Usando la carta de la libertad de expresión sin límites las plataformas de comunicación digital se están convirtiendo en grandes editoras que, con algoritmos de los que no conocemos la fórmula, están organizando y priorizando la información con unas lógicas que la mayoría de los ciudadanos y usuarios de estas ni entendemos, ni conocemos. Ellas tienen sus propias reglas (son empresas privadas con ánimo de lucro que al final de lo que están preocupadas es de tener ganancias). Nosotros como sociedad civil no estamos interviniendo en lo que allí pasa y aceptamos unos términos y condiciones de uso que casi nunca leemos y que, si lo hacemos, son tan opacos y tan poco transparentes que nos vamos quedando en las mismas.
El resultado es que las nuevas esferas públicas (X, Facebook, TikTok…) funcionan con intereses puramente privados, nos lo ha mostrado con creces Elon Musk. Él nos hizo saber a los usuarios de Twitter (hoy X), que era su empresa y podía hacer lo que quisiera, empezó por cambiar el nombre, jugar con el algoritmo, poner barreras para la consulta de los datos, cambiar las políticas de uso. Además, cada vez más estos espacios se convierten en cámaras de eco en las que nos vemos y conversamos con los que son iguales a nosotros, con los que creen igual, o con lo que podríamos llamar un comité de aplausos. El resultado en democracias (cada vez más desacreditadas) es que algunas personas empiezan a acostumbrarse a oír sólo eso que les gusta o comparten y a rechazar todo lo que sea diferente.
Pero, además, nos enfrentamos a una crisis de ciudadanos desilusionados, impacientes, enfadados que cada vez están menos dispuestos a escuchar al otro o a aceptarlo y entonces se presentan las posibilidades de pararnos en los extremos, de apoyar al que ofrezca las soluciones más simples. Y entonces, se da un auge de populismos autoritarios, unas democracias iliberales (sin cuidado por los derechos o sin instituciones que los cuiden). Y así se pueden ver ciudadanos impacientes con las instituciones que sienten que no traducen sus necesidades en políticas públicas y que están cada vez menos dispuestos a tolerar los derechos de las minorías étnicas, religiosas o sexuales. Por su parte las élites se adueñan cada vez más del sistema político y son cada menos sensibles a la voluntad popular. Aparece el discurso de ustedes los malos contra nosotros los buenos, los puros, los mejores.
Se desacreditan los discursos complejos que son los únicos que funcionan en política y además se piensa que el que habla de forma más simple con las soluciones más fáciles (sin interesarse en el cómo) debe ser el elegido. Aparecen candidatos populistas que se caracterizan por la defensa de un pueblo con una voluntad única, la crítica de la democracia representativa desde un lenguaje antiderechos, la personificación de un líder carismático que habla en nombre de la libertad del pueblo, la sustitución de un pluralismo político por la búsqueda de un enemigo permanente que permite construir un discurso emocional.
Todo lo anterior se vive dentro de una opinión pública que cada vez tiene menos tiempo para dedicarse y/o profundizar en un tema debido a la gran vertiginosidad con la que cambian las agendas construidas por los poderosos que están en el sistema político (gobierno) o en los medios y que son los que constituyen las reglas de juego que cada vez se mueven más en lugares de desinformación y discursos de odio que se multiplican en unas redes sociales digitales que están regulando el discurso público bajo las reglas de conducta corporativas y a las que al final lo que les interesa es que cada usuario permanezca el mayor tiempo posible en la plataforma, haciendo clic y compartiendo contenidos.
Al final, lo que sucede es que en ese ejercicio permanente que imponen las redes sumadas al marketing político, sobre todo, en época de elecciones se vive en una constante deslegitimación del otro que a causa de vivir en permanentes cámaras de eco hace que se piense de manera acrítica, basándose sólo en un sentido de pertenencia con un grupo que cree y se emociona de la misma manera y con el que se siente que se comparten necesidades, carencias, valores (como ya se dijo un pequeño o grande comité de aplausos). Entonces, nos quedamos con sociedades divididas en donde es importante que el otro se diferencie de mí y yo me diferencie de él y las posturas sobre un tema tienden a reducirse a dos esquemas opuestos y excluyentes, nos convertimos en nosotros versus ellos.
Así, se descarta cada vez más toda la información que se presenta como conflictiva y nos vamos quedando en esa que es confirmadora y se usa el discurso para invalidar al contrario y para generar un permanente clima de desconfianza, de descreimiento, de desafección. ¿Qué hacer en estas sociedades que están tomando decisiones por Trump, por Bukele, por Milei? ¿Cómo lograr que los próximos no seamos nosotros?
1 Comentario
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