


El plebiscito por la paz dividió en dos a la sociedad colombiana y desde entonces ha sido un hito en nuestra política. En los próximos años, su legado seguirá siendo importante para la construcción de paz.
Gwen Burnyeat*, Andrei Gómez-Suárez** y Clara Rocío Rodríguez***
Cinco años después del “No”
El pasado 7 de octubre, el Centro de Religión, Reconciliación y Paz de la Universidad de Winchester, el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia y la organización Rodeemos el Diálogo organizaron un panel con el propósito de reflexionar sobre el legado del plebiscito por la paz después de cinco años del triunfo del “No”.
El panel contó con reflexiones comparadas sobre las consultas populares que se llevaron a cabo después de firmar acuerdos de paz en otros países. Posteriormente, se realizó un conversatorio con académicos de varias instituciones, que hablaron sobre el legado del plebiscito, la polarización y la reconciliación en Colombia.
En Colombia, la victoria del “No” sirvió de excusa para no seguir avanzando en los cambios que prometía el acuerdo.
Este documento sintetiza las principales ideas de ambas discusiones y muestra las oportunidades y paradojas que tendrá el próximo gobierno para implementar el acuerdo de paz.
El legado del plebiscito
Cinco años después, el plebiscito por la paz sigue siendo un hito de la política en Colombia, pues mostró una clara división entre los que votaron: el 49,78 % votó por el “Sí” y el 50,21 % por el “No”. Pero también hubo un porcentaje de abstención considerable, del 63 %.
Algo parecido ocurrió en Guatemala en 1999, donde también hubo un referendo sobre un acuerdo de paz. En este caso, el 81,45 % se abstuvo de votar, el 44,3 % votó por el “Sí” y el 55,6 % por el “No”. Pero en ninguno de los dos países se puede decir simplemente que la sociedad “no quiso la paz”. Aunque en ambos casos hubo sectores de la población que rechazaron los acuerdos, también hubo sectores que votaron “No” porque esperaban cambios políticos, sociales y económicos que los acuerdos no impulsaban.
En Colombia, la victoria del “No” sirvió de excusa para no seguir avanzando en los cambios que prometía el acuerdo. Esto le restó legitimidad al proceso de paz, creó desconfianza en la ciudadanía y ofreció justificaciones para continuar el conflicto.
Además, el resultado creó un clima negativo que perjudicó la posibilidad de poner fin al conflicto armado. De hecho, el aumento de violencia contra líderes sociales y excombatientes de las FARC ha estado indirectamente relacionado con el resultado del plebiscito.
Algo similar ocurrió después del Brexit en el Reino Unido, donde aumentaron los crímenes racistas. Esto no significa que todas las personas que votaron a favor de salir de la Unión Europea fueran racistas. Pero, probablemente, el resultado hizo que muchas personas racistas pensaran que el 50 % del electorado estaba de acuerdo con sus opiniones sobre los inmigrantes.
Este clima “antipaz” se ha consolidado bajo el gobierno Duque, quien fue elegido con el mandato de modificar el acuerdo. Duque ha implementado partes del acuerdo a regañadientes, por la presión de la comunidad internacional y la movilización de algunos sectores de la sociedad civil, pero sin ninguna convicción.
La coalición política que promovió el “No” ha capitalizado muy bien el resultado del plebiscito, pues promovió una narrativa en contra del proceso de paz que ha sido convincente para muchos colombianos. En cambio, la coalición que promovió el “Sí” no ha logrado superar el resultado del plebiscito ni ha podido construir un mensaje propaz que sea persuasivo.
La polarización en Colombia
Aunque la política colombiana ha sido sectaria y divisiva desde hace décadas, es común decir que el plebiscito exacerbó la polarización.
Esta lectura se consolidó en las elecciones presidenciales de 2018, que muchos percibieron como una repetición del plebiscito. En la segunda vuelta, el electorado tuvo que escoger entre dos opciones: la izquierda de Gustavo Petro y la derecha de Iván Duque, y un sector considerable prefirió votar en blanco o no votar.
Pero ¿es verdad que la sociedad colombiana está polarizada? ¿No será más bien una sociedad fragmentada, como lo han afirmado académicos que ven a Colombia como un “país de regiones” sin una identidad colectiva?
