

Con un año de tardanza, el DANE publicó las cifras de pobreza para 2019. La pandemia por supuesto agravó esta situación, pero ahora importa más entender esa experiencia para poder abordar el enorme desafío que tenemos.
David Arboleda*
Andrés Zambrano**
La paradoja
Hoy tenemos dos datos importantes sobre la evolución de la economía colombiana en el 2019. Pero esos datos parecen contradecirse mutuamente:
- Por un lado, Colombia tuvo el mejor crecimiento dentro de una estancada economía latinoamericana, un modesto 3,3% que le alcanzó para ser la estrella de la región.
- Por otro lado, se registró un aumento de cuando menos un punto porcentual de la pobreza, lo cual interrumpió los buenos resultados que veníamos obteniendo durante los últimos quince años (en la gráfica siguiente se presentan las series según las dos metodologías que utiliza el DANE).
La razón
La clave para entender esta aparente contradicción es la fuente del crecimiento.
El crecimiento del año pasado provino de una mayor inversión en capital, a costa de una menor participación de la fuerza de trabajo. De hecho, el desempleo, que ya exhibía una tendencia levemente alcista desde 2015, aumentó considerablemente entre 2018 y 2019, lo que cortó igualmente los buenos resultados de los últimos años. Veamos:
Grafica 2. Tasa de desempleo abierto en las trece ciudades mayores
Fuente: Elaboración propia sobre la base de DANE (2020).
Este crecimiento desigual, que favoreció a los dueños del capital, típicamente hogares más ricos, también aumentó la desigualdad. El coeficiente de Gini, que mide la desigualdad en la distribución del ingreso, quebró su tendencia decreciente y alcanzó su nivel más elevado desde 2014 al situarse en 0,526, en contraste con el 0,508 observado en 2017. Es lo que muestra la gráfica siguiente:
Gráfica 3. Coeficiente GINI de la distribución de ingresos en Colombia
Fuente: Elaboración propia sobre la base de datos del DANE (2020).

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El recorrido
Para entender mejor la situación actual, vale la pena devolverse unos años. La economía colombiana venía de una prolongada desaceleración a raíz de la crisis inducida por la caída del precio del petróleo que tuvo lugar en el 2014. Esto llevó a una devaluación acelerada del peso y a una inflación que no veíamos en las últimas dos décadas, lo cual dio pie a su vez a una política monetaria restrictiva por parte del Banco de la República.
La recuperación de este episodio fue lenta, pero a finales de 2018 comenzaron a aparecer los primeros signos de retorno a una senda de crecimiento elevado. Finalmente, en 2019 la economía colombiana presentó un crecimiento del 3,3%, el más elevado desde 2015 y el más alto de Latinoamérica.
Cuando observamos el crecimiento de cada uno de los componentes de la demanda agregada, encontramos que el crecimiento se dio simultáneamente por aumentos similares en el consumo, la inversión y el gasto público. En efecto:
Gráfica 4. Crecimiento del Producto y sus Componentes
Fuente: Elaboración propia sobre la base de datos del DANE (2020).
Paradójicamente, el crecimiento se vio contrarrestado por la caída en las exportaciones, a pesar de la gran depreciación del peso, un síntoma terrible de la falta de competitividad de nuestro sector productivo. En cambio, la depreciación sí ayudó al crecimiento de las remesas internacionales, la variable clave que jalonó el consumo de los hogares (en lugar de su propio ingreso, como veremos después).
Por otro lado, el aumento de la inversión parece ser una consecuencia de la Ley de Crecimiento, bautizada por otros como la Ley de Desfinanciamiento. Esta Ley traía exenciones de IVA a la compra de bienes de capital y una menor tasa de tributación de las empresas —lo cual sin duda estimulaba la inversión, pero también dejaba un gran hueco fiscal—.
Por último, el gasto público, que se supone debería ser contracíclico —es decir, menor en expansiones y mayor en recesiones para ayudar a estabilizar la economía— también aumentó en esta expansión. Infortunadamente, la expansión fiscal no se dio en obras que aumentaran nuestra competitividad, sino en rubros ineficientes. Así, sus efectos sobre el engranaje productivo acabaron siendo más bien efímeros.

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El secreto
Ese crecimiento —que se logró mediante mayor inversión a costa de un mayor hueco fiscal— no fue acompañado por un aumento en los ingresos de los trabajadores. Por el contrario, la evidencia apunta a que el aumento del producto se dio a costa del empleo y de los ingresos de los hogares más pobres.
Pero, entonces, ¿cómo se explica el aumento del consumo? Como ya se anticipó, la clave está en las remesas. Aunque durante la primera mitad de la presente década las remesas no presentaron una tendencia definida, desde 2015 su tasa de crecimiento se aceleró hasta niveles superiores al 10%, de modo que su participación en el producto se ha elevado persistentemente y hasta el punto de duplicarse en apenas cinco años.
Las remesas sirven por supuesto a los hogares para aumentar su consumo o, en su defecto, para amortiguar choques negativos (como una enfermedad). Pero este ingreso no resulta de las actividades productivas locales, y su generación no crea empleo ni estimula a las industrias que producen insumos, de suerte que sus efectos sobre el consumo son principalmente de corto plazo. En resumen: la evidencia de las remesas y la tasa de desempleo sugiere que, aunque el consumo aumentó, no lo hicieron las fuentes de generación de ingreso de los hogares, las cuales de hecho parecen haberse debilitado.
En conclusión, los dividendos resultantes del mayor crecimiento económico experimentado en el último año no se distribuyeron equitativamente entre la población. El aumento persistente del desempleo y el repunte de la incidencia de la pobreza comprueban que las fuentes de ingreso de los hogares se han deteriorado, y que el aumento del consumo se ha sostenido gracias al flujo de remesas.
Esta situación resulta especialmente alarmante ante la crisis ocasionada por la pandemia, pues implica que los ingresos de los hogares colombianos ya venían golpeados, y que sus capacidades para amortiguar la crisis pueden ser más reducidas de lo que se había previsto, especialmente en la medida en la que la naturaleza global de esta crisis implique un desplome de las remesas.