El alcalde prevé una megalópolis con 25 millones de habitantes que ha de ocupar las reservas ambientales. Pero esta imagen preocupante tendría que dialogar con otras concepciones para construir con sensatez y realismo la Bogotá del mañana.
Alberto Galán Sarmiento*
No se ha entendido el cambio
No han pasado dos meses desde la Convención de Cambio Climático en Paris, cuyos acuerdos significaron para algunos un gran avance en los compromisos mundiales frente a los retos ambientales, y ya estamos enfrentados en Bogotá a visiones limitadas por parte de su dirigencia sobre este tema.
Parece que el cambio de mentalidad necesario para que los acuerdos se cumplan está lejos de comprenderse y aplicarse en la capital de Colombia. Ejemplo de esto es que en la ciudad todavía están por resolverse los problemas de la reserva Thomas van der Hammen, la recuperación del río Bogotá y el sistema de abastecimiento de recursos para sus habitantes.
El desarrollo de estos proyectos exigirá recursos de financiación públicos y privados para educar en el desarrollo de capacidades de adaptación y para hacer más viable y vivible una ciudad que necesita un límite a su crecimiento y que debe reconocer la importancia de los bienes y de los servicios públicos en general.
Las visiones de futuro para organizar una ciudad como Bogotá pueden ser reactivas o visionarias. Una sociedad como esta puede anticipar de manera reactiva diversas transformaciones que la inercia del crecimiento nos impone y luego pretender que supo responder.
O puede actuar en forma consecuente con la calidad de vida deseable para sus habitantes, con las obligaciones de la ciudad y planificar una inversión que en efecto haga viable la urbe. Todo esto en un contexto de dinámicas globales que plantean serios interrogantes frente a las mega-aglomeraciones urbanas.
Visión de ciudad
![]() Reserva forestal Thomas Van Der Hammen al norte de Bogotá. Foto: Cop20 Bogotá |
Cuando alguien como el alcalde Peñalosa pretende planificar a Bogotá a partir del horizonte de una población que se triplicará en 40 años, es decir, que será de cerca de 25 millones de habitantes (como lo expresó en entrevista del 10 de enero en El Espectador), es indispensable profundizar la discusión sobre la viabilidad de este tipo de concentraciones poblacionales.
Las declaraciones de Enrique Peñalosa sobre la reserva Thomas van der Hammen anticipan una nueva polarización en torno al tema ambiental en Bogotá.
A diferencia de otros países de América Latina y del mundo, Colombia es un país de regiones y de diversas ciudades de tamaño medio. Eso le da una gran ventaja comparativa y plantea una gran cantidad de preguntas ante la perspectiva inercial de Bogotá.
Nuestra capital, la de todos los colombianos, se tiene que planificar reconociendo los atributos del país, que exigen una mejor valoración de todas las regiones y un entendimiento de lo que debería ser un crecimiento inteligente de la ciudad. Todo esto en un país que para entonces llegará a 65 millones de habitantes, según predijo en 2013 el Instituto Francés de Estudios Demográficos.
Por todo eso se impone la desconcentración demográfica. Para hacerlo se requieren grandes inversiones para consolidar la infraestructura de movilidad. No bastan visiones donde la eficiencia económica de corto plazo sea el factor fundamental. Las grandes transformaciones planetarias exigen claridad sobre los índices de vulnerabilidad derivados de concentrar poblaciones en determinadas regiones.
Reservas frente al alcalde
Las declaraciones de Enrique Peñalosa sobre la reserva Thomas van der Hammen anticipan una nueva polarización en torno al tema ambiental en Bogotá. Los argumentos expuestos por el alcalde sobre este asunto distorsionan, simplifican y cierran la puerta a un diálogo consecuente con su promesa de gobernar con todos y para todos.
Sus palabras distorsionan porque dijo que la reserva tenía entre 4.000 y 5.000 hectáreas, requeridas para albergar a 1,2 millones de personas en la zona norte de la ciudad, cuando la reserva tiene realmente 1.395 hectáreas.
