Culpabilizar a la víctima y justificar al victimario. Estos han sido los sesgos y los daños que resultan de la mala cobertura mediática del asesinato de Valentina Trespalacios.
Mónica Godoy*
El caso de Valentina Trespalacios
Durante las últimas semanas ha estado en el centro del debate público la muerte de Valentina Trespalacios, asesinada presuntamente por su pareja, el estadounidense John Poulos el 22 de enero.
John Poulos se encuentra en poder de las autoridades y enfrentará un juicio por los cargos de feminicidio agravado y ocultamiento de material probatorio. Muchos detalles de este crimen, tal vez demasiados, se encuentran a disposición del público, y por eso no voy a repetirlos.
Más bien, el propósito de este artículo es reflexionar sobre las prácticas de los medios de comunicación al informar sobre la violencia contra las mujeres y los efectos que estas tienen en su percepción y valoración social. Para ello analizaré algunos aspectos del cubrimiento del feminicidio de Valentina Trespalacios.
Las malas prácticas de los medios
En unos pocos días la discusión sobre este crimen en las redes sociales pasó de las manifestaciones de indignación colectiva y de la exigencia de justicia, a variadas justificaciones del crimen, la exposición de la vida íntima de la víctima y a las voces de apoyo al presunto asesino que van en aumento.
Según dicen, él fue una víctima de la infidelidad de una “mala mujer” y cometió un error. ¿Pero cómo llegamos a ese punto de la discusión?, ¿esta manera de entender un feminicidio tiene relación con la forma como algunos medios lo han abordado? Un crimen que se convierte en un espectáculo envía mensajes moralizantes, pero ¿a quiénes van dirigidos?
La asimetría entre las mujeres latinas, de países empobrecidos, jóvenes, de sectores populares y con ganas de conocer el mundo, produce un perfil llamativo para hombres dominantes y abusivos de países desarrollados, con poder adquisitivo que quieren relaciones de subordinación y posesión que sus propias connacionales no aceptarían con facilidad.

Pensaríamos, en un primer momento, que debería ser un llamado contundente contra la violencia hacia las mujeres, una reflexión sobre la construcción social de la masculinidad y su relación con el ejercicio de la fuerza, o bien, un análisis sobre las posibles reacciones agresivas a la frustración y la necesidad del autocontrol. Pero no ha sido así.
A continuación, expondré los puntos que me resultaron críticos de las prácticas informativas de este crimen y que fueron comunes en varios medios.
Primero, el énfasis en que Valentina Trespalacios conoció a su pareja a través de redes sociales. Aunque esto es un hecho, la información sobre la forma como ambos se conocieron no es importante para entender su asesinato. Existen más casos de feminicidio por parte de parejas o exparejas que se conocen de la manera tradicional, es decir, cara a cara: en el trabajo, en el barrio, en la iglesia, incluso, algunos feminicidios son cometidos después de muchos años de convivencia.
Entonces, ¿cuál es el mensaje moralizante que subyace en el énfasis de esta información? Una justificación: la asesinaron por salir con alguien que conoció en Internet. Esto es una advertencia para que las mujeres no usen la red con fines de emparejarse. Alimenta el prejuicio, sin sustento, que valora las relaciones virtuales como más inseguras que las personales y esconde una realidad: ambas pueden ser violentas.
Segundo, la perspectiva de plano cerrado sobre la historia de Valentina Trespalacios y John Poulos como un caso de violencia puntual. Este encuadre no permite comprender el feminicidio como resultado de la desigualdad de poder en las relaciones entre hombres y mujeres, es decir, la noticia no es abordada desde un enfoque de género. Esa diferencia de poder se manifiesta en la capacidad adquisitiva, fuerza física, nacionalidad, sexo/género, edad y posibilidades económicas y de vida.
La asimetría entre las mujeres latinas, de países empobrecidos, jóvenes, de sectores populares y con ganas de conocer el mundo, produce un perfil llamativo para hombres dominantes y abusivos de países desarrollados, con poder adquisitivo que quieren relaciones de subordinación y posesión que sus propias connacionales no aceptarían con facilidad.
Este es el contexto de desigualdad que enmarca no solo este feminicidio sino otros delitos como la trata internacional de mujeres con fines de explotación sexual y el matrimonio servil. Ahora, gracias al pronunciamiento de la exesposa de John, Ashley Poulos, sabemos con certeza que él tenía antecedentes de abuso y violencia contra las mujeres mucho antes de conocer a Valentina Trespalacios.
La mayoría de medios de comunicación en vez de brindar información útil para comprender la desigualdad social y sus efectos visibles, novelizaron el crimen a través de una narración sensacionalista centrada en detalles escabrosos y donde el presunto asesino y su víctima son unos personajes.
