China: los 60 primeros años de la marcha hacia el "centro" - Razón Pública
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China: los 60 primeros años de la marcha hacia el «centro»

Escrito por Ricardo García Duarte

ricardo garcia

Recuento del pasado, el presente y el futuro de la China Popular y del papel diverso pero decisivo que desempeña este gigante en la política y en la economía del mundo. Este 1 de Octubre se cumplen 60 años de la Revolución China.

Ricardo García Duarte

El Imperio del centro, como se llamaba a sí misma la China en los tiempos de sus dinastías, nunca ha estado en el centro, al menos no después de su Emperador Tsin, el de los magníficos 7.000 soldados de Terracota hace 2.000 años; o del Kublai Khan, el suntuoso anfitrión de Marco Polo hace poco más de siete siglos. En la época moderna no ha estado en el centro del mundo, pero ahora se acerca a pasos de gigante. Es lo que se ha propuesto ser al menos desde el punto de vista económico, si ya no desde el punto de vista ideológico-cultural, como tal vez pudo intentarlo en alguna ocasión.

Este 1 de octubre se cumplen 60 años del momento en que Mao Tse Tung, el líder guerrillero, transformado en ese instante en jefe indiscutido de 550 millones de campesinos chinos, proclamara el nacimiento de la República Popular de China.

Historia de un camino al poder

En los 30 años anteriores a 1949 -sorteando numerosos obstáculos y reveses, y aceptando cientos de retrocesos- Mao había participado en el movimiento estudiantil y en los disturbios del 4 de mayo de 1919 contra la cultura, la imposición de acuerdos onerosos a favor de Japón y el autoritarismo del régimen feudal. Estos acontecimientos contaban con un precedente mayor, los intentos de revolución liberal de 1911, dirigidos por Sun Yat-Sen.

Mao había fundado el Partido Comunista Chino, bajo inspiración bolchevique, en 1921. Así mismo había creado una guerrilla para desplegar una estrategia sostenida de ataques sorpresivos y repliegues contra toda suerte de "señores de la guerra", "shenshis malvados" y "déspotas locales", que en la sociedad rural del despotismo feudal explotaban, hasta el agotamiento, al oprimido campesino chino. También había acomodado la táctica revolucionaria a la idea de una guerra popular, prolongada bajo las condiciones de una sociedad rural. Había terminado por enderezar sus campañas militares contra el Kuomintang, partido donde ya se mezclaban las débiles pretensiones burguesas y las actitudes conservadoras. Pero luego, las orientó tácticamente contra el ocupante japonés a fin de dejarle el costo de la debilidad frente al invasor a ese partido, que recogía en su seno las aspiraciones de las capas medias y altas en la incipiente sociedad capitalista y comercial.

Después de 1945, concluida la II Guerra Mundial, derrotado el Japón y al mando de una guerrilla mucho más numerosa y organizada, Mao, otra vez, orientaba su combate contra el Kuomintang, obligándolo a pagar la factura de su colaboracionismo con Estados Unidos, otra potencia extranjera y, a partir de entonces, la superpotencia global emergente.

La "larga marcha" y sus connotaciones simbólicas

Antes, cuando se hallaba acosado en sus territorios de origen, Mao tomó la determinación de emprender lo que él mismo denominaría "la larga marcha": un recorrido de 7.000 kilómetros que hicieron guerrilleros y campesinos para evitar ser cercados por el enemigo y llegar a establecerse en la provincia de Yenan, donde levantarían luego las "zonas liberadas" y los rudimentos de un gobierno campesino paralelo.

La idea dinástica y cosmogónica del Imperio del Centro, junto con el proyecto guerrillero de una larga marcha, constituyen la prefiguración exacta del papel que China habría de desempeñar en el orden internacional.

La Revolución popular

En 1949, una guerrilla marxista, en medio de un orientalismo feudal, consigue lo que el sociólogo Barrington Moore calificaría como un proceso de modernización revolucionaria "por la vía campesina".

Después de la toma del poder en aquel año, comenzaría el sueño de una nueva sociedad, bajo la égida de Mao, el "socialismo del hombre nuevo" en medio de una sociedad feudal y campesina. Para ese entonces los comunistas se permitieron incluso veleidades favorables al debate abierto, bajo la poética consigna de "que se abran cien flores y compitan mil escuelas del pensamiento". Pero sólo para darle paso en 1958 al típico proyecto de progreso a la fuerza, llamado en su momento "el gran salto adelante" -más ambicioso que realista, más utópico que pragmático- y que en el campo de la industrialización trajo efectos desastrosos.

Fallidos avances económicos y Revolución Cultural

Ocho años después del fracaso de la industrialización forzada, Mao Tse Tung, aupado por su mujer Chiang Ching, trata de forzar la marcha de la historia, pero ya en otro campo, no en el de la economía y el progreso, sino en el de la ideología, la cultura y las representaciones simbólicas. Había que llevar la revolución a otras áreas, no bastaba la economía, había que hacer una revolución en las propias representaciones mentales. Una verdadera fuga hacia adelante, frente al hecho de que la revolución en la estructura económica no terminaba por dar los buenos frutos esperados.

La "Revolución Cultural" (ensayo de un estalinismo bíblico al estilo de una Torre de Babel) entre 1966 y 1969, quiso transformar, mediante confrontaciones y tensiones sociales, las representaciones estético-culturales de la gente, sobre todo de los artistas e intelectuales. Sin embargo, terminó dando paso a la purga de los adversarios ideológicos y provocando una enorme desviación de las energías productivas. Lo que podría haber sido una liberación de energías culturales y simbólicas, se convirtió en una pesadilla de coerción y encarcelamientos.

