Las visiones de centro que durante mucho tiempo dominaron la política interna de Colombia y la de Venezuela fueron reemplazadas por dos visiones radicales y opuestas que han llevado a la crisis, según explica el conocido analista venezolano.
Carlos A. Romero
La tradición de concordia
Un viejo dicho popular expresa con dolor que Colombia y Venezuela perdieron a su padre con la muerte de Simón Bolívar y a su madre con la desaparición de la Gran Colombia. Ese dicho ha quedado entre nosotros como el fiel testimonio de cómo dos naciones comenzaron a tener muchas dificultades al quedar huérfanas de sus progenitores y sin poder resolver sus diferencias.
Por ello no sería exagerado plantear que la historia de las relaciones bilaterales no es más que el testimonio de los diversos esfuerzos realizados por los gobiernos de Colombia y Venezuela, que se han plasmado en reiterados compromisos, en una cooperación periódica, en el intercambio comercial y en la generación de una confianza mutua. Esto en muchas ocasiones logró conciliar el interés nacional de cada uno de ellos con la necesidad de convivir como vecinos.
Incluso luego de varios incidentes entre los gobiernos de Chávez y Uribe, hacia mediados del año 2007 las relaciones entre Colombia y Venezuela se habían estabilizado. Los dos gobiernos habían logrado un modus vivendi basado en la disminución de la llamada "diplomacia de micrófonos" y sobre todo en el impulso de unas relaciones bilaterales comerciales provechosas para ambos países. Llegar a este punto de equilibrio fue, entre otras cosas, el resultado de una gestión diplomática que resolvió la crisis ocurrida a raíz de la captura en Venezuela del líder guerrillero colombiano Rodrigo Granda en el año 2004 por funcionarios colombianos, sin el conocimiento y sin la autorización debida de las autoridades locales.
La nueva crisis vista desde Venezuela
El panorama ha cambiado durante el último año. Los mecanismos de cooperación están en tela de juicio y las relaciones se congelan o se reabren a medias, al tiempo que dentro de cada país han surgido dudas sobre las intenciones o actuaciones del otro país, y todavía no se vislumbra una solución amistosa de los debates planteados.
A raíz de la crisis entre Colombia y Ecuador, Venezuela ha tratado de "minar" el poder del presidente Uribe a fin de desprestigiarlo en todos los frentes, con el propósito táctico de evitar que surja una tercera candidatura presidencial del Jefe de Estado colombiano. Por su parte, el presidente Uribe no deja de vincular a Caracas con las FARC y levanta sospechas sobre el compromiso democrático del gobierno de Chávez.
Para algunos venezolanos el deterioro de las relaciones entre ambos países a partir de la incursión irregular de Colombia a territorio ecuatoriano y la eventual hipótesis de guerra significaría una oportunidad para que las Fuerzas Armadas Colombianas "barrieran" con la experiencia chavista. Otro sector apoyaría al gobierno de Chávez en un enfrentamiento con Colombia, si esto ayudara a cambiar hacia el socialismo la orientación de la política colombiana y a desplazar las elites actuales que mandan en ese país. Un tercer sector se lava las manos o es indiferente, aunque no falta quien alerte sobre el impacto social negativo que origina el distanciamiento entre ambas naciones. Un cuarto sector apuesta por la reconciliación.
La discusión en Colombia y en la región sobre los alcances y las consecuencias que originará la ampliación de un acuerdo de cooperación militar con Estados Unidos, el cual permitirá el uso de bases militares colombianas por las fuerzas armadas estadounidenses ha propiciado un mayor distanciamiento entre Caracas y Bogotá. Pese al retorno de su Embajador a Bogotá, el presidente Chávez ha tomado como un punto de honor la tesis de que no habrá negociación ni unas relaciones bilaterales estables con Colombia si el gobierno de Uribe no echa para atrás los convenios militares con Washington. Por su parte, el gobierno colombiano le pide al gobierno de Venezuela que explique sus supuestas relaciones con las FARC, como un paso previo para conversar de nuevo. Estas posturas echaron por tierra las buenas pero románticas intenciones de ambos gobiernos declaradas hace apenas unos meses atrás, de concentrar las relaciones en los aspectos económicos y comerciales, a fin de evitar mayores desencuentros.
La polarización en aumento
En medio de estos dos polos regionales de atracción ideológica en que se han convertido Caracas y Bogotá, la comunidad latinoamericana trata de no comprometerse en este debate binacional, aunque no oculta su disgusto con Washington por privilegiar sus relaciones con Colombia, fragmentando aún más a la región, en un momento en que se promueve la iniciativa del Consejo Sudamericano de Defensa y se apoya mayoritariamente la tesis de una convivencia entre gobiernos de diferentes orientaciones políticas. Del mismo modo, no falta quien observe con precaución el confuso tratamiento del tema de la guerrilla por el gobierno de Chávez.
