
Todo lo que se sabe y lo que falta por saber sobre el coronavirus será inútil sin información veraz y actualizada al alcance de la gente.
David Bautista-Erazo*
Un esfuerzo sin precedentes
La pandemia de la COVID-19 ha cambiado la ciencia. Nunca en la historia de la humanidad un nuevo agente patógeno se había estudiado con tanta rapidez y a tal profundidad como se ha estudiado al SARS-Cov-2 (el virus causante de la COVID-19).
A comienzos de este año se reportó una neumonía de origen desconocido en China, y un grupo de investigadores chinos y australianos secuenciaron el material genético del virus y lo publicaron en repositorios de acceso libre. Desde entonces, miles de científicos pusieron en pausa sus líneas de investigación para contribuir a entender este nuevo patógeno.
Sorprendentemente, hoy, a pocos días de terminar el 2020, ya existen más de 84.000 artículos científicos que contienen la palabra “COVID-19” en el mayor repositorio de literatura médica: PubMed. Los científicos han hecho un esfuerzo sorprendente por:
- Crear y mejorar las pruebas de diagnóstico, como las PCR;
- Encontrar tratamientos efectivos, por ejemplo, la dexametasona en pacientes críticos;
- Desarrollar vacunas —ya hay una decena en etapa 3 de desarrollo clínico y un par aprobadas por varias entidades regulatorias—; y
- Entender su biología y epidemiología, es decir, cómo se infectan las personas, qué procesos desencadenan en el cuerpo, etc.
Se trata del mayor esfuerzo de investigación científica que se haya experimentado sobre un único tema.
Desafíos de la ciencia en la era de la información
Sin embargo, la ciencia es una actividad humana y, por lo tanto, imperfecta. Una enorme cantidad de tiempo y dinero se ha perdido, por ejemplo, en decenas de ensayos clínicos realizados en todo el mundo para evaluar el fármaco hidroxicloroquina, que no sirve para tratar la COVID-19, como se ha demostrado de manera repetida.
Además, la ciencia puede ser sacada de contexto y causar confusión entre el público. Por ejemplo, observar actividad antiviral de algún fármaco en laboratorio no quiere decir que se pueda usar para tratar personas, pero en la era de la información habrá quienes así lo interpreten, y ese es un desafío al que la ciencia debe enfrentarse.
Un tema controversial es el de las vacunas contra la COVID-19. Muchas personas han perdido la confianza en ellas debido a mensajes confusos por parte de los medios y de dirigentes políticos. Además, las noticias falsas y las teorías conspirativas abundan en las redes sociales: que nos van a modificar genéticamente, que las vacunas causan esterilidad, hasta absurdos como que traen un chip.
A pocos días de terminar el 2020, ya existen más de 84.000 artículos científicos que contienen la palabra “COVID-19” en el mayor repositorio de literatura médica
Aunque dé para burlas y memes divertidos, se trata de un problema que puede comprometer la salud pública. Por supuesto, los pacientes pueden y deben ser críticos frente a los tratamientos médicos, y estar dispuestos a entender y discutir sus implicaciones. Lo grave es que el temor a la vacuna se base en mensajes erróneos o en noticias falsas.
La ciencia avanza y cada día se aprende un poco más sobre el virus: por eso los medios y los gobernantes deben transmitir información actualizada y evitar reproducir información que ya ha sido rebatida. Esto último causa confusión y repercute en el ánimo anticientífico que se está gestando.
Por ejemplo, hace meses se sabe que el virus no se transmite significativamente por contacto con superficies. Sin embargo, el Ministerio de Salud sigue promocionando videos “educativos” donde recomienda prevenir este tipo de transmisión —por ejemplo, limpiar zapatos antes de entrar a algún lugar—.
Lo mismo sucede con algunos fármacos. Por ejemplo, la ivermectina no está autorizada para administrarse como tratamiento para COVID-19. Sin embargo, cierto alcalde —médico, por cierto— de una gran ciudad de Colombia ha defendido su uso por redes sociales. Meses después del boom de este fármaco como posible tratamiento, aún no hay literatura científica seria que respalde su indicación.
Lo que nos lleva al siguiente punto: si hay tanta esperanza en este tratamiento, ¿por qué no se han hecho ensayos clínicos para probarlo? Colombia cuenta con excelentes hospitales de investigación que pueden evaluar este fármaco en el contexto nacional, pero se sigue pensando que “no hay tiempo” para investigar, a pesar de que es la única forma de saber que una medida funciona y es segura.
Lo mismo pasa con temas controversiales, como el de mantener cerradas las escuelas para disminuir la propagación del virus. ¿Por qué no se hacen investigaciones adecuadas para entender el impacto de la apertura de escuelas en la pandemia específicamente en nuestro país? Al respecto, entidades como el Ministerio de Ciencia han estado prácticamente ausentes este año.

