Una explicación original y rigurosa sobre esta paradoja, que tiene implicaciones dignas de meditar en relación con Colombia*.
Diego P. Iribarren** – Iván Darío Hernández***
La paradoja
Aunque el presidente de Chile, Sebastián Piñera, ha cedido en varias de las peticiones de los manifestantes, las protestas en ese país persisten y ya completan más de un mes.
Sin duda, los reclamos tienen que ver con aspectos fundamentales del modelo de desarrollo económico de los últimos años. Pero también hay factores psicológicos que determinan las decisiones de los chilenos y que han perpetuado las protestas.
La microeconomía del comportamiento permite reconocer por qué, en ocasiones, los individuos toman decisiones distintas de las que podría tomar un agente racional. Aunque algunos aspectos de la economía chilena han mejorado, la crisis social se agudiza. ¿Por qué?
Según el Banco Mundial, durante los últimos treinta años, Chile ha tenido éxitos reales —y materiales— en materia económica:
- El ingreso per cápita nominal aumentó más del doble entre 1990 y 2018;
- Según la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN), la proporción de la gente bajo la línea de pobreza pasó de alrededor del 32% al 14,4% durante el mismo período;
- Y el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad de ingresos, mejoró, pues pasó del 57,2 al 46,6.
Estos logros deberían ser vistos con buenos ojos por cualquiera, incluso por la vieja guardia de la izquierda chilena. Entonces, ¿a qué se debe el descontento generalizado de los chilenos y por qué persisten en sus reclamos?
Dos teorías para explicar la crisis
Según la teoría del Juego del Ultimátum, cuando existe un monto de riqueza que un proponente debe repartir con un receptor, hay cuatro posibilidades:
- El proponente ofrece una repartición justa y el receptor la acepta;
- Se ofrece una repartición justa y el receptor la rechaza;
- Se ofrece una repartición injusta y el receptor la acepta;
- O se ofrece una repartición injusta y el receptor la rechaza.
Las cuatro posibles opciones se resumen en la siguiente tabla:
Tabla 1.
Repartición justa | Repartición injusta | |
Receptor acepta: se reparte la riqueza. | 1. Se ofrece una repartición justa y el receptor la acepta. | 3. Se ofrece una repartición injusta y el receptor la acepta. |
Receptor rechaza: los jugadores no obtienen nada. | 2. Se ofrece una repartición justa y el receptor la rechaza. | 4. Se ofrece una repartición injusta y el receptor la rechaza. |
Fuente: elaboración propia.
En esta teoría, si el receptor rechaza la propuesta, en cualquiera de sus dos versiones, tanto el receptor como el proponente se quedan con las manos vacías. En cambio, si el receptor acepta, ambos reciben algo. En un caso, se acepta una tajada justa (es decir, iguales parte para proponente y receptor) y en la otra, una tajada injusta (es decir, el proponente se queda con una tajada más grande que la del receptor).
Pues bien, la teoría económica dominante, desde la Ilustración en adelante, sugiere que el receptor está interesado en aceptar “algo”, bajo la premisa de que cualquier cosa es mejor que nada. Por eso podría creerse que el receptor casi siempre preferirá recibir cualquier cosa, por más injusta que sea la propuesta.
Pero, en realidad, ese no siempre es el caso. La literatura microeconómica ha arrojado evidencia contundente de que, bajo ciertas condiciones de laboratorio (de estímulos bioquímicos, de funcionamiento neuronal, de cambios en marcos culturales, etc.), el receptor va a preferir que nadie reciba nada. Es decir, en algunos casos, el receptor va a preferir irse con las manos vacías, para que el proponente tampoco se lleve nada.
Esa estrategia se refuerza cuando el contexto incluye proximidad o confrontamiento, es decir, cuando ambos jugadores se ven a la cara. En ese caso, lo afectivo influye sobre la motivación dominante de aceptar o no el reparto injusto.
