¿No será mas provechoso el ocio que el trabajo? Después de un corto viaje a la China, el autor nos cuenta sus experiencias frente a un universo que, para nosotros, sigue estando detrás de la muralla.
Freddy Cante *
De la muralla al hormiguero
Una evidencia de lo perdurable en China es su colosal Muralla, la cual fue construida por millones de personas esclavizadas, que trabajaron arduamente durante dos mil años. Este imponente corredor de nueve mil kilómetros fue la coraza protectora de los chinos para protegerse contra agresivos invasores. También es una contundente evidencia de acción colectiva inter-generacional, aunque se intuya el garrote autoritario de los líderes combinado con la servidumbre del pueblo que coopera. Este monumento muestra que dos cimientos fundamentales del gigante asiático son disciplina laboral (hay quienes dicen que la cuestionable virtud de los chinos es la obediencia), y cohesión social (una sociedad que actúa al unísono y se asienta en una enorme geografía).
Hoy persisten ambos atributos. Asombrosamente 1.300 millones de personas logran de alguna manera saciar sus necesidades básicas y sobrevivir. Cual masivos ejércitos de hormigas logran circular ordenadamente por las atestadas autopistas, plazas y estaciones de transporte. A pesar de los roces y empujones no se les ve pelear o alegar.
La semilla podrida
Desde la orilla de un crudo realismo se podría afirmar que la colosal arquitectura de la muralla china es un monumento al desperdicio. Toda obra humana, aunque perdure por cientos o miles de años, está condenada a perder vigencia. La impetuosa apertura al mercado podría acelerar la pérdida de valores y la desaparición de la cultura china. En Shanghai, más que en otras urbes como Beijing y Xian, se respira la atmósfera de competencia y consumismo que se vive en ciudades como Nueva York o París.
El desmesurado crecimiento de la población se constata en el paisaje rural, inmisericordemente salpicado de anónimos y grandes conjuntos de apartamentos, y en los sórdidos olores de los baños públicos sin paredes divisorias, que se multiplican en las atestadas terminales de transporte y en los humildes callejones tradicionales.
Las principales ciudades chinas, como Shanghai, albergan a una población que supera los 40 millones de habitantes. Hoy las metrópolis chinas son réplicas exageradas del gigantismo arquitectónico que, a base de rascacielos, autopistas y electrodomésticos, minimiza los espacios y tiempos de encuentro social, tranquilidad y ocio. La enfermiza compulsión consumista de frenéticos turistas encuentra su parangón en una sociedad desmedidamente dedicada a las faenas laborales y educativas. Su gran pilar de crecimiento, pero también su principal debilidad, radica en la intensidad y duración de las tareas propias del trabajo y la educación.
Metro sin Samuel…
Gran parte de su reciente y considerable crecimiento se podría explicar por la existencia de sectores líderes como el de la construcción y la expansión urbana. El profesor Currie estaría halagado al ver que en China la construcción de viviendas y de colosales obras de infraestructura jalona a otros sectores de la economía. En los últimos ocho años en Shanghai se han construido más de 500 kilómetros de metro urbano. Una cifra similar sólo la alcanzó Londres en poco más de 120 años.
Otras obras más efímeras son el estadio en forma de nido que se construyó para las recientes olimpíadas, y los futuristas modelos arquitectónicos de los pabellones de Expo Shanghai, que van perdiendo vigencia histórica y valor de uso, para convertirse en adornos que descrestan al masivo turismo interno e internacional en China.
…Represa de tres gargantas
Pero hoy las murallas que se construyen son otras. Una de las más modernas es la imponente "Represa de las Tres Gargantas", que se perfila como la más grande del mundo. Con una capacidad de generación de más de 24 mil megavatios, supera con creces la totalidad de las represas y plantas generadoras que funcionan en un país rico en aguas como Colombia. Un fascinante crucero de varios días a lo largo de la fracción del Río Amarillo que corre en territorio chino, deja un triste sabor agridulce. En el largo viaje antes de llegar al sitio donde se espera ver la frenética y monumental caída de agua, es desolador ver las orillas grises, manchadas de oscuros y uniformes bloques de edificios. Pero, una vez se deja atrás tal paisaje, mientras uno se desplaza en pequeñas embarcaciones por los estrechos corredores acuáticos de las tres gargantas, comienzan a aparecer unas viviendas campesinas pintorescas y apacibles, las fascinantes formas de rocas y montañas, y el imponente verde silvestre.
Los costos ambientales y los millones de desplazados que deja el megaproyecto parecen mitigarse si se tiene en cuenta la política de reubicación física y laboral de la población, así como el desarrollo de tecnologías para evitar inundaciones. De todas maneras, a pesar de los territorios sumergidos por la represa y los costos ambientales y sociales que genera, el grueso de la población china está obnubilada con el imperio de los electrodomésticos y el consumo inclemente de energía.
Para la muestra un ratón
Imposible pasar por alto la exquisita gastronomía y los rituales de lo saludable (como la bebida del té), los cuales se reflejan en una raza esbelta y delgada (aunque también hay gente desgarbada y demasiado blancuzca). Es agradable ver por la calle cientos de piernas femeninas, bien torneadas, largas y fuertes, lisas como porcelana… Al menos para mí este es un indicativo de desarrollo, si se compara con la decadente raza gringa (y con los niños "bien", sobrealimentados en Colombia), en la que abundan la gente fofa, el concierto de estrías y las mentes adormiladas por la pésima dieta-basura norteamericana de hamburguesas, papas fritas y gaseosas.
Los olorosos puestos de sofritos y pinchos de culebra, rata, escorpión y otros exóticos productos, son con seguridad más sanos, limpios y nutritivos que el veneno que consume Occidente en enlatados "alimentos" con preservativos.
