Crisis de los partidos: ¿Ruina de la democracia? (Segunda parte) - Razón Pública
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Crisis de los partidos: ¿Ruina de la democracia? (Segunda parte)

Escrito por Jorge Andrés Hernández
Jorge Andres Hernandez

Jorge Andres HernandezLa utopía de la unidad política de la Nación se ha enfrentado en Colombia con la agresividad de las facciones. Un repaso de la historia de nuestros partidos muestra cómo ellos, más que ayudar, han impedido el avance de la democracia y la consolidación de la unidad nacional.

Jorge Andrés Hernández*

“Colombia, un país civilista
siempre en guerra…”
Rafael Gutiérrez Girardot

Nación y facciones

Las elecciones del pasado 31 de Octubre confirmaron un hecho ya visible en anteriores competencias locales: los herederos del bipartidismo liberal-conservador, dominante durante más de 150 años, son superados ahora por partidos y movimientos fluctuantes y mutantes.

De hecho, los denominados “grupos significativos de ciudadanos”, una amalgama de grupos y movimientos, se situaron en el primer lugar de la contienda y obtuvieron más votos que el Partido Liberal (al que casi doblan en votos), el Partido de la U y los demás partidos.

Como dije en la primera parte de este artículo, los partidos políticos expresan la pluralidad de una nación moderna, pero todos ellos deben hacer parte de lo que John Rawls denomina consenso constitucional, esto es, la defensa, el acatamiento y la promoción del orden político básico que se concreta en la constitución.

En la tradición liberal, la constitución es la expresión normativa de “los intereses de la comunidad considerada en conjunto” (Madison) y los ataques contra ella representan intereses políticos particulares y facciosos, que se oponen a la construcción de un “nosotros” social.

En el retrato desolador y melancólico de Simón Bolívar que nos ha legado Gabriel García Márquez, un Libertador desengañado afirma que “cada colombiano es un país enemigo”.[1] Bolívar, como los padres fundadores de la unión norteamericana, advirtió tempranamente los peligros de las facciones, expresión de los intereses particulares, para la construcción de la Nación, de la gran patria que debía fundar la integridad latinoamericana.

Desde los tiempos mismos de la Independencia, el proyecto — o si se quiere, la utopía — de la unidad política de la Nación ha debido convivir y tropezar con la realidad de los intereses políticos locales y facciosos de grupos específicos, quienes se oponen justamente “a los intereses permanentes de la comunidad considerada en conjunto”

La construcción de un “nosotros” — de un proyecto integrador de la nación colombiana — ha estado ligada a un nacionalismo simbólico identitario (la bandera, el himno, las selecciones deportivas, las campañas publicitarias) y ha aplazado indefinidamente la creación de una unidad nacional palpable en la infraestructura material y en la construcción de un proyecto democrático integrador de clases sociales, regiones y diversas comunidades excluídas.

En palabras del Bolívar garciamarquiano, “a los colombianos sólo se les ocurren ideas para dividir.” Y el dilema estaba claramente planteado, como para Hamilton, Madison, Voltaire, Burke y Hume: unidad o anarquía.

El flaco aporte de los dos partidos a la democracia

Algunos han interpretado que la crisis actual de los partidos es una amenaza para la democracia, apelando a la clásica fórmula de las democracias clásicas, esto es, partidos políticos = democracia.

Como en otras latitudes, en Colombia los partidos han cumplido funciones muy diversas, que no siempre fortalecen la democracia, si entendemos por ella, à la Bobbio, un régimen político fundado en elecciones libres, limpias y competitivas y en el disfrute de las libertades clásicas.

Las instituciones fundamentales de un régimen liberal (elecciones y libertades que les son inherentes) intentan garantizar una resolución pacífica y racional de los conflictos sociales, a diferencia de los régimenes autoritarios, que se fundan en el golpe, la mera fuerza de las armas y la represión de las libertades.

Como en el resto de América Latina, el siglo XIX colombiano se caracterizó por las constantes guerras civiles entre liberales y conservadores, que movilizaron sus clientelas campesinas iletradas para imponer una concepción particular de la sociedad, asegurar el poder de la administración pública u obtener beneficios particulares. En cualquier caso, el proyecto de una construcción nacional, la creación de un “nosotros” social, debió ceder ante las facciones políticas particularistas.