Sin duda, el plebiscito dificultó la construcción de un horizonte común. A su vez, eso afectó las posibilidades de reconciliación, es decir, impidió reconocer el pasado, reconstruir un contrato social en el presente e imaginar un futuro compartido.
Pero ¿qué es la polarización? No es tan diferente del desacuerdo normal que tiene que darse en la política. Generalmente se entiende como la acentuación de una diferencia entre dos “polos” o conjuntos de opiniones contrarias.
Normalmente, este concepto se usa para describir un aumento de distancia entre dos partidos o dos ideologías, pero esto no solo ocurre en sistemas bipartidistas. De hecho, el caso colombiano podría describirse mejor con el término “polarización multipolar”: un contexto de muchos partidos, donde hay divisiones marcadas entre la izquierda, la derecha y el “centro” político.
La polarización de las élites políticas y la de la sociedad se alimentan mutuamente. El odio que puede sentir una persona hacia una figura pública fomenta y a la vez es fomentado por los discursos de actores políticos. Por eso, en la medida en que haya más polarización en las élites políticas, habrá más polarización en el público y viceversa.
Algo parecido sucede con la polarización de temas y la polarización de identidades. En la medida en que un determinado tema se polariza, los políticos se alinean con un lado o con el otro y esto lleva a la polarización de identidades. Por lo general, en este proceso las identidades partidistas convergen con otras identidades preexistentes. En Colombia, por ejemplo, la polarización en torno a la paz se interconectó con otras divisiones: rural-urbano, ricos-pobres, víctimas de las FARC-víctimas del paramilitarismo, etc.
A esto se sumaron otras divisiones basadas en identidades regionales, raciales, religiosas y de género, y la división política de derecha-izquierda. En el contexto del conflicto armado, la polarización llevó a asociar a las personas de izquierda con las guerrillas y las disidencias de las FARC, y a las personas de derecha con los paramilitares. Ambas visiones simplifican la realidad y construyen un “otro” extremo e indeseable.
Este clima “antipaz” se ha consolidado bajo el gobierno Duque, quien fue elegido con el mandato de modificar el acuerdo.
Polarización y reconciliación
Aunque el plebiscito fue un evento coyuntural, con el tiempo siguió fragmentando a la sociedad colombiana y reafirmando viejas divisiones. Esto ha afectado el proceso de reconciliación de varias maneras:
- Le ha restado legitimidad a los mecanismos de justicia transicional, que fueron creados para reconocer el pasado y permitir la participación de diversos sectores en la construcción de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición.
- Ha afectado la construcción de consensos sobre un nuevo contrato social que reforme y revitalice la democracia.
- Ha dificultado la imaginación de un futuro compartido en el que los conflictos sociales se tramiten mediante mecanismos que no sean violentos.
- Ha impedido avanzar en la construcción de confianza interpersonal y entre el Estado y la sociedad.
- Ha eclipsado iniciativas innovadoras de reconstrucción del tejido social y construcción de la paz desde la sociedad civil.
En contextos como el colombiano, donde la paz ha sido causa de tanta división, la misma palabra “reconciliación” produce suspicacia. Además, los ejercicios de reconciliación tienden a dividir a sus participantes según su identidad en el conflicto: víctimas, perpetradores, antagonistas en combate, etc. Muchas veces, esto reconfirma sus diferencias y aumenta la división.
La reconciliación también es más difícil cuando las partes están situadas de forma desigual en la sociedad. Cuando no se avanza en las reformas necesarias para superar esa desigualdad, los procesos de reconciliación pueden terminar sin aire.
Las elecciones de 2022
Es común que se use la palabra “polarización” para describir la campaña presidencial en Colombia. Quienes parten de este enfoque tienden a ver al panorama político como un espectro con dos polos: el uribismo y el petrismo o el antiuribismo y el antipetrismo. En ese contexto, los demás actores políticos se ubican a mayor o menor distancia de cada polo.
Desde la academia, esta idea de un espectro simplista de dos polos es discutible, pero no puede ignorarse que este es un marco interpretativo ampliamente difundido en muchos sectores políticos y, por lo tanto, es una realidad social en sí misma. De hecho, una de las principales estrategias de los políticos de “centro” en esta campaña ha sido afirmar que los dos polos representan extremos indeseables.
