Las elecciones regionales 2023 pasarán a la historia por ser aburridas y predecibles en la comunicación política, formatos de debate y apatía ciudadana. Ganaron los que votaron para castigar al gobierno nacional, los candidatos con carisma en las redes sociales y el negocio de las encuestas.
Jaime Wilches*
Pesos y contrapesos
Las democracias están diseñadas para tener un sistema de pesos y contrapesos. Para evitar que los discursos populistas rompan el sistema, las elecciones regionales se presentaron como el gran triunfo de la Constitución de 1991, pues evitarían que las regiones quedaran a expensas de los caprichos del gobierno central.
Todavía está pendiente un análisis de fondo de la efectividad de esta fórmula. Las elecciones regionales, y en especial la Alcaldía de Bogotá y ciudades principales, se han usado más como voto castigo para la desazón habitual que causa el primer año del gobierno nacional. Nuestra cultura política es tan frágil que todavía confiamos en líderes mesiánicos que resuelvan los problemas de violencia, exclusión e injusticia con una vara mágica:
- Ni el todopoderoso Uribe de 2002 se salvó de la tendencia. En 2003 se inventó un referendo que nadie entendía y de carambola la izquierda se encaramó a la alcaldía con Lucho Garzón (recordemos el error táctico de hacer la votación al referendo un sábado y las elecciones un domingo);
- En 2006 Uribe se reelige pero ya más debilitado y en 2007 recibe otro castigo con Samuel Moreno;
- Santos 2010, y la respuesta con Petro alcalde 2011;
- Santos 2014, y con ello se le macartiza de ser un alfil de la izquierda y de apoyar las incursiones de balcón de Petro, para que Peñalosa capitalice el triunfo en 2015;
- Duque 2018 y el voto castigo con Claudia López que sin ser de izquierda se expone como rival de la maquinaria de su contrincante Galán; y aún más interesante con Daniel Quintero que romperá la cultura de derecha de Medellín.
- Petro 2022 y los electores que ahora ven a Galán como el institucionalista que necesita el caos; y Medellín que retoma la senda conservadora con Fico Gutiérrez.
Esta dinámica sería interesante, si no fuera por la improvisación que caracteriza los cuatro años de gobiernos regionales. En cada periodo los elegidos se preocupan más por responder a los ataques de sus rivales o contar con trampolines políticos que se asientan como Patrones de la Ciudad (caso Barranquilla con los Char), candidatos presidenciales (Petro y Quintero como alcaldes), o convertirse en jefes regionales (Caso Dilian Francisco Toro en el Valle o Eduardo Verano en el Atlántico).
Poco esfuerzo y ley de gravedad
En esta dirección, la estrategia de comunicación política de las campañas brilló por aplicar dos leyes:
- La del menor esfuerzo: a excepción de la reñida competencia por la alcaldía de Cali, no había gran cosa por decir. Más bien se optó por esquivar el escándalo que evitara los triunfos seguros. La voz falsa y de tono sexual en un video de Fico Gutiérrez o la inteligencia artificial impostando a Galán fueron apenas anécdotas que les sirvió para autorrepresentarse como víctimas de la campaña sucia -en las que somos amateurs si nos comparamos con la agresividad de las elecciones en Estados Unidos–.
- Ley de la gravedad: se esperaba que bajara la efervescencia por el gobierno del cambio, y que era predecible ante la complejidad de ser oposición y pasar a ser gobierno. En segundo plano quedan propuestas de infraestructura, movilidad, innovación, ciencia, tecnología y educación. Lo importante es mover dos emociones primarias: frustración y revancha.
La tendencia en TikTok es útil en la comunicación política de campaña porque apela al relato emotivo, carente de profundidad y estructurado en una narrativa prototípica de héroes salvadores de “su pueblo” o “su gente”.
De candidatos a influencers
Como lo afirma Cervi, las campañas políticas han cambiado con las redes sociales.
En las presidenciales de 2022, Rodolfo Hernández se autoproclamó “El rey del TikTok” y con esta exótica estrategia logró llegar a segunda vuelta.
Aunque todavía las campañas en redes son incipientes, estas elecciones demostraron el interés por conectar con las plataformas digitales. Un imaginario errático sugiere que las redes sociales están orientadas a públicos jóvenes. Nada más alejado de la realidad. En una encuesta realizada por HubSpot se reveló que los usuarios mayores de 35 años superaron a la generación Z (nacidos entre 1997 y 2005).

