Construir universidad con los profesores | Razón Pública 2023
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Construir universidad con los profesores: del desaliento a la alegría de aprender

Escrito por Francisco Javier Díaz

Urge que las universidades dejen atrás la burocracia y la carrera por atraer clientes, para recuperar el interés en aprender. Lo dice, con pesar, alguien que ha sido profesor durante treinta años*

Francisco Díaz**

Educados en los rankings

Los indicadores están destruyendo la educación e impidiendo el proceso educativo.

Los rankings sobre calidad educativa se presentan como un círculo virtuoso en un mundo académico que sufre clara decadencia en el ejercicio de sus tareas reales: las de enseñar y aprender para enseñar.

La universidad en el mundo y en Colombia se encuentra en medio de la trampa que resulta de la carrera de los rankings: muy afortunada cuando se encuentra entre los caballos de adelante en la carrera, y muy preocupada cuando otras deciden acomodarse en su lugar.

Pero con eso la docencia y los docentes pasan a un segundo plano y los estudiantes pierden las ganas de aprender.

Preocupadas por atraer nuevos clientes, por el adolescente cuyo desaliento lo ha postrado en una situación de  nini (ni estudia ni trabaja), las universidades ofrecen colecciones de oportunidades para garantizar el ingreso, la continuidad y la graduación de quienes ven como pilar de su negocio.

La universidad en el mundo y en Colombia se encuentra en medio de la trampa que resulta de la carrera de los rankings: muy afortunada cuando se encuentra entre los caballos de adelante en la carrera, y muy preocupada cuando otras deciden acomodarse en su lugar.

Pero esos muchos ofrecimientos confluyen en el olvido del rostro humano del profesorado. Y más aún en una tarea desentendida frente a un público que no sabe a qué atenerse: la medición genuina de la calidad.

Foto: Alcaldía de Medellín - La labor de los profesores universitarios de transformar a los estudiantes se confundió con tareas burocráticas y administrativas.

3o años de mi vida

Recuerdo esos estudiantes que me topo en los caminos del centro histórico de Bogotá, cuando oigo el llamado de algún conocido que repite mi nombre: “míster”, y al voltear a verlo recorro 30 años de recuerdos en medio de mi memoria confundida.

Después de un baño de comentarios y saludos que le ayudan a mi memoria a no languidecer, escucho esos comentarios que siempre quieren invitarme a develar ese camino a veces sombrío y a veces alegre del joven universitario.

Recoger esas experiencias de quienes se atrevieron a cursar un camino emancipador que les daría la posibilidad de evaluar al viejo profesor con quien interactuó y se atrevió a nadar en el mar de experiencias que significa construir un capital humano.

Me apena comprobar que muchos de esos caminos están sufriendo reveses. Las brechas entre estudiante y profesor aumentan, con todo ese oscuro conocimiento que sale a la luz entre los dos, dado que las complejas situaciones de ánimos exacerbados, de emociones crujientes que amenazan buenos comentarios y evaluaciones, contrastan con el deseo tradicional de cómo el estudiante supera al maestro.

Ahora la luz de quien no se atreve a retirarse y forjar su espíritu de nini queda atrapada en un mar de situaciones. El plagio inunda la academia, las cartas demandantes contra cada profesor apabullan su oficio, las relaciones contractuales se ven amenazadas y el nivel académico no ha disminuido, sino que se ha refundido en algún lugar de ese mundo universitario.

En el Titanic de la academia

Recuperar el espacio académico puede ser un desafío complicado.

La inteligencia artificial confunde a algunos pensando cómo evaluar correctamente, mientras que la didáctica y la pedagogía son como el Titanic: cada día se estrellan contra un iceberg. A la par, el mercado del rebusque salva al estudiantado.

Después está la relación académica, donde seres humanos se confunden como estudiantes y profesorado. Por eso, su relación se basa en la discusión de formas de ver el mundo desde las distintas disciplinas impartidas, pero a la vez es aplastada por la homogeneidad del conocimiento.

La aventura del conocimiento era llegar a una sesión de clase y descubrir cómo el profesor explica que la tierra es plana, después llega otro e indica que es un cuadrado, y por la tarde un lunático dice que es como redonda, pero algún estudiante persiste en que es solo apariencia.

Eso es lo que crea una academia rica en discusiones, en vez de una perdida del tiempo en llamadas a listas de asistencia, trabajos desgastantes y versiones de programas antifraude para garantizar la creatividad.

