La abundancia promueve la indolencia. Ese “argumento” sirvió para sembrar productos tropicales, con sus secuelas de pobreza, despojos y guerra. El boga del Magdalena simboliza a la Colombia tropical, digna y libre.
Las guerras y los productos tropicales La historia de las guerras civiles en Colombia también puede ser contada desde una curiosa perspectiva: el auge y la caída de la exportación de productos tropicales.
Del platanar a la plantación Hacer una historia cultural de los productos tropicales en Colombia pasa por observar cómo estas violencias sucesivas son manifestaciones de la luchas por el control de la tierra para convertirla en las dehesas necesarias para la plantación a gran escala. Me quiero detener en otros productos tropicales muy cercanos — el plátano o Musa Paradisiaca y el banano o Musa Sapientium — hierbas gigantescas que acompañan silenciosas a otros cultivos, dándoles sombra, y que también aparecen en esa lista de frutos cuyo control ha alimentado nuestras guerras. No quiero contar el oscuro arco que va de la industrialización del cultivo del banano durante la administración del General Reyes (1904 – 1909), pasando por la masacre de las bananeras hasta la alianza siniestra de Chiquita Brands con los paramilitares. En una excelente reflexión, el artista plástico José Alejandro Restrepo vincula plátano y violencia en la historia reciente de Colombia. Prefiero situarme en un momento anterior: el medio siglo XIX, periodo esclarecedor, precisamente, porque durante esas décadas el plátano todavía no había sido mercantilizado a gran escala. Es, por decirlo de alguna manera, la época de la libertad del plátano. Quiero pensar el plátano hartón (musa paradisiaca) como un fruto que permite leer las relaciones que se han tejido entre trópico, tierra y guerra. Pero también proponer, a un mismo tiempo, el revés de esa lectura: el plátano como cifra en donde se puede ver una relación entre la autosuficiencia, el ocio y la paz en la tierra caliente colombiana.
Abundancia e indolencia Los liberales que llegaron al poder en 1848 declararon al plátano enemigo de la Nación. José Joaquín Borda, al tomar un champán para bajar por el Magdalena, se sorprendió de que los bogas — zambos musculosos y semidesnudos, remeros del río — rodeados de toda esa “exuberante” naturaleza, vivieran en semejante pobreza: “Desconociendo el movimiento y las grandezas del mundo, [los bogas] fincan toda su ambición en una copa de aguardiente y unos racimos de plátano”, escribe. Ramón “el Sapo” Gómez dijo otro tanto ya en la década de 1880: “el boga vive sin preocupación por el día de mañana, pues sabe que no le ha de faltar un plátano seco y un pescado”. Otro liberal, Juan de Dios Restrepo (Emiro Kastos), traza también esta correspondencia entre abundancia e indolencia: “¿Qué le importa el día de mañana a él [el boga], hombre de la naturaleza, que come lo que encuentra, anda medio desnudo, se acuesta sobre la arena de la playa y se cobija con la luz de las estrellas?” José María Samper, el más ferviente librecambista de la joven generación de gólgotas, vio con más claridad que sus contemporáneos que las varias cosechas de plátano al año, la facilidad de su recolección y la autarquía que promovían en los habitantes del Magdalena, eran insalvables obstáculos para el avance de la civilización (hoy la llamamos desarrollo) sobre el trópico. Tras abordar un champán (tripulado por bogas) y más tarde un vapor (tripulado también por bogas del Magdalena) para ir de Honda a Cartagena, con destino a Europa, escribe en París en 1862: “El [boga] se cree más dichoso que nadie, porque no tiene los deberes del ciudadano ni las necesidades de la civilización. Su platanar eterno, su maizal y su yucal (que son casi un lujo), su hamaca, su red y su canoa, le bastan para vivir. Cuando necesita sal, plomo para su red, un machete, un cuchillo, un azadón o algún pedazo de coleta u otro género, llena su piragua de plátanos, yucas y pescado seco, va a venderlos a las más cercana villa o parroquia, se provee de lo que necesita y vuelve a su vida de indolente reposo” ¿Qué molesta tanto a Samper y a sus contemporáneos de la vida que llevan los bogas? En una palabra: que no trabajen para ellos. En un siglo cuyo mayor problema para la expansión de la frontera agrícola era la llamada “falta de brazos”, tenerlos a la vista y no poder disponer