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Cómo romper el círculo fatal de la venganza

Escrito por Medófilo Medina
Medófilo Medina

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Aunque la guerra es buen negocio para muchos, el interés nacional exige ponerle fin de inmediato. Si bien hay quienes se hacen la ilusión de una salida militar, la solución no puede ser sino política. Pero los militares tienen mucho que decir en la negociación, y la batalla por la paz comienza por los jóvenes.

Medófilo Medina *

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Vientos de guerra

En la pasada edición de Razón Pública sostuve que la guerra en Colombia es buen negocio para muchos y que por eso se sigue prolongando. Pero esta racionalidad “instrumental”, que explica la conducta de cada uno de los actores del conflicto, deja por fuera el interés de la sociedad en su conjunto. Dicho de otra manera: los intereses de unos grupos chocan con los de otros, y por entre brechas e intersticios puede abrirse paso la necesidad nacional de la paz; es lo que Hegel habrá llamado una “necesidad histórica objetiva”.

¿Puede asumirse entonces que en la opinión pública colombiana soplan vientos favorables a la búsqueda de la salida política al conflicto armado?

Sabemos que abrigar tal presunción sería ilusorio. Aunque es verdad que en los últimos meses se habían escuchado voces influyentes a favor de la paz, el atentado contra el ex ministro Londoño y otros hechos recientes han revivido el clamor de los espíritus guerreristas.

Para esa franja alucinada resulta urgente volver a saturar la atmósfera con el síndrome del Caguán, engendrado a su vez por un axioma falaz: a las FARC se les dio todo con generosidad, pero éstas le hicieron trampa a la paz. En consecuencia, sólo ha quedado la guerra para aplastarlas.

Pero además, este complejo de imágenes, sentimientos e ideas que es el síndrome del Caguán se ha enlazado con fenómenos de más larga duración, que paso a describir.

La contrarrevolución cultural

De los pliegues del narcotráfico se ha desprendido una involución espiritual que encontró en la política electoral, en la acción de la Fuerzas Armadas, en el programa contrainsurgente del paramilitarismo, y en la actuación “revolucionaria” de las guerrillas, otros tantos medios sociales para expandir una verdadera contrarrevolución cultural.

Señalo algunos de los elementos que configuran el corpus de nociones y de emociones de esa contrarrevolución:

  • el fin justifica los medios – o el pragmatismo amoral;
  • la exaltación continua de sentimientos de revancha;
  • la ostentación de una estética particular, el kitsch traqueto;
  • la compatibilización de valores de muerte con valores legítimos; en este aspecto la incorporación de componentes de cierta religiosidad católica ha puesto un ingrediente peculiarmente colombiano.

Debo decir que no hemos sido quienes trabajamos desde las ciencias sociales los más perspicaces para captar y llevar a la conciencia pública este fenómeno. Ha sido la literatura la que nos ha ofrecido las más penetrantes composiciones de ficción. Ejemplos brillantes que sustentan el anterior aserto son tres novelas: La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo,[1] El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince[2] y Líbranos del bien de Alfonso Sánchez Baute[3].

Apelar a los jóvenes

Si esa contrarrevolución cultural de los últimos veinte o veinticinco años tiende a cerrar la vía de una salida política al conflicto armado, habría que decir, por otro lado, que es en el vasto escenario de la opinión pública donde cabe abogar por la defensa del interés genuinamente colectivo, comenzando por la educación básica: por el mundo de los niños y jóvenes.

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Apelar a los jóvenes para conseguir la paz. Aspecto de una marcha de la MANE.       Foto: LaUD Estéreo

Allí se debe acudir — no con la redundante salmodia de toda suerte de moralinas — sino con un surtido de argumentos que orienten la reflexión racional sobre lo que está pasando en el país y sobre las perspectivas deseables.

Es este el terreno donde — frente a la racionalidad instrumental particular de los grupos de interés — se responde con la contraposición del bien común, del interés nacional y del humanismo democrático.

Los militares y la salida política

En la discusión sobre las búsqueda de una salida política al conflicto interno parece obvio pensar en que las partes son el gobierno y la insurgencia, pero se comprende menos que existen lo que podría llamarse los campos internos de negociación, tanto para el gobierno como para la insurgencia.

Si el gobierno no concurre a unas negociaciones investido de una masa crítica mínima de consenso entre los poderes fácticos, y si la insurgencia no reúne acuerdos a nivel de la cúpula, de los mandos medios, de las bases y de sus apoyos sociales, es previsible que el camino hacia la paz se parezca mucho a atravesar un campo minado. 

En ese orden de reflexión, debe asumirse el tema de la relación de las Fuerzas Armadas con un proceso de negociación. En términos concretos serviría poco a la causa de la paz esgrimir la investidura del presidente de la República como comandante supremo, si tal condición no se afianza mediante serios esfuerzos de persuasión.

En un par de entrevistas que me concedió en febrero de 1998 el general Fernando Landazábal Reyes, exministro de Defensa de Belisario Betancur, cerca de tres meses antes de su execrable asesinato a manos de sicarios, señaló con autoridad y sobre todo sobre la base de su experiencia, que una causa importante que llevó al fracaso de los intentos de paz fue que a los militares no se les había tenido en cuenta.