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La necesidad de la divulgación científica
Es probable que las personas siempre quieran una respuesta absoluta a sus preguntas. Pero el mundo es mucho más complejo que una respuesta en blanco y negro. Debido a esto, muchas personas podrían desconfiar de los avances científicos, por ser cambiantes o por tener tantos condicionales.
¿Cómo hacer que las personas vuelvan a confiar en la ciencia —con todas sus virtudes y problemas—? Una forma posible es que una mejor comunicación entre los propios científicos y las personas. Para eso debe haber un intermediario que convierta los resultados de una investigación en información que cualquier persona pueda entender; lo que por supuesto representa una tarea ardua y complicada.
Hace meses se sabe que el virus no se transmite significativamente por contacto con superficies
Además, no se trata apenas de “traducir” la ciencia a palabras cotidianas. En general, se necesitan herramientas novedosas para divulgar ciencia que ayuden a despertar interés por parte de la población y propiciar análisis relevantes, críticos y concisos. Incluso, que haya honestidad a la hora de decir “aún no se sabe”, “esto funciona, pero solo en esta condición especial”, etc.
¿Quiénes son los llamados a esta tarea? ¿Les corresponde a los propios científicos explicarle a la sociedad sus investigaciones? Sí y no. Los científicos deben estar abiertos a explicar, y si lo desean participar en ambientes de divulgación, pero esta debe ser una tarea conjunta entre diferentes profesiones, principalmente periodistas y comunicadores, pero también ilustradores, sociólogos, antropólogos, pedagogos, etc. Lamentablemente, los periodistas especializados en estas áreas son escasos y deben empezar a ser mejor valorados por parte de los medios.
¿Cómo podemos pedirle a un periodista que hable con diez expertos —y los entienda—, haga una nota explicativa, saque una infografía, estudie y aprenda inmunología y virología cuando se gana un sueldo paupérrimo y además tiene que escribir otras cinco notas de clic bait porque a punta de eso subsiste el medio para el cual trabaja?
También le corresponde al público exigir información más clara y cambiar los pasquines sensacionalistas por medios más informativos. Pero se necesita educación científica para poder evaluar críticamente toda la información que nos bombardea a diario. También hay que consolidar un compromiso nacional para apoyar la divulgación de la ciencia, tanto en políticas institucionales (por ejemplo, dentro de las universidades), como en el plano nacional —dictadas por un invisible MinCiencias—.
Ciencia y política
Muchos científicos consideran que la ciencia no tiene repercusiones sociales ni políticas. Nada más lejos de la realidad: aunque a los científicos no nos corresponde completamente dilucidar todas las repercusiones de nuestras investigaciones, debemos tenerlas en cuenta.
La politización de la ciencia es inevitable. En sociedades polarizadas, muchos debates científicos pasan a un plano político con esa misma polarización. Por ejemplo, en Estados Unidos usar o no usar mascarilla es una posición política, aunque no debería ser así. En realidad, es una medida sencilla y de bajo costo que podría tener un gran efecto sobre la no transmisión del SARS-Cov-2.
Por eso es importante hacer una separación entre los hechos, las opiniones argumentadas y los comentarios desinformados. Estos tres tipos de discursos son completamente distintos, y uno esperaría de sus gobernantes que hablaran hechos, o si mucho opinaran de manera argumentada; pero vemos usualmente comentarios desinformados que se dicen porque calan en sus votantes. Recordemos a Trump y Bolsonaro diciendo que la hidroxicloroquina era la salvadora.
A los medios de comunicación les interesa hacer titulares emocionantes para conseguir clics y poder vender publicidad, así no digan toda la verdad, o sean exagerados. Y a los políticos les interesa decir lo que tus votantes quieren oír: “que no pasa nada”, “que la vacuna se aplicará mañana y nos salvará a todos”, etc.
Al entrar en estas discusiones, los científicos se arriesgan a un escrutinio distinto del que están acostumbrados —el escrutinio de pares a la hora de publicar un artículo científico o de presentar resultados en un congreso—. Ahora, incluso, se ven expuestos en los debates públicos y en las redes sociales. Por supuesto, se puede y se debe controvertir a científicos, pero debe ser con respeto y argumentos. Es también una amarga realidad reconocer que hay científicos que tienen sus intereses o “agendas” políticas o comerciales y también usan su nombre para propagar desinformación.
Pese a todo, es innegable el papel de la ciencia como guía para poder enfrentar esta situación. Sin los muchos científicos volcados a estudiar el virus, dispuestos a explicar a las personas por diversos medios, entrenando nuevos científicos para el futuro; y sin la financiación impresionante que se destinó a muchos programas multinacionales, no tendríamos hoy por hoy una luz al final del túnel.
En Estados Unidos usar o no usar mascarilla es una posición política, aunque no debería ser así
Hago un llamado a celebrar el buen periodismo, el buen liderazgo y la buena ciencia que sí es posible hacer, inclusive en Colombia.
Si les damos a estos científicos, medios, periodistas, y líderes una mayor cabida en nuestras redes de información y replicamos mensajes y contenidos verificados y contextualizados, daremos un paso firme para contrarrestar la desinformación.