Detrás de la campaña de reelección del procurador está la historia de una élite que nunca resolvió la cuestión agraria, debilitó los partidos políticos y en su lugar alimentó el clientelismo.
Francisco Leal Buitrago
Viejas mañas
Mucho se ha escrito recientemente, desde diversas perspectivas, sobre las acciones y las aspiraciones de reelección del Procurador. En esta línea de pensamiento, la debilidad de las instituciones públicas puede resultar un eje de lectura útil para interpretar sus piruetas.
![]() Alejandro Ordoñez: la astucia política de este personaje ha desbordado todos los pronósticos. Foto: Procuraduría |
La astucia política de este personaje ha desbordado todos los pronósticos. Lo ha demostrado impunemente torciéndole el pescuezo a la ética y limitando la concepción de corrupción solamente al beneficio económico de quien la practica. No pocas instituciones estatales han cohonestado sus marrullerías. Sin embargo, este fenómeno de fragilidad de las instituciones no es tan reciente: se remonta al menos al período del Frente Nacional.
Fortaleza relativa derivada de la Carta del 91
Pese a las numerosas arremetidas reformistas de quienes buscan mantener el statu quo y a fallas normativas como permitir la reelección del procurador general – reelección definida además por congresistas que van a ser controlados por él –, las instituciones han conservado algunas fortalezas alcanzadas con la Carta del 91.
Sin embargo, esas fortalezas no han sido suficientes como para frenar la ambición política del fundamentalismo clientelista expresado en declaraciones y actuaciones del Procurador. La Corte Suprema de Justicia no es más que la caricatura de lo que era hasta hace poco.
Las instituciones han conservado algunas fortalezas alcanzadas con la Carta del 91, pero no han sido suficientes como para frenar la ambición política del Procurador.
Pero, por fortuna y de manera sorpresiva, la Corte Constitucional sacó de nuevo la cara por la legalidad. Aunque el Procurador no contó con la encrucijada donde lo puso la Corte al exigirle que rectificara sus insistentes errores, supuestamente salió airoso al rectificarlos. Sólo que lo hizo a medias y a regañadientes.
Pero de paso aprovechó la circunstancia para contraatacar a la Corte con uno de los recursos propios del tradicional leguleyismo en el país, que alimenta a más de 170.000 abogados con tarjeta profesional e inscritos ante el Consejo Superior de la Judicatura – cerca de 400 por 100.000 habitantes – egresados de 72 facultades de derecho, mientras que en Chile hay 125 abogados por 100.000 habitantes, y en Japón, 25.000 abogados para 130 millones de habitantes.
El Frente Nacional propició la fragilidad institucional
Con el fin de apreciar el origen de la debilidad de las instituciones públicas contemporáneas, en particular de las que guardan relación con las triquiñuelas del Procurador para asegurar su reelección, como son el clientelismo, la corrupción y la fragilidad de los partidos, me propongo a continuación hacer un rápido recorrido a partir del Frente Nacional, para luego recordar episodios de actualidad confirman.
El régimen del Frente Nacional (1958-1974) buscó corregir el sectarismo pre-moderno que le dio fortaleza al bipartidismo por más de un siglo y que contribuyó a retardar la modernización capitalista en el país. Pero debido al arraigo bipartidista su logro fue por cuotas, tanto en los sectores sociales como en las regiones. Y en este devenir produjo además una progresiva fragmentación entre liberales y conservadores, seguida de una agonía en sus mayorías, que sucumbieron en las elecciones de 2002.
Una paz siempre esquiva
Mediante la eliminación del sectarismo, ese régimen pretendió alcanzar la paz al cerrar el nefasto capítulo de la etapa conocida como ‘La Violencia’ y las consecuentes dictaduras civiles y militares de mediados del siglo pasado.
![]() La Corte Suprema de Justicia no es más que la caricatura de lo que era hasta hace poco. Foto: desenfin.wordpress.com |
Sin embargo, no logró sino pacificar la confrontación entre las élites, dejando atrás esa etapa que arrastró consigo una caótica modernización de la sociedad. De esta manera, dejó vivos los efectos de las violencias en amplios sectores vulnerables de la población.
El trasfondo de los objetivos del Frente Nacional fue poner en orden a la sociedad, pero falló en lo esencial: fracasaron los esfuerzos para corregir el inveterado y arraigado problema de tierras mediante una ley de reforma agraria. Este hecho oxigenó una nueva forma de violencia, la subversiva, que aún persiste aunque distorsionada. La Guerra Fría ambientó el surgimiento de guerrillas.
La continuidad del problema agrario sirvió también para diversificar la violencia, al juntarse con la persistente debilidad política del Estado, expresada en la incapacidad de controlar la subversión. Así resurgieron los paramilitares, con el apoyo de terratenientes y militares.
Del clientelismo a la corrupción
La exclusividad de la antidemocrática fórmula paritaria del Frente Nacional animó este escenario, además de fortalecer a un débil clientelismo mediante la expansión sostenida de la burocracia.
Las relaciones de clientela pavimentaron el camino a la corrupción, que irrumpió rauda una vez que el Estado llenó sus arcas de recursos sin lograr fortalecerse en lo político.
Y para rematar, la violencia que ha permanecido como mediadora de la política a lo largo de la historia republicana del país, se conjugó con el naciente narcotráfico para darle alas al conflicto armado interno. La consecuencia más visible en el presente son los millones de desplazados de sus tierras y regiones.
El prolongado gobierno iniciado en 2002 intentó en vano implantar un caudillismo ajeno a la tradición política del país, aunque sí logró debilitar al ya precario sistema de partidos. Como es sabido, los partidos políticos son un estorbo para toda clase de caudillismos y autoritarismos.
De esta manera, con el clientelismo y la corrupción a la orden del día, y en medio de partidos de bolsillo, no fue difícil que se consolidaran las redes mafiosas en la política de las regiones.
Cómo se tomaron la Procuraduría
Este ambiente propicio para todo tipo de desafueros, con un trasfondo de instituciones estatales débiles, fue aprovechado por el fundamentalismo que se ancló en la Procuraduría. Mediante perversas jugadas se recuperaron lastres retardatarios sustentados en valores religiosos provenientes de la tardía y caótica modernización capitalista en el país.
Desconociendo el carácter laico del Estado, los partidos de la Unidad Nacional acolitaron las jugadas clientelistas y corruptas del Procurador destinadas a asegurar su reelección anticipada. Y el prolongado silencio del Jefe del Estado facilitó esas jugadas.
A lo largo de este agitado proceso me vino a la mente el recuerdo de aquellos tiempos nefastos de monseñor Miguel Ángel Builes, con sus catilinarias en el púlpito de Santa Rosa de Osos. En vísperas de desatarse la violencia bipartidista de mediados del siglo pasado, este obispo predicaba que no era pecado acabar con los liberales.
Sólo que ahora, la resurrección de otro fanatismo está en manos de una poderosa institución estatal de control político, con el peligro público que representa para la sociedad colombiana una posible reelección de quien lo encarna.
* Profesor Honorario de las universidades Nacional de Colombia y de Los Andes.