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¿Como es ser juez en Colombia?

Escrito por Francisco Bernate
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La alcaldesa y el ministro dicen que los jueces tienen la culpa de la impunidad. Por eso hay que ponerse los zapatos y ver cómo es la vida y el trabajo cotidiano de los jueces penales en Colombia. Es lo que hace esta nota.

Francisco Bernate Ochoa*

Criminales en libertad

La ola de inseguridad en las ciudades ha dado pie a muchas reacciones y afirmaciones críticas acerca del trabajo de los jueces en Colombia. Se dice, en especial, que ellos y ellas son los responsables de la impunidad y de dejar en libertad a los delincuentes.

Incluso una persona tan bien formada como la alcaldesa de Bogotá afirmó que “si los jueces siguen sin tener un compromiso con la seguridad, no vamos a salir adelante como nación”. Y hasta el ministro de Justicia pidió a los jueces “no estar tan pegados a la norma”, y enviar a la cárcel a los delincuentes.

Ambas declaraciones ocasionaron el rechazo de jueces y magistrados, debido a que estas desconocen tanto su trabajo riguroso y constitucional, como la autonomía judicial.

¿En qué condiciones trabajan los jueces y magistrados del país y hasta dónde llega su responsabilidad?

Una historia traumática

Los tiempos han cambiado. Cuando ingresé a la facultad de derecho, nuestros modelos eran los jueces valientes de Colombia, que a punta de mística se enfrentaban a los capos de la droga u otros grandes delincuentes, al punto de que muchos resultaron asesinados.

Todos soñábamos con ser magistrados, jueces, o fiscales. Para entonces, eran funcionarios con una remuneración precaria, que se movilizaban en transporte público, y apenas meses antes de la toma del Palacio de Justicia, se les asignó un vehículo, para que compartieran entre varios magistrados.

Yo quería ser como Ricardo Medina Moyano, uno de los sabios inmolados en esta toma demencial, que marcó un antes y un después en la justicia de Colombia. En esa madrugada del 7 de noviembre de 1985, los colombianos vimos como el ejército nacional irrumpía en el Palacio de Justicia con tanquetas, y desde entonces nuestra justicia nunca fue la misma.

Desde entonces, el ejecutivo ha pretendido subyugar a la rama judicial recortándole el presupuesto y culpándola de todos los males nacionales.

Desigualdad y palancas

Bajo el gobierno de Cesar Gaviria se mejoró la remuneración de los jueces, pero también se introdujo un abismal desequilibrio en materia salarial, de manera que los funcionarios del juzgado ganan mucho menos que los jueces y estos a su vez reciben una remuneración sustancialmente inferior a la que reciben los magistrados.

Empecemos entonces por ahí.

Se trabaja en un ambiente donde reina la desigualdad salarial y donde por eso no se cumple propiamente el mandato de a igual trabajo, igual sueldo.

A esto hay que sumar que muchos jueces trabajan en condiciones de provisionalidad, es decir, hoy están en el cargo, pero mañana no se sabe.

La historia de los concursos en la Rama Judicial merecería un largo artículo, así que baste con decir que la meritocracia llega hasta los tramos inferiores de la pirámide judicial, pero a los altos cargos se llega de otra manera.

Precariedad y sobrecarga

Ni que decir de las instalaciones donde se trabaja. Nuestros juzgados son espacios reducidos, con poca ventilación, equipos obsoletos donde muchas veces los funcionarios tienen que poner de su bolsillo para el toner de la impresora, el papel y, recientemente, el celular o el computador para las audiencias virtuales.

La planta de personal en los juzgados y fiscalías de Colombia realmente no ha cambiado desde 1991, mientras que cada vez ingresan más procesos.

Trabajar en la Rama Judicial es tener que atender un promedio de 1.200 procesos con escaso personal de apoyo y con la permanente obligación de cumplir metas.

Al asignar esas metas—un número esperado de fallos o decisiones—no se tienen en cuenta la complejidad del asunto, ni por lo mismo el tiempo de trabajo que exige cada expediente. En la estadística, todos los procesos son iguales. Casi todos estos casos, además, son urgentes porque el acusado es un peligro social que no debe andar suelto o porque, al revés, es una persona privada de libertad, aunque su culpabilidad no haya sido establecida. De aquí resultan muchas presiones encontradas, que por supuesto aumentan el estrés laboral.

Hasta el día de hoy no existe un estudio serio sobre las enfermedades profesionales en la rama judicial, pero sé por ejemplo que el número de divorcios es muy alto, quizá por cuenta de su trabajo lleno de tensiones.

 Excesos de presión

Además de ser sabio en derecho, el juez se convierte en jefe de los funcionarios de su despacho para llevar a cabo las múltiples y complejas investigaciones que le son encomendadas. Y sin embargo el juez no ha recibido capacitación alguna en el manejo del talento humano; por eso los conflictos y maltratos laborales son el pan de cada día.

Los jueces toman decisiones todos los días, y naturalmente aquel a quien no se le da la razón no duda en tildar al funcionario de ignorante o de corrupto. Por eso mismo, nuestros jueces no pueden usar el Twitter o el Facebook, su vida social es necesariamente restringida, y solo esperan que no les corresponda fallar un caso de los que ahora se denominan de connotación nacional, porque saben que su vida se convierte en un infierno. Propios y extraños diciéndole al juez lo que debe hacer, y la fiscalía general de la nación anunciando investigaciones penales en caso de que no le dé la razón: es la tormenta perfecta que recae sobre la cabeza del pobre juez encargado de un caso de connotación nacional.

Y a lo anterior este gobierno vino a añadir un ministro de Justicia que escogió subirse al bus de culpar a los jueces por la delincuencia, que es de la clase de abogados que cree que litigar es entrar al despacho del juez a conversar y que les pide abstenerse de aplicar la ley con tal de llenar las cárceles.

Y sin embargo

Ser juez en Colombia es enfrentarse a un país donde todas las personas se consideran penalistas, para decidir si alguien es culpable o inocente o cuál debe ser la pena. Es tener que trabajar con escasas herramientas, y sacrificar los días, las noches y el tiempo que debía dedicarse a la familia para mantenerse al día con los cambios constantes en la legislación.

Pero a pesar de todo eso ello miles de colombianos queremos ser jueces, y eso explica la concurrencia masiva a las convocatorias para suplir las plazas en nuestra judicatura. Colombia estaría perdida si no fuese por la mística y la honestidad de nuestros jueces, y no todos piensan igual que el flamante ministro de Justicia.

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