
Con Trump enfermo de COVID-19, tras un debate presidencial bochornoso y con la Corte Suprema en juego para las próximas décadas, esta campaña marcará un hito en la historia de Estados Unidos.
Marcela Anzola*
Situación caótica
Esta campaña presidencial en Estados Unidos pasará a la historia por todas las circunstancias que la rodean: el ambiente apocalíptico de la pandemia, las protestas, los incendios a lo largo y ancho de la costa oeste y el caos que reina en ese país.
Como si fuera poco, a lo anterior se sumaron la muerte de la magistrada de la Corte Suprema, Ruth Bader Ginsburg, un debate penoso entre los candidatos presidenciales y la noticia de que el presidente Trump se contagió de COVID-19.
Estos acontecimientos, más bien propios de una distopía, marcarán el rumbo de Estados Unidos en las próximas décadas.
Magistrada de la Corte
La muerte de la magistrada Ruth Bader Ginsburg, ícono del movimiento feminista y de la cultura pop, fue una victoria política para Trump.
Aunque varias personalidades le pidieron que no postulara a un nuevo magistrado hasta después de las elecciones, el 26 de septiembre Trump nominó en su remplazo a Amy Coney Barrett, una juez del tribunal federal, profesora universitaria, de orientación conservadora.
Con la muerte de Ginsburg y la nominación de Barrett, Trump reemplaza a una magistrada progresista por una conservadora. Dado que los magistrados de la Corte Suprema son vitalicios, esto significa que la Corte tendría una mayoría conservadora durante décadas y que podría cambiar la doctrina Roe vs. Wade, que despenalizó el aborto en ese país. Además, la llegada de Barrett pondría en riesgo el llamado Obama Care, la reforma progresista del sistema de salud que introdujo Obama.
Con esta movida Trump espera atraer los votos del movimiento antiaborto y de los sectores más tradicionales.
Pero además la nominación de Barrett un mes antes de las elecciones pone en duda su legitimidad. Quienes se oponen a ello argumentan que el pueblo está a punto de tomar una decisión y que su voluntad debería contar para la escogencia del nuevo magistrado o magistrada. Los resultados de la elección presidencial se interpretarían como una aprobación o desaprobación del cambio de orientación de la Corte.
En cambio, Trump afirma que él tiene el poder constitucional y legal para nominar a una nueva magistrada ahora, pues su mandato no se ha terminado. Sin embargo, esta posición no tiene en cuenta que, en 2016, ocho meses antes de las elecciones, Obama nominó a un nuevo magistrado y el partido republicano se negó a confirmarlo.
En todo caso, cualquiera que sea la interpretación de esta situación, su resultado afectará negativamente las instituciones, ya que sienta un precedente peligroso: cuando un presidente no pertenezca al partido mayoritario del senado, el legislativo puede vetar las decisiones del presidente y quitarle su capacidad de elegir jueces. Esto, además, podría contribuir a la polarización de la Corte Suprema.

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Un debate bochornoso
En medio de esta acalorada polémica, el 29 de septiembre se llevó a cabo el primer debate entre los candidatos a la presidencia: Donald Trump y Joe Biden.
Estos debates son organizados por la Comisión de Debates Presidenciales, una organización sin ánimo de lucro y no adscrita a ningún partido, creada en 1987 para asegurar la deliberación antes de las elecciones.
El público esperaba un debate encarnizado donde se discutieran temas cruciales, por ejemplo:
- el manejo de la pandemia;
- la nominación de la nueva magistrada de la Corte Suprema;
- el futuro del Obama Care;
- las medidas para reactivar la economía;
- el cambio climático;
- los excesos de la policía contra de las minorías étnicas;
- el control de las protestas violentas y el vandalismo, y
- la presunta evasión de impuestos federales por parte del presidente.
Pero el debate se salió de rumbo por la actitud del candidato y presidente Trump, quien interrumpió permanentemente al candidato demócrata y le impidió responder a las preguntas del moderador. En sus intervenciones, Trump presentó un monólogo deshilado e incoherente, para evitar las preguntas del moderador y atacar a su contricante.