En el siglo XX, tras unas primeras décadas durante las cuales las contiendas electorales convivían con el fraude generalizado, a menudo los presidentes eran elegidos sin candidato de oposición. Pero a mediados de siglo se experimenta de nuevo la guerra de facciones políticas que destruyen cualquier proyecto de unidad nacional.

La guerra fratricida en los campos, alentada por los partidos políticos, no es la expresión de la pluralidad de concepciones del mundo que pregona la teoría democrática en otras latitudes, sino el combate de concepciones que intentan aniquilar a la contraria. Las dictaduras civiles de Mariano Ospina, quien cierra el Congreso en 1949, y de Laureano Gómez, elegido sin oposicion política, tienen como corolario la dictadura de Rojas Pinilla, apoyada por la mayor parte del bipartidismo liberal-conservador.

Un Frente Nacional no democrático

El Frente Nacional (1958-1974), la solución política surgida del bipartidismo tras el fracaso del experimento de la dictadura militar, es acordado por el ex dictador Laureano Gómez – enemigo del sufragio universal y admirador de Franco – y por Alberto Lleras Camargo, representante del partido que alentó vigorosamente la dictadura de Rojas Pinilla (cfr. los editoriales de El Tiempo a partir del 13 de junio de 1953 en apoyo de Su Excelencia).

En la Declaración de Sitges (20 de julio de 1957), firmada por Gómez y Lleras, se establecen las bases del Frente Nacional. En esta declaración, los líderes de los dos partidos dicen representar lo que denominan “la unanimidad moral del pueblo colombiano”.

Los partidos políticos, los mismos que alentaron la violencia, el fraude y las dictaduras precedentes, eliminaron de un plumazo la condición básica del orden democrático moderno, la pluralidad, y consagran un régimen civil de partidos oficiales con resultados electorales predeterminados.

El Frente Nacional institucionalizó el clientelismo, esto es, el gobierno de facciones. Hasta hoy, no se gobierna para “la comunidad considerada en conjunto”, sino para los amigos y las clientelas específicas. Al mismo tiempo, se estableció un estado de sitio permanente, lo que significó la desaparición del orden constitucional liberal en Colombia: no había separación de poderes ni garantía de las libertades civiles y políticas.

Los partidos de ahora y su triste balance

Desde el fin del Frente Nacional, la violencia política sigue caracterizando la vida política nacional. La pluralidad de concepciones del mundo, la premisa de un orden democrático, ha sido sistemáticamente borrada en los gobiernos del bipartidismo liberal-conservador: la desaparición de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), la eliminación física de la Unión Patriótica, los miles de colombianos exiliados y asesinados por defender democráticamente un proyecto político alternativo. La “unanimidad moral” pregonada por el Frente Nacional se mantiene como proyecto político de algunas facciones.

El fin del bipartidismo liberal-conservador ha hecho posible la consolidación del clientelismo como gobierno de facciones y ha inducido un nuevo fenómeno: la parapolítica. Vinculada de modo esencial con la coalición uribista, puso en evidencia lo que en Colombia ocurre desde el siglo XIX: los partidos dominantes no respetan a menudo el orden constitucional y político y, en su lugar, han apostado por la violencia, el fraude y la dictadura (cuando lo han considerado necesario).

Desde los tiempos mismos de la Independencia, lo más grave no ha sido la subversión propiciada por los enemigos del sistema. Tampoco lo es que la subversión provenga de grupos de campesinos marginales, como las FARC, sin ninguna presencia política en las grandes ciudades.

Las guerras civiles, la violencia, el clientelismo, las dictaduras, la represión, la corrupción y la parapolítica provienen en gran medida de los partidos políticos colombianos, esa suerte de facciones que han gobernado desde entonces en concordancia con sus intereses particulares, sin ningún proyecto de nación.

Lo más grave de la vida política nacional es que los ataques más serios al orden político y constitucional provengan de los que deberían defenderlo, de los partidos políticos dominantes

De nuevo, como en tantos asuntos, Bolívar tenía razón. García Márquez, intérprete del Libertador, resalta en su retrato la idea fija de Bolívar: “empezar otra vez desde el principio, sabiendo que el enemigo estaba dentro y no fuera de la propia casa.”[2]

*Doctor en Ciencia Política Universidad de Maguncia (Alemania) y profesor de la Universidad de Antioquia. 
andriushernandez@hotmail.com
 

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