Los ataques de París revivieron la discusión sobre asuntos muy complejos: la relación entre Occidente y el mundo musulmán, la preservación de las libertades en tiempos de terrorismo y el uso político de las tragedias, son solo algunos de esos asuntos.
Fabián Sanabria*
“El fanatismo ateo y el fanatismo devoto se encuentran en su peor intolerancia” (Jean-Jacques Rousseau, Confessions, Parte II, libro 11)
Un atentado al corazón de la democracia
Charlie Hebdo es un semanario francés nacido a raíz de “mayo del 68” como un espacio dedicado al sarcasmo y al humor que se vale del dibujo para ironizar y hacer reír a sus lectores, caricaturizando cosas que socialmente se consideran “sagradas”.
El pasado 7 de enero, Charlie Hebdo
Haber sido atacados a muerte por sus opiniones – que para algunos resultan ofensivas y otros critican como faltas de respeto a lo que muchos consideran sagrado- significa que fueron vulnerados los valores que hacen posible la existencia de la burla y la ironía. En Francia, los únicos limites a la libertad de expresión son la propagación del odio o del racismo, o el incitar a la muerte de otro.
Los atentados recientes fueron vistos como un ataque al corazón de la República francesa, cuya democracia se cimienta en el valor de la laicidad, es decir, en la coexistencia de todas las creencias religiosas y su libre culto, así como de la libertad de expresión de aquellos que no tienen creencias o desean opinar sobre las creencias de los demás. Garantizar esa libertad de cultos y de expresión es lo que permite que un país como Francia preserve sus valores democráticos.
Con estos ataques los franceses fueron golpeados en el ejercicio de la libertad de expresión, uno de sus principales valores. Por eso el acontecimiento dolió tanto y no fue extraño que todo el país, tanto desde la perspectiva ciudadana como estatal, reaccionara de manara tan tajante.
– La sociedad civil cerró sus filas para protegerse y se identificó inmediatamente con las víctimas, no solo con los caricaturistas, sino también con los policías y, más adelante, con los judíos retenidos y asesinados por un cómplice de los terroristas en Porte-de-Vincennes.
– El Estado desplegó todas sus fuerzas para dar de baja a los terroristas y obtuvo el respaldo del pueblo francés a través de las redes sociales, los medios de comunicación y las enormes manifestaciones que proclamaron “Je suis Charlie”.
El “yo soy Charlie” significó decir que se está por los valores de la democracia y de la laicidad, y que se siente solidaridad por las víctimas del atentado. Dicha consigna se extendió a manifestaciones multitudinarias no solamente en París y en toda Francia, sino en toda Europa.
![]() Manifestantes musulmanes solidarios con Palestina son repelidos por la policía en la Casa de la Ópera de París. Foto: looking4poetry |
El uso político del incidente
El gesto y la acción inmediata del Estado y del gobierno francés fueron contundentes, como lo dejó claro el primer ministro Manuel Valls, quien ante la Asamblea Nacional de Francia pronunció un discurso que fue aprobado de manera unánime por los parlamentarios.
Por su parte, el presidente François Hollande fungió de “maestro de ceremonias” en los actos de solidaridad con el pueblo francés y supo “capitalizarlos” para beneficio del Estado.
Sin embargo, las imágenes de las marchas de París causaron más de una duda.
Con estos ataques los franceses fueron golpeados en el ejercicio de la libertad de expresión, uno de sus principales valores.
Al ver a líderes como Benjamín Netanyahu al lado de Mahmud Abás, muchos no pudieron dejar de preguntarse por qué el primer ministro israelí, que ha recibido múltiples acusaciones de responder al terrorismo con actos terroristas, marchaba al lado de su homólogo palestino. La presencia de estos mandatarios puede entenderse como el cerrar filas en torno a un continente, la vieja Europa, que se siente debilitado en sus valores democráticos, económicos y de unidad supranacional.
Por otro lado, y pese a que en un primer momento el gobierno norteamericano no expresó su apoyo, el secretario de Estado John Kerry realizó una visita a París para dar testimonio de solidaridad. Hay que recordar que en las manifestaciones posteriores al 11 de septiembre, los líderes europeos no se solidarizaron inmediatamente con las víctimas estadounidenses, sino que lo hicieron con un poco de demora. Por eso cabe preguntarse si el “destiempo” del apoyo estadounidense se debió a una cierta reciprocidad con la respuesta de Europa de ese entonces, o tal vez para remarcar que este asunto parecería ser en un principio “exclusivamente europeo”.