de ellos constituía la exhibición de un lucro cesante imposible de tolerar, una frustración que se tradujo en innumerables insultos a la vida independiente de las comunidades afro del Bajo Magdalena, de la que da cuenta la literatura de nuestro siglo XIX. Problemas similares tuvieron las élites argentinas con los gauchos. El “exceso de vida” que éstos exhibían tenía que ser ganado para el proyecto civilizatorio nacional, promovido por intelectuales como Domingo Faustino Sarmiento. Es decir, los gauchos debían ser alistados como peones de finca, debían dejar sus correrías por sus “pagos” y sedentarizarse a órdenes de un hacendado. Es un caso similar al nuestro, aunque no del todo. En el caso de los bogas, disciplinar su “exceso de vida” o sacarlos de su “indolencia” pasaba por expulsarlos de su “existencia vegetativa” para crearles las “necesidades de la civilización”, como las llama Samper. Estas no son otras que recambiar la abundancia liberadora del “eterno platanar” por la carencia del salario y así convertir al boga en empleado de tabacalera, por ejemplo. A diferencia de Argentina, con una historia ambiental muy distinta a la nuestra, “enganchar” en la deuda al boga pasaba por despojarlo de su tierra y así apartarlo de su fuente de sustento. Esto se traduce en hacer que el “eterno platanar” pase a otras manos: las de los agroexportadores, que sepan administrar la abundancia en provecho propio. Es la génesis de la acumulación por desposesión que ha llegado a su clímax en la Colombia actual. La influencia corruptora del platanar — debido a que su abundancia supuestamente fomentaba la indolencia — es un argumento cuya circulación desapareció una vez su cultivo fue industrializado a comienzos del siglo XX. Esto nos da una buena medida de lo acomodaticios que son los argumentos deterministas que culpan al trópico — al calor, a la “flojera” de los nativos, a la tierra ácida — de la falta de industria y de progreso. Por eso es bueno volver al siglo XIX: lo que hoy no se dice (pero se hace) por un prurito de corrección política y de vigilancia mediática, en el XIX se decía y se hacía sin reparo alguno: nuestro siglo XIX es el pensamiento hablado que en el siglo XXI en Colombia se practica pero se calla.
El boga, verdadero liberal En paralelo a la denigración del trópico — a ese eterno no ver a Colombia por estar pensando: “es que no es Europa”— surgieron, desde luego, expresiones que reivindicaron la autosuficiencia alimentaria del plátano como un rasgo liberador. Por ejemplo, la poesía dialectal del escritor momposino Candelario Obeso dio voz a los bogas, celebrando el hecho de no depender de nadie para ganarse el sustento. En el “Canto der Montará”, de sus imprescindibles Cantos populares de mi tierra (1877), muestra cómo los afros pudieron politizar la naturaleza y hacerse verdaderos liberales, en tanto pretendían emanciparse del yugo del gobierno. Este es su beatus ille: Eta vira solitaria Que aquí llevo, Con mi jembra y con mi s'hijo Y mi perros, No la cambio poc la vira
No me farta ni tabaco Ni alimento; Re mi pacmas ej er vino Má que güeno, Y er guarapo re mi cañas
Aquí nairen me aturruga; Er Prefeto Y la tropa comisaria
Re moquitos y culebras Nara temo; Pa lo trigues ta mi troja Cuando ruecmo…
Lo alimales tienen toros Su remerio; Si no hay contra conocía Poc las cosas que otro tienen Dentro de esta misma tradición se inscriben:
Este pensamiento colombiano encuentra liberación en la abundancia, paz en la autonomía y felicidad en el ocio. Tenemos que apropiárnoslo. Así podremos desnudar ese otro pensamiento, largamente dominador de los signos de la nacionalidad, que representa negativamente al trópico como excusa para monopolizar sus productos en provecho propio. Pasó con el plátano, pasará con los Llanos y con la Amazonía. La lucha por la frontera agrícola también se libra desde los mecanismos de la representación. Esta es una lucha en la que nos jugamos el futuro como país que quiere la paz.
* Doctor en literatura latinoamericana por la Universidad de Nueva York (NYU) y profesor de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) en el College of Staten Island, hace parte del colectivo Crítica Latinoamericana (www.criticalatinoamericana.com) |
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Felipe Martínez Pinzón *
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