Si la población de la ciudad ha de triplicarse, la base de planificación demandaría más de 75.000 hectáreas adicionales, según la lógica de ocupación actual del espacio urbano. Y el alcalde no hizo alusión a las decenas de miles de hectáreas existentes en la zona rural del sur de la ciudad o a la densificación del área urbana actual.
El alcalde simplifica porque en términos ambientales plantea un dilema entre mantener la reserva Van der Hammen y recibir 1,2 millones de habitantes adicionales que se tendrían que establecer en el resto de la sabana de Bogotá (el 8 por ciento del crecimiento poblacional que predice).
Al hacerlo presume una movilización permanente, deja de lado las otras 2.700 a 3.700 hectáreas que dice él se requieren, descarta las demás opciones y plantea un “dilema ambiental” inexistente.
Si bien el alcalde tiene la responsabilidad de dar ejemplo a la hora de discutir con seriedad la Bogotá del año 2050, los que tenemos interés en una urbe concebida desde una sólida perspectiva ambiental, también tenemos que pensar en la gama de exigencias nos plantea un horizonte así.
Se impone la desconcentración demográfica.
Los problemas acumulados y la intensidad de las transformaciones que vienen, así como las realidades derivadas del mal planificado crecimiento de los municipios vecinos, exigen claridad en las opciones que consideremos, más allá de idealizaciones sin rutas claras.
El alcalde Peñalosa ha demostrado un genuino interés en el espacio público de la ciudad en andenes y áreas verdes. Por eso no sería justo decir que carecemos por completo de puntos de encuentro entre la visión de ciudad que sus administraciones han tenido y la de quienes contemplamos alternativas como la protección de la reserva Thomas van der Hammen.
Invitación al diálogo
![]() El Alcalde Mayor Enrique Peñalosa. Foto: International Transport Forum |
Sin duda hay distancias e intereses muy disímiles detrás de cada aproximación, pero tenemos que explorar caminos de encuentro. Sugiero algunas consideraciones para avanzar:
- Es indispensable partir del reconocimiento de que ninguna corriente política y, en consecuencia ninguna visión de ciudad, cuenta con el respaldo de más de una cuarta parte del electorado potencial de la capital. Esto exige escuchar a los otros.
- Así como con la Red de Bibliotecas, el transporte masivo y los planes estratégicos para la ciudad, una ciudad como Bogotá se merece un área del tamaño de la reserva Van der Hammen para su uso amplio e intensivo. Pero su densificación para viviendas y oficinas no es una opción deseable.
La reserva puede ser lo siguiente y mucho más:
- Un centro de investigación en prácticas productivas ecológicas y adaptativas;
- Un aula ambiental;
- Un centro del turismo ambiental;
- La antesala para la comprensión y adecuada apropiación del Sistema Nacional de Áreas Protegidas del país por parte de al menos 8 millones de personas;
- El mayor espacio público de los bogotanos; y
- Un eslabón central de la red de áreas verdes de la ciudad.
- Puede ser que la construcción de la Avenida Longitudinal de Occidente afecte el área de la reserva. Esto amerita una profunda evaluación por parte de los ambientalistas. Si la construcción de la vía es indispensable, esta debe hacerse con diseños de mínimo impacto.
- La base de planificación contenida en el plan de manejo aprobado en la CAR establece un punto de partida para la concertación de un uso que beneficie al máximo posible de habitantes de Bogotá, sin exceder la capacidad de carga de la reserva.
- Toda discusión que se dé sobre el tema en el Consejo Directivo de la CAR debe ser pública y cualquier decisión de fondo debe ser debatida con estamentos representativos de la ciudad y con amplios sectores de la población.
- Las decisiones sobre esta reserva tienen que adoptarse reconociendo, evaluando y manejando el conjunto de procesos asociados con una estructura ecológica principal orgánica para la ciudad.
- La financiación del plan de manejo de la reserva es viable, así como la del conjunto de la estructura ecológica principal, pero requieren nuevos instrumentos de financiación que resuelvan las múltiples deudas ambientales acumuladas.
Los colombianos nos merecemos un patrimonio natural bien concebido y desarrollado en su urbe más grande, y esto lo tienen que comprender sus dirigentes.
* Economista de la Universidad de los Andes y Master en política ambiental de la Universidad Tufts. Experto en política ambiental y política educativa.