Contando el conteo: mi experiencia como jurado de votación
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Contando el conteo: mi experiencia como jurado de votación

Escrito por Javier Revelo
los jurado de votación 2022

Este relato personal y detallado de lo que pasa en una mesa de votación explica mejor que todas las explicaciones de la Registraduría por qué la probabilidad de errar es muy alta y la de hacer trampa es muy baja.

Javier Revelo Rebolledo*

El día de las votaciones

Al llegar a Corferias, un agente de policía me pidió la cédula y la prueba de que había sido citado para ser jurado de votación.

Así fuimos llegando los seis que habíamos sido elegidos de forma aleatoria y con quienes compartiría todo mi domingo. Abrimos el material a las 7 am, lo organizamos y nos dividimos las tareas según el lugar donde nos habíamos sentado al llegar. A las 8 de la mañana sonó el himno nacional: la señal que dio comienzo a las votaciones.

Yo era el encargado de saludar al ciudadano, recibir su cédula y “verificar” la identidad que se escondía detrás del tapabocas. Sin ninguna formación en identificación de personas, me enfrenté a los cambios físicos que los votantes habían vivido desde que sacaron sus cédulas. Unas tenían gafas, otros habían perdido el cabello y otros simplemente se habían engordado.

Paradójicamente, empezamos por las consultas porque lo importante en las elecciones del Congreso es definir quiénes serán los candidatos presidenciales.

Con cada cédula que recibía y cada mirada que cruzaba, pensaba en las bondades que la tecnología traería al proceso y también en lo falible e inútil de mi trabajo. Seguramente algunos votaron con cédulas ajenas.

Después, escribíamos el nombre del votante y recibíamos su firma y su huella. Lo difícil del encuentro inicial era en realidad lidiar con tantas personas que no sabían cómo votar.

La mayoría quedaban fríos cuando les preguntábamos por cuál de las tres circunscripciones de Cámara y las dos de Senado querían votar. Los jurados tuvimos que hacer pedagogía electoral de manera cautelosa, porque nuestra instrucción era entregar una cartilla para que el ciudadano ilustre tomara su decisión.

Cuando la persona escogía su candidato en el cubículo de cartón, nuestro desafío era garantizar que los tarjetones llegaran a la caja adecuada. Entre las 8 de la mañana y las 4 de la tarde repetimos el proceso 157 veces. La única excepción fue al mediodía, cuando nos dividimos para salir a almorzar.

Mi compañera de almuerzo se llamaba Andrea, una auxiliar de enfermería que trabaja en una IPS de Bogotá. Hacía turnos de doce horas, tenía dos hijos y estudiaba enfermería con la esperanza de llegar a ser jefe. En su cara se veía la preocupación por el tiempo que perdía en Corferias. “Ojalá terminemos rápido”, me dijo. Era su primera vez.

Como la esperanza es lo primero que se pierde, le conté que en mi última vez como jurado habíamos acabado después de las 8 de la noche. Aterrada, quiso comprender por qué. Le conté lo que nos esperaba y al final me dijo que seguramente no dormiría esa noche porque tenía que enviarle un trabajo a su profesor. “Ya no doy más”, dijo. Aunque los jurados reciben un día laboral libre, eso no basta para compensar deberes académicos y de cuidado que no paran.

Números y asteriscos

Cuando el himno nacional sonó de nuevo, empezamos a destruir los tarjetones y los certificados de votación que sobraron porque al menos el 90 % de los ciudadanos habilitados para votar no fueron.

Fuimos seis personas rompiendo papeles durante al menos media hora. En nuestra mesa llenamos dos bolsas grandes de basura. La Registraduría está convencida de que es mejor que sobre a que falte. Y sobra mucho. “Algunos creen que la solución es no usar pitillos”, les dije a mis compañeros con una sonrisa.

Antes de abrir las cajas de cartón en el orden que había definido la Registraduría, contamos dos veces el número total de votantes en el formulario que tenía las firmas y huellas.

Paradójicamente, empezamos por las consultas porque lo importante en las elecciones del Congreso es definir quiénes serán los candidatos presidenciales. Desdoblamos y agrupamos los tarjetones en tres montones, uno para cada consulta. También contamos la cantidad total de tarjetones para no acabar con más votos que votantes.

