¿Muy romántico y altruista pedir que los candidatos dejen de agredirse y que las audiencias abandonemos el morbo de informaciones en donde nada tiene que ver la viabilidad de las propuestas de los candidatos?
Hoy en la sociedad líquida, en donde reina la emoción que se transmite a través de contenidos en redes sociales digitales, es más significativo el cómo se va a comunicar lo que reclama el ciudadano del candidato, que el plan de gobierno que se presenta para la inscripción. Quizás por eso es que caemos en promesas vacías cómo túneles que conectan a la ciudades o trenes eléctricos que unirían poblaciones de un extremo a otro de la nación.
Es la retórica o ese conjunto de herramientas que desde el lenguaje y sus figuras permite que la narrativa del candidato y su campaña logre persuadir o manipular a los electores, recogiendo desde las emociones las propuestas que anhela escuchar el ciudadano para solucionar los problemas que percibe. No obstante, en esta narrativa hay una que ha venido tomando auge en procesos electorales y corresponde a la de deslegitimar al adversario
La deslegitimación del oponente, una estrategia sistemática que mediante tácticas busca debilitar la credibilidad, reputación e imagen del candidato, su familia o partido pareciera ser el único camino en la comunicación política digital. Este ejercicio se convirtió en la herramienta fundamental de los candidatos a elecciones uninominales como: Alcaldías, Gobernaciones o elecciones presidenciales porque en ellas, el que plantea la deslegitimación hiere la humanidad del oponente, mina el sistema de creencias y las cogniciones sociales que puedan tener los votantes para disminuir el respaldo que pudiera llegar a sumar.
El auge de esta práctica o estrategia de comunicación y acción en mercadeo político que se puede confundir fácilmente con contrastar las propuestas entre un candidato y otro, la experiencia y formación para el cargo entre los diferentes aspirantes, ha hecho que el debate político se degrade y que la discusión de las ideas y el cómo, cuándo, dónde se podrán realizar pase muchas veces a un segundo plano.
El por qué se ha vuelto tan relevante la práctica de deslegitimación del adversario en campañas políticas o en el diseño de estrategias de comunicación, se puede explicar por muchas variables, entre las que se encuentra la desesperada búsqueda del click por parte de portales de contenido informativo, medios de comunicación o los llamados influencer en redes sociales como: tik tok, twitter, instagram o youtube, que muchas veces y con limitada formación académica es prepagado para usar su efímera fama para presentar información en los que la mentira y el sesgo, se teje con puntadas de verosimilitud sobre un hecho.
También porque a través de los procesos de deslegitimación los hacedores de estas prácticas entienden que se llega a la humanidad e intimidad del oponente y por ella a los sentidos y emociones de la audiencia. A partir de contar situaciones y hechos que se alejan parcialmente de los ejes de propuesta de los candidatos o de temas exclusivamente políticos y que pueden entretejer aspectos emocionales, los contenidos deslegitimadores cautivan audiencias utilizando el rumor, el chisme y emociones categorizadas como negativas: el odio, la ira, el rencor y la rabia propias del melodrama.
La deslegitimación del oponente en campañas políticas y comunicación de gobierno es la exacerbación de emociones en una primera fase para buscar el entretenimiento de las audiencias y luego, en una segunda fase, la descalificación de los atributos del candidatos o exaltar sus debilidades, propias e inherentes a su humanidad.
Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga y Barranquilla, las ciudades con mayor peso electoral en Colombia son más proclives a caer en este tipo de dinámicas de pugnacidad y violencia narrativa en comunicación política digital, pero no las únicas. Entre mayor penetración tengan las redes sociales digitales y más importante sea su incidencia en el cómo se da a conocer el candidato, mayor podrá ser el nivel de deslegitimación que se de entre las cuentas oficiales y no oficiales de las campañas.
Quizás el camino para diferenciarse en este ruido infernal que suponen las campañas políticas digitales y las tácticas de deslegitimación del oponente, sea concentrarse en proponer el mensaje sin atacar al contrario, su equipo o su pasado personal o familiar, quizás la forma para diferenciarse entre un candidato y una propuesta y otra sea el validarse ante el votante desde el cómo, cuándo y por qué de la viabilidad de la propuesta y evitar señalar al contrario buscando minimizarlo. Sin dejar de hacer el contraste entre propuestas y candidatos.
El camino en este sentido es singular y posible porque los ciudadanos estamos reclamando menos ataques personales entre los candidatos y sus campañas y más la verosimilitud de las propuestas. Que el debate sea sobre las ideas, la experiencia, la capacidad y la preparación del candidato y no sobre sus apellidos es hoy una estrategia que puede sonar tibia o romántica, pero que estaría en sintonía con lo que reclama la democracia.