Una explicación aguda y bien fundada de la popularidad del presidente Uribe y de por qué la oposición le ayuda.
Medófilo Medina*
¡Marulanda, Usted me traicionó!
Aquella noche del 29 de febrero de 2002 los televidentes se encontraron con la mirada fija y el gesto severo del señor Presidente. Novedoso formato, dada la extendida versión sobre el talante frívolo de Andrés Pastrana: ¡Marulanda, Usted me traicionó! Ya entonces muchos seguramente recordaron otro tinglado mediático: El Presidente sentado en mangas de camisa detrás de una mesa y al lado de una silla vacía en la instalación de la mesa de diálogo en San Vicente del Caguán el 7 de enero de 1999.
Si la primera fecha corresponde a la del Mito del Caguán, la segunda remite al inicio de una interminable pesadilla con el mismo nombre. Son les lieux de mémoire[1] que ejercen su inexorable imperio sobe las conciencias de cualquier comunidad. Tales lugares son recuperados incesantemente, o bien como estímulos fecundos o como síndromes paralizantes.
Entre las dos fechas se extendieron treinta y siete meses durante los cuales el mito se transformó en pesadilla. ¿Por qué la búsqueda de la Paz despejó el camino a la consolidación de la guerra? La pregunta es retórica. En verdad fueron meses colmados de movimientos, iniciativas, discursos pero que no fueron asistidos por un genuino y honesto interés por construir la Paz por parte de los protagonistas de primera línea: el gobierno de Andrés Pastrana y las FARC-EP.
El sociólogo Carlos Castillo ha resumido con acierto lo que pasaba: "Andrés Pastrana se dejó embaucar en un falso proceso de paz, en el que no sabía qué hacer, excepto no entregar nada y obtener todo. Y las FARC aprovechaban la distensión para reforzarse interna, nacional e internacionalmente por encima de lo que consideraban una entrega"[2]. En el plano militar avanzó el proceso de reingeniería y modernización de las Fuerzas Armadas iniciado desde el gobierno de Samper y las FARC buscaron prolongar y extender la ofensiva que con éxito habían iniciado en 1996. El paramilitarismo continuó su fortalecimiento y sus masacres.
Alto lugar común
En ese marco avanzó la campaña electoral 2001-2002 que llevaría al poder a Uribe Vélez. Su carisma, que incorpora tanto los rasgos siniestros de la revancha como el resplandor del mesianismo, se fortaleció en un discurso cuya vértebra era de factura tan sencilla como eficaz: El obstáculo para el desarrollo del país es la amenaza terrorista representada por las FARC. En la zona de distensión el gobierno les ha hecho todas las concesiones a "los violentos". En general las guerrillas existen y no se las ha derrotado porque no ha habido voluntad política para hacerlo. Yo la tengo y reclamo su voto.
Una mayoría incontrastable acogió el discurso guerrero y ungió en un ambiente de exaltada emoción a quien lo enunciaba. Así se formó en la opinión pública el Lugar común (LC) de la Seguridad Democrática. La definición proviene de Pierre Bourdieu: "… lugares comunes en el sentido de Aristóteles: nociones o tesis con las cuales se argumenta, pero sobre las cuales no se argumenta"[3].
El LC de la Seguridad Democrática cabría en la siguiente fórmula: Las FARC son el mal, la culebra, la bestia. La causa de todos los males del país. La solución es su aniquilamiento. El único camino para lograrlo es la guerra. En busca de esa meta superior las demás tareas del Estado y de la sociedad ocupan un lugar subalterno. La democracia como idea y como práctica puede sustituirse por el Estado de Opinión. Los valores legítimos pueden relativizarse y además acompasarse con valores de muerte. Las sociabilidades asentadas en la virtud republicana de estirpe ilustrada se confunden con el "ideal" de un universo atomístico de espionaje y delación.