Entre todos contamos los tarjetones, uno por uno. Cada consulta tenía su E-14, el famoso formulario que la Registraduría usa para reportar los resultados. En el momento de empezar a diligenciar el formulario, nos embargó una duda sobre cómo llenar las casillas vacías.

La pregunta era válida no sólo porque en los E-14 los candidatos tienen un espacio para incluir tres cifras, sino porque muy pocos logran ese tipo de números. La mayoría decidió, sin dudarlo, usar asteriscos. “Las rayas las convierten en números”, recordó uno de ellos. Esta decisión demostró la desconfianza del grupo de desconocidos en la Registraduría, aunque seguramente esto implicaría desocuparse más tarde.

Pero cada consulta tenía tres formularios idénticos que se diferenciaban por su destinatario: transmisión, delegados y escrutinio. La información consignada en el primer formulario se debe repetir manualmente dos veces más. Al finalizar el conteo de las consultas ya habíamos diligenciado y firmado tres E-14 por cada una de las tres consultas. Así nos adentramos en un mundo lleno de números, asteriscos y mucha repetición manual.

Repetir el conteo

Ya estaba oscureciendo cuando acabamos de contar “lo importante”. El conteo de los votos del Congreso fue mucho más difícil porque teníamos poca luz, hambre, mucho frío y estábamos exhaustos.

No sólo eso. Tuvimos que trabajar en el piso porque la mesa no alcanzaba para organizar los tarjetones en montones. Quizás la Registraduría selecciona a propósito a gente joven —o relativamente joven— para que trabaje en el piso.

Organizamos los montones según el orden del “cuenta votos”, que es un librillo enorme, mal cosido y sin valor jurídico donde se hace el conteo inicial que después se registra en el E-14.

En ese momento me percaté de que el montón de votos nulos tenía diez tarjetones. Sentí la necesidad de revisarlos y someterlos a discusión. Concluimos que ocho de esos votos en realidad no eran nulos. Así atajamos un error humano originado en una capacitación que poco ayuda a determinar cuándo un voto es válido o no, en la precariedad de nuestras condiciones y hasta en la tinta clara de los lapiceros.

Antes de trascribir manualmente los resultados del “cuenta votos” a los E-14, comprobamos que la cantidad de tarjetones fuese igual a la suma de votos. Nos sentíamos seguros y por eso empezamos a contar sin la ayuda de una calculadora.

Sin embargo, tuvimos que repetir el proceso, pues la suma del “cuenta votos” era mayor que la cantidad de tarjetones. Esta vez todos sacamos nuestros teléfonos personales.

Sin identificación biométrica, sin calculadora y con mucho papel, imagino que la experiencia de un jurado de votación hace un siglo fue igual a la mía.

Tener que repetir el proceso nos dolió porque, a esas alturas, ya llevábamos más de doce horas ahí. Era la hora de la cena y ni agua teníamos. Afortunadamente la suma salió correcta en el segundo intento, lo cual nos permitió empezar a llenar los tres E-14 de Cámara, que no son hojas sencillas sino pequeños libros. El proceso vivido con la caja del Senado fue prácticamente el mismo.

El conteo en la mesa contó entonces con quince formularios E-14 diligenciados y firmados. Mientras que un joven con camiseta blanca nos recibió los E-14 de trasmisión y de delegados, una señora con chaleco de la Registraduría guardó el resto de los papeles en una bolsa sellada que cargó en un costal.

A cambio de firmar otro formulario y la bolsa, recibimos la constancia del deber cumplido.

Nuestra “autopista del sur”

Sin identificación biométrica, sin calculadora y con mucho papel, imagino que la experiencia de un jurado de votación hace un siglo fue igual a la mía.

La imprenta es el único invento tecnológico que los jurados de votación usan hoy en Corferias, el principal puesto de votación de Bogotá. Con grupos de jurados tan diversos y en condiciones tan precarias, intuyo que la probabilidad de errar es muy alta y la probabilidad de hacer trampa es baja. Creo que para hacer trampa se necesita amañar la conformación de las mesas desde antes o sumar mal los E-14 después de que estos salen de las manos de los jurados.

Al acabar la jornada, recordé “La autopista del sur”, el cuento de Cortázar en el que un grupo de desconocidos crea vínculos en un trancón monumental, vínculos que se desvanecen cuando los carros retoman la marcha. Así mismo me despedí del grupo de jurados, para nunca más volverles a ver.

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