La educación digital es esencial en esta era de redes sociales, espacios digitales y algoritmos donde se imponen odios y falsa información. El caso de la ministra Vélez.
Liliana Gómez*
“Damos forma a nuestras herramientas,
luego ellas nos dan forma a nosotros”
Marshall McLuhan.
Las cámaras de eco
Desde la primera década del siglo el término “cámaras de eco” ha sido usado para explicar los procesos de intercambio de información y discusión en Internet entre comunidades que tienen valores, ideologías y orientaciones políticas homogéneas.
En este tipo de grupos las creencias se amplifican y refuerzan debido a que los participantes solo escuchan sus propias voces y valores, produciendo un efecto similar al del fenómeno acústico del eco.
El caso de la ministra Vélez
En los últimos días en Colombia ha revivido el tema de las cámaras de eco o “bodeguitas en Twitter”, con el caso de la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, quien empieza a ser halagada por su trabajo desde diversas cuentas.
Esto llama la atención de un medio masivo de comunicación que identifica el caso de un gran número de cuentas creadas recientemente para tuitear sobre temas similares, en horarios similares, con fines similares. Es decir, una estrategia de comunicación política (hablar bien de alguien en redes sociales) se usa para limpiar el nombre y, a veces, crear tendencias.
Antecedentes
En 2020, la Liga Contra el Silencio identificó una bodeguita uribista que pretendía poner temas de interés en tiempos de Iván Duque. Se trataba de una estrategia de ubicación de contenidos donde participaban 88 personas con sus cuentas asociadas.
En este tipo de grupos las creencias se amplifican y refuerzan debido a que los participantes solo escuchan sus propias voces y valores, produciendo un efecto similar al del fenómeno acústico del eco.
Para entender este fenómeno, en el 2019, tuve la oportunidad de participar en una investigación con un grupo de profesores para identificar redes de desinformación en una campaña sub nacional: la alcaldía de Medellín. Descubrimos que los grupos que apoyaban a los dos candidatos principales intentaban crear espacios para difundir información falsa sobre sus rivales. Durante esta investigación, identificamos dos cámaras de eco bien construidas. Sin embargo, descubrimos que el partido de gobierno tenía una estrategia más clara y mejor organizada que la de sus oponentes.
Otro ejemplo se dio cuando la cadena FOX, a través de su presentador Tucker Carlson, retrató la toma del Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021 por parte de los seguidores de Trump como un evento pacífico y tranquilo. Usaron imágenes editadas y seleccionadas para mostrar solo lo que querían que se viera. Tales imágenes fueron compartidas en las cámaras de eco de los seguidores del expresidente Trump, lo cual reforzó la falsa idea de que no estaba sucediendo nada alarmante.
Estos casos son apenas ejemplos de una forma de hacer comunicación política para establecer ciertos temas, mejorar la imagen de algunos candidatos y/o desprestigiar a sus oponentes. En períodos electorales, esta práctica se intensifica, polariza y crea discursos de odio, ataques organizados o la participación de ciudadanos que creen lo que se dice en las redes.
De hecho, un estudio de MIT en Twitter demostró que muchas personas que difunden información falsa no lo hacen por tener intereses políticos, sino para obtener clics, dinero o simplemente porque la información que ven o leen (sea verdadera o falsa) coincide con sus creencias.
Algoritmos y decisiones
El problema radica en que cuando estas prácticas se llevan a cabo en plataformas digitales como Facebook o Twitter, donde se vive un fenómeno de personalización que se intensifica con el uso de algoritmos que nos muestran cada vez más contenido similar, puede intensificar problemas en nuestra forma de percibir y comprender la democracia.
Como resultado, tenemos democracias cada vez más debilitadas y ciudadanos que experimentan profundas desconfianzas (en muchos casos basadas en información errónea) hacia las instituciones encargadas de traducir las necesidades de las mayorías y minorías en políticas públicas.
La pregunta es, ¿qué hacer frente a estos espacios digitales donde se encuentran (o llegan) aquellos que tienen valores, ideologías (creencias) u orientaciones políticas homogéneas? La respuesta es entender que es un fenómeno que seguirá pasando en estas o en otras redes online u offline.
Debo notar que esto no es exclusiva responsabilidad de las redes digitales (aunque allí se amplía), sino el resultado de estrategias de comunicación y marketing político que aprovechan la oportunidad de transmitir un mensaje específico a un grupo que, según sus creencias, se emocionará con el contenido y se sentirá impulsado a tomar acciones, como compartir o hacer clic en un enlace.
Por supuesto, el problema es que este simple “clic” hace que entremos en ese círculo vicioso donde lo que más clic tiene se convierte en tendencia, y lo que se convierte en tendencia llega a los líderes de opinión, medios de comunicación y políticos que en muchos casos hacen uso de esta información para su beneficio, porque creen en eso o porque les conviene en algún tema determinado.
Así, las plataformas de comunicación digital, aunque no representan a la mayoría en política, son cruciales para las campañas. En ellas están los principales sujetos de la comunicación política, es decir, políticos, periodistas, líderes de opinión y ciudadanos interesados en el tema.
Aunque estas campañas no necesariamente cambian el voto o la postura ideológica, pueden crear una burbuja que distorsione la realidad o llevar a comportamientos extremos en plataformas que quieren opiniones emocionales con poca o ninguna reflexión.
Importante recordar que las plataformas usan algoritmos que no son de dominio público y que pueden influir sobre la velocidad y el alcance de la información. Así, una misma noticia puede ser percibida de forma radicalmente diferente por individuos con posturas ideológicas opuestas, debido a que cada uno se estará informando de manera distinta y desde medios diferentes.

Como resultado, tenemos democracias cada vez más debilitadas y ciudadanos que experimentan profundas desconfianzas (en muchos casos basadas en información errónea) hacia las instituciones encargadas de traducir las necesidades de las mayorías y minorías en políticas públicas.
El resultado es una realidad más fragmentada que no permite establecer espacios de discusión, ni siquiera de escucha. Estos son lugares para no oír al otro, para cerrarse en los temas, para creerle o seguir al que uno cree igual. Y de nuevo, el resultado cuando se trata del ejercicio de la política es una desafección frente a la democracia y lo que ella significa.
En resumen, las plataformas de comunicación digital (empresas privadas con intereses privados) no están allí para asegurar espacios de participación, ni de debate o argumentación. Por el contrario, ellos están interesados en el clic y la mayoría de las veces ese clic se da, en casos en los que se exacerban las emociones, se desinforma y se ataca.
Nosotros como ciudadanos debemos exigir conocer cómo están construidos los algoritmos de las plataformas y también buscar políticos que tengan, al menos, un uso respetuoso de las plataformas de comunicación digital (esto último cada vez más difícil, porque el trabajo sucio se hace desde otras cuentas —en algunos casos— con conocimientos del político interesado en el tema).