A propósito del episodio en la capital de Sinaloa: por qué esa ciudad es el epicentro de la industria de la droga en México y una explicación singular sobre el nacimiento de las violentas milicias privadas.
Carlos Resa Nestares*
Detención y liberación
Este 17 de octubre, Culiacán, capital del estado de Sinaloa, México saltó a la fama internacional tras la detención por parte del ejército mexicano de Ovidio Guzmán López, hijo del archirreputado exportador mexicano de drogas, asesino multirreincidente, bifugado de prisión y padre en dobles dígitos Joaquín Archivaldo Guzmán.
Diversos grupos fuertemente armados coreografiaron el caos en la ciudad con tácticas propias de guerrilla urbana. Automóviles incendiados, bloqueos de avenidas y disparos a discreción. Aprovechando el desconcierto, más de cincuenta reclusos se fugaron de la cárcel local.
El motivo de su detención era una solicitud de extradición de Estados Unidos.
En esta coyuntura de enorme tensión altas instancias del gobierno federal, bajo el argumento de evitar males mayores, decidieron liberar a Guzmán López, encerrado en una «casa de seguridad» -eufemismo para el uso de viviendas privadas como centros de detención provisionales en Culiacán-. Así se evitaba dar cumplimiento a una solicitud de extradición de Estados Unidos, cuyos tribunales condenaron a Guzmán Loera el verano pasado a cadena perpetua.
“El Chicago con huaraches”
Culiacán, de setecientos mil habitantes hoy, fue bautizada hace tiempo como “el Chicago con huaraches” por la similitud con los mafiosos célebres de la ciudad de los vientos.
Culiacán ha sido desde hace casi un siglo el epicentro de la industria de las drogas en México, que en sus orígenes se basó en la exportación de opio a Estados Unidos. A partir de los setenta incorporó la marihuana a su cartera de productos y dio el salto de cantidad, que no de calidad, con el tránsito de cocaína desde finales de los años ochenta. Con contadas excepciones, los exportadores mexicanos de drogas más célebres han sido sinaloenses, por lo general criados en la agreste zona montañosa al nordeste de la ciudad, donde se concentró el núcleo de los cultivos de marihuana y amapola de México.
Foto: Estado de Sinaloa |
A semejanza de lo que ocurre con los paisas en Colombia, esta centralidad en la industria de las drogas se ha explicado acudiendo al multifuncional estereotipo del sinaloense: aguerridos, emprendedores, expansivos, violentos. Pero hay una razón más profunda.
Gracias a la preexistencia de una agricultura intensiva de exportación a Estados Unidos, los sinaloenses contaban con canales y redes de información e infraestructuras físicas y humanas ya establecidos, que fueron aprovechados por los exportadores de drogas cuando la prohibición de las drogas hizo su aparición en Estados Unidos.
La perpetuación de Culiacán en esta posición de privilegio en la industria mexicana de las drogas es consustancial a cualquier tipo de actividad intensiva en el uso de información. Basada en la explotación de diferenciales de precios, nadie puede progresar en la industria de las drogas, ni en cualquier otro comercio, sin información.
La única información que separa el éxito del fracaso es conocer y ganarse la confianza de alguien que venda el producto barato y de otro distinto que lo compre más caro. Y esos emprendedores ilegales existen en Culiacán en cantidades mucho mayores que en el resto de México.
Es posible gestionar con éxito una empresa de distribución de drogas en México desde fuera de Culiacán, pero es más difícil. De hecho, durante los años setenta y parte de los ochenta, la columna vertebral de la industria mexicana de las drogas se mudó temporalmente a Guadalajara. Pero no fue una decisión voluntaria ni estratégica.
Fue la respuesta a las brutales operaciones de represión en Sinaloa practicadas por el gobierno mexicano con el fin de satisfacer las demandas del gobierno estadounidense.
Este traslado temporal acabó tras el asesinato del agente e la DEA, Enrique Camarena Salazar. En la medida en que las altas esferas institucionales que proporcionaban protección a la industria de las drogas fueron desapareciendo, el río volvió a su curso y la industria de las drogas, con estrellas rutilantes distintas, regresó paulatinamente a Culiacán.
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¿Cómo nacieron las milicias?
Ese cambio en la participación del sector público en la industria de las drogas tuvo consecuencias de largo alcance mientras pervivía la centralidad de Culiacán.
Durante décadas la industria mexicana de las drogas subarrendó sus servicios de protección y violencia a miembros del sector público. Eran policías quienes proporcionaban escolta personal a los exportadores de drogas. Y también eran miembros del sector público quienes dirimían los conflictos entre participantes de la industria.
Pero, a medida que los gobiernos “modernizadores” o “neoliberales” fueron despidiendo o apartando a esos vendedores de protección que vivían en del sector público, sus sucesores —con menos información y capital humano, pero el mismo interés en capitalizar privadamente su empleo— se fueron convirtiendo en extorsionistas.