Sin embargo, las declaraciones de Kerry, quien también proclamó abiertamente que “el islam es compatible con la democracia”, dejaron claro que el fundamentalismo islámico es un problema que compete y vulnera a todos los países de Occidente.
Por último, vale mencionar que uno de los hechos más llamativos durante la jornada republicana que se organizó en Francia fue que el Frente Nacional, movimiento político de extrema derecha, no marchó.
Extremismo contra extremismo
Una de las tentaciones en las que puede caer la sociedad francesa es la interpretación fundamentalista del fundamentalismo es decir, afirmar que “la culpa” la tiene el islam, el mundo árabe o la inmigración.
Estas afirmaciones son las banderas de la islamofobia y coinciden con ciertas manifestaciones de antisemitismo propias de movimientos de extrema derecha como el Frente Nacional.
La sociedad francesa necesita hacer una lectura muy detenida, rigurosa y concienzuda de lo que está sucediendo con el islam, con el mundo árabe y con sus procesos de inmigración, para preguntarse cuál es la política adecuada a este respecto y no caer en un fundamentalismo que ataca al otro fundamentalismo.
Al mismo tiempo, la academia debe arrojar luces para comprender el fenómeno, a través de estudios, libros y reflexiones como la de Farhad Khosrokhavar, quien en su libro Radicalisation estudia el auge del fundamentalismo islámico haciendo entrevistas a prisioneros radicales en Francia.
Es normal que surjan y existan hipótesis como la del “choque de civilizaciones” para explicar la situación actual. Pero hay que guardar cierta distancia de ellas porque también contribuyen a "inventar al otro como enemigo".
![]() Manifestación en reacción a la masacre de los caricaturistas del semanario Charlie Hebdo en París. Foto: Christian Bille |
Para el futuro
Se necesita una comprensión mayor de Oriente y del islam, sobre todo del islam radical, de la sharia y de la yihad. También hay que entender cómo es muy fácil que las versiones extremistas del islam encuentren terreno fértil entre los jóvenes que no fueron integrados a la República, en este caso a Francia (aunque también es un problema que concierne a Alemania con la inmigración de turcos y, por extensión, a todos los países de Europa que tienen una fuerte presencia musulmana).
Ha quedado claro que el enemigo no es el mundo árabe, mucho menos el islam ni la condición musulmana, aunque contra ellos no dejen de manifestarse todo tipo de racismos, fanatismos e interpretaciones xenófobas que van a ganar terreno en el escenario europeo.
Es muy fácil que las versiones extremistas del islam encuentren terreno fértil entre los jóvenes que no fueron integrados a la República.
Sin duda hay que convivir con la “era del terrorismo”, pero, al mismo tiempo, no se puede renunciar a las libertades individuales so pretexto de la seguridad.
Hoy más que nunca, tiene vigencia la tesis de Michael Ignatieff, según la cual el terrorismo es el ataque armado que se perpetra contra civiles desarmados. Indudablemente, no se encuentran al mismo nivel los que ejercen la ironía, la parodia y el sarcasmo, y aquellos que ejercen la violencia contra ellos.
Es verdad que el mundo debe convivir con el fundamentalismo, pero las democracias no pueden combatir el terrorismo con las mismas armas que los terroristas. Parafraseando a Ignatieff: hay que tener la mano derecha “atada”, extender la izquierda y de cuando en cuando “soltar la mano derecha”. Pero esta tiene que “volverse a amarrar” porque de lo contrario se caería en el círculo de eliminar el terror con terror, y esto haría que Occidente perdiera los valores que ha conquistado.
Fabricar un nuevo “enemigo común” para Occidente solo conduciría a una confrontación que, ahora sí, nos llevaría a la explicación facilista del “choque de civilizaciones".
Finalmente, hay que preguntase si las marchas y demás “ritos de expiación” que se dieron a raíz de los atentados serán suficientes para mostrar que la democracia sigue siendo fuerte y para que efectivamente se dé un reordenamiento social y político en la vieja Europa ante los inocultables fenómenos de la inmigración musulmana y el radicalismo terrorista.
* Antropólogo y doctor en Sociología de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, director general del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH.
@FabianSanabriaS