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Cuba, una polémica innecesaria

Escrito por Mauricio Jaramillo-Jassir

La semana empieza con una nueva polémica, esta vez por la presencia de Petro en La Habana en la cumbre de Grupo de los 77, que congrega a los países del Sur Global (antes países en vías de desarrollo). La publicación de una foto de La Habana y el pedido de levantar las sanciones contra Cuba fue interpretada en Colombia como una señal de apoyo a lo que los medios han acostumbrado denominar el “régimen cubano”. Acto seguido llovieron críticas por el silencio de Petro frente a las violaciones a los derechos humanos en ese territorio. El punto de no retorno ocurrió por la llegada de Iván Duque a la discusión, que terminó por provocar una airada respuesta del actual presidente recordando el legado de los Castro en los derechos de la niñez cubana y de paso, enrostrándole las 6402 ejecuciones ocurridas en los 8 años del gobierno de Álvaro Uribe y el bombardeo de niños durante su gobierno.

El trino de Petro puso en evidencia la dificultad del mandatario para mantener el discurso de reconciliación que prometió la noche en que se anunció su triunfo en las urnas. Una de las tareas más urgentes era convocar la cohesión para mantener la gobernabilidad a flote, pero al mandatario le pueden más las ganas de controvertir, sobre todo, cuando se trata de políticos del Centro Democrático. Poco importa que se trate de los más impopulares entre las filas de la derecha colombiana, como es el caso de Duque, condenado a la invisibilidad e intrascendencia, pero resucitado en el mensaje de Petro.

La solidaridad expresa con Cuba para poner fin al embargo, revive un debate innecesario acerca de la postura a asumir frente a regímenes donde se violan los derechos humanos. El problema del mensaje de Petro no es el contenido, pues otros gobiernos habían condenado el embargo – Juan Manuel Santos estando en EEUU había planteado el fracaso de esa estrategia y la necesidad de entablar un diálogo- sino la forma. Esto no quiere decir que el error esté en la enérgica condena a las sanciones, sino en el canal y receptor del mensaje. Hace bien Petro en democratizar ciertos temas por redes sociales y proponer un diálogo con la ciudadanía, pero no puede responder con información o juicios de valor que en nada aportan a la discusión sobre la ilegalidad de las sanciones contra Cuba. El embargo económico es rechazable al margen del legado de Fidel y Raúl Castro, y la evocación histórica de Petro – insólita, justa, injusta o legítima- desvía la atención sobre el verdadero problema: ¿hace parte de la tradición colombiana apoyar sanciones a terceros? Más aún cuando se trata de acciones unilaterales que violan el derecho internacional. El comentario sobre la niñez cubana, terminó en la desgastada discusión acerca del balance de la Revolución cubana y sobre el carácter de su sistema político (al que una mayoría de internautas en Colombia etiqueta como dictadura).

Los gobiernos colombianos en pro del mantenimiento de las relaciones exteriores y preservando el respeto por el derecho internacional, deben esquivar alusiones, comentarios o juicios de valor sobre la situación interna de otros Estados. Lo que Gustavo Petro piense sobre el proceso cubano no es un tema de interés público, y por respeto a la Constitución del 91, el país debe exigir respeto por la soberanía de Cuba violada por el embargo económico de Estados Unidos, así como se exige respeto por la de Ucrania violentada por Rusia. Entrando en la discusión que proponía Duque y para la cual es evidente que este último no estaba preparado -como presidente maltrató como pocos el derecho internacional- Petro despilfarró la oportunidad histórica de explicar el efecto nefasto de las sanciones en todas las sociedades. La evidencia empírica demuestra que afecta a los más vulnerables, radicaliza el discurso de los gobiernos y reconfirma una jerarquía en el sistema internacional en la que únicamente los más poderosos imponen sanciones.

Si cada vez que Colombia va a plantear relaciones amistosas con otro Estado, la intelectualidad criolla exige un certificado de conducta democrática, terminaremos en discusiones bizantinas sobre la autoridad que disponemos sobre terceros para evaluar sus políticas en derechos humanos. ¿Valdrá la pena criticar a terceros Estados y entrar en la dinámica de que hay naciones merecedoras de estar en sistema internacional y otras que se han ganado el aislamiento? Obviamente, lo anterior no debe suponer desprecio por los derechos humanos, sino el fortalecimiento de formas de presión desde la multilateralidad que han sido comprobadamente exitosas.

El gobierno anterior cometió el craso error de trasladar las disputas ideológicas internas a la política exterior. Nos llevó a una confrontación directa con Ecuador interviniendo en la campaña para la elección presidencial de 2021, se apoyó insólitamente un golpe de Estado contra Nicolás Maduro (cuya condición autoritaria nadie discute), nos metió en problemas con EEUU por romper la apuesta por buenas relaciones con los dos grandes partidos e hinchar por la relección de Donald Trump y en una declaración inédita, graduar a Irán como enemiga de Colombia. Detrás de esas acciones está el nacionalismo ramplón, muy útil para exacerbar los ánimos y llamar a la unidad, pero riesgoso pues nos termina por aislar. Si alguien tiene dudas, basta asomarse a la Colombia que entregó Iván Duque cuya principal apuesta diplomática era condenar a Venezuela al ostracismo. Paradójicamente derivó en un cerco alrededor de Colombia.

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