Del arte y la memoria: el documental Requiem NN de Juan Manuel Echavarría - Razón Pública
Inicio TemasArte y Cultura Del arte y la memoria: el documental Requiem NN de Juan Manuel Echavarría

Del arte y la memoria: el documental Requiem NN de Juan Manuel Echavarría

Escrito por Felipe Martínez Pinzón

Felipe Martinez Razon Publica

Análisis crítico de la obra del artista colombiano, donde la memoria de un pueblo se convierte en la de todo el país, y donde la sanación de los tejidos rotos de una comunidad puede ayuda a sanar la sociedad desagarrada por la violencia[1].

Felipe Martínez Pinzón*

 

El río de las tumbas

¿Qué significa el río Magdalena para la nación? La imaginación del liberalismo económico —desde el siglo XIX— pretendió hacer del Magdalena una avenida por la que entraría el comercio internacional y saldrían materias primas. De eso no quedó más que erosión, contaminación y olvido.

Por más que lo pretenda la aséptica imaginación liberal, los ríos no solo transportan mercancía, sino que ponen en contacto cuerpos, espacios e historias. En el río Magdalena podemos leer las fantasías agroexportadoras de los civilizadores de antaño y de los tecnócratas de hoy. Pero también, como si leyéramos su envés, podemos ver las pesadillas reales -crudamente reales-, de los cuerpos descuartizados que han bajado hace décadas por ese río.

La historia de Colombia no pasa por el río Magdalena, esel río Magdalena, de la misma manera que no solo el tiempo es oro, también lo es el espacio.  

Esto lo sabe muy bien el artista colombiano Juan Manuel Echavarría. Toda su obra es una pedagogía de la mirada, una terapia visual que nos conduce a recuperar el espacio, y con él, la memoria. Con su última intervención, el documental Requiem NN (2013), Echavarría logra imantar al río Magdalena de otros signos muy distintos a los de la redención económica.

 

Foto: Eugenio Prieto Soto
Puerto Berrio, Antioquia.

Un pueblo de frente a la muerte

Requiem NNcuenta la historia de los pobladores de Puerto Berrío, una pequeña ciudad del Magdalena Medio que, bordeando el río, ha vivido la brutal historia del país de una manera muy singular.

Como pocos, Puerto Berrío fue y ha sido un lugar que no le dio la espalda a los muertos, incluso en los momentos más crudos del conflicto. Sus habitantes vivieron de frente al río, encararon la historia que el Magdalena traía consigo y, cosiendo y recosiendo el tejido social roto —como la atarraya de un pescador—, han logrado que la humanidad triunfe sobre la monstruosidad de los perpetradores del horror.

Muchos de sus habitantes han rescatado anónimos cuerpos asesinados que bajan por el río; otros los han transportado al cementerio; otros más los han adoptado, les han comprado un osario, los han bautizan con el apellido de la familia, les han llevado ofrendas y les han pedido favores. Hay quienes incluso, como el animero, convocan a la comunidad a visitar el cementerio y a rezarle a las ánimas durante las noches.

Esta cadena de rescate activada por los habitantes del puerto ha dejado marcas profundas en el pueblo. Los pescadores, en parte por el trauma, en parte por las instituciones que persiguen el rescate de cuerpos, callan su intervención en la cadena.

El carretillero que lleva cuerpos del río a la morgue —tal vez el personaje más conmovedor del documental— ha perdido la vista por efecto del formol que empleaba para no contraer las enfermedades que podían trasmitir los muertos en putrefacción. Este líquido le empapaba el vestido y las manos con las que se limpiaba de lágrimas el rostro sudoroso. Como un símbolo de nuestros horrores, su ceguera es un pasadizo que da a la memoria. Rodeado de sombras, el carretillero recuerda cada uno de los cuerpos que ha transportado y dejado en la morgue.

Esto lo sabe muy bien el artista colombiano Juan Manuel Echavarría. Toda su obra es una pedagogía de la mirada, una terapia visual que nos conduce a recuperar el espacio, y con él, la memoria. 

La cadena de rescate ha dejado también marcas sanadoras sobre la parte más atribulada del pueblo: aquellos que a su vez tienen desaparecidos en sus familias. Ese es el caso de Blanca Nuri Bustamante. En el proceso de busca de sus dos hijos desaparecidos, Blanca Nuri adopta a un NN del cementerio. A él/ella le pone el nombre de su hijo. Sin embargo, sobre la pared del osario no deletrea el nombre completo. Deja esbozado el apellido: John Jairo S.B. A pesar de que esa adopción puede ayudarle en parte a sobrellevar la incertidumbre —un dolor inimaginable— el gesto de no escribir el nombre completo de su hijo sobre la tumba muestra la difícil identidad entre los muertos de la familia de sangre y los muertos de la familia nacional.

El hilo de humanidad entre los vivos y los muertos, mantenido con obstinada valentía por la comunidad de Puerto Berrío, hecho de una materia entre sagrada y cotidiana, es precisamente la memoria ritualizada con la que se hace la historia de la comunidad.

Contraviniendo la voluntad de los victimarios, los habitantes de Puerto Berrío —muchos de ellos víctimas— se obstinan en no dejar desintegrar en el olvido a los muertos. El ritual de la humanización de los muertos en Puerto Berrío impide que las víctimas pasen a desintegrarse en el río o en el osario mayor ­—la fosa común— donde perderían, con la identidad, toda forma de comunión con los vivos.

Foto: Eugenio Prieto Soto
Puente de Puerto Berrio.

 

El arte de la memoria

Como un sepulturero, Echavarría preserva y cuida las tumbas, pero sobre todo las transporta por el mundo a través de este documental y otras obras, como la serie de fotografías que componen “Novenario en espera”.