Sustitución de la línea radical por el pragmatismo de Deng

Este gigantesco fracaso hizo caer en desgracia la línea dominante dentro del partido comunista, la facción "romántico-totalitaria" representada por Chiang Ching, pero sobre todo por el propio líder supremo, el Presidente Mao.

Ese fracaso y la muerte de Mao en 1976 crearon las condiciones para que por fin la línea de los moderados y pragmáticos -perseguidos y hostilizados hasta entonces- pudiese emerger, tomase revancha y consiguiese el control del partido. Su figura emblemática iba a ser el varias veces "defenestrado" Deng Xiaoping -pequeño, astuto y tranquilo- quien ya en el poder en 1978, iba a modificar la línea des-ideologizando la economía bajo los acordes de su cazurra consigna: "no importa que el gato sea rojo o negro; lo que importa es que cace ratones". El trabajo, la eficiencia y la productividad se pondrían al orden del día, no la ideología, que quedó confinada al interior del aparato político y a la retórica partidista.

Entre 1978 y 2008, bajo la inspiración pragmático-autoritaria de Deng, la China Popular ha logrado un ritmo asombroso de crecimiento del Producto Interno Bruto, casi el 12% anual durante más de una década. Una máquina a todo vapor que le ha permitido al "Imperio del Centro" llegar a ser la tercera economía mundial después de Estados Unidos y Japón.

El empuje económico como forma de identidad

El empuje económico ha terminado por reemplazar al radicalismo ideológico como la carta que China juega en un orden internacional cambiante y que en 1989 pasó de la Guerra Fría a la globalización.

Sin ser una potencia mundial, China es el país que mejor se ha reubicado en el tránsito de  la Guerra Fría a la hegemonía norteamericana y del bipolarismo a un sistema multicéntrico.

Durante los años 70, cuando Mao aún dominaba la escena, China hizo del discurso radical su forma de identidad internacional, en medio del aislamiento al que estaba reducida. Si se quiere, un poco a la manera de la Cuba de Fidel Castro. Pero a diferencia de Cuba, China no se enfrentaba sólo a Estados Unidos sino además a la Unión Soviética. Esta actitud hizo que China, pese a su atraso y a su aislamiento diplomático, fuera vista en el mundo como un tercer polo en potencia. Afirmaba su presencia mundial, aunque fuese rechazada por su radical confrontación ideológica.

Tigre económico, caballero diplomático

A partir de Deng Xiaoping, China quiere ser reconocida como un poder económico. Es un mercado gigantesco para el mundo capitalista y al mismo tiempo es un comprador insaciable de materias primas y de recursos energéticos. Simultáneamente, ha opacado su discurso ideológico, y en el campo diplomático se ha convertido en un caballero moderado, que promueve relaciones razonables con todo el mundo. A todo lo cual, contribuyó el fin de la Guerra Fría y el colapso de la Unión Soviética, su viejo adversario; mientras que desde los tiempos de Nixon y Chou En Lai se abrió paso un proceso de cooperación creciente con Estados Unidos, cuando después del famoso intercambio de partidos de ping-pong se canceló la fractura política entre el comunismo radical de China y la potencia norteamericana.

De esta manera, la China Popular ha encontrado flexiblemente una ruta propia al amparo del bosque, entre la sombra de los árboles para andar el camino de sus propios designios dinásticos -ahora modernos aunque autoritarios- como son los de enfilarse en pos del Imperio del Centro.

¿Futura superpotencia mundial?

China, por lo pronto, ha reorientado su larga marcha: opacidad ideológica, moderación diplomática, impulso productivo y liberación económica. De ese modo se acerca cada vez más al centro del mundo. Ya no como Imperio. Sólo como otro jugador más, pero con peso creciente, que comienza a jugar en varios terrenos. Es parte de las potencias emergentes (G-20 y BRIC). Participa en los acuerdos de comercio mundial. Aparece como un defensor creíble y decidido de las Naciones Unidas. Y se prepara para lo que podría ser un espacio privilegiado y separado de relaciones diplomáticas y comerciales de orden bilateral con los Estados Unidos, un probable G-2 entre este último y China, según lo anotan algunos analistas.

No está aún en el centro de la hegemonía mundial, lejos de ello, pero se acerca y comienza a jugar en la simetría de poderes globales. Los observatorios de expertos vaticinan que dentro de veinte años -a la vuelta de la esquina- China se estará equiparando en muchos aspectos económicos con Estados Unidos. Después vendrá el reto de ponerse al día en las otras asignaturas pendientes, como la pobreza que subsiste en muchas zonas o el desarrollo estratégico nuclear. En la cuales, por cierto, ya comenzó a cerrar la brecha.

Cuando el jueves 1 de octubre el gobierno chino, bajo la presidencia de Hu Jintao, presida la revista militar de celebración en la Plaza de Tiananmen, China estará confirmando su paso sostenido para convertirse en potencia mundial, apoyada en el boom de su crecimiento incontenible, aunque los sueños de un libertarismo comunista se hayan perdido para siempre, entre las desviaciones de su romanticismo totalitario, bajo la línea de Mao Tse Tung y el pragmatismo de sus ambiciones económicas, bajo la inspiración de Deng Xiaoping.

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