
El documental Colombia: magia salvaje está rompiendo records de asistencia en el cine nacional. Esta es una oportunidad para pensar en el desafío de nuestra biodiversidad como proyecto científico, cultural y económico.
Diego Franco* – Jorge Vásquez**
Del imaginario al conocimiento
Quienes trabajamos en asuntos ambientales y territoriales en Colombia conocemos bien la magia de sus paisajes y buscamos comprender cada día mejor las configuraciones sociales y culturales del diálogo con la naturaleza en el país. A veces estas relaciones son de pervivencia, otras de simbiosis, pero muchas veces son actos destructivos.
Colombia es magia, como se muestra en un reciente y exitoso documental, pero puede que las postales y las escenificaciones con perspectivas y tomas inéditas de nuestra riqueza natural solo nos lleven a congraciarnos con un mejor imaginario (una mejor "imaginoteca") de nuestra compleja y desafiante diversidad natural y cultural.
Aprovechemos esta gran puesta en escena de “colombianidad natural” para preguntarnos si estamos o alguna vez estuvimos preparados para este territorio: para entenderlo con su gente y su diversidad, para usarlo mejor, para vivirlo sin perjudicar a los habitantes de los siglos venideros, para llevarlo a las aulas y a los laboratorios, para darles beneficios renovables a sus habitantes.
Y mejor no hablemos de nuestras instituciones ambientales, las mismas que el país mostraba con orgullo al mundo en los años de la última Constitución y que ahora está profundamente maltrecha. En la mayor parte de las Corporaciones Autónomas Regionales (aunque siempre hay excepciones) los políticos de siempre se las arreglan para ser los mejores “ambientalistas” a pesar de los resultados degradados de sus jurisdicciones.
Durante los años noventa mirábamos con ilusión que el verde institucional estaba creciendo en Colombia, pero no suponíamos que lo ambiental iba a ser otro sector de beneficios para las rentas de la política, de la manera en que se acostumbra en este mágico país.
Todavía hay muchos rincones de Colombia sin investigaciones académicas que los entiendan y los potencialicen. Los institutos de investigación están sin recursos y sin mayores posibilidades de incidir sobre el destino de los nuevos recursos provenientes de las regalías o del futuro "posconflicto". Sabemos cómo la “magia” ha obrado en la destinación con ojo político de los millonarios recursos de las regalías.
En el país de la megadiversidad asombra que solo haya dos programas académicos de posgrado con el "paisaje" como objeto explícito de conocimiento y gestión.
En el país de la megadiversidad asombra que solo haya dos programas académicos de posgrado con el "paisaje" como objeto explícito de conocimiento y gestión. Deberían existir muchos más programas de este tipo para que científicos, estudiantes, líderes y comunidades tengan la posibilidad de interpretar sus paisajes y sus recursos para hacerlos socialmente útiles y sostenibles.
![]() Páramo de Chingaza en Cundinamarca. Foto: Luis Alveart |
Biodiversidad e identidad
Necesitamos más documentales y argumentales donde la presencia exuberante de nuestra riqueza vital esté presente, pues ello puede contribuir a crear un nacionalismo con mayor y mejor sentido de filiación y empatía con nuestra diversidad biológica y cultural. Pero muchas razones políticas, económicas, sociales y educativas han construido, silenciosamente, una sólida barrera entre lo que somos y nuestra geografía.
Nuestros referentes de identidad están anclados en el deporte y en el arte (especialmente en la música), mientras un prisma distorsionado de lo que somos ha dejado por fuera del mapa de nuestros afectos la inaudita y preciosa cantidad de expresiones de la vida que nuestro territorio ha sido y sigue siendo capaz de abrigar.
Esos millones de posibilidades vitales que la evolución expone en Colombia son un potencial de desarrollo que apenas imaginamos. La amenaza de extinción y de escasez que están ocasionando el cambio y la variabilidad climática, la contaminación, la intensa alteración y degradación de los ecosistemas, así como las invasiones biológicas, afectan cada vez más el bienestar de los colombianos y en especial el de aquellos más vulnerables.
La biodiversidad colombiana es uno de nuestros factores competitivos y comparativos más destacados. Esto ya ha sido reconocido, pero aún estamos lejos de conocerla en su composición, estructura, funcionalidad y en su pleno potencial de valor.
Infortunadamente no hemos considerado a la biodiversidad como una “locomotora” del desarrollo y apenas ha servido como un rótulo anecdótico y superfluo en los esfuerzos de marketing territorial de nuestros gobernantes, que “apuestan” al turismo, quizá imaginando que es una industria inocua en términos de impactos ambientales negativos y que puede desarrollarse sin muchas exigencias tecnocientíficas.