La tendencia en TikTok es útil en la comunicación política de campaña porque apela al relato emotivo, carente de profundidad y estructurado en una narrativa prototípica de héroes salvadores de “su pueblo” o “su gente”. No hay tiempo para explicar propuestas, pues lleva a confusiones técnicas y perder votantes.
En X (antes Twitter), el tono verbal se ubica en el plano de la acusación, la polémica y el escándalo, o en el caso que han inaugurado Petro y López, como vía para el enfrentamiento por el Metro de Bogotá, o Quintero con su tono provocador a la oposición en Medellín.
Este nuevo contexto permitió que los candidatos explotaran las posibilidades de producción audiovisual. Mediante TikTok, ampliaron la cobertura de los performance que suelen hacer cuando se hace campaña en plaza pública: mostrarse como seres humanos frágiles, con una estructura familiar sólida, defensores de perros y gatos, chistosos y cercanos a la cotidianidad del ciudadanos de a pie.

En el caso de candidatos a ediles, concejales y asamblearios departamentales, las redes sociales han significado un abaratamiento de costos y también la posibilidad de competir ante una sobrepoblación de candidatos. Buena parte de estos candidatos pueden no considerar las implicaciones del trabajo en estos órganos decisorios, pero entienden que es una oportunidad para aumentar los seguidores en redes, aumentar la visibilidad de sus emprendimientos y en jerga de mercadeo político “hacerse contar en las urnas”.
¡Son las encuestas, estúpido!
A los estrategas de la comunicación política se les cruzó el negocio de las encuestas y el furor por la ciencia de datos. Al finalizar las elecciones, hubo algunas sorpresas, pero lo cierto es que triunfan las tendencias y de manera implícita guían a los electores a un escenario de voto útil.
Google Trends analiza una muestra de las búsquedas de Google para determinar cuántas búsquedas se llevaron a cabo en un período de tiempo específico. Cuando se buscan varios términos en Trends, se verá un mapa comparativo donde aparecen los términos o temas más buscados en cada región. Las cifras del gráfico no representan el volumen absoluto de búsquedas porque los datos se normalizan y se presentan en una escala de 0 a 100, en la que cada punto del gráfico se divide por el punto mayor o 100.
Los datos de Google Trends en Bogotá, Medellín y Cali revelan que las encuestas dominan el panorama electoral y que un candidato que no aparezca en las mediciones queda condenado al imperio de la relevancia estadística.
Como muestran las gráficas 3, 4 y 5, temas cruciales en la democracia como las propuestas o los debates (que tienen el músculo financiero de los medios masivos de comunicación) no lograron captar el interés de los usuarios.
Parece que estamos ante una tendencia de largo aliento: popularidad de datos ágiles que permitan tomar decisiones ante la falta de tiempo para decisiones informadas o de lectura argumentada y razonada. Incluso, los candidatos han optado por cumplir la disposición normativa de presentar los planes de gobierno con documentos cortos y genéricos.



Y en la mediocridad de la comunicación política orientada a campañas electorales, siempre queda la pregunta del día después cuando se deben tomar decisiones que afectan a los territorios. El sistema es tan flexible que permite la representación política con fórmulas improvisadas, políticos en cuerpo ajeno y reformas a pupitrazo.
Nuestra cultura política es tan frágil que todavía confiamos en líderes mesiánicos que resuelvan los problemas de violencia, exclusión e injusticia con una vara mágica
La polarización no está entre derecha e izquierda…la división está entre votantes y abstencionistas. Ojalá algún día una firma encuestadora o un mecenas se diera a la tarea de caracterizar esa franja de la población que desconfía de las instituciones y resuelve su vida en la esfera privada.
Interesante analizar la perspectiva de divulgación que tomarán los elegidos. Es claro que una cosa es la comunicación política para enamorar electores, y otra, la comunicación gubernamental que debe lidiar con el golpe de realidad en la vida cotidiana, y la ausencia de conceptos técnicos para formular proyectos de país con visión de largo plazo; ahí es cuando llega la tristeza de las promesas no cumplidas, y se repite el ciclo trágico del voto castigo y revanchista.
Tal vez el problema no sea de redes sociales, sino de ausencia de pedagogías y alfabetizaciones para hacer de la comunicación política una herramienta para el cambio y no un instrumento para el burdo montaje de la representación política.