapas definidas:
- La de reformas sociales. Se negocia dentro de la Constitución (por eso De la Calle) y en presencia de la ANDI (Villegas). Las reformas, por tanto, son modestas.
- La de impunidad. Atollado el proceso en este punto, el presidente se salta a De la Calle (que había debido renunciar entonces) y envía a su hermano a decirle a Timochenko que se saldrán de la Constitución es decir, (i) que no habrá cárcel, (ii) que acordarán de igual a igual un nuevo código penal para evitar que las cortes internacionales los castiguen, y (iii) que de paso esta Justicia Transicional se extienda a todos los criminales “de este lado”.
- La de desmovilización, blindaje y plebiscito. Después del pacto Enrique-Timochenko el proceso fluyó con rapidez pero con nuevos sapos. Los del blindaje jurídico del Acuerdo (tratado internacional, constitucionalización y “vía express”) y los del “referendo” (plebiscito) que las FARC no querían aceptar (y que en efecto no debieron aceptar), pero aceptaron a cambio de curules, ventajas políticas y subsidios en dinero.
Demasiados sapos para los 53.894 votantes que acabaron decidiendo.
2. Desacierto final. El pueblo es soberano, la participación ciudadana es hermosa, y Santos metió la cabeza porque lo había prometido para que lo reeligiera el pueblo, porque quería darle la estocada final a Uribe, y porque no quería cargar solo con los costos del Acuerdo. Pero su plebiscito:
- Era innecesario porque el Presidente puede hacer acuerdos de paz, porque ni Uribe ni Pastrana (ni ningún presidente) había consultado algún acuerdo con el pueblo (lo de 1957 es caso aparte), porque el pueblo ya había decidido al reelegir a Santos con la única bandera de seguir negociando con las FARC, y porque Santos tiene el apoyo arrollador del Congreso que representa a ese pueblo soberano.
- El plebiscito era inútil porque no podía aumentar la “legitimidad” del acuerdo. Si hubiera ganado el Sí, los de No estarían denunciando el fraude – que no hubo- y la manipulación – que si hubo – y que fue de carácter legal (rebaja del umbral) simbólico (la ONU y Cartagena) y moral (amenaza de la guerra).
- Y el plebiscito era absurdo porque el voto no es libre cuando el No podía –y aun puede- implicar una espiral de crímenes, y porque con un simple Sí o No no se puede negociar (¿O cuáles precisamente son los puntos que el pueblo ordenó renegociar? ¿O será que nos consultan el próximo borrador? ¿O que tendremos borradores sucesivos?).
Para peor: a Santos le salió el tiro por la culata.
Del Acuerdo Final entre dos pasamos a una pelea entre tres, que corre el riesgo de acabar en una mesa redonda.
3. Matrimonio entre varios. Del Acuerdo Final entre dos pasamos a una pelea entre tres, que corre el riesgo de acabar en una mesa redonda.
- Entre tres: ¿Será que Santos logra la proeza de meter a Uribe sin sacar a Timochenko y de meter a Timochenko sin sacar a Uribe? ¿Será que al hacer esto restablece la Constitución -o que la hace reventar del todo-? ¿Será que el presidente representa a Colombia, o que es un árbitro entre las FARC y Uribe? ¿Será que el tiempo alcanza para tamañas decisiones?
- En mesa redonda: Pastrana, los cristianos, Uribe y sus dos socios (Ramírez y Jiménez) “representan” al No. Zuluaga, Holmes y Duque son tres precandidatos que necesitan diferenciarse entre sí. Los partidos de gobierno quieren estar en la conversación, y el presidente llamó a todos los partidos.
Es la idea inverosímil de un consenso general precisamente en el momento de despegar la batalla por la sucesión de Santos.
Es la idea vagarosa del “acuerdo nacional”: si es “todos contra las FARC” –como fue en todos los tiempos desde el Frente Nacional- ¿qué hacemos con el Acuerdo entre el gobierno y las FARC?; y si es para proponerles a las FARC otro acuerdo “aceptable”, ¿qué diablos es lo aceptable?
Ante la gran dificultad de negociar en coro (o aun en trío) con las FARC, habría el atajo de acordar un solo punto, que consiste en reemplazar la mesa de La Habana por una constituyente o congresito donde se vuelva a conversar de todo. Esta vía les suena a las FARC, le suena a Uribe y les suena a cuantos redentores, ilusos o descontentos hay en Colombia. Pero con esta falta de claridad y representatividad, esta salida sería otro desastre.
La crisis -de verdad- que hoy estamos viviendo es producto de la debilidad política de Santos, de la falta de partidos y de un sistema político tan descuadernado como el de Colombia.
*Director y editor general de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic en este enlace.