En su libro “Microversos: Observaciones sobre un presente destrozado”, Dylan Riley, profesor de sociología de Berkeley, recopila una serie de notas o reflexiones espontáneas acerca de lo que él llama “un contexto en el que se combina una crisis social y de época –la pandemia de Covid y los últimos meses de Trump- con una crisis personal devastadora”, la enfermedad de su esposa Emanuela. Las notas, escritas durante un periodo de menos de un año, versan sobre la política, su vida personal y la sociología y en mi opinión son un bálsamo ante la cada vez más acartonada escritura de artículos académicos publicados en revistas indexadas.
Como una especie de premonición, decidí asignar Microversos en mi clase de sociología política y del desarrollo del primer semestre de 2023. Mi intuición era que el libro podía motivarnos a pensar, sin tantas reservas, acerca de la coyuntura histórica de Colombia y del mundo. Me gustaron el formato, la ideación libre pero teóricamente aguda y las observaciones provocadoras acerca del presente y futuro de la izquierda europea y americana. Jamás pensé que mi conexión con el libro trascendería de lo académico a lo personal y, mucho menos, que lo utilizaría de inspiración para lo que aquí quiero proponer.
Desde hace unos días vengo recibiendo, a cuentagotas, examen tras examen, en la confluencia de un mundo de tecnologías diagnósticas y especialidades médicas, una de esas noticias devastadoras para las que nadie está preparado. Con la biopsia definitiva en mano, mi oncóloga, a quien he visto apenas dos veces, me dio a conocer mi diagnóstico definitivo: “cáncer de pulmón metastásico (y ya considerablemente metastatizado) de células no-pequeñas con una mutación del gen FGPR en exón 18”.
Este diagnóstico cierra un ciclo corto, pero a la vez eterno, de incertidumbre y ansiedad. Sin embargo, por sí solo no significa nada. En el contexto de mi vida, en cambio, significa un remezón existencial instantáneo y brutal.
Para mi cuerpo, significa que el fuerte dolor de espalda, el que podía resultar de un mal movimiento por alguna jugada de tenis innecesariamente heroica, me seguirá torturando. Para mi vida práctica, significa que las visitas al Instituto Nacional de Cancerología ya no serán con fines investigativos y que los túneles de tomografías y resonancias, los trámites administrativos y las salas de espera serán el pan de cada día.
Para mi espíritu, significa que tendré que reconciliarme con las miradas de compasión, dolor, angustia y a veces lástima que me propinan quienes a vuelta de redes sociales virtuales o presenciales saben que algo trágico me está pasando. También significa vivir con la espada de Damocles de recibir la noticia, en unos meses o en un par de años, de que el tratamiento de quimioterapia oral y dirigida dejó de servir.
Para las personas que más me aman, mi esposo, mi padre, mis hermanos y mis amigos, el diagnóstico significa que una presencia fundamental en su vida amenaza con extinguirse más pronto de lo que se dieron el lujo de imaginar.
En últimas, como cualquier diagnóstico de cáncer, el mío también significa que la vida es corta, o un suspiro, o un ratito, como dice la cultura popular a la que solo le ponemos atención cuando estamos “esotéricos y trascendentales”, como solía decir mi madre.
Como es obvio, ante semejante giro en la narrativa de mi propia vida, he estado pensado mucho qué hacer con el único tiempo que tengo, el presente. Ante esa pregunta existencial, la mayoría de las personas bienintencionadas sugieren, no siempre sin moralismo, condescendencia y recriminación, que debo concentrar mi energía en “aliviarme”, como si se tratara de una gripa, o como si el alivio estuviera por completo en mis manos. Mi reacción visceral y probablemente injusta ante esas recomendaciones, usualmente acompañadas de imágenes de guerrera valiente, ha sido, en el mejor de los casos, la indiferencia, y en el peor, el franco madrazo.
Entendiendo que un poco más de un mes no es tiempo suficiente para responder de manera definitiva a la pregunta de qué hacer con el tiempo presente, he decidido en todo caso dedicar una porción de este a hacer un esfuerzo imaginativo por “conectar biografía con historia”, como proponía el sociólogo estadounidense C Wright Mills. Es esto lo que pretendo hacer en las columnas de opinión que comenzaré a publicar en este espacio mensualmente a partir del 15 de octubre. Siguiendo el ejemplo de Microversos y en la medida de lo posible, intentaré entrelazar mi experiencia vital con mi trayectoria académica y con la coyuntura.
Agradezco al