Invitación apasionada a ver la obra de un director, cuya mirada sobre el cuerpo y la mente lo convirtió en precursor de Matrix, de los videojuegos y de la deconstrucción de la persona humana a través de un cine de culto.
Más que horror y obsesiones David Cronenberg cumplió 70 años el pasado 15 de marzo y aunque este acontecimiento podría no ser muy relevante para los tabloides de Hollywood, sus miles de seguidores lo celebraron con júbilo. Y con toda la razón. Su nombre suena como algo que cruje, como si al pronunciarlo, una voz gutural surgida desde lo profundo del cuerpo adquiriera forma y saliera a la luz. La alusión al cuerpo no es gratuita: el género que este director canadiense ha cultivado por cerca de ya casi cincuenta años se ha denominado horror corporal. Pero es solo una etiqueta, porque el cine de David Cronenberg es mucho más: es una cinematografía llena de obsesiones, construida desde lo pavoroso, lleno de luz y sombra. Un cine edificado sobre la premisa de que estamos presos dentro de un cuerpo en decadencia que, pese a todo lo que se promulgue desde una sociedad aséptica y normatizada, experimenta la enfermedad como una manifestación de la subjetividad humana, y que a la vez puede ser percibido como un objeto extraño y aberrante. En palabras de Freud, el cuerpo como agente siniestro, como aquello que es a la vez lo más íntimo y familiar, pero que puede contener los peores horrores. Por supuesto, una apuesta tan arriesgada como la de este director canadiense ha cosechado admiración y rechazo, y en ese sentido, la carrera de David Cronenberg se ha consolidado como una de las más respetadas en el mundo del séptimo arte a pesar de que en sus comienzos estuviera enmarcada dentro de la llamada Serie B, desdeñada por sus temáticas retorcidas, excesivas y estrambóticas. Con los años, su obra se mantiene más vigente que nunca, entregando su particular visión de un mundo que él mismo ayudó a profetizar, dominado por la ciencia y la tecnología, los grandes emporios económicos que podrían conducir a la extinción de la clase media, la crisis de valores de las sociedades conservadoras donde instituciones como la familia, la iglesia y la educación se encuentran tambaleando hoy en día. Un mundo donde, por supuesto, los medios de comunicación de masas son un vehículo del poder en todas sus dimensiones, donde pareciera que la condición humana queda reducida al abismo de una estadística, una anomalía del sistema, pero donde a la vez se están gestando revoluciones silenciosas propiciadas por las grietas que los grandes órdenes han descuidado. Lo que sigue es un rápido recorrido por la obra de este autor de culto a quien se le adjudican muchas de las revoluciones estéticas del cine de la segunda mitad del siglo veinte y comienzos del veintiuno dentro de géneros como el terror y la ciencia ficción.
Los comienzos La carrera de Cronenberg arranca en los albores de la década de los sesenta. Siendo aún estudiante de química y literatura en la universidad de Toronto, escribió relatos de corte fantástico y guiones que pronto se vieron materializados en dos cortometrajes, auténticas rarezas y piezas de colección:
Un par de años después llegan los mediometrajes Stereo y Crimes of the future, obras difíciles de ver, pero que dejan al descubierto la inteligencia desbordada de este director y su manía por la creación de escenarios anómalos. Gracias a la subvención del gobierno canadiense, Cronenberg se las ingenia para producir una película mientras hacía creer que escribía una novela, y así nace Stereo, que pone en escena el modo como los telépatas experimentan el mundo y la sexualidad. Crimes of the future, filmada en color, constituye un armazón que raya en el absurdo narrando un mundo donde una enfermedad ha acabado con las mujeres y los hombres han perdido aquello que les proporciona disfrute sexual y equilibrio emocional, llegando así a convertirse en seres andróginos. Tras esta experiencia cinematográfica, Cronenberg deambuló unos cuantos años por la televisión comercial, hasta que en 1975 llegó la obra que le abrió las puertas de la industria y le mereció reconocimiento internacional: Shivers (o Vinieron de dentro de…en español) arrasó en taquilla y recibió premios en festivales, aunque las críticas no fueron las mejores. La premisa es simple: retomando la estructura de las películas de zombies y de ladrones de cuerpos, Cronenberg cambia el móvil para sugerir qué pasaría si existiera algún motivador para que los hombres dejaran de ser individuos reprimidos sexualmente por las conveniencias de la cultura. El resultado es la transformación masiva de los residentes de un conjunto habitacional en una horda sedienta de sexo descontrolado, debido a que un experimento médico no controlado libera un parásito que funciona como un órgano más del cuerpo. Su siguiente película surgió en el rodaje de Shivers hasta tal punto que podría considerarse como su continuación. En Rabid también hay un experimento médico: intentando salvar a una mujer que se ha accidentado, el resultado es una suerte de mujer–mosquito que necesita chupar sangre para sobrevivir. Lo hace mediante un aguijón que sale de un