Se acerca el centenario del nacimiento del cómic en Colombia. Esta ha sido su historia y este ha sido el papel de sus creadores.
Juan Alberto Conde*
Cien años desde Adolfo Samper
En 2024, el cómic colombiano cumple cien años. Al menos, así lo creen quienes conciben al Mojicón, la obra de Adolfo Samper que calcaba de la historieta norteamericana Smitty, como el primer cómic colombiano. Aunque este sea un origen arbitrario, el mundo del cómic se prepara para celebrar esa fecha.
Según las investigaciones de Pablo Guerra, con su blog El globoscopio, el Museo Virtual de la Historieta Colombiana curado por Bernardo Rincón o de Daniel Rabanal en Tebeosfera, el lugar que ocupa Adolfo Samper en la historia del cómic colombiano es fundamental.
A lo largo de su historia, el cómic colombiano ha replicado en ocasiones lo que sucedía en otros países. Pero en otras, experimentó sus propios fenómenos exclusivos en el ecosistema editorial del país.
Tras su periodo como copista, el dibujante bogotano no solo siguió desarrollando historias propias para su célebre Mojicón sino que creó una serie de personajes que captaron la idiosincrasia, el humor y el carácter tragicómico colombiano. En sus viñetas desfilaron personajes cuyos nombres nos hablan de su raigambre local: Misia Escopeta, Bambuco, Perejil o don Amacise. Personajes que introdujeron los paisajes y los decires bogotanos en el mundo del cómic.
La prensa y los suplementos dominicales
A lo largo de su historia, el cómic colombiano ha replicado en ocasiones lo que sucedía en otros países. Pero en otras, experimentó sus propios fenómenos en el ecosistema editorial del país. Así, en sus comienzos, y a lo largo del siglo XX, el cómic estaba en las páginas de la prensa diaria o en sus suplementos dominicales, aunque su continuidad fue más intermitente que en otros países.
Tras un periodo de supervivencia gracias a la aparición de revistas infantiles como Chanchito, Michín o Pombo en la década de los cuarenta o al trabajo constante de Samper durante la de los cincuenta, hubo que esperar hasta los años sesenta para que apareciera un personaje nuevo: Copetín, de Ernesto Franco, publicado en El Tiempo. En esta historieta, Franco le daba voz a un gamín rechoncho y rubio que, en palabras de su autor, “se bañaba en la pileta de la Rebeca” y habitaba las calles de la capital.
También en la prensa diaria, y en la década siguiente, nacería otro de los personajes del cómic nacional que por un lado emulaba a los héroes de las historietas anglosajonas en su estilo de dibujo y narrativa secuencial —se ha señalado, sobre todo, la influencia de Burne Hogarth—, pero por otro introducía referentes de la historia colombiana: el cacique Calarcá, dibujado por Carlos Garzón y publicado en El Tiempo.
En esta misma línea, otros personajes históricos locales se convertirán en héroes y heroínas de papel —para usar la expresión de Felipe Ossa— que campearán por la prensa nacional, como La Gaitana de Serafín Díaz.
Las revistas especializadas
En la década de los setenta aparece el fenómeno más importante de las dos décadas siguientes: las revistas especializadas. En este periodo, nacieron las revistas Mini-Monos, liderada por José María López, Pepón, de carácter infantil, o las más adultas e independientes como Click!, de la ciudad de Cali, y Mala Compañía.
En la década de los ochenta surge el semanario dominical Los Monos, del periódico El Espectador, que se convertiría en una publicación fundamental para el desarrollo del cómic colombiano durante las últimas dos décadas del siglo XX.
En sus páginas aparecieron personajes como Tukano, Los Cuidapalos o Pacho y el dibujante, entre muchos otros. De estos cómics saldrían las siguientes generaciones de historietistas, que en la década de los noventa protagonizaron lo que se puede considerar una primera “edad de oro” de las publicaciones especializadas de cómic: fanzines y revistas como ACME, TNT, Agente Naranja o Zape Pelele.
Estas publicaciones supusieron una explosión de estilos y experimentos gráficos nutridos tanto por el cómic mainstream anglosajón o europeo como por las manifestaciones más vanguardistas del underground, pero que a la vez luchaban por representar a las calles, los personajes, las jergas y los problemas de las ciudades colombianas.
Ferias y editoriales independientes
Por otra parte, esta década atestigua el surgimiento de otro fenómeno que será fundamental para las siguientes: las ferias y los festivales especializados, así como las exposiciones de cómics de la mano de las publicaciones y colectivos independientes. Cabe destacar los siguientes.
- En la Feria del Libro de Bogotá, en Corferias, se exponen los trabajos de historietistas nacionales e internacionales.
- David Consuegra organiza la exposición Comics: otra visión, fundamental para la legitimación del llamado Noveno Arte en Colombia en el Museo de Arte de la Universidad Nacional.
- Nacen eventos como el Primer Salón de Historieta y Caricatura en Cali, el Primer Festival de Cómix Bajotierra, el Festival Comiciudad, organizado por la Escuela Nacional de Caricatura, y la Primera y Segunda Convención Nacional de Cómics.
Estos fenómenos encuentran un ambiente propicio para crecer y proliferar. Las ferias de cómic se extienden por ciudades como Cali, Medellín, Bucaramanga, Bogotá, Cartagena o Armenia, entre otras. Finalmente, maduran hasta dar lugar a la más grande y organizada, que reúne a varias de estas ciudades y que convoca a invitados nacionales e internacionales: el Festival Entreviñetas, que se llevó a cabo desde el año 2006 y hasta el 2019 —y que al parecer volverá a realizarse en este año—.