Biden, mientras tanto, aprovechó la oportunidad para romper la cuarta pared: se dirigió al público para instarlo a votar, y trató de mostrar las incoherencias y debilidades del presidente. Lo calificó de payaso, mentiroso, y en un momento dado le pidió que se callara. Además, lo acusó de haber debilitado, dividido y empobrecido al país.
Los temas de fondo se discutieron muy poco y no se pudo conocer en detalle la propuesta de Biden. Pero algo quedó claro: si Trump pierde las elecciones, no dejará el poder de forma pacífica, sino que argumentará que hubo fraude.
Además, quedó demostrado que Trump no tiene un proyecto para reemplazar el Obama Care, ni una estrategia clara para mitigar la pandemia. El presidente defendió su decisión de poner fin al adiestramiento de sensibilidad racial en las agencias federales, y argumentó que los fondos federales no debían ser empleados para enseñar la teoría critica de la raza pues se trataba de ideas “insanas” y “racistas”.
Tal vez lo más preocupante fue su posición sobre los grupos de extrema derecha, y en especial los Proud Boys, un grupo que ha sido calificado como “misógino, islamófobo, transfóbico y antiinmigración”. Al referirse a este grupo, Trump se limitó a decir que sus miembros debían “retroceder y esperar”. Enrique Tarrio, el líder de este grupo, dijo que interpretaba estas palabras como una señal de que “deberían seguir haciendo lo que están haciendo”, es decir, apoyar a Trump y enfrentar a los demás con violencia.
¿Quién ganó o perdió el debate? No es claro. Para algunos la actitud de “macho alfa” de Trump podría atraer a un grupo de votantes que espera contar con un líder fuerte y que calificaría a Biden como débil, dada su escasa reacción a las provocaciones de Trump. Otros, por el contrario, consideran que la actitud de Trump no fue “presidencial” y encuentran la actitud de Biden más creíble, amable y adecuada para el cargo.
Hasta ahora, sin embargo, no es muy claro cuál será el impacto del debate en la decisión de voto de los estadounidenses. En todo caso, varias personas han planteado la necesidad de cambiar el formato de los próximos debates o incluso, de cancelarlos, dado el bochornoso espectáculo que se vivió.

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Trump enfermo
La discusión sobre el debate se interrumpió este jueves, cuando se anunció que el presidente Trump se había contagiado de COVID-19.
Desde luego, este hecho cambia el panorama electoral. Por el momento se sabe que Trump fue internado en el hospital militar Walter Reed, que parece no mostrar síntomas graves y que ha recibido medicamentos en estado de laboratorio o autorizados apenas para usos de emergencia.
Pero todo dependerá de la evolución de la salud del presidente.
Algunos han hablado de la posibilidad de suspender las elecciones, algo que el mismo Trump había insinuado antes. Otros han dicho que la enfermedad del presidente puede ser una estrategia para posponer la campaña, por su temor a perder las elecciones, y que su estado de salud puede granjearle la simpatía y solidaridad de los votantes. Esto ocurrió, por ejemplo, en los casos de Franklin Delano Roosevelt y Ronald Reagan.
Pero también es cierto que el contagio podría debilitar al presidente, especialmente por su postura sobre la pandemia. Desde que se conoció la existencia del COVID-19, Trump ha tendido a minimizar los riesgos del contagio, ha calificado el virus como una simple gripa y ha invisibilizado la tragedia de los más de 200.000 muertos en su país. En este aspecto hay un peligro: si el virus no afecta gravemente a Trump, esto podría interpretarse como una confirmación de su posición frente a la enfermedad.
Independientemente de quién gane las elecciones, la decisión que tomen los votantes será decisiva para el futuro de Estados Unidos y del mundo. Por ahora, el descontento y la división persistirán, porque el país se encuentra profundamente dividido en grupos con ideologías opuestas e incompatibles.