Es tiempo de entender que Venezuela no tiene más futuro que una guerra civil o convertirse en una segunda Cuba. Las consecuencias para Colombia van a ser muy graves, pero no estamos preparados para ellas -ni hemos pensado seriamente en ellas-.
Hernando Gómez Buendía*
La ilusión de una salida
Tanto Maduro como la oposición venezolana y la comunidad internacional llevan ya mucho tiempo de buscar una salida institucional a la crisis que vive ese país.
Esta es la actitud obligada de cada una de las partes, porque:
- Maduro no podría admitir que ha violado la Constitución o que ha dado un autogolpe para seguir en el poder;
- La oposición tiene que aferrarse a métodos pacíficos (marchas, paros cívicos, demandas judiciales, elecciones, presión internacional), porque sus otras opciones son resignarse o levantarse en armas;
- Los países afectados no están en condiciones de intervenir con la fuerza necesaria para imponer un acuerdo desde afuera.
Esta insistencia en la salida institucional se manifiesta tanto en los diálogos directos y mediaciones de terceros (UNASUR, Zapatero, la Iglesia católica), como en los intentos de legitimación por parte del Gobierno (15 de 17 elecciones ganadas, fallos del Tribunal Supremo, Asamblea Constituyente, apoyo de los países del ALBA…), y por parte de la oposición (control de la Asamblea Nacional y de gobiernos locales, mayorías evidentes en las calles, llamado a elecciones transparentes, apoyo de gobiernos extranjeros…).
Y cada uno de los tres actores mencionados insistirá en intentos de diálogo o de legitimación durante todo el tiempo que le sea posible.
Pero todos los intentos van a ser infructuosos porque – desde un comienzo y de manera cada vez más obvia- el proyecto chavista resulta incompatible con la separación de poderes y la existencia de la oposición.
La guerra o la dictadura
![]() Ejercicios Militares Soberanía Bolivariana Foto: Presidencia de Venezuela |
Hoy esa incompatibilidad ya tiene dos expresiones categóricas:
- Maduro ha dicho en todos los tonos que “lo que no se pudo con los votos, lo haríamos con las armas”. Y esto va más allá de que a él lo maten o lo cambien, porque es la decisión de los cientos de miles de chavistas “duros”.
- Una constituyente elegida por voto popular es la última instancia posible del poder político. Pero esta Constituyente no es legítima porque sus elecciones fueron amañadas (de modo, por ejemplo, que tres municipios que sumaban 7.605 electores tuvieran más representantes que una ciudad con 941.947 electores), y además porque no había manera de verificar los resultados.
En el futuro inmediato la oposición tendrá que escoger entre ir o no ir a otras elecciones locales amañadas, pero esto no puede ser sino un paso adicional hacia la legitimación del régimen o hacia la intensificación de la ruptura.
Para decirlo de un modo más directo: el socialismo de verdad no es compatible con la democracia liberal.
Cierto que queda la esperanza o el temor de que los militares se levanten contra el régimen, pero ellos son los consentidos de ese régimen, y muchos de sus mandos son chavistas: habría una guerra entre los militares.
O sea que -más temprano que tarde- la crisis de Venezuela va a desembocar en una guerra civil o en la consolidación de una dictadura.
Del populismo al socialismo
![]() Nicolás Maduro, presidente de Venezuela Foto: Presidencia de Venezuela |
Se han escrito muchas cosas sobre la ideología del chavismo, y sobre si es “populismo”, o “socialismo” a secas, o “socialismo del siglo XXI”.
Sin entrar en el debate conceptual, es evidente que se trata de una izquierda radical, en el sentido mínimo del antiimperialismo y el rechazo de “la oligarquía”, con acentos sobre el nacionalismo, la participación popular, la presencia política del Ejército, la denuncia del capitalismo y la intervención económica del Estado. Estas banderas implican una concentración del poder capaz de derrotar a los grandes intereses nacionales y extranjeros -y por eso los gobernantes más declaradamente “socialistas” de América Latina (Chávez, Maduro, Evo, Correa y Ortega) se han hecho reelegir tantas veces como han podido-.
Esta, digamos, “tentación autoritaria” (1) Es mucho más marcada en el chavismo que en los demás gobiernos de la nueva izquierda latinoamericana, y en todo caso (2) Es cada día más la única salida del chavismo en Venezuela. Veamos:
1. La vocación autoritaria.
Desde su Libro Azul de inspiración “bolivariana” (publicado en 1974), Chávez expresó su desconfianza en la democracia liberal (“santanderista”); su carrera política empezó con la intentona de golpe de Estado de 1992; y por supuesto fue un militar de formación y oficio.
Los partidos, facciones -y milicias- más antiliberales han sido socios del chavismo a lo largo de tres décadas – y en los últimos años han ganado influencia dentro del bloque que gobierna en Venezuela-. La “Fuerza Armada Nacional Bolivariana” (FANB) es parte oficial del régimen chavista. La presencia e influencia de Cuba son hechos evidentes. Y hay un largo inventario de medidas o acciones del Gobierno que abiertamente contradicen la separación de poderes y el ejercicio de la oposición.