En un aparte, que es preciso tomar cum grano salis, dijo el general: “Todas las comisiones de paz han fracasado, no he creído nunca en ellas. Siempre he dicho que la paz se hará el día que el gobierno autorice al mando militar para hacer la paz o hacer la guerra… Entonces cuando se converse, la guerrilla sabe que el mando militar no la traiciona y que lo propuesto y aceptado se le va a cumplir”. Más adelante enfatizó: “Y el Ejército sabe que lo prometido por la guerrilla se va a cumplir”[4].

La discusión de la relación: Fuerzas Militares y salida política no puede ser obviada por la invocación formal del principio de la no deliberación de las instituciones armadas por cuanto esta ha sido la coartada para que sectores de la extrema derecha se pretendan como los voceros naturales de los militares.

Un final que no llega

En las discusiones sobre los temas de la paz y de la guerra, invariablemente me encuentro con un argumento que se pretende irrebatible y que envuelve un cierto desdén: “¿Para qué plantear el tema de las negociaciones cuando la derrota total de la insurgencia es cuestión de días?”

Pero llevamos mucho tiempo en el exasperante e ineficaz culto a los “santos de los últimos días”:

  • al comienzo de su ejercicio como primer ministro de Defensa civil, Rafael Pardo anunció la victoria militar del gobierno en 18 meses;
  • por su parte, el general Carlos Alberto Ospina, comandante de las Fuerzas Militares en la primera etapa del gobierno Uribe dijo que “no hemos ganado la guerra, la vamos ganando y sin duda la vamos a ganar”;
  • el general Padilla de León con igual cargo que el anterior oficial, dijo el 22 de septiembre de 2007 que “se está llegando al fin del fin”;
  • acudiendo a imágenes de infantería, el almirante Edgar Cely declaró el 15 de junio de 2011: “Este es un momento histórico, estamos en los veinte metros finales más importantes”.

No traigo a cuento las cifras de la marcha diaria de la guerra durante el año en curso, porque el lector las tienen en mente y porque no puedo alargarme. Pero ellas comprueban que no han cesado ni cesan las acciones militares de ambos lados.

La guerra se degrada

Frente a lo anterior, es preciso que todo el mundo asuma el hecho elemental pero crucial de que las FARC y el ELN desarrollan una guerra irregular y que esto debe llevar a descender del modelo mental según el cual al conflicto interno colombiano se le puede poner fin militarmente en una o varias batallas convencionales en lugares dados y en fechas precisas o mediante la capitulación incondicional de los insurgentes.

Pero, ¿por qué negociar cuando a las dos guerrillas se les ha arrebatado la posibilidad de retomar una ofensiva de proyección estratégica? Esta pregunta remite a un argumento elemental: el conflicto interno no puede mantenerse, la guerra no puede prolongarse, sin descomponerse día a día para ambas partes.

La guerra no puede sostenerse sino sobre las bases de una alta exposición de la población civil a toda suerte de brutalidades y sufrimientos y sin que el sistema político salte de la deriva antidemocrática, amén de la dramática destrucción ambiental y del envilecimiento cultural.

El momento de la verdad

Luchar por una salida política al conflicto es bregar por un momento de la verdad: donde el crecimiento económico no pase por el apoyo de fuerzas violentas, donde la derecha dispute con sus tesis sin el apoyo de redes paramilitares y la izquierda pueda luchar por el apoyo de las mayorías.

Y que en todos los casos se haga sin la ilusión de contar con un recurso excepcional de convergencia entre lo militar y lo político, lo que algunos llaman con irrisoria astucia la “unidad de unidades”.

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La prolongación de la confrontación arrastra las vidas de los jóvenes colombianos.   Foto: Ejército

Que las Fuerzas Armadas busquen que la ciudadanía las rodee en su empeño por asegurar para el Estado el monopolio de la fuerza, pero sin olvidar que se trata de un monopolio legítimo de la fuerza.

Momento de la verdad donde los combatientes guerrilleros puedan emprender la aventura de construir carisma político lejos del espejismo de que las armas pueden otorgarlo.

¿Estaremos a punto de entrar en esa zona de prueba de la verdad? No lo sé. Pero difícilmente podríamos pensar que por fuera de ese empeño aseguraremos una manera digna de vivir.

El sociólogo alemán Norbert Elías evocaba La Orestíada de Esquilo a propósito de una etapa similar de la historia de su país, a cuyas imágenes he acudido otras veces. “Quizá recuerden: los dioses hicieron saber a Agamenón que podía esperar buen viento durante su travesía hacia Troya, solamente si les sacrificaba a su hija Ifigenia. A la vuelta de Troya, es asesinado en la tina por su esposa Clitemnestra, en parte porque ella quiere vengar la muerte de su hija. Las Erinnias — diosas de la venganza — impulsan al hijo de Agamenón, Orestes, a vengar a su padre en su madre. Pero cuando por fin la asesina, entonces también lo persiguen como matricida. Se refugia en el santuario de Atenea quien finalmente apacigua a las diosas de la venganza e intenta romper el círculo fatal, en cuyo curso los actos violentos provocan siempre nuevos episodios de violencia”[5].

La sabiduría y la consideración del bien común pueden romper el sino de la venganza.

* El perfil del autor lo encuentra en este link.
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