Colombia y Venezuela, mucho más que Chávez y Uribe - Razón Pública
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Colombia y Venezuela, mucho más que Chávez y Uribe

Escrito por Hugo Ramírez

hugo ramirezLlegó el momento de hablar con franqueza sobre las relaciones colombo−venezolanas. Es posible que deban reconstruirse a partir de los espacios de mutuo contacto en la frontera.

Hugo Eduardo Ramírez *

 

banderazo202“El acto más pequeño en las circunstancias más limitadas

lleva la simiente de la misma ilimitación,

ya que un acto, y a veces una palabra,

basta para cambiar cualquier constelación”

Hannah Arendt

No hay marcha atrás

El epígrafe que encabeza este artículo es parte de la propuesta desarrollada por Hannah Arendt en su libro De la historia a la acción, obra en la que sostiene que al estar envueltos los seres humanos en “una red de relaciones”, sus acciones no sólo provocan “una reacción sino una reacción en cadena”, junto a otra característica que considera mucho más peligrosa: “el simple hecho de que, aunque no sabemos lo que estamos haciendo, no tenemos ninguna posibilidad de deshacer lo que hemos hecho. Los procesos de la acción no son sólo impredecibles, son también irreversibles; no hay autor o fabricante que pueda deshacer, destruir, lo que ha hecho si no le gusta o cuando las consecuencias muestran ser desastrosas”[1].

Lo propio ocurre con cada una de las acciones que han tenido lugar en la relación binacional colombo-venezolana de los últimos años. Las consecuencias producto del manejo de la relación binacional se convierten en estos días, con la entrada del nuevo gobierno colombiano, en un reto significativo para dos países con un inevitable destino común.

Rompiendo lo irrompible

Si algo se puede decir de las últimas declaraciones del presidente Uribe sobre la presencia de guerrilleros colombianos en territorio venezolano y de sus denuncias ante la OEA, así como de la decisión del presidente Chávez de romper relaciones con Colombia, es que se trata de acciones consecuentes con el manejo que le han dado los dos mandatarios a la relación binacional durante los ocho años que han compartido en el gobierno de los dos países.

Los nuevos hechos repiten las estrategias y protagonistas de los desencuentros. Con el ánimo de identificar algunas constantes en las relaciones y de precisar puntos fundamentales que ayuden a superar los problemas, fijaré ocho puntos claves en este momento:

  1. Los canales diplomáticos fueron remplazados por los canales de televisión: Poco a poco la relación diplomática entre los gobiernos se fue quedando sin canales, lo que llevó a que los asuntos más críticos, o se filtraran en los medios de comunicación (como fue el caso del acuerdo de cooperación militar estadounidense en bases colombianas, o de la negociación de las aguas marinas y submarinas en el Golfo de Maracaibo), o voluntariamente se dieran a conocer en medio de grandes espectáculos mediáticos, con todas las distorsiones que esta situación puede crear en los mensajes originales.
  2. Se privilegiaron las acciones de alto impacto: El manejo tradicional de la diplomacia, donde las notas revérsales, el llamado de los embajadores a consultas y otros mecanismos, hacían los procedimientos mucho más lentos pero al mismo tiempo creaban doctrina, pasó a un lado −en parte debido a la característica anterior−, para centrarse en marcar precedentes significativos que “detuvieran” a la contraparte. En este sentido, se puede ver con preocupación cómo fue aumentando el grado de las sanciones impuestas al otro en la relación. La escala común de valores entre los dos gobiernos, se hace cada vez más pequeña y al mismo tiempo concibe acciones que tengan mayor impacto. El escándalo público y las denuncias pasaron a ser recursos anteriores a la negociación y a la búsqueda de acuerdos comunes.
  3. La idea de una responsabilidad compartida se desdibujó en medio de la polarización: Cada día son más escasas las ocasiones en que los gobiernos abordan problemas binacionales bajo una lógica de responsabilidad compartida, en la que no habría ni “culpables” ni “inocentes”, y en la que necesariamente se debe reconocer que existen dinámicas que sobrepasan los límites territoriales y que sólo son posibles de manejar en conjunto. Desde Colombia se pidió colaboración y comprensión ante el conflicto interno, pero cuando la colaboración no se dio en los términos requeridos, se acusó a la contraparte de colaboración con los agentes desestabilizadores.
  4. Las instancias internacionales pasaron a ser vistas exclusivamente como tribunales de justicia: De ser lugares propicios para dirimir conflictos ante el juicio de contrapartes neutrales, se convirtieron en tribunales −así fueran exclusivamente simbólicos en la mayoría de los casos− en los cuales se buscó incriminar a la contraparte y extender la polarización de la relación. Muchas fueron las veces en las cuales se buscó más la sanción que la conciliación. Esta situación se hizo evidente no sólo en la OEA, sino en la Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR, en el Grupo de Río y en las Naciones Unidas.
  5. Se implantaron agendas cerradas con intereses contrapuestos: Las relaciones entre los gobiernos de Colombia y Venezuela no mantuvieron una distancia adecuada entre la ideología que guía sus proyectos políticos internos y la relación que mantienen con otros países (principalmente con Estados Unidos, aunque esta situación se pueda extender también a países como Ecuador), de los necesarios contactos que deben mantener como países limítrofes con una compleja red de relaciones. A pesar de que los proyectos ideológicos de ambos gobiernos tienen profundas diferencias, como es evidente, el discurso que primó en la agenda no tuvo en cuenta el uso de un lenguaje común, avivando las diferencias y llevando a posiciones irreconciliables. 
  6. Hubo una progresiva política exterior presidencialista sin los contrapesos necesarios: El presidencialismo exacerbado dentro de los países, sumado a la falta de los contrapesos necesarios −como operan otros sistemas presidencialistas−, llevó a que fueran pocas las veces en las que las Cancillerías tuvieran un papel protagónico en las decisiones, dejando toda la responsabilidad −y por añadidura todas las decisiones− en cabeza de un solo individuo.
  7. La política exterior se utilizó como herramienta para (des)estabilizar la política interna de los países: En razón de la anterior característica, la política exterior de los gobiernos centrales fue al mismo tiempo una herramienta para determinar la agenda política interna de los países. En momentos de coyunturas internas, la polarización frente al vecino se utilizó como la excusa perfecta para aliviar tensiones y asegurar capitales políticos. Una vez más se recurrió a la estrategia de generar proyectos de unidad nacional a partir de enemigos comunes.  
  8. Se sacrificaron las dinámicas fronterizas: Bajo el supuesto de que era mejor asumir los costos que ceder frente a la contraparte, la relación binacional llevó a que las consecuencias de las tensiones políticas entre los dos gobiernos, ubicados en el centro de los países, afectaran directamente a los habitantes de las poblaciones fronterizas. En varias crisis era más fácil volar de Bogotá a Caracas que cruzar por alguno de los puentes binacionales.