Ninguno de los rasgos anteriores está presente – o no lo está en el mismo grado- en los demás gobiernos de la izquierda latinoamericana -salvo Cuba-. Lula y Rousseff en Brasil, Mujica y Tabaré en Uruguay, Lagos y Bachelet en Chile, los Kirchner en Argentina y aún Correa en Ecuador jugaron “dentro del sistema” para ganar o perder las elecciones; Ortega ya no es de izquierda, y las raíces de Evo en Bolivia se remontan a los siglos anteriores a Marx.
Para decirlo de un modo más directo: el socialismo de verdad no es compatible con la democracia liberal. Esta cuestión es tan vieja como los primeros “Manuscritos” de Marx (1844), no ha tenido excepciones en el mundo y -en el contexto cercano de América Latina- tuvo su prueba de fuego en la elección y caída del socialista chileno Salvador Allende (1970-1973).
¿Pero será que el chavismo no es ni va a convertirse en socialismo “de verdad”?
2. A Cuba en cámara lenta.
La revolución socialista en Venezuela pudo ser aplazada mientras el chavismo tuvo la carta del populismo petrolero que le permitía ganar las elecciones. Pero ahora que se agotó el populismo, Maduro y su constituyente tendrán que virar hacia un modelo más francamente socialista – o en el estilo, digamos, de una “segunda Cuba”-.
Me explico:
– A la mejor usanza populista, Chávez fue elegido en 1998 como el “outsider” capaz de acabar la asfixiante corrupción de los partidos. Con su discurso anti-oligárquico y la inversión masiva del petróleo en mejorar la vida de los pobres, el chavismo ganó limpiamente los varios referendos y elecciones nacionales o locales que se dieron durante más de quince años (sus dos únicas derrotas fueron el referendo de 2007 y las legislativas del 2015, poco después de la muerte de Chávez).
-El “socialismo” pudo entonces limitarse a la creación de empresas estatales, la expropiación de algunas tierras e industrias y la expansión masiva del gasto social.
Venezuela sin embargo sigue siendo un país capitalista o con amplio predominio de la propiedad privada. Solo que en vez de respetar las leyes del mercado, el chavismo se empeñó en un manejo cada vez más torpemente populista de esa economía capitalista, con la espiral de inflación y escasez que está llevando la crisis a su punto insostenible.
-Y esta crisis que causa el descontento masivo puso fin al populismo político -cuya base eran las elecciones abiertas- y al populismo económico – cuya base son los subsidios masivos-.
-Descartado el regreso a una economía de mercado, el chavismo tendrá que irse ahora por la vía del “Estado comunal” y de una economía “artesanal y local” (como dice la presidenta de la constituyente). Es decir por un gobierno cada vez más autoritario y una economía cada vez más colectivizada y más estatizada.
Y el bloqueo financiero que acaba de declarar Washington – “la peor agresión en 200 años” – y que seguirá en aumento bajo Trump (o bajo Pence) será el toque final para que algo como Cuba se repita en Venezuela.
Para decirlo otra vez de un modo más directo: hay economías socialistas (como Cuba) y hay variedades del capitalismo, pero no puede haber híbridos que se basen en la propiedad privada y al mismo tiempo traten de destruirla.
Pesadillas de Colombia
![]() Ministro de Defensa de Venezuela, Vladimir Padrino. Foto: Presidencia de Venezuela |
Por supuesto que no puedo predecir los detalles o los tiempos, pero Venezuela va hacia una guerra civil o (¿y?) hacia una dictadura más y más claramente “socialista”.
Y este negro futuro también será la pesadilla de Colombia, porque la inestabilidad y/o la violencia y/o las medidas radicales del gobierno en el país vecino nos seguirán afectando de múltiples maneras, que infortunadamente podrían ir de lo malo a lo dramático.
No digo yo que alguna o que todas estas cosas vayan a ocurrir en poco tiempo, ni que su escala o impacto tengan que ser catastróficos. Me limito a llamar la atención sobre nexos y escenarios que hoy no pueden descartarse y que una dirigencia responsable tendría como el tema prioritario de su agenda.
En un lenguaje casi telegráfico – y comenzando por los que ya son visibles- tenemos o tendríamos:
- El drama de la frontera de 2.219 kilómetros, con los cierres y pasos clandestinos, la ruptura de los flujos laborales y el comercio de bienes, la quiebra del transporte y la industria en la región, las expulsiones, el desempleo, la informalidad y el sobrecargo de los servicios de salud y educación del lado de Colombia. Este drama va a agravarse.
- La pérdida continuada del que fuera nuestro segundo mercado exportador, el retorno de colombianos e inmigración masiva de venezolanos calificados o no calificados, y la presión laboral y humanitaria en las demás ciudades de Colombia. O en todo caso la experiencia de otros continentes muestra lo difícil que sería re-establecer el comercio entre una economía planificada centralmente y sus antiguos socios capitalistas.