Aparte de filmar las visitas de los adoptantes de NN en Puerto Berrío, Echavarría ha capturado desde 2006 a través de fotografías, con la paciencia y el cariño de un deudo, los cambios que han realizado los adoptantes sobre las tumbas de sus “elegidos”.

En series fotográficas vemos, primero, la tumba desangelada; luego, sobre una capa de cemento y en carbón, vemos aparecer un lúgubre NN. Más adelante, sobre el mismo espacio, aparecen colores y un nombre. Por último, la tumba anónima se convierte en un altar con ofrendas. Colores, placas, rezos, son marcas de una rehumanización a través de la cual los desaparecidos devienen en aparecidos para hacerse parte de la vida del pueblo.

Como si fuera un pescador más de Puerto Berrío o el animero del cementerio, con Requiem NNEchavarría rescata esta historia del río, conjura la desmemoria y nos convoca para vencer la indiferencia de nuestras sensibilidades citadinas.

Escuchar y mirar buscando la verdad

Los habitantes de Puerto Berrío —muchos de ellos víctimas— se obstinan en no dejar desintegrar en el olvido a los muertos. 

Requiem NNhace parte de un movimiento en el arte y las ciencias sociales  que se ha propuesto dejar de hablar (y de interrumpir al otro) para abrirse a ese sentido largamente olvidado por los colombianos: escuchar. El informe del Centro de Memoria Histórica es un hito en este sentido.

“Oír es una forma olvidada de mirar” nos recuerda ese otro escuchador que es Alfredo Molano. Al igual que en las crónicas y testimonios recogido por él, en la obra de Echavarría está ese dislocamiento de los sentidos: tenemos que oír para ver y tenemos que ver para vernos.

Echavarría sabe que sus obras están emparentadas con la gran tradición artística que ha mostrado los “desastres de la guerra”. Ese es precisamente el título de la serie de grabados que Goya hiciera con motivo de la invasión de los franceses a la península ibérica entre 1808 y 1814.

Es impresionante revisar estos 82 grabados, no solo por su contenido, sino por lo emparentados que están con las imágenes que Echavarría convoca poéticamente, es decir, lateralmente: sin mostrárnoslas con sensacionalismos.

Goya tiene grabados que se titulan “carretadas al cementerio” o “muertos recogidos”. En una entrevista conmigo y otros colegas, Echavarría nos habló de un grabado de Goya en particular: “enterrar y callar”. La suya es una obra, nos dijo a quienes lo entrevistábamos, que quiere poner en escena un movimiento opuesto: desenterrar y hablar.

Luego del estreno de Requiem NNen las salas de MOMA en Nueva York, uno de los espectadores le dijo a Echavarría –presente ahí para escuchar y dialogar con el público- que el documental era “apolítico”, porque no mostraba a los victimarios.

Mientras oía a esta persona yo pensaba en las diferencias que hay entre el espectador partisano y el espectador político. Susan Sontag, en su ensayo Ante el dolor de los demás,nos habla de la mirada de quien observa el horror. Hay espectadores para quienes la evidencia del horror no importa tanto como el credo político de la víctima o del victimario.

La mirada partisana entonces se reduciría a saber quien asesinó a quién y de qué bando era cada uno. No se puede confundir esa mirada con la mirada que pide historia, es decir, la mirada que quiere entender el presente como hijo del pasado.

Nuestra mirada debe dejar de ser partisana, debe dejar de buscar la sinrazón en las razones del victimario, y pasar a oír a aquellos —como a Blanca Nuri Bustamente— que piden que a la sangre no se le responde con más sangre, sino con la única blanca de las armas: la verdad. 

El horror y la sanación

Echavarría rescata esta historia del río, conjura la desmemoria y nos convoca para vencer la indiferencia de nuestras sensibilidades citadinas.

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando el conflicto no ha acabado para las víctimas? ¿Qué pasa cuando la verdad y la reparación todavía son una deuda? En el quiebre entre un conflicto que no acaba y el imposible duelo por los seres queridos está el cisma entre la comunidad familiar y la comunidad nacional.

Este es un abismo que el Estado debe salvar pero que históricamente no ha salvado. El documental no resuelve este problema (y no es su intención hacerlo) pero sí lo exhibe como un diagnóstico del frágil tejido social de la nación: ¿qué pasará cuando las familias de sangre pretendan encontrar a sus seres queridos en pueblos como Puerto Berrío? Seguramente habrá formas de saber quiénes son los ex NN y quiénes los muertos conocidos del pueblo. Cuando las familias de sangre puedan saber la verdad sobre sus muertos —dónde están enterrados, por ejemplo— entonces y solo entonces la familia nacional podrá recobrar enteramente la paz.

La obra de Echavarría habla de rescatar del olvido y escuchar. Esa es la tarea que nos queda por delante si queremos cerrar las cicatrices que separan la familia nacional de las familias de víctimas. Ahí está el drama que este artista toca de manera magistral. El conflicto es aquello que nos ha separado, pero es aquello que, una vez cerrado, nos puede unir.

*Ph.D. en literatura latinoamericana de la Universidad de Nueva York (NYU), profesor de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) en el College of Staten Island.


[1] El autor quiere agradecer la colaboración de Ben Johnson en la elaboración de esta nota y de Rocío Pichón Riviere por la fotografía de Juan Manuel Echavarría que la acompaña.

 

Artículos Relacionados

Dejar un comentario

Este sitio web utiliza cookies para mejorar tu experiencia. Leer políticas Aceptar

Política de privacidad y cookies