En el caso de Chile, hay una segunda teoría que permite explicar la situación: la teoría de la comunicación pública. En 1977, Elisabeth Noelle-Neumann propuso que los individuos con una opinión disidente de la opinión percibida como dominante tienden a modificar su conducta y se mantienen en silencio, por miedo a la posibilidad de ser excluidos o vetados por el colectivo. Eso se conoce como la “espiral del silencio”.
Lo que puede comenzar como un temor inocuo al rechazo conduce al silencio ante las voces más estridentes. Así se refuerza una tendencia —la espiral— al silencio, alimentada por el miedo a la marginación.
Foto: Flickr
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Chile rechazó la injusticia extrema
En el caso chileno, el éxito macroeconómico no ha corregido la percepción generalizada de injusticia.
Durante treinta años, los chilenos estuvieron sumidos en una espiral de silencio, con miedo a ser excluidos o vetados por alzar la voz. En términos del Juego del Ultimátum, los chilenos aceptaron las “propuestas” que les hizo la economía durante muchos años.
Pero recientemente, el pueblo chileno—de diferentes estamentos sociales—ha cambiado su posición en el juego y ha optado por el rechazo colectivo. Esa decisión es producto de la desesperación acumulada, que detonó a raíz del aumento de treinta pesos en el precio del metro.
En este sentido, hay varias implicaciones más o menos profundas que aún no han comenzado a asomar su cabeza. La situación actual demuestra que la teoría económica neoclásica o neoliberal es insostenible. El rechazo colectivo frente a lo que se considera una situación de injusticia requiere de un nuevo entendimiento de la realidad.
Bajo el paradigma neoliberal, si todos los actores optimizan sus opciones a través del consumo, entonces la conducta agregada coincide con la optimización de utilidad social, es decir, con el bienestar social. Pero el caso de Chile demuestra que la mano invisible no puede funcionar ante la percepción generalizada de la injusticia extrema. En casos de injusticia extrema, las personas optan por el rechazo colectivo, es decir, prefieren que todos nos vayamos con las manos vacías.
En ese sentido, desde hace más de un mes, los chilenos optaron colectivamente por una estrategia que resguarda los límites de lo moralmente tolerable. Dicho de otro modo, ya no importa que a unos les esté yendo bien y que, en ciertos aspectos, la economía crezca, si se percibe una injusticia extrema en la sociedad, que ya no es tolerable.
El acuerdo entre casi todas las fuerzas políticas de sustituir la Constitución de 1980 es, sin duda, un gran paso en la dirección correcta. Ahora, hay que esperar que el proceso conduzca a la aceptación de lo justo, pues, en su defecto, la aceptación de lo injusto, silencio o estridencia mediante, conducirá a la mediocridad secular de los códigos morales de Chile. Si, por algún motivo, los chilenos llegaran a aceptar lo injusto, se plantarían las semillas para el próximo estallido social.
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El mayor riesgo en Colombia y Chile es que lo pactado se siga considerando injusto y la violencia se vea como la opción.
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Las posibilidades para el futuro
¿Qué tiene que ver todo esto con el futuro de países como Chile o Colombia? Se pueden ver al menos una de dos opciones:
- La clase política puede tomar medidas correctivas que no sean estructurales, es decir, pueden ofrecer un reparto injusto que puede ser aceptado o rechazado;
- O bien pueden ofrecer un reparto socioeconómico y político que sea justo, lo cual conducirá a la aceptación de la oferta de manera inmediata.
Ahora que parece que algunos países de Latinoamérica han abandonado la espiral de silencio, subsiste un gran peligro: que se consagre la percepción generalizada de que todo lo que se ofrezca seguirá siendo, esencial y fundamentalmente, injusto.
Ante esa posibilidad, no podemos permitirnos que la violencia siga siendo una alternativa que cobre cada vez más legitimidad y, peor aún, grados progresivos de normalidad. Ojalá nos equivoquemos.
*Razón Pública agradece el auspicio de la Universidad de Ibagué. Las opiniones expresadas son responsabilidad de los autores.
** Consultor, PhD. Universidad de Manchester
*** Profesor Titular, Universidad de Ibagué, PhD. Universidad de Manchester