
Entre la Independencia y la Pandemia es una historia rigurosa, diferente y sorprendente de Colombia entre 1810 y 2020. Aquí el autor explica cuál es la diferencia.
Hernando Gómez Buendía*
El problema
Cualquier libro sobre historia debería comenzar por la pregunta de si es posible contar las cosas como sucedieron. ¿Será que el relato del autor o autora es apenas una versión de los hechos, tan creíble o discutible como la de cualquier protagonista o testigo de esos hechos? ¿Será que existe una historia objetiva, rigurosa, “científica”, o apenas opiniones e interpretaciones igualmente subjetivas?
La pregunta es crucial, y sin embargo su respuesta es muy difícil; diría incluso que se trata de un problema perenne de la teoría del conocimiento, un problema que por tanto no tiene solución definitiva. En las universidades se discute si la Historia es una ciencia o es un arte, si es parte de las “humanidades” o de las “ciencias sociales”, si es posible la imparcialidad o si el historiador está sesgado inevitablemente por su cultura o sus creencias políticas. Este debate por supuesto recorre la historia misma de la Historia como disciplina académica, y por supuesto siguen existiendo “escuelas” muy distintas al respecto.
Dos supuestos
Pero aun entonces cualquier libro de historia debería comenzar por algunas precisiones sobre el método que utiliza el autor ─o sobre los motivos que deban tener los lectores para creer en lo que están leyendo─.
Si en los textos escolares y en los libros más leídos no se aclaran estas cosas, es porque sus lectores parten de dos supuestos: la neutralidad o ausencia de intereses personales del autor en la historia que relata, y la existencia de unos hechos notorios que todos admitimos como el núcleo de esa historia. La formación y la reputación del historiador hacen que su obra sea creíble, y el relato es veraz porque incorpora o al menos no contradice esos hechos notorios que todos damos por sentados (digamos, en el caso de la historia general de Colombia, el florero de Llorente, la Constitución de 1886 o la reelección del presidente Uribe).
Esos dos supuestos no suelen ser problemáticos y facilitan la vida de maestros de colegio e historiadores profesionales. A poco que se ahonden, sin embargo, aparecen las cuestiones espinosas, por ejemplo: que no existen observadores imparciales porque el historiador escribe desde una sociedad, un momento y una cosmovisión determinados; y que esos “hechos notorios” suelen ser los hitos de la historia oficial que enseñan los Estados para auto engrandecer su trayectoria.
Repito entonces que el problema no tiene solución definitiva, y añado que mi libro toma una precaución decisiva frente a cada uno de estos dos asuntos: en vez de pretender una “imparcialidad” que es imposible, yo explico las premisas éticas y cognitivas o la cosmovisión que inspira mis análisis; y en relación con los hechos relevantes, tuve el cuidado de incorporar todos y solo aquellos que han sido demostrados, según podrá verificarse en los manuales de historia o en los libros de gran circulación. La lectora o lector puede o no compartir mi perspectiva, pero sabrá en todo momento desde dónde le hablan; y en cuanto a lo segundo, debo invitar al crítico o escéptico a que señale un hecho relevante que no conste en mi relato y contradiga mi interpretación del episodio o el proceso respectivo.
La Historia como explicación
El desafío anterior suena presuntuoso, pero es el riesgo de todo historiador. Diría incluso que más allá de los debates y cuestiones insolubles, hay un acuerdo que viene desde Herodoto, el padre de esta disciplina, en el sentido mínimo de que la Historia no se limita al récord o registro de los hechos como lo haría un libro de contabilidad, sino que trata de explicar esos hechos.
En vez de pretender una “imparcialidad” que es imposible, yo explico las premisas éticas y cognitivas o la cosmovisión que inspira mis análisis
Digo acuerdo mínimo porque la palabra “explicar” puede entenderse de modos más o menos exigentes. El modo más elemental y más usual es la simple secuencia narrativa, coherencia o ilación de los sucesos según las leyes naturales o el sentido común (un terremoto causa daños, el cultivo del café tuvo efectos importantes en Colombia…); el modo más extremo y debatible sería la búsqueda de “leyes” absolutas en la historia, leyes que irían desde el determinismo geográfico o el determinismo racial, hasta los “ciclos” inmutables del historiador Polibio en el siglo III A.C., los de Vico en el siglo XVII, o los de Toynbee en la mitad del s. XX —e incluyendo por supuesto las “leyes de la historia” equivocadas de Marx, que tantas consecuencias han tenido para el mundo—.
Pues bien: la intención de mi libro es explicar los hechos relevantes y probados que constituyen la historia de Colombia entre 1810 y 2020. “Explicación” en el sentido básico de relatar los hechos de una manera organizada y coherente: no juntarlos apenas porque se dieron de manera simultánea o, digamos, bajo un mismo presidente, sino además y ante todo porque tienen una relación lógica, casi siempre del tipo causa-efecto (y ya con esto el libro comienza a apartarse de otras historias generales de Colombia).

En qué consiste la “historia de Colombia”
¿Cuáles entonces son los hechos que deben explicarse?
Por una parte, mi libro se remite y se limita a los hechos comprobados, con fuentes autorizadas y estadísticas precisas, sin incluir rumores, conjeturas, ni simpatías personales. Por otra parte, hablo, sí, de los hechos que enseñan en los colegios ─los que integran la historia “oficial”─ y hablo además de los hechos que figuran en los libros de historia más leídos. Pero doy otra razón para escoger esos hechos: ellos son la materia o el sustrato de la vida colectiva, del pasado, el presente y a su modo el futuro de esa entidad que llamamos “Colombia”.
