Una instalación de Clemencia Echeverri que evoca la memoria herida de la comunidad wayuu tras la masacre en Bahía Portete.
Cristian Prieto Ávila*
La tragedia
El 18 de abril del 2004, justo cuando salía el sol, llegaron los paramilitares a Bahía Portete (Guajira Colombiana).
Su llegada dejó varias mujeres asesinadas y torturadas, y más de 600 personas indefensas que permanecieron escondidas y observaron el dolor en silencio desde el desierto, los manglares e incluso el mar.
“La masacre de Bahía Portete—en cuyo centro están los cuerpos de mujeres wayuu torturadas, asesinadas y desaparecidas—es una iteración premeditada de la violencia del paramilitarismo, de su intención de penetrar el territorio para romper los lazos familiares, borrar verdades e impartir miedo”, asegura Clemencia Echeverri.
Para la artista caldense “los hechos permanecen ahí, indelebles; el dolor y la desconfianza habitan el lugar”.

El asesinato de mujeres es un acto atroz e incomprensible para los indígenas wayuu. Por eso esta masacre fracturó el tejido social que resistió incluso a la colonización española. Además, los hombres armados destruyeron todo a su paso y obligaron a 400 familias a desplazarse forzosamente. Bahía Portete quedó vacía y rota desde adentro.
La artista
Clemencia Echeverri, (1950). Estudió artes en la Universidad de Antioquia y cursó una maestría en Historia del Arte Contemporáneo y Teoría en el Chelsea College of Arts de Londres. Mediante el dibujo, el video, la fotografía, la videoinstalación, el sonido y la interactividad, crea proyectos que exigen salidas de campo, investigación, compromiso social y tecnología.
Su obra ha estado expuesta en países como Australia, Canadá, Holanda, China, Francia, Estados Unidos o Suiza, y pertenece a colecciones de museos tan importantes como el Musée Les Abattoirs, Francia, Museo de Arte Latino Americano de los Ángeles (MOLAA), Estados Unidos, o a la colección de Daros-Latinoamérica en Suiza.
El arte y la intervención
Para la artista caldense “los hechos permanecen ahí, indelebles; el dolor y la desconfianza habitan el lugar”. Eso la motivó a investigar, a descifrar los silencios, a cuestionar las verdades a medias y a traer al presente, con el lenguaje del arte, la masacre que marcó la historia wayuu y que ahora parece olvidada por el país.
Echeverri viajó a la Guajira con su equipo para alcanzar las huellas, escuchar con su micrófono los lugares violentados y recorrerlos detenidamente con su cámara para comprender sus sombras. En el camino reconoció de cerca la cultura wayuu y sus tradiciones que confrontan día a día una cotidianidad invadida por los gestos y el ruido paramilitar.
También se acercó a las voces de algunas víctimas como Telemina Barrios o María Elena Fince Epinayú que la orientaron, junto con el desierto, los llantos, las ruinas o el canto, para señalar y revelar las heridas, el abandono del desierto y la resistencia de una comunidad que escribe su propia historia para sanar y soltar el círculo de violencia al que fue sometida.
Después de sus salidas de campo y con sus registros en mano, Clemencia Echeverri regresó a su estudio y durante más de un año creó guiones visuales, recortó fragmentos, intervino imágenes y experimentó con diferentes técnicas y formatos para crear la obra Deserere.
El resultado es una video instalación-sonido con trece proyecciones para ser distribuidas en tres pisos, y una animación en dibujo cuadro a cuadro para producir un videowall de cuatro monitores.
Los filósofos y teóricos del arte María del Rosario Acosta y Juan Diego Pérez, que escribieron para el catálogo de la exposición, consideran que “la video instalación se pregunta y nos pregunta cómo entrar en sintonía con la forma de memoria, tan ancestral como futura, que sobrevive y respira en este viento del desierto; cómo escuchar sus reclamos de justicia, cómo acompañar el llamado de los muertos que viajan en su estela hacia Jepira, honrando la distancia entre un mundo y otro”.
Después de su participación en la Bienal de Sydney y de su retrospectiva LIMINAL curada por el Banco de la República, la artista expondrá esta video instalación en Bogotá hasta el 15 de diciembre en la galería Espacio Continuo. La obra abarcará cuatro pisos con la obra de video y sonido de manera simultánea, e intervendrá el espacio público con una animación ininterrumpida.