El estudiante que saludó eventualmente en mis rutas en La Candelaria es en ocasiones un profesional, un miembro de alguna familia, un desencantado o alguien que con gratitud recuerda su paso por la academia.

Entre sentimientos indago qué sucedió. Palabras como felicidad y tristeza fluyen de su corazón. Agradecimiento o un poco de rencor afloran, pero siempre queda el deseo de transformar esos lugares donde la creatividad y la innovación deben fluir desde toda la comunidad académica.

Sin embargo, los tropiezos aumentan. Las mediciones no reflejan las deserciones ni las decepciones de quienes deseaban involucrarse en una experiencia académica enriquecedora con un profesorado comprometido.

En vez de eso, los caminos se separan por una larga lista de acertijos basados en los retardos en cada curso, la ausencia de otros, la indisciplina en las entregas, y la dificultad para ser lectores o lectoras, escritoras o escritores. Esas situaciones se confunden con la rutinaria decepción profesoral que se pierde al contrastar su pasada condición estudiantil sobresaliente y la quebradiza condición estudiantil actual.

Estudiante y profesor en vez de burocracia

Los caminos no se cierran porque la academia se confronta de una universidad a otra: nombres y apodos desobligantes las alejan, pierden en el compartir experiencias exitosas y se aíslan de ellas mismas.

Así, permiten que algo más oscuro las domine. No es la mediocridad, pues ese es el lugar medio de la educación y de la academia. Más bien, es la apatía.

El rumbo de transformar a los jóvenes, de hacerlos pensar y de incitarles a pronunciarse se convirtió en una administración burocrática. Este aparato administrativo hizo invisibles a los docentes frente a los estudiantes, en medio de una confusión con los títulos de cada maestro y de su monólogo con su tablero y diapositivas.

La ruta podría ser más sencilla, pues el camino es dado por el profesorado que se entrega en cada una de sus tareas a realizar, junto a un estudiante que le apetece ser cumplidor de su ejercicio y serlo más allá de la saga de la asistencia o no al recinto educativo.

Claro, no hay que olvidar cómo se relacionan los estudiantes, cómo se comprometen en su visón de cambio del mundo, cómo se apoyan en sus familias para ser transformadores y emancipadores de esa sociedad donde confluyen, alejándose unos y otros de la repetición de un orbe inexistente.

La trampa está en el medio: las redes sociales doblegaron a unos y a otros los catapultaron. Esto ha llevado a esa antipática producción de metodologías prohibicionistas o permisivas y ha confundido la tarea de un formador frente a sus estudiantes.

El nini será un visionario de esos mundos donde se perdió la creatividad por haber descuidado el aprendizaje, y comprenderá que la educación para el trabajo por estos mundos caducó, pues en dichas regiones más al norte los estudiantes pueden graduarse sin tantas dificultades.

Finalmente, los problemas se agravan con toda una serie de cursos exóticos, programas complejos y títulos rimbombantes que distraen a quien desea explicarse el mundo con la ayuda de otras miradas. Esto aleja al docente de su sentido y compromiso de abrir mentes y ventanas que permitan observar, analizar, evaluar y proponer nuevas miradas del mundo o crear unos nuevos.

El nini como visionario

En el Norte del mundo no llaman a lista ni se ocupan en “quices” o exámenes- sorpresa ni en ensayos inútiles.

Pero las universidades del Norte tienen altos niveles de productividad intelectual, pedagógica y tecnológica. Aquí, por el contrario, se madruga mucho con el llamado a lista, el quiz, los ensayos y parciales. Aun con eso, los índices de productividad son de 1,74. Es decir, rajados con tanta exigencia disciplinar.

El nini será un visionario de esos mundos donde se perdió la creatividad por haber descuidado el aprendizaje, y comprenderá que la educación para el trabajo por estos mundos caducó, pues en dichas regiones más al norte los estudiantes pueden graduarse sin tantas dificultades.

Volver atrás no será una solución, la prospectiva implica transformar y romper paradigmas, basados en un decálogo de amor por la enseñanza y de tolerancia hacia el nuevo estudiantado.

Este compromiso va más allá de llegar puntual a clase, implica llegar a tiempo para salvar el mundo de la academia.

Puede leer: El mundo de los jóvenes desanimados: los Ninis

*Este artículo hace parte de la alianza entre Razón Pública y la Facultad de Economía de la Universidad Externado de Colombia. Las opiniones expresadas son responsabilidad de los autores

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