El mensaje moralizante que esa perspectiva de plano cerrado produce es otra justificación: a Valentina Trespalacios la asesinaron por tener ambiciones y por querer a una pareja extranjera con recursos. Según esta visión, las mujeres debemos carecer de cualquier ambición terrenal y humana, ser humildes, sencillas y buenas para evitar que nos asesinen nuestras parejas. Y si ellos nos matan, por algo será.
Tercero, y el “por algo será”, no tardó en aparecer en los medios de comunicación y en las redes sociales: el escrutinio de la vida sexual de la víctima. La exposición pública de la posible infidelidad de Valentina Trespalacios, detalles sobre sus anteriores relaciones y el oficio como DJ en entornos de bares y discotecas, circuló como si fuera una explicación lógica y razonable a su feminicidio.
Una lógica basada en la idea de que el cuerpo de las mujeres es propiedad de su pareja y debe ser controlado y usado de manera exclusiva por él. Cualquier ejercicio de autonomía corporal, emocional o sexual de las mujeres puede ser un detonador de violencia feminicida aceptada por la sociedad en su conjunto.
Sumado a lo anterior, hubo una amplia circulación de fotografías de la víctima que alimentaron una mirada hipersexualizada hacia ella. Entonces, conviene preguntarse de nuevo cuál es el mensaje moralizante de ese interés en la intimidad de la víctima. Otra vez, se trata de una justificación: las mujeres que son infieles pueden correr el riesgo de ser asesinadas.
Es decir, este tipo de violencia tiene un fin correctivo, es un castigo por un pecado y los hombres siguen teniendo esa potestad sobre nosotras. Esto nos lleva a la evidencia de que en esta sociedad las mujeres estamos aún exiliadas de la noción de humanidad. Por eso, como no humanas o infrahumanas podemos ser mutiladas, cortadas, ahorcadas, quemadas o echadas a la basura, como quien destroza y bota una muñeca que le salió defectuosa.
Un patrón que no deja de repetirse
El abordaje en los medios de comunicación del feminicidio de Valentina Trespalacios fomentó su revictimización y la simpatía hacia el presunto asesino por “hacerse respetar”.
Los feminicidios o el acoso sexual no son delitos únicamente: son la manifestación violenta de la deshumanización de las mujeres. Un feminicidio o la violencia sexual no tienen justificación alguna, poseen unas causas y la principal es la desigualdad de poder entre hombres y mujeres.
Por las redes sociales no han cesado los chistes y las burlas hacia ella y su familia, los mensajes de comprensión y solidaridad con John Poulos y las voces de respaldo a este ejercicio de violencia brutal. Estas personas defienden un orden de género, una moral, una jerarquía y unos privilegios que tienen su origen en la supremacía masculina.
Estas malas prácticas informativas se repiten cada vez que sucede un crimen de odio contra las mujeres. Es un patrón narrativo que perjudica a las víctimas de violencia y perpetúa la tolerancia social con este tipo de crímenes.
Basta recordar el cubrimiento del feminicidio de Rosa Elvira Cely, en mayo de 2012, que dio origen a la Ley 1761 de 2015. En algunos medios se le culpó a ella por salir a tomar una cerveza con su compañero de estudio.
También hubo revictimización desde las instituciones, el área legal de la entonces Secretaría de Gobierno de Bogotá sacó un documento que hacía responsable a Rosa Elvira Cely de su propio feminicidio. El mismo patrón narrativo emerge en el debate público cuando se conocen los testimonios de otros delitos cuyas principales víctimas son las mujeres.
Hace poco tiempo varias periodistas dieron a conocer las experiencias de presuntos acosos sexuales y tentativa de acceso carnal por parte de Víctor de Currea Lugo, designado como embajador de Colombia en Emiratos Árabes. De manera veloz salieron las voces en defensa de este profesor, descalificando a las denunciantes como partícipes de una conspiración política y señalándolas de realizar una supuesta “cancelación cultural”. Esto no puede seguir sucediendo.
Los feminicidios o el acoso sexual no son delitos únicamente: son la manifestación violenta de la deshumanización de las mujeres. Un feminicidio o la violencia sexual no tienen justificación alguna, poseen unas causas y la principal es la desigualdad de poder entre hombres y mujeres.
Es una responsabilidad de los medios de comunicación dejar de calificar estas violencias como “crímenes pasionales”, o bien, como “cancelaciones culturales” en las denuncias de acoso. Deben abstenerse de narrarlas como si fueran novelas policíacas e informar desde un enfoque de género, sin sensacionalismos ni estereotipos sexistas. Su papel es fundamental en la transformación de la cultura machista y en la creación de conciencia social en equidad de género.
Los medios no pueden seguir asesinando moral y simbólicamente a las mujeres víctimas de feminicidios o de otros tipos de violencia. La justicia también exige el respeto colectivo a la memoria de las víctimas y a la palabra de las sobrevivientes.