Si las cosas siguen como vienen, el presidente Chávez va a insistir en su política de descrédito de la imagen del presidente Uribe, en promover sectores colombianos adversos a la Casa de Nariño y a la militarización del conflicto con Colombia., en medio de un debate sobre los alcances del Plan Colombia, el tránsito fronterizo de guerrilleros y paramilitares, la salida abrupta de Venezuela de la Comunidad Andina, su retiro definitivo de este mecanismo de integración en dos años, la críticas a Colombia por el tratado de libre comercio en ciernes y el tratado de cooperación militar con Estados Unidos, la ausencia de una seguridad común en la frontera entre ambos países y la falta de una confianza mutua en materia de inteligencia. El Gobierno colombiano por su parte, tratará de profundizar sus relaciones positivas con Estados Unidos, se negará a renunciar a los postulados de la política de Seguridad Democrática y continuará oponiéndose a otorgarle una nueva zona de distensión a las FARC.
A pesar de estas diferencias bilaterales, el intercambio comercial entre Venezuela y Colombia llegó el año pasado a la cifra récord de 7.000 millones de dólares, estando las importaciones venezolanas de Colombia por el orden de los 5.500 millones de dólares, un 92% de variación con respecto al año 2006. Las exportaciones venezolanas a Colombia estuvieron en el orden de los 1.500 millones. A raíz de la reciente escalada de fricciones entre Colombia y Venezuela, al menos desde la perspectiva del gobierno del presidente Chávez se insiste en que el intercambio comercial entre los dos países llegará a cero a fines de este año y que se expropiarían las empresas colombianas. Esto es algo nuevo y que no se había alterado en forma tan radical durante las crisis anteriores entre ambos gobiernos, lo que afectaría directamente a los ciudadanos en su quehacer cotidiano, a ambos lados de la frontera.
Cambio en los dos paradigmas
Pero este asunto va más allá de lo noticioso. En el caso de Venezuela, a partir del comienzo de la primera presidencia de Hugo Chávez en 1999, comenzó una operación de descontrucción ideológica de unas tesis venezolanas dominantes de centro, basadas estas en las ideas de un Estado fuerte, una sociedad homogénea y una paz relativa, las cuales llegaron a ser mayoritarias entre los intelectuales del país. Esta conducta política de centro impulsó las tesis del consenso venezolano, del rol positivo de los partidos políticos, de la fortaleza de la cultura democrática venezolana y del papel del petróleo como mecanismo de distribución social y generador de un equilibrio político. En el caso de Venezuela, las visiones radicales de izquierda siempre cuestionaron las tesis dominantes hasta la llegada de Hugo Chávez al poder, las cuales adoptó como discurso oficial esas tesis de izquierda.
En el caso de Colombia, hasta al menos los fines de la década de los setenta del siglo pasado, un importante número de analistas sostuvieron las ideas de la excepcionalidad civilista colombiana, el papel aglutinador de los partidos políticos históricos y la óptima relación lograda entre civiles y militares. Esta visión de centro fue desplazada por la visión pesimista sobre la incapacidad de acabar con la violencia hasta el momento en que llegó Álvaro Uribe al poder.
Mi argumento central es que ambos procesos intelectuales tiene un común denominador, tal es que en ambas sociedades se experimentó un cambio de paradigma desde finales del siglo XX y sobre todo, desde los primeros años del siglo XXI. Pero este cambio de plataformas intelectuales se dio de manera inversa:
- En Colombia se desmontó un discurso radical mayoritario promovido desde la sociedad. El gobierno colombiano y los seguidores del presidente Uribe retomaron la idea de un Estado Fuerte (en contra de la tesis del estado fallido) y aportaron la tesis de la política de seguridad democrática, en contra de las tesis de la violencia estructural y de la necesidad de una paz negociada donde se reconociera el poder de la guerrilla y de otros grupos insurreccionales.
- El gobierno de Chávez y sus seguidores promueven como el discurso oficial venezolano lo que antes había sido una visión opositora crítica de la para entonces dominante tesis del consenso político logrado por el Pacto de Punto Fijo. Estos cambios de paradigma han complicado aún más la situación entre los dos países, al prevalecer dos "visones del mundo" diferentes.
¿Qué sigue ahora?
¿Se darán las condiciones para retornar a un modus vivendi entre dos países que no tiene mucho en común y que representan distintas opciones políticas-ideológicas en América Latina? No es fácil contestar esta pregunta. En todo caso, ambos gobiernos deben evitar involucrarse en los asuntos internos del otro y de no abusar de las tentaciones que brinda la realidad virtual, para así evitar mayores tensiones entre ellos.
A quienes nos corresponde analizar estos tópicos no nos queda sino apoyar todas las iniciativas que impulsen la posibilidad de una negociación entre dos gobiernos que aunque no se parecen mucho, tengan una historia común accidentada y sean "huérfanos de padre y madre", les queda aún un campo extenso para ponerse de acuerdo en algunos temas de interés bilateral.
No se trata de pedirles a ambos presidentes que den una gentil concesión al reclamo popular por mejorar las relaciones y que tan sólo recapaciten sobre sus pasos dados en falso. Se trata más bien de reclamarles su responsabilidad y su obligación ante los colombianos y venezolanos que no piensan como ellos, que les reclaman la actual personalización anti-institucional del tema y que se niegan a propiciar el conflicto entre nuestras naciones.
* Politólogo, profesor e investigador de la Universidad Central de Venezuela, profesor visitante de universidades de varios países, autor de numerosos libros y artículos y Asesor del Ministerio de Relaciones de Venezuela (1991-1992 y 1999).