Reevaluar y reformular estrategias

Aunque parezca absurdo, la política parece haberse convertido en la peor enemiga de las relaciones colombo-venezolanas. Los discursos irreconciliables y fuera de cualquier límite, la falta de diplomacia y toda una suerte de acciones de parte y parte, son las razones de fondo que sustentan las características descritas anteriormente. Si bien cada gobierno tiene repertorios de acción muy diferentes, sus resultados muchas veces llegaron a ser los mismos.

Este 22 de julio, quedó comprobado que el largo camino de las relaciones binacionales tendrá que pasar por una reevaluación de algunos puntos mínimos de común acuerdo, y objetivos precisos que permitan definir responsabilidades compartidas. Así mismo, el gobierno entrante en Colombia deberá considerar hasta qué punto las estrategias del gobierno pasado fueron viables, formulando −o reformulando− una estrategia de política exterior que permita llevar a buen término las relaciones con los vecinos. En este sentido, agotadas todas las alternativas, el pragmatismo parece ser la guía correcta para el restablecimiento de las relaciones.

La insuficiencia del discurso centralista de los gobiernos puede evidenciarse en la forma en la cual, para llegar a instancias de cooperación como las que se esperaban −en temas tan delicados como los que se denunciaron en la OEA−, ambas partes contemplaron como posibilidad el que las relaciones pudieran romperse. Pensar de esta forma es desconocer las complejas dinámicas que operan en las fronteras nacionales, donde los gobiernos no pueden tener un control absoluto, así como tampoco pueden limitar el contacto con el otro.

A partir de la frontera

En este orden de ideas, en el sensible estado que se encuentran las relaciones entre los dos países, una verdadera estrategia que busque disminuir las tensiones deberá partir de la identificación, así como de la protección, de aquellos lazos que son irrompibles a pesar de la voluntad de los gobernantes. Este rumbo implicaría entonces una estrategia política inversa a la que hasta ahora primó en la relación binacional, donde desde Caracas y Bogotá se trazaban las directrices que iban a operar en los espacios de mutuo contacto. Agotadas las alternativas tradicionales ha llegado la hora de que los gobiernos tejan su relación desde la frontera, desde lo inevitable.

 

*  Hugo Eduardo Ramírez Arcos: Politólogo de la Universidad del Rosario. Estudiante de la Maestría en Sociología de la Universidad Nacional de Colombia y becario en la School of Authentic Journalism (2010). Investigador del Observatorio de Venezuela de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno, y de Relaciones Internaciones de la Universidad del Rosario.


Notas de pie de página

[1] Arendt, 1995, páginas105 y 106.

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