- La criminalización creciente de la frontera –y del país- por trata de personas y contrabando de armas, gasolina y bienes subsidiados por el vecino “socialista”.
- Una variante factible de la criminalización –que se asoma con el “cartel de los soles” o con los sobrinos de Maduro – es la resurrección del gran narco en Colombia a la sombra de un narco-Estado venezolano que reabriría las rutas hacia Europa y Estados Unidos.
- En una guerra civil, Colombia podría ser la retaguardia armada de la oposición venezolana, en el estilo del siglo XIX -o en el de Honduras de las guerras centroamericanas-.
- Y por su parte el gobierno socialista acorralado por Estados Unidos trataría tal vez de “exportar la revolución”, y pasaría de mediador de la paz a socio clandestino del ELN que vive en la frontera. Esto tal vez ya ha endurecido la posición de esta guerrilla, y hasta podría ser la mecha que reviva la herida aun no sanada del conflicto que ha marcado nuestra historia.
- Y ni siquiera podemos descartar el fantasma de la guerra internacional. No ya por cuenta de aquella inverosímil “intervención militar” de Estados Unidos que sugirió Donald Trump, sino (además) porque el asunto del Golfo sigue siendo un genuino y central interés nacional de Venezuela, para el cual se han preparado desde siempre sus fuerzas militares, y que una dictadura acorralada podría resucitar hoy o mañana. Al fin y al cabo así lo hizo el dictador Galtieri en Las Malvinas.
Incluso bastaría con alguna escaramuza militar – como la que pudo haberse dado con los soldados venezolanos que hace poco se instalaron de este lado del Arauca- para que ambos gobiernos “tuvieran que” envolverse en la bandera de la Patria y ambos pueblos olvidaran sus problemas reales para hacer frente al enemigo externo.
La campaña que arranca
Lo cual nos vuelve al escenario más sereno de la campaña electoral en Colombia, que apenas ha empezado a tomar nota del vendaval que se viene. Y sin embargo me temo que ese vendaval acabará marcando y decidiendo la elección del próximo presidente de Colombia.
El chavismo se empeñó en un manejo cada vez más torpemente populista de esa economía capitalista
En resumen yo diría que:
- Apoyar a Maduro es una carta electoral posible para la izquierda, pero será una carta perdedora. Solo Gustavo Petro y el partido de las FARC han respaldado la constituyente, y esto podría traducirse en ayuda (sobre todo financiera) del chavismo para estos candidatos. Pero el silencio de Córdoba o de Robledo –más el escándalo que habría por esos petrodólares- confirman lo que gritan las encuestas: que el 96 por ciento de los colombianos no quieren a Maduro.
- Oponerse a Maduro será una carta creíble y ganadora para el uribismo en todas sus versiones (los quíntuples del Centro Democrático, Ordoñez, Ramírez o el propio Vargas Lleras). El fantasma del “castro-chavismo” se volverá más tangible, y un incidente militar “confirmaría” los peores augurios de Uribe y de Pastrana. Si a esto se suma la fuerza emocional del rechazo al Acuerdo con las FARC y de la “ideología de género”, el presidente de Colombia acabará siendo “el que diga Uribe”.
- Solo que fuera del discurso agresivo (o de una guerra estúpida) el presidente escogido por Uribe no sabría cómo lidiar con el vendaval que se nos viene encima. Y esto nos lleva finalmente a los candidatos del centro (De la Calle, liberales, verdes) que han optado por oponerse a Maduro pero tampoco saben qué hacer ante un peligro que prefieren no mirar sino de lado.
… y Santos
Y mientras tanto el presidente de Colombia vuelve a pasar de “mejor amigo” a principal enemigo de Maduro. Pensando solo en evitar que Uribe lo critique en esta recta final de la campaña, Santos ha arreciado los ataques verbales y “no descarta” la ruptura de relaciones con Caracas. Hace unos días publicó una columna innecesaria donde trata el diferendo como si fuera un asunto personal, y esta semana le ofreció asilo a la exfiscal Ortega sin preguntarle siquiera si ella quería quedarse en Colombia.
No es eso lo que hacen los gobiernos responsables cuando se incendia su principal vecino: no hacer alardes, no dar pasos en falso, jugar con toda frialdad a las dos cartas y prepararse con toda seriedad para los coletazos. Es lo que hicieron México y Costa Rica con las guerras de Centroamérica, Francia con la España de la ETA, Pakistán con Afganistán, e incluso Venezuela o Ecuador con las FARC en Colombia.
De modo pues que en el mejor (o en el peor) de los casos, la crisis de Venezuela vendría a ser la bandera para elegir al próximo presidente de Colombia, pero ni el Gobierno ni el país van a estar en condiciones de afrontar un desafío que puede ser tan grave –o más grave- que el de la guerrilla que acaba de desmovilizarse.
Ojalá que esté artículo esté completamente equivocado.
*Director y editor general de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic en este enlace.