![]() Foto: Secretaría de Cultura de México |
Así, los sucesivos y bienintencionados intentos de depuración de las instancias de seguridad pública practicados desde los años noventa tuvieron un efecto contraproducente: provocaron la privatización de la industria de la violencia en México, dando origen a milicias fuera del sector público.
Los exportadores mexicanos de drogas que se han hecho célebres son sinaloenses.
El sinaloense Ramón Arellano Félix, quien dirigía junto a su hermano Benjamín una corporación de exportación de drogas en Tijuana, fue el innovador. Durante la década de los noventa creó su propio grupo armado. internalizando un servicio que hasta entonces era ofrecido casi exclusivamente por el sector público. Tal era la escasez de capital humano violento por fuera del sector público, que tuvo que reclutar a pandilleros estadounidenses para completar su ejército personal.
Sin superar el centenar de miembros en total en su década y media de existencia, desde las guerrillas de los años setenta no había existido en México un grupo armado tan numeroso y bien equipado fuera del control del sector público.
Paradójicamente esta milicia fue a la vez responsable del declive y de la supervivencia de los hermanos Arellano Félix. Al asesinar al cardenal católico de Guadalajara, Juan Jesús Posadas Ocampo en 1993 -al confundirlo con “el Chapo” Guzmán Loera- se pusieron en el punto de mira de las autoridades, que dieron prioridad a su aniquilación.
Pero, su ejército personal les permitió resistir durante una década los embates de la fuerza pública, ya fuesen estos de buena fe o pagados por Guzmán Loera y otros célebres industriales de las drogas que se unieron al frente hostil, como Héctor Luis Palma Salazar, Ismael Zambada García o Amado Carrillo Fuentes.
El moderado éxito de los hermanos Arellano Félix con su rama internalizada y especializada en el uso de la violencia para protegerse de los ataques junto con el deterioro de la calidad de los servicios de protección y violencia ofrecidos desde el sector público, animó a otros industriales de la droga a replicar esta estrategia empresarial.
Cuando en enero de 2008 el Ejército mexicano detuvo en Culiacán a Alfredo Beltrán Leyva, los múltiples ejércitos privados que habían sustituido a los servicios de violencia subarrendados en el sector público ya tenían plena capacidad operativa. En ese momento su hermano Arturo dio por bueno el bulo periodístico de que la detención de su hermano había sido el producto de un acuerdo entre Guzmán Loera y el gobierno mexicano.
En represalia, Beltrán Leyva lanzó toda su artillería contra sus antiguos socios, Guzmán Loera y Zambada García. Éstos y sus fieles respondieron con la misma moneda. O más estrictamente, con las mismas armas. La disputa abrió las puertas para la violencia de todos los grupos armados de Sinaloa que se habían venido gestando a lo largo de la década. Se pasó de 397 asesinatos en 2007 a 2.391 en 2010.
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¿Cualquier justificación para la violencia?
La violencia fue disminuyendo desde su punto álgido en Sinaloa, sobre todo por la desaparición de Beltrán Leyva como protagonista del conflicto, pero las milicias armadas al servicio de industriales de las drogas o al servicio del mejor postor siguen existiendo, en Culiacán y en otros puntos de México. Y mantienen su capacidad operativa a la menor brevedad, como ocurrió durante la tarde del 17 de octubre de 2019.
![]() Foto: Instituto Sinaoalense de Mujeres |
Si por un camino estrambótico la detención de Alfredo Beltrán Leyva fue el detonante de la primera ola de violencia en Sinaloa, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador pudo evitar una segunda escalada al liberar a Guzmán López, no echando gasolina al fuego que había provocado. Pero los ejércitos privados seguirán allí, esperando cualquier excusa para el asesinato, sea la detención de un subalterno de fama heredada o cualquier otro motivo.
Como declaró tras su detención el estadounidense Édgar Valdez Villarreal, responsable de vídeos de degollamientos publicados en YouTube -que antecedieron al Estado Islámico- sobre el conflicto entre Beltrán Leyva y Guzmán Loera: “comenzaron a pelearse, [por]que se miraban feo […] porque así es esto”.
Los grupos bien organizados y equipados suelen encontrar sus propias justificaciones para ejercitarse en aquello para lo que fueron creados y entrenados. Y con ello mantienen la tasa de homicidios de México en sus niveles más altos desde la década de 1940.
*Profesor asociado de Economía Aplicada en la Universidad Autónoma de Madrid, doctor en Administración de Empresas, consultor de la Oficina de Naciones Unidas sobre Drogas y Delincuencia, miembro de la International Association for the Study of Organized Crime, miembro del Observatoire Géopolitique de la Criminalité Internationale, miembro del proyecto «The economics of civil war, crime and violence» del Banco Mundial.