organelo en forma de pene, que a su vez está localizado en una especie de vagina… En 1979 realiza Fast company, película de acción y autos — filmada por encargo y que algunos consideran una anomalía en su carrera — pero que a la vez prefigura una de sus obras maestras, Crash, al abordar por primera vez la relación entre el hombre y la máquina, una cuestión que va a desarrollar a plenitud en la década de los noventa, no solo en Crash sino también en Naked Lunch y eXistenZ. The brood o Cromosoma 3, proyecto concebido durante el rodaje de Rabid pero que no encontró financiación, finaliza la década de los setenta para Cronenberg y constituye una de sus piezas más grotescas. Es la historia de un padre que enfrenta solo el cuidado de su hija Candy y la estancia de su esposa en una clínica psiquiátrica víctima de los experimentos milagrosos de una psicoterapia creada por un misterioso doctor. La extravagante teoría de este último da como resultado que todo el padecer de la mujer se materialice en unos seres, mitad niños mitad engendros, que hacen lo que sea, incluso matar, para que Candy esté con ellos. Una lectura más profunda de este filme nos permitirá hablar de una metáfora audiovisual de lo que Freud denominó la seducción paterna hacia la hija que viene a interrumpir el lazo de amor y deseo incestuoso que se da entre madre e hija. Esto es lo que se ha llamado el Edipo femenino y Cronenberg se apoya en él para sugerir que es el deseo materno desatado por la separación de su hija lo que deviene monstruosidad. Los ochenta Cinco son las películas dirigidas por Cronenberg durante este período: En 1981, Scanners, obra de culto donde retoma el tema de la telepatía, pero esta vez en seres mutantes producto de los ya habituales experimentos científicos que se salen de control. Cómo olvidar su eslogan promocional: “10 segundos, empieza el dolor. 15 segundos, no puedes respirar. 20 segundos, tu cabeza explota”. Dos años más tarde lanza Videódromo, todo un clásico del cine fantástico, cuya mezcla de violencia, manipulación mediática y adicción por la muerte prefigura películas como Tesis del español Alejandro Amenábar o The Game de David Fincher, pero que deja abierta la pregunta por una sociedad que ha hecho del dolor y el sufrimiento una fórmula para vender contenidos televisivos. En esta rara historia, un hombre abandona la realidad para vivir en la alucinación creada por una corporación que produce programas de tortura en vivo: el germen de Matrix. Tres películas completan esta década:
Los noventa Con El almuerzo desnudo, adaptación de la novela de William S. Burroughs, Cronenberg se lanza definitivamente al infierno de lo grotesco. Cronenberg relata de manera ficcional el proceso de producción de la novela en cuestión, logrando una película que es al mismo tiempo una historia de conspiraciones, una persecución, un relato cargado de ambigüedad sexual y todo ello mediado por la experiencia con las drogas. M. Butterfly pone de nuevo en escena, un par de años más tarde, todas las manías de nuestro director, pero esta vez ambientadas en la China de tiempos de la gran revolución cultural. Crash y eXistenZ son dos caras de una misma moneda. La relación hombre–máquina y sus consecuencias:
Del 2000 hasta hoy Tal vez ha sido el intervalo más heterogéneo en la obra de Cronenberg. En 2002 exhibe Spider, la revelación de que no es posible la normalidad mental, que lo que llamamos identidad es un rompecabezas que conjuga todos nuestros recuerdos, temores, traumas, obsesiones y, sobre todo, lo que los demás han hecho con ella. Decía Lacan, retomando las palabras de Rimbaud: “Yo es otro”. Somos el producto de lo que otros han deseado. Una historia de violencia y Promesas del Este sí que constituyen piezas atípicas en la filmografía de Cronenberg. De corte realista y alejadas de esa obsesión por el cuerpo, no dejan de ser obras con una inquietante mirada al caos social contemporáneo donde cada hombre se ve obligado a ser muchos hombres, asumiendo roles, complaciendo a los poderosos y en ocasiones huyendo de sí mismo para soportar el horror de la existencia. La penúltima película firmada por Cronenberg se tituló Un método peligroso, su visión particular del origen del psicoanálisis y en sentido estricto, de la ruptura entre Sigmund Freud y Carl Gustav Jung. No recibió el favor de la crítica y lo complicado del lenguaje teórico del psicoanálisis ahuyentó espectadores, con toda seguridad. Por último, Cosmópolis — aclamada adaptación de la novela de Don DeLillo — es un complejo artefacto narrativo donde se penetra en la crisis global y humana del sistema financiero desde la perspectiva de un viaje en limusina de un multimillonario, que conduce hacia su autodestrucción: una metáfora del colapso al que estamos asistiendo. Quedan miles de cosas por decir, pero ojalá este retrato de una de las mentes más lúcidas del cine contemporáneo resulte una invitación que estimule a visitar su obra, porque sin duda encierra muchas de las oscuras imperfecciones que nos convierten en seres humanos.
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Daniel Bonilla *
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