El presidente electo el domingo pasado debe posesionarse el próximo primero de enero. ¿Pero será que Bolsonaro entrega el poder? Estos son los factores que pesarán en la balanza.
Mario Luis Grangeia*
Silencio
El domingo pasado tuvo lugar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil.
Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores, y su fórmula vicepresidencial Geraldo Alckmin, del Partido Socialista Brasileño, resultaron ganadores con un 50,9 % de votación frente a Jair Bolsonaro, del Partido Liberal, quien obtuvo un 49,1 %.
Buena parte de los líderes internacionales reconocieron la victoria de Lula da Silva. Sin embargo, Bolsonaro tardó 45 horas para pronunciarse al respecto; se limitó a decir que cumpliría la Constitución.
Horas después de conocerse los resultados de las elecciones, camioneros seguidores de Bolsonaro bloquearon algunas carreteras como protesta ante la elección de da Silva. Bolsonaro no se pronunció para rechazarlas ni para reconocer la victoria de su contrincante.
Este silencio causó una tensión interna porque alimenta la hipótesis de que el ultraderechista Bolsonaro intentará mantenerse en el poder. Se recordó, incluso, el asalto al Capitolio en Estados Unidos en 2021 ante la derrota de Donald Trump.
La hipótesis no se ha disipado, aunque el ministro Ciro Nogueira, de la Casa Civil, anunció que empezaría la transición de gobierno junto con el vicepresidente electo, Alckmin.
Por este motivo repaso a continuación tanto los factores que apuntan a la inestabilidad como los que apuntan a la permanencia del orden democrático que estarán presentes hasta el primero de enero de 2023, día en el cual debería o deberá posesionarse el presidente electo.
Razones para el autogolpe
La posibilidad de un autogolpe de Estado sería inexistente de no ser por la presencia de la movilización social.
Los bloqueos de las carreteras demuestran el decidido apoyo social hacia Bolsonaro, el cual no es extraño debido a la alta votación que tuvo el actual presidente. Además, algunos policías de carretera han apoyado estas protestas. La capacidad de una rápida unión social obedece a la presencia activa y la popularidad que ha tenido Bolsonaro, desde 2018, en las redes sociales.
Un argumento de Bolsonaro para permanecer en el poder sería el mal funcionamiento del sistema electoral, el mismo que lo llevó a ejercer varios mandatos como diputado federal.
La personalidad de Bolsonaro llega a sorprender hasta a sus propios aliados. Por ejemplo, el llamado del 7 de septiembre de 2021, día de la Independencia, a una intervención militar bajo su mando, llamado que formuló cuando, en medio de tanquetas, envió un mensaje contra el Supremo Tribunal Federal.
En esta oportunidad, la incapacidad de aceptar su derrota en las urnas es una muestra más de su inestable personalidad.
La posible sujeción de Bolsonaro a la justicia, puesto que ya fue acusado judicialmente de un mal manejo de la pandemia, y ha sido denunciado por actos anteriores a su presidencia. Esto, sin duda, podría entrar en su cálculo político sobre las ventajas y desventajas de intentar un autogolpe.
Del otro lado hay que decir que Bolsonaro como expresidente recibirá una pensión, además de un salario, el apoyo jurídico y otra serie de contrapartidas que puede recibir del Partido Liberal; este partido que ha elegido los mayores números de los diputados y senadores gracias a ser la legenda del presidente, garantirá a él esas prebendas, lo que tendería a reducir la posibilidad de un autogolpe.
Las dudas sobre las elecciones en cambio aumentan la posibilidad del autogolpe.
Líderes del actual gobierno, como el vicepresidente Hamilton Mourão, insinúan que los resultados son ilegítimos porque Lula da Silva era inelegible, puesto que había sido encarcelado por el juez Sergio Moro (hoy senador recién electo). Sin embargo, debo recordar que lula fue liberado porque la Corte Suprema determinó que un acusado solo puede ser encarcelado tras agotar todos los recursos de apelación – además, todas las sentencias en que Lula fue condenado han sido invalidadas por ilegitimidad de la jurisdicción en Curitiba declarada por el Supremo Tribunal Federal.
Si bien Mourão no es un portavoz del autogolpe, hay voces más radicales y menos visibles en la Plaza de los Tres Poderes.
Es innegable la influencia de los jefes militares en el actual gobierno. Tanto así que militares inactivos radicales podrían tomar acción contra el retorno de Lula da Silva al Palacio del Planalto.
Cabe resaltar que, durante el mandato de Dilma Rousseff (2003-2010), pupila del presidente electo, la creación de la Comisión Nacional de la Verdad para juzgar crímenes de la dictadura de 1964-1985 ocasionó resentimiento en las fuerzas militares.
Los mandos superiores de la Policía adhirieron claramente a la agenda de Bolsonaro; por eso hoy hay expectativa sobre eventuales rebeliones policiales (aunque este escenario todavía parece distante).
Razones para entregar el poder
La decisión de Lula de designar al vicepresidente electo Geraldo Alckmin como líder de la transición de gobierno es una decisión que, de cierto modo, favorece a que Bolsonaro entregue el poder a Lula.
El vicepresidente electo es un adversario tradicional del Partido de los Trabajadores, además de haber sido el gobernador más duradero del estado de São Paulo. Fue candidato presidencial por el Partido de la Social Democracia Brasileña y miembro de la Constituyente de 1987 y 1988, marco crucial de la transición del régimen dictatorial a la democracia.
En ese sentido, como veterano político con raíces derechistas, representa una figura indicada para dialogar con la saliente derecha.
Las fuerzas de estabilidad más representativas son los tribunales: el Supremo Tribunal Federal y el Tribunal Superior Electoral. Ambos siguen cumpliendo su papel con diligencia. De hecho, se han tornado más activos de lo que deberían, arrogándose la función de legislar.
El activismo judicial todavía hace parte de la política brasileña. Pero en un eventual escenario de tentativa de ruptura por parte de Bolsonaro o sus representantes, ambos tribunales contarían con instrumentos para detener excesos contra la democracia.
Los gobernadores elegidos este mismo año – tanto si se opusieron a Bolsonaro como si lo acompañaron en su campaña- tienen interés propio en la transición pacífica del poder; y hay que notar demás que las fuerzas policiales de mayor escala están subordinadas al gobierno de los estados.
Es poco probable que los congresistas, cuya gran mayoría inician sus mandatos en febrero de 2023, arriesguen su capital político con la eventual aventura autoritaria de Bolsonaro y los demás partidarios antidemocráticos.
Los actuales presidentes de la Cámara de los Diputados y del Senado manifestaron su aceptación de los resultados electorales; por eso al poyo al autogolpe tendría que venir de los políticos de menor nivel.

Mal perdedor
Además de su demora en admitir la victoria de Lula, debemos recordar el discurso repetido de Bolsonaro contra el sistema electoral y la credibilidad de las urnas electrónicas brasileñas -un mecanismo ampliamente probado por fiscales nacionales, que ha demostrado fidelidad y autenticidad-.
Entonces, un argumento de Bolsonaro para permanecer en el poder sería el mal funcionamiento del sistema electoral, el mismo que lo llevó a ejercer varios mandatos como diputado federal.
Es muy temprano asegurar que este discurso será usado para fines autoritarios. Sin embargo, entre los factores de inestabilidad y estabilidad, estos últimos parecen tener mayor propensión en el mediano y largo plazo. Incluso, en el corto plazo, es improbable la ejecución de un (auto)golpe que atente contra la democracia presidencialista.