Este festival supuso un hito fundamental en la consolidación de la cultura del cómic en Colombia ya que difundía las nuevas tendencias de la historieta alternativa global, que ya contaba con algunas manifestaciones locales, como el cómic autobiográfico el cómic reportaje o documental, y otras formas de narrativa gráfica que se alejan de los géneros tradicionales anglosajones.
Este festival estuvo asociado con una de las publicaciones fundamentales del nuevo milenio: la revista Larva, que publicaba a historietistas que también representaban estas tendencias alternativas, tanto del contexto nacional como extranjero, y que en muchos sentidos supuso un renacer de las publicaciones seriadas de calidad editorial similar a las extintas de los años noventa.
Este nuevo ambiente permitió que muchos de los proyectos independientes de fanzine o autoedición mutaran hacia formas más organizadas, dando lugar a las primeras editoriales de cómics en Colombia, mientras que otras surgían como exploraciones provenientes del mundo del arte o la literatura.
Así, surgen editoriales como Robot, La Silueta o Laguna Libros, que inauguró un sello específicamente dedicado a la historieta: Cohete Cómics. A estas editoriales se suman Rey Naranjo, con una línea de biografías gráficas de escritores inaugurada por su exitosa Gabo: memorias de una vida mágica, traducida a múltiples idiomas, además de adaptaciones gráficas de novelas. Aparecen otras editoriales independientes como Colombia Ilustrada, Resplandor, Tragaluz Editores o Caballito de Acero, que también incluyen en sus títulos obras de cómic.
El nacimiento de la novela gráfica
De la mano de estas y otras editoriales, nació otro de los grandes fenómenos del mundo editorial contemporáneo: la novela gráfica, que ha abierto un espacio para otro tipo de historias y tratamientos gráficos al cómic nacional.
Obras como Virus Tropical de Powerpaola —la novela gráfica colombiana más conocida e influyente en el extranjero—, Parque el Poblado, de Johny B, Raquel y el fin del mundo de Mariana Gil Ríos, Elefantes en el cuarto de Sindy Infante Saaverdra, Follaje y La iglesia de los Cuernos de Truchafrita, El baile de San Pascual de Camilo Vieco o Las cosas que ya no están de Tatee.
Estas y muchas más obras forman un catálogo nacional de narraciones gráficas que son más extensas e intimistas que las historietas tradicionales y que ya comparten espacio en las estanterías de las librerías generales con la literatura, el ensayo o la no ficción. Esta labor pionera de las editoriales independientes colombianas ha permitido, a su vez, que los grandes grupos editoriales como Planeta y Random House incluyan en sus sellos de cómic títulos nacionales.
Planeta Cómics ha publicado obras como La peste de la memoria, de Salazar y Ramírez, Labio de Liebre, adaptación de la obra de teatro de Fabio Rubiano, y dibujada por Pipex o El difícil oficio de perdona de Maltés, Soto y Zursoif. También se publicó El eterno caminante, de Esteban Millán, y Todo esto era nuestro, de Paula Carvajal, además de la adaptación gráfica de la novela Satanás, de Mario Mendoza.
Además, Random House ha publicado la adaptación gráfica de Rosario Tijeras, de Jorge Franco, realizada por Pablo Guerra y Henry Díaz, y en su sello Reservoir Books, la novela gráfica El taxista llama dos veces de Antonio García, Juan Carlos Rodríguez y Keko Olano.
Paralelamente, el cómic en Colombia ha encontrado otro espacio de desarrollo en el ámbito de la no ficción, a la vez que se ha articulado con distintos procesos históricos y sociales. Historietas como La fuerza del campo: marchas cocaleras, La Palizúa: Ustedes no saben cómo ha sido esta lucha o Sin mascar palabra: Por los caminos de Tulapas forman parte de procesos de memoria histórica auspiciados por instituciones como el Centro de Nacional de Memoria Histórica o la Comisión de la verdad, que además ha publicado historietas de testimonio como La fuerza de la tierra, ¿Dónde están? o La hora de las lavanderas, de libre descarga.
Así mismo, historietas como Caminos condenados o Recetario de sabores lejanos, publicados por Cohete Cómics, son el resultado de investigaciones en el campo de las ciencias sociales, como también lo es El antagonista: una historia de contrabando y dolor, publicada por la Universidad de los Andes.

No obstante, y a manera de cierre, es posible decir que esta “nueva edad de oro” del cómic colombiano no se puede entender sin los proyectos independientes, tanto de las editoriales más consolidadas como del fanzine, la autoedición y los colectivos sociales.
En esta misma línea se inscribe el trabajo de colectivos como Altais Cómics, que ha producido obras de periodismo o no ficción como la adaptación de las crónicas de Emilia Pardo Umaña o Tres horizontes, que recoge tres historias reales de mujeres en Medellín. También está el Laboratorio de Estudios Culturales, Históricos y Espaciales (LECHE) con títulos como Cielo Rojo, Ciudad Perdida o En busca de la memoria perdida que aúnan la investigación social y el trabajo con comunidades con la historieta y su potencial de registro de la memoria colectiva y de intervención cultural.
No obstante, y a manera de cierre, es posible decir que esta “nueva edad de oro” del cómic colombiano no se puede entender sin los proyectos independientes, tanto de las editoriales más consolidadas como del fanzine, la autoedición y los colectivos sociales. Esto lo demuestra el Festival Independiente de Cómic Colombiano (FICCO), que acaba de celebrar su última versión, y en donde han convivido muchos de los distintos fenómenos aquí reseñados.
Desde la edición independiente la historieta nacional ha crecido para conquistar espacios en los grandes grupos editoriales y en la prensa nacional. De ese modo, se ha logrado darle un potencial narrativo y estético a las causas sociales o asociadas con la memoria histórica o como espacio lúdico y experimental para las expresiones artísticas más diversas. Con eso demostraron que en Colombia el Noveno arte es popular, libre e independiente.