Pero la polarización no necesariamente tiene que ver con extremos. Solo designa una situación en la cual el público tiene menos solapamiento ideológico entre sus identidades políticas. En todo caso, algunos estudios han encontrado que las “afirmaciones de polarización” tienden a aumentar la sensación de división. Por eso, la afirmación de que existe una polarización tiende en sí misma a aumentar las divisiones.
En esta campaña, los candidatos más cercanos al uribismo siguen hablando de la victoria del “No” y de la modificación del acuerdo de paz. En cambio, los más cercanos al petrismo no mencionan el plebiscito ni hablan de la implementación del acuerdo de paz como centro de su agenda. Este puede ser un riesgo de la polarización que se creó en torno al plebiscito: que los candidatos propaz no se atrevan a poner el acuerdo en el centro de sus campañas.
Las encuestas de opinión y el reciente informe del Latinobarómetro sugieren que la campaña electoral de 2022 estará enfocada en la seguridad, el empleo y la corrupción. El acuerdo de paz no será un tema central para un amplio sector de los electores y muchos no lo ven como el punto de referencia para las transformaciones que necesita Colombia.
Además, se observan bajas en la popularidad y legitimidad de Iván Duque y el uribismo. Tanto la pandemia como el paro nacional de 2021 han dejado huellas importantes en la opinión pública, que seguramente le restarán fuerza al candidato de Uribe. Por eso, tal vez los candidatos propaz deberían preguntarse cuáles son los temas pendientes en materia social que dejó el acuerdo de paz y trabajar desde allí, en lugar de aferrarse al acuerdo como un “tótem”.
Oportunidades y paradojas
Debido a la división que se creó en torno al plebiscito, el acuerdo de paz no será un tema central en la agenda política colombiana en los próximos años.
Por eso, es necesario buscar otros elementos cohesionadores que permitan unificar al país en torno a las transformaciones que tanto necesita. Esto no significa que se deba renunciar a hablar del acuerdo de paz. Simplemente significa que existen oportunidades para hacer la paz más atractiva, menos abstracta y más cotidiana, creando espacios de diálogo entre sectores diferentes, y buscando la protección constitucional del acuerdo durante los próximos dos gobiernos.
Sin embargo, estas oportunidades también entrañan paradojas. La primera es que hay que defender el acuerdo de paz, pero no quedar estancados en él. La paz debe renovarse todo el tiempo a través de mecanismos de diálogo y gobernanza.
La segunda paradoja es que la institución que más polariza, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), puede convertirse en un hito para la reconciliación durante las elecciones de 2022. Las sanciones que impondrá, definidas con la participación de las víctimas, pueden jugar un papel significativo en el debate público para tramitar las divisiones de la sociedad en torno a la paz.

La JEP podría mandar mensajes de sanción jurídica y moral que sean contundentes. Esto podría aumentar la legitimidad de la justicia transicional y del acuerdo de paz y contribuir así a la cohesión de la comunidad y la reconstrucción del contrato social.
La tercera paradoja es que hay que superar el trauma del plebiscito, pero superar no significa ignorar. Superar implica revisar cómo las divisiones que creó el plebiscito se conectan con otras divisiones preexistentes. Desde esa perspectiva, el plebiscito es apenas un momento coyuntural que cierra y abre oportunidades de transformación social.
Su legado fragmenta y divide, pero también ofrece oportunidades para la reconciliación, si se piensa que para reconciliarnos se requiere un horizonte intergeneracional de largo plazo.
* Se puede consultar el informe completo original aquí: https://uk.rodeemoseldialogo.org/2021/11/polarizacion-y-reconciliacion-un-balance-academico-a-5-anos-del-plebiscito-por-la-paz/ Este documento fue escrito con el apoyo de Nicolás Medina, Isaac Pinedo, y Harold Guzmán y se enmarca en la investigación “Construcción de paz en contextos de polarización política y social. Análisis explicativo desde el proceso de refrendación de la paz en Colombia”. El texto no necesariamente representa las opiniones de los académicos e instituciones que participaron en el panel y el conversatorio sobre el legado del plebiscito.