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Confinamiento, indisciplina y autoritarismo

Escrito por Delfín Ignacio Grueso
Delfin Grueso

Razones culturales, ideológicas y sociales que nos explican por qué distintos países, regiones del país y grupos de población desconocen las normas o medidas de bioseguridad. ¿Para dónde va el gobierno Duque?

Delfín Ignacio Grueso*

Diferencias culturales en el mundo

La indisciplina está relacionada con factores de clase, ideológicos y culturales. Los factores culturales son más fáciles de visualizar en el plano internacional.

Basta constatar que el confinamiento ha sido mejor soportado por las sociedades china, japonesa y coreana, no tan signadas por ese celo libertario que caracteriza a Occidente. En Italia y en España, al menos al principio de la pandemia, ese plus de libertad obró en contra de las metas colectivas.

Suecia aportó un ejemplo distinto de raíz similar: no cerró escuelas, parques, restaurantes y bares y dejó en manos del individuo la responsabilidad de su cuidado. Así honraba su libertad sin sacrificar la economía. Había otra razón: le apostaba a una ‘inmunidad de rebaño’ que todavía no ha alcanzado. Y de todas maneras ha tenido casi tantos muertos como Francia.

Foto: Alcaldía Distrital de Santamarta ¿A qué se debe la indisciplina ante las medidas para lidiar con la pandemia?

El peso de las ideologías

Una buena parte del comportamiento de la pandemia en Estados Unidos, Inglaterra Brasil o México se explica por la soberbia de Trump, Bolsonaro, Boris Johnson y López Obrador, y no tanto por la cultura de las naciones.

Al menos en los tres primeros, su oposición a cualquier regulación social fue ideológica, mezclando posturas anti-academia (usualmente con la misma irritación hacia la ciencia con que niegan el calentamiento global) y defensas a ultranza de la libertad individual.

Sus imposturas fueron exitosas porque surgieron en países políticamente polarizados y con personas capaces de apoyarlas, no tanto porque tengan mejores políticas frente a la pandemia, sino porque les evita darle la razón a la contraparte.

El ejemplo más patético de esa soberbia ideológica fueron los extremistas de derecha que salieron en las ciudades norteamericanas a desafiar las medidas impuestas por los gobernadores demócratas.

Pero sus líderes van más allá del formato ideológico: buscan salvar la economía (esa específica constelación de intereses que una perspectiva ideológica llama ‘la economía’). Al tenor de esta postura en Estados Unidos y en Brasil miles de ciudadanos fueron enviados a una muerte que pudo ser evitada.

Colombia: vendedores ambulantes y rebelión de las canas

Si vemos a nuestro entorno y prestamos atención a la vida cotidiana de este país tan conservador como inequitativo, podemos identificar la importancia de los factores de clase en la desobediencia de las reglas.

Solo hay que repasar las formas de la indisciplina social: cuando con una conducta se elude el cumplimiento de las pautas de bioseguridad o cuando con argumentos se discute su validez.

Algo va de lo que se expresa en esa romería de vendedores ambulantes, o en las fiestas clandestinas, a lo que se quiere defender con la ‘rebelión de las canas’ de señoras y señores setentones.

Con tan alto nivel de informalidad laboral, los vendedores ambulantes simplemente no pueden confinarse. Si van por las calles con el tapabocas a la altura del mentón, promocionando sus productos y desafiando al mismo tiempo a las autoridades y a la muerte, es simplemente porque tienen que comer. Salen a sobrevivir a riesgo de la vida misma.

No esbozan defensas del derecho a la movilidad como aquellos ofendidos porque fueron enviados a casa bajo el rótulo de abuelitos y que, además, enarbolan la autoridad que les da la experiencia acumulada como prueba suficiente de capacidad de auto-cuidado. Esa sola experiencia podría ser contrastada con la actitud que exhiben los jovencitos hormonados que andan para arriba y para abajo llevando el virus.

Pero argumentativamente hay algo más: ‘No le hemos entregado al Estado el derecho a cuidarnos de nosotros mismos’, dicen. Por eso se oponen al ‘paternalismo’ jurídico y político que llevan implícitas estas medidas de confinamiento.

Casi acaban diciendo al modo de John Stuart Mill: el Gobierno no puede obligarlo a uno a mantenerse sano; no puede impedirle comprometer incluso la salud, si con ello se realiza plenamente la libertad.