Definir esa entidad es problemático, pero a lo largo del libro he tratado de captarla desde varias perspectivas. Entiendo por “historia de Colombia”, primero, la de los acontecimientos que a todos nos enseñan en la escuela, a manera de memoria colectiva; segundo, la de aquellos sucesos que afectaron o afectan a mucha gente, diría que a la mayoría de los colombianos; tercero, la que incorpora en el relato a cada uno de los grupos significativos que forman el mosaico nacional (gobernantes, gobernados, clases sociales, etnias, géneros, regiones, sectores de actividad, corrientes partidistas…); quise mirar el mundo con los ojos de esos diversos actores, y espero que la lectora o el lector se sientan reflejados en el libro.
No menos importante (aunque menos común en el oficio), me ocupo de entender el origen y alcances de las instituciones esenciales que rigen nuestra vida colectiva, y sin embargo nos parecen “naturales” porque damos por sentadas: nuestra manera de pensar, la calidad del pacto social, la forma de gobierno, el sistema jurídico, la religión, las formas de organizar el trabajo, el mercado o sus ausencias, las ideas que nos dividen, la realidad o irrealidad multiforme de esas otras entidades que llamamos el Estado colombiano y la nación colombiana.
Hacia una Historia bien argumentada
En la historia no existen leyes absolutas, pero sí existen patrones que encadenan los acontecimientos de manera que no sean una simple colección de episodios fortuitos. Sin patrones de este tipo no serían posibles la historia oficial, ni los libros de historia, ni siquiera las versiones subjetivas de la historia. Toda historia es un relato, y un relato es una ordenación de los sucesos que los hace inteligibles, es decir, que los dota de continuidad y de sentido.
Me ocupo de entender el origen y alcances de las instituciones esenciales que rigen nuestra vida colectiva, y sin embargo nos parecen “naturales”
Pues además de la coherencia narrativa que ya dije, hay tres maneras importantes de hacer inteligibles los hechos de la historia colombiana. Una es analizar los orígenes de las instituciones y procesos básicos, que generalmente surgieron fuera del país; otra es la comparación de cada tramo de esa historia con las de otros países pertinentes; otra es el uso de las ciencias sociales (demografía, economía, ciencia política…) para entender el alcance de los hechos o procesos respectivos. Me explico:
• Desde la impronta cultural de la Colonia hasta el tráfico de drogas o la pandemia de COVID-19, casi nada de Colombia o de su historia se entiende sin entender el contexto internacional, y por eso en este libro le dedico un amplio espacio a explicar ese contexto.
• Al comparar, digamos, nuestros partidos políticos, o el tipo de exportaciones, o la violencia guerrillera con los de otros países, se aprecia mucho mejor lo peculiar o distintivo del camino colombiano y la manera como hemos llegado a ser lo que ahora somos.
• El uso de las distintas ciencias sociales permite que, además de una historia general, el libro sea una historia económica, o política, o militar, o religiosa, o demográfica, o jurídica, o cultural de Colombia; y ayuda, sobre todo, a comprender por qué las cosas sucedieron como sucedieron, porqué estamos como estamos y cuáles por tanto son nuestras posibilidades hacia el futuro.
Estas, creo, son las tres marcas distintivas de mi libro, las que más lo diferencian de las abundantes y a veces excelentes publicaciones sobre el tema que me sirvieron como punto de partida.
Conclusiones novedosas o polémicas
De combinar el inventario cuidadoso de los hechos comprobados, la coherencia narrativa, el análisis del contexto mundial, las comparaciones internacionales y las leyes o hallazgos mejor establecidos de distintas ciencias sociales, resultó una lectura integral, diferente y a veces sorprendente de la historia de Colombia entre 1810 y 2020.
No me propuse contradecir a ningún analista o historiador, ni tampoco ofender o defender a ningún personaje vivo o muerto, pero sé que la lectora o el lector encontrarán muchas conclusiones novedosas o polémicas, sobre todo en los periodos turbulentos o momentos escabrosos de la historia colombiana, en los episodios de grandes consecuencias, y en los tramos más recientes de ese camino de 210 años.
En relación con esos elementos novedosos o polémicos, debo decir honradamente que en más de una ocasión el primer sorprendido fui yo mismo. Después de repasar los hechos pasados o recientes que son de dominio público y están bien establecidos, busqué una explicación que diera cuenta fidedigna y completa de esos hechos: mi explicación es la secuencia de hipótesis que mejor se ajustaron al conjunto de los hechos comprobados.
Supongo que entre mis colegas habrá más de un desacuerdo con el libro, como también supongo que algunas conclusiones pisarán callos de los protagonistas pasados o presentes de nuestra vida pública. Me daría por satisfecho si este libro contribuye a ventilar las circunstancias y consecuencias de decisiones o procesos cruciales para Colombia, siempre que el diálogo sea sosegado, que no se base en dimes y diretes sino en hechos comprobados, y que no se reduzca a discutir algún detalle, sino que ofrezca una mejor hipótesis o explicación del conjunto de los hechos pertinentes.
Y es que la ciencia, al fin y al cabo, no es más ni es menos que la mejor explicación disponible del conjunto de hechos conocidos sobre una esfera de la realidad, sea que hablemos del sistema solar o de la historia verdadera de Colombia.
*Sociólogo, economista, filósofo, abogado, columnista de los principales medios de comunicación y editor general de Razón Pública.