¿Con derecho a la pereza?
También fue una grata sorpresa el presenciar y gozar de otros bienes y servicios que aún emplean de manera intensa la mano de obra (y ver el ritual del trabajo artístico), como las artesanías, el procesamiento del té y de la seda, los masajes y las prácticas de una rica medicina homeopática. A este conjunto armónico se suman los modales suaves y agradables de las gentes y su profesionalismo, al igual que la gentileza de los precios.
Pero la muralla, al igual que cientos de templos budistas y pagodas y el verde ensoñadoramente salvaje de sus montañas y bosques, parecen frágiles ante la desbordada apertura hacia el mundo capitalista. Por cierto, el común denominador de capitalismo y socialismo es la insomne obsesión por trabajar, producir y crecer. Muy seguramente el experimento de la llamada "revolución cultural" y el autoritarismo socialista acentuaron la disciplina laboral y sentaron los cimientos de una perdurable y organizada intervención estatal, que fomenta el ambiente de competencia mercantil.
Los chinos, maestros en el arte de la imitación, también saben explotar lo efímero. Sus mercados de la seda y sus impecables réplicas de marcas y diseños occidentales, nos muestran cómo es posible llevar hasta sus últimas consecuencias algo que ha llegado a ser obsolescente.
¿Acaso tiene sentido ese exceso de trabajo y productividad mezclados con la codicia mercantil? El poco recordado Paul Lafarge, autor de El derecho a la pereza, acertó al decir que nuestros tiempos deberían ser bautizados como la "era de la basura".
Y al final otro Disney
Lo que ocurre en la Expo Shanghai es un buen indicador del optimista ambiente que se respira en China. Los pabellones son tentadoras vitrinas comerciales y políticas para mostrar las virtudes de las naciones y sistemas y, obviamente, para ocultar sus pecados.
Las largas filas para ingresar a los pabellones semejan serpientes que apenas se deslizan lenta y mansamente. Es necesario esperar hasta seis horas para ingresar a un pabellón con el propósito de ver una efímera historia de felicidad. Gran parte del montaje de cada país es la réplica de un parque temático a lo Walt Disney. Entre paréntesis, aquí se ve cómo Disney superó a Marx pues supo vender dosis de felicidad en el corto plazo, sin los costos y sacrificios de la revolución.
Por último, los visitantes caen como moscas hambreadas sobre los puntos de venta.
Más allá de la tecnología
Los pabellones temáticos son, quizá, los más interesantes. Se destaca el de Planeta Urbano, pues con evidencia empírica representada en cifras y presentaciones gráficas de excelente calidad artística, muestra algunos de los desastres ambientales que deja el desmesurado crecimiento económico. La información abre preguntas e incertidumbres. Al autor de estas líneas le sirvió para corroborar el modelo de "la tragedia de los comunes", que el biólogo Warren G. Hardin expuso formalmente a fines de los sesentas del siglo pasado. El pesimismo de Ricardo y de Malthus se expresan en la preocupación de Hardin por el excesivo crecimiento de la población comparado con los limitados recursos para su sostenimiento.
Pero el desmesurado crecimiento de la población no es el único factor que genera el agotamiento y aún la desaparición de los recursos. También está la insaciable codicia humana, que adquiere la forma de consumo excesivo (léase explotación), y la inclemente contaminación de recursos de uso común, por ejemplo de aguas y de bosques. Sabiamente Hardin señaló que este problema no tiene una solución tecnológica sino moral. La abstinencia y el sacrificio son componentes básicos de su estrategia.
Con los ojos cerrados
Nuestros científicos e intelectuales se rehúsan a reconocer que detrás de factores como los gases de efecto invernadero se encuentra el excesivo crecimiento poblacional, acompañado de las oscuras pasiones y mezquinos intereses de consumidores e inversionistas.
En la Feria se insiste en soluciones tecnológicas que aunque ingeniosas, bien intencionadas y basadas en la lógica del desarrollo sostenible, no atacan la raíz del problema. Pululan escenarios futuristas de ciudades insertadas en los océanos y abigarrados paisajes urbanos donde la mirada sólo ve colosales edificios y rascacielos, y los pocos resquicios de fauna y flora aparecen dentro de construcciones artificiales. También abundan las maquetas y la exhibición de autos y otros aparatos de confort que funcionan a partir de la electricidad. El mensaje no podía ser más claro: estamos creciendo y trabajando maniáticamente, pero podemos crecer y trabajar más, y la prosperidad puede ser para toda la gente.
Un alto en el camino
En los pocos oasis de armonía y tranquilidad que nos quedan, como los paradisíacos bosques del pueblo de Hanzghou, las embarcaciones de turistas que sueñan inspirados por parajes del Río Amarillo, o los pabellones de la Expo Shanghai como el de Cuba, Venezuela o algunos países europeos, se encuentra un ambiente propicio para el ocio reflexivo. Adam Smith, combativo defensor del mercado, rescató la virtud de tal tipo de ocio. Y tanto mejor si además de la buena compañía hay espacio para degustar unas pocas copas de mojito, ron o vino… o a lo menos algún chirrinche a base de arroz o té.
Quiero decir, de vez en cuando es pertinente hacer un alto en el camino y preguntarnos no por los indicadores cuantitativos del crecimiento, sino por la dirección del desarrollo económico. La principal pregunta para resolver es hacia dónde vamos y si tal senda tiene sentido.
*Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia. Asesor de diferentes instancias del gobierno Distrital. Recientemente ha sido consultor del International Center on Non Violent Conflict. Actualmente es profesor principal de la Facultad de Ciencia Política de la Universidad del Rosario, e investigador en temas de acción colectiva y movimientos sociales.
Correo: documentosong@gmail.com