Cuando los partidos se vuelven facciones y los ciudadanos no se sienten representados, ¿la democracia está amenazada… o revigorizada? Perspectiva muy atractiva de un analista creativo y lúcido que contribuye al debate sobre las elecciones regionales con nuevas herramientas conceptuales.
Jorge Andrés Hernández*
Partidos, facciones y democracia
a En uno de sus artículos clásicos publicados en El Federalista (1787), James Madison constata que uno de los grandes peligros de la Unión Americana era el espíritu divisorio o de facción. Por facción entiende Madison “cierto número de ciudadanos, estén en mayoría o en minoría, que actúan movidos por el impulso de una pasión común, o por un interés adverso a los derechos de los demás ciudadanos o a los intereses permanentes de la comunidad considerada en conjunto” [1].
No se trata de una postura singular en la época. Voltaire, Burke y Hume denuncian de modo similar los graves peligros que presentan las facciones (y el espíritu de partido, como espíritu parcial, contrario al todo) para la unidad de una nación, que a menudo la conducen a la autodestrucción. Las facciones eran una amenaza para la unanimidad y la unidad nacional, premisa básica del avance social.
Es sólo hasta bien avanzado el siglo XIX cuando los partidos políticos, y las facciones que los componen, comienzan a ser considerados por algunos como expresión de la pluralidad necesaria de una nación [2]. Los partidos políticos, en efecto, sintetizan la diversidad de concepciones ideológicas que caracterizan una sociedad liberal moderna, tal como ha sido concebida en Europa, Norteamérica y en las democracias clásicas del mundo contemporáneo.
La pluralidad de partidos y de concepciones del mundo convive simultáneamente con lo que el filósofo liberal estadounidense John Rawls denomina consenso constitucional, esto es, que las fuerzas políticas y sociales más relevantes acatan, respetan y defienden el orden básico constitucional y político. De este modo, la unidad nacional y la defensa del orden liberal pueden coexistir con una pluralidad no facciosa ni autodestructiva, que sólo excluye a las expresiones políticas que aspiran a otro orden distinto del ofrecido por el pluralismo liberal.
Sin embargo, existen también partidos políticos en regímenes no democráticos, esto es, en lo que la politología contemporánea denomina autoritarismo electoral. En este tipo de regímenes, las restricciones a la competencia electoral son tan graves que no cabe comprenderlos como democracias liberales (Rusia, Bielorrusia, el Egipto de Mubarak, el México del PRI). En los países socialistas de Europa Oriental existían también diversos partidos, pero en la práctica sólo eran tolerados mientras no amenazaran al Partido Comunista gobernante y oficial.
De modo similar, durante el Frente Nacional en Colombia, el bipartidismo liberal-conservador toleraba otras formaciones políticas, pero constitucionalmente sólo era posible una victoria de los partidos oficiales. En síntesis, los partidos políticos pueden existir en regímenes democráticos y no democráticos, no son una cualidad exclusiva de las democracias liberales.
“No nos representan”
De este modo lacónico reza el título del Manifiesto de los Indignados, un amplio movimiento político-social que se ha manifestado en España en los últimos meses y que sintetiza con tal divisa el rechazo, mayoritariamente juvenil, a una partidocracia convertida en instrumento político de las corporaciones financieras, las bolsas y los grandes conglomerados empresariales. Los partidos, otrora representantes legítimos de las expresiones políticas populares, ya no representan –según los Indignados– a los ciudadanos. Los partidos, para decirlo con Madison, se han convertido en facciones.
La democracia, sin embargo, sigue siendo básicamente una competencia electoral. El domingo 20 de noviembre, el día de la elecciones generales, España eligió un nuevo Presidente de Gobierno perteneciente a uno de los partidos políticos cuestionados. Las manifestaciones multitudinarias, de las más significativas desde la transición a la democracia, serán registradas como una expresión vigorosa de un movimiento social que aún carece de consecuencias electorales. La competencia sigue siendo entre partidos y los Indignados no constituyen uno.
Pero ya es un aviso de que algo anda mal. Los movimientos juveniles que se han manifestado en buena parte de las democracias clásicas en contra de “la dictadura del mercado” y de unos partidos “no representativos” constatan una tendencia general a la pérdida de influencia de los partidos políticos en el mundo occidental y a lo que muchos denominan “el declive de la democracia”.
La pérdida de representatividad de los partidos políticos pone en evidencia dos fenómenos ambivalentes:
- de un lado, el peso creciente de la tecnocracia en las democracias contemporáneas (Italia y Grecia constituyen un ejemplo actual) que, pese a carecer de representatividad electoral, toma a menudo las grandes decisiones en materia de política económica y social.
- de otro, la emergencia de movimientos sociales al margen de los grandes partidos, como los Indignados, que reclaman mayor democracia.
La ruina creciente de los partidos no es, en sí misma, el fin de la democracia. Por el contrario, es la expresión del rechazo a un régimen político donde las decisiones trascendentales ya no se toman en los escenarios públicos y en los parlamentos, sino en el secretismo, en los organismos multilaterales, en las bolsas y en las oficinas de los especuladores financieros.
Es aun una cuestión abierta saber si las decisiones fundamentales seguirán siendo tomadas o no por instancias tecnocráticas y no representativas o si los Indignados lograrán impulsar un movimiento democratizador en las sociedades desarrolladas.
La dictadura de los mercados
Pero la creciente insatisfacción revela una vez más que el intérprete de Hegel, Francis Fukuyama, — bastante mediocre, por cierto — no tenía razón y que la historia no ha llegado a su fin. Los ciudadanos de los países más ricos gozan de una libertad política sin precedentes, pero sus libertades económica y social se ven crecientemente amenazadas.
Si en 1989 los manifestantes en muchas ciudades de Alemania Oriental marchaban con pancartas que reclamaban su condición de pueblo soberano en las denominadas democracias populares (“Somos el pueblo”, “Wir sind das Volk”), al margen del verdadero partido único, en 2011 los manifestantes de las democracias occidentales marchan al margen de un creciente pluripartidismo vacío que disfraza, según sus mismas pancartas, la dictadura de los mercados y de los bancos.
Los partidos políticos ya no expresan de modo significativo la pluralidad de concepciones sociales, sino la unanimidad de los mercados y del afán de lucro desmedido, esto es, de las facciones que gobiernan, como escribía Madison, contra “los intereses permanentes de la comunidad considerada en conjunto”.
(Continuará… La segunda parte de este análisis estará dedicada a aplicar estos conceptos al caso actual de Colombia).
* Doctor en Ciencias Políticas de la Univerdad Johannes Gutenberg de Maguncia(Alemania) y profesor de la Universidad de Antioquia (andriushernandez@hotmail.com).
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