Mientras tanto, llevamos ya más de veinte años sin llegar ni al 2 por ciento del PIB para inversión en ciencia, tecnología e innovación, algo fundamental para que nuestro “capital natural” se haga efectivo, y para que el hecho de ser uno de los pocos países megadiversos de este planeta no sea un dato accesorio y vacío de contenido.
Según el Banco Mundial, la cifra dedicada a la ciencia era del 0,30 por ciento del PIB en 1996 y actualmente es del 0,17 por ciento, con perspectivas de decrecimiento. El gobierno central aspira a que el sector privado aumente su participación en esa inversión. Esto sería positivo si no fuese porque se está buscando a través de mecanismos discutibles: el nuevo Plan Nacional de Desarrollo faculta a la Nación para transferir al sector privado la propiedad intelectual que le corresponda de los desarrollos científicos y tecnológicos derivados de proyectos cofinanciados.
Esta es una ecuación no muy favorable para el país, y no es difícil imaginar las implicaciones que tendrá para la conservación de nuestra biodiversidad.
![]() Maquinaria incautada en operativo contra la minería ilegal en Cundinamarca. Foto: Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible |
El reconocimiento científico y social
Para que la conservación de la diversidad que hoy nos enorgullece por su “magia salvaje” migre de la Constitución y la ley impresa al derecho consuetudinario, ese al que atendemos juiciosa y cotidianamente, hacen falta muchísimos y persistentes esfuerzos investigativos y educativos dirigidos a aumentar la conciencia y compromiso de nuestros gobernantes, líderes, comunicadores sociales y ciudadanos.
Si el acuerdo de paz es un asunto con alto contenido territorial, el proyecto investigativo y educativo que necesita Colombia es trascendental. Si se quiere, este sería una suerte de proyecto de modernidad ilustrada y de diálogo constructivo entre sociedad y naturaleza, para ponerlo en el centro del desarrollo sostenible.
No hemos considerado a la biodiversidad como una “locomotora” del desarrollo
Esto no solo es un asunto de los gobiernos, sino también de las empresas, la sociedad civil y los procesos formales y no formales de la educación. Los múltiples saberes deben ser convocados en este momento, empezando por las sabidurías ancestrales y populares.
Pero también hay que entender a Colombia desde los aporte de sus grandes profesores:
- Volver a pensar al país y a ordenar su territorio desde las razones de su antropo-geografía, como diría el maestro Orlando Fals Borda;
- Trabajar desde la naturaleza biodiversa de nuestras regiones, pensando como el maestro Ernesto Guhl;
- Enfocarnos en la multidisciplinaria explicación de nuestros procesos físicos y culturales, como lo precisara el maestro Thomas van der Hammen;
- Avanzar en la capacidad máxima de uso de la tierra, como lo estimaran los investigadores Leslie Holdridge y César Pérez Figueroa;
- Reconocer los fundamentos de la biodiversidad en nuestros suelos, como ha explicado el maestro Abdón Cortés Lombana;
- Integrar el análisis de riesgos y la cultura en la geología colombiana, como lo apreciaría el recientemente fallecido profesor Michel Hermelín.
Este es tal vez el más importante reto nacional: conocer las complejas reglas de eso que llaman naturaleza, entender las numerosas relaciones que establecemos con ella y que, silenciosas o no, signan nuestra manera de ser y estar en este terruño cada vez menos nuestro.
La inaudita imaginación de la vida y la cultura en Colombia debe hacer parte esencial de toda práctica educativa, para que algún día podamos ser custodios serios y orgullosos de este paraíso. Para ello, la cultura y la educación deben fundarse sobre las notas, matices y sabores de nuestra fantástica policromía y polifonía. Necesitamos ese saber para llegar a reglas de juego cultural y ecológicamente apropiadas.
De lo contrario, nuestras formas de habitarlo y las normas que tan prolífica y obsesivamente decretamos para regular las relaciones y transacciones que mantenemos con el entorno serán solo la expresión de nuestra estrechez o el mandato de un puñado de multinacionales del bienestar.
Por ese camino, lo único que lograremos será exhibir en las ferias mundiales del turismo, con tamboras de acrílico y vacía vanidad, nuestra cada vez más arrinconada, fantasmagórica y mitológica biodiversidad.
* Economista y profesor de las universidades de Antioquia y Nacional de Colombia, sede Medellín. Estudiante de doctorado en Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Investigador dela Fundación Grupo HTM, Medellín.
** Ingeniero forestal de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín; máster en Restauración del Paisaje y de Ecosistemas de montaña; máster en Gestión de Recursos Culturales, Ambientales y Paisajísticos. Profesor de la Universidad Pontifica Bolivariana; investigador Fundación Grupo HTM, Medellín.