Fiestas clandestinas y formas de vida

La indisciplina social propia de las fiestas clandestinas que la policía descubre cada puente y cada fin de semana, en todas las clases sociales y en las distintas regiones del país, no se explica ni por argumentos ético-políticos ni por necesidades extremas.

A menudo hay un hedonismo ramplón propio de subculturas emergentes, pero también hay factores económicos y culturales. En muchas regiones es difícil separar un asado familiar de un intercambio barrial, y un velorio es ante todo algo que incumbe a la familia extensa, no apenas a los dos familiares cercanos que permiten las normas biosanitarias.

Con el mismo rasero

Por otra parte, ‘quédese en casa’ es una orden que se entiende de manera distinta en un apartamento de clase media y en un sector popular, o en aquellos pueblos donde la calle es una extensión de la sala donde están los vecinos al caer la tarde, sentados en sus mecedoras, o donde se han criado los niños que a menudo sólo regresan a casa a comer y dormir.

Las medidas gubernamentales chocan con esa diversidad de la vivencia espacial y así es muy difícil contener el contagio. El alcalde de Cali tiene razón al decir que le es más fácil garantizar que un joven contagiado no propague el virus y cumpla la cuarentena si vive en un apartamento del occidente de la ciudad, en vez de en una casa de 40 m2 del Distrito de Aguablanca. La diferencia no está sólo en el metraje del espacio: es socioeconómica y cultural.

Conforme avanzan los meses, a los abuelos libertarios, a los jóvenes rumberos, a los trabajadores informales, a las madres cabezas de familia, a los jugadores de dominó en las tardes tibias de los pueblos del litoral y a las personas con comorbilidades la ‘señora Muerte se los va llevando’, como en el poema de León de Greiff. Ella ha ido cosechando atendiendo medias las razones filosóficas, las condiciones socioeconómicas y los factores culturales.

Foto: Alcaldía de Bogotá El clasismo determina a qué se le llama indisciplina social y a qué no.

Gobierno autoritario

Puede ser verdaderamente complejo dilucidar las responsabilidades y pasarle la cuenta al gobierno por todos estos muertos; quizás nuestro inmoral sistema de salud y las condiciones de la informalidad económica no daban para más.

Pero lo que sí no podemos ignorar es el modo en que, invocando el rigor patológico de la pandemia y la rebeldía social frente a las medidas de confinamiento, se ha ido afirmando un estilo político autoritario y economicista.

El sesgo político de los primeros decretos se refería sólo de modo indirecto a la pandemia y fueron los gremios económicos, antes que los epidemiólogos, los que legitimaron las primeras medidas. Esos decretos estaban orientados a salvar a los bancos antes que a la gente.

Las autoridades locales fueron las encargadas de tomar las primeras medidas de cuarentena acordes con la gravedad del momento. Luego, las medidas que flexibilizaron la cuarentena buscaban oxigenar la economía (lo cual es en sí mismo válido), pero sin atender necesariamente al comportamiento de la curva de contagio. De nuevo: importó más ‘la economía’ que la gente y la pandemia ha seguido justificando un estado de excepción que oxigena un gobierno débil y sin norte, que ahora exhibe sin pudor su talante autoritario.

Lo que ha terminado favoreciendo a un gobierno, que hacia febrero tenía tan bajos niveles de aceptación, ha debilitado también la democracia colombiana: lo que ya desde el comienzo era un estilo gubernamental elusivo, ha mutado hacia una sordera insultante frente al clamor nacional en relación con otros problemas igualmente acuciantes. Valga mencionar el exterminio de los líderes sociales y las diversas formas en que se ahogan los acuerdos de paz. Todo eso queda oculto tras el programa vespertino en que el presidente nos habla de la pandemia.

Y lo que se fortalece es un régimen que, fingiendo cuidarnos y apelando al criterio de los expertos, aprovecha la situación para eludir el necesario control político y que gobierna mediante decretos.

Es un negacionismo distinto del de Trump y Bolsonaro. No se ha puesto a pelear con los epidemiólogos y no ha minimizado la gravedad de la pandemia. La ha usado para negar la democracia, para ignorar a la oposición, comenzando ‘por la vieja ésa’, y para no darse por enterado de la desestabilización que su propio estilo está causando.

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