El efecto teflón
Hasta el presente, en los dominios de ese LC de la Seguridad Democrática se ha mantenido el encuentro del Presidente con un sector numeroso de la opinión nacional. Cada golpe espectacular a la guerrilla, cada éxito de las Fuerzas Armadas han obrado como fertilizante de ese encuentro prolongado. El resultado ha sido el traído y llevado efecto teflón. Algunos analistas están viendo fisuras abiertas por el descontento generado por los recientes escándalos y decretos. En un año electoral se verá pronto si tiene razón aquel columnista que aludió al tiempo al "agotamiento y desgaste" del gobierno y a "la incipiente iluminación" de la opinión pública.
Hoy no sorprende esa previsión. Pero conviene atender al comportamiento que hasta ahora ha tenido la popularidad del Presidente, no obstante los embates, no ciertamente de la oposición, sino de ciertos hechos y cifras. Al final de 2007, después de cinco años de un crecimiento promedio del PIB de 5,88%, el desempleo se situaba en el 11,2%. El 2009 cerró con una tasa de desempleo de 11, 3%. Dos millones y medio de personas en Colombia carecen de empleo. En 2008 había 27 millones de pobres (64% de la población) y el 23% de los colombianos se debatía en la pobreza extrema. Según los informes de Codhes, entre 2002 y el primer semestre de 2008 se produjo el desplazamiento de 2.016.482 personas, para un acumulado de 3.500.000 desplazados.
El país con tales escandalosas estadísticas sociales es el mismo que presenta altos niveles de apoyo al presidente. Las encuestas ubicaron la popularidad de Uribe Vélez en el 70% en agosto de 2004, en el 69% en mayo de 2005, en el 91% en julio de 2008, en el 70% en 2009. Al comentarle estos números en charla volandera a un vecino, este se esforzó por tranquilizarme: "Lo que pasa es que el pueblo colombiano es muy noble". Comentario a tono con sondeos que con frecuencia se anuncian en primera página de los periódicos y que dan cuenta de que los colombianos ocupan el primer lugar entre la gente satisfecha, que el país está poblado por optimistas y que los colombianos son de los que más ríen en el planeta.
Mentes cerradas
Pero, más allá de estas anotaciones livianas, es preciso estudiar los recursos de todo orden que se han puesto en acción para crear a partir del LC de la Seguridad Democrática el fenómeno de mente cerrada. No se trata de un concepto teórico. Es más una categoría descriptiva del historiador polaco Adam Schaff, quien la expone en un microrelato que por razones de espacio resumo con ruda economía de las palabras:
Tiempos finales de la Segunda Guerra Mundial. Un literato y comunista polaco, Wolff, quien ha luchado contra los hitlerianos al lado de los soviéticos dicta conferencias en una de las escuelas para los soldados alemanes que habían comenzado a rendirse. Se buscaba "educarlos" pensando ya en las necesidades del Estado que se preveía en el oriente de Alemania. Varias veces a la semana Wolff daba sus charlas sobre la historia de la literatura alemana. Mediante el oficial de más alta graduación pedía que los soldados formularan preguntas e incluso proponía algunas. Invariablemente caía un silencio denso sobre el auditorio. Al cabo de un tiempo el oficial informaba que no había preguntas. En una de las conferencias se llegó al poeta Heinrich Heine y específicamente a su poema Lorelei que se había convertido en canción popular en Alemania. Aquella noche, después de la orden del oficial, un soldado se levantó y acusó al profesor de estar mintiendo."Sabido es -dijo- que Lorelei es una canción popular creada por el pueblo alemán. Heinrich Heine era judío y, por consiguiente, no pudo ser autor de su letra. ¿Qué pruebas tiene para respaldar su afirmación?". Corrió Wolff a su habitación y triunfante trajo un libro con poemas de Heine. Lo examinaron los prisioneros y el veredicto fue unánime: se trataba de una impostura por cuanto el libro había sido publicado por la Editorial en Lenguas Extranjeras de Moscú. En este punto recordó Wolff que en la habitación tenía un libro con los poemas de Heine, muy leído en Alemania, publicado por la Editorial Reclam antes de la guerra. Puso el libro en manos de los prisioneros que lo examinaron con minucia concentrada. Todo estaba en orden. No había la posibilidad de falsificación alguna. Entonces el muro de silencio se vino al suelo. Se estableció una corriente de comunicación. Concluye Schaff: "Los prisioneros se convencieron de que habían sido engañados, de que realmente el judío Heine había sido el autor de Lorelei. El detalle puede parecer insignificante, pero motivó el derrumbe de toda la construcción que se apoyaba en las ´mentes cerradas´".
Bajo el LC y las mentes cerradas
No he tocado aquí otros elementos importantes que han integrado el proyecto político del Presidente de la República en la medida en que demandan un tratamiento específico e implican un mayor espacio y un modelo de análisis más integral que el aquí utilizado. He querido dirigir la atención a los factores político-emocionales que han cobrado una significación extraordinaria en la evolución de la situación política colombiana en el primer decenio del siglo XXI.
Comprendo igualmente que los LC y el fenómeno de mente cerrada no son completamente herméticos vale decir, que puedan explicarse como funciones exclusivas del nivel de lo político emocional. Son construcción a la que contribuyen de variadas maneras sectores poderosos del país que se han beneficiado de las políticas realizadas durante las dos administraciones de Uribe Vélez. Se trata del capital financiero, de los sectores agroexportadores cuyas bonanzas no son ajenas al desplazamiento, de los especuladores de las zonas francas especiales, de los ganaderos de zonas libres tanto de fiebre aftosa como de pequeños cultivadores incómodos, del nuevo personal político que ascendió a la dirección del Estado desde los trampolines de las mafia y el paramilitarismo, de los dueños de los medios de comunicación, de los capitales transnacionales que afianzaron su confianza inversionista inspirados por las políticas de flexibilización laboral, las deducciones de impuestos, las exenciones tributarias y los subsidios.
¿A qué molino se lleva el agua?
Por supuesto cada una de las acciones insensatas de las FARC fortalece los lugares comunes y coadyuva a la cristalización de las mentes cerradas. Pero no es menos cierto que todo el juego político dentro del cual el presidente Uribe sigue siendo el factor más dinámico contribuye a mantener las mismas convenciones.
Resulta obvio que los precandidatos o candidatos uribistas, referendistas o antireeleccionistas, acojan como suya y de manera integral la Seguridad Democrática y prometan la prolongación del libreto. No es comprensible, en cambio, que los candidatos de la oposición, desde Fajardo hasta Petro, pasando por Pardo y llegando hasta los tenores, hagan de la Seguridad Democrática su punto de partida fundamental. Es a mi juicio una manera de hacer política a favor del Presidente. El elector al mirar las cartas y advertir que se reproduce el mismo menú, es previsible que se incline por el chef que lo ha venido atendiendo "profesionalmente".
Colocados en la lógica de reconocimiento de los resultados militares alcanzados, aceptando la tesis del fin del fin, expuesta ya en septiembre de 2007 por el general Freddy Padilla de León, habría sobrada razón para presentar al país una alternativa a la guerra: una propuesta de culminación política a un conflicto de cincuenta años. La alternativa implicaría una agenda de reforma social, embolatada por la focalización en lo militar de toda la agenda nacional y de la política internacional, una democratización del sistema político y el diseño de una plataforma de renovación cultural y ética. Para la oposición la formulación de tal alternativa histórica conduciría a rescatar la política de los terrenos cenagosos que el adagio popular nombra como: Nadie sabe para quien trabaja.
*Miembro fundador de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí.
Notas de pie de página
[1] La expresión corresponde al título de una conocida obra de Pierre Nora, publicada en París por Gallimard en 1984; hay versión en español (Los lugares de la Memoria, Ediciones Trilce, 2008).
[2] Cardona, Carlos Castillo: "Ha llegado el desencanto" El Tiempo, 03,02,2010, 1-17
[3] Bourdieu, Pierre: "Pensar la política", André-Noël Roth Deubel, Pensar la política. Entrevistas a Smir Amin, André Gorz, Pierre Bourdieu y Cornelius Castoriadis, Universidad del Cauca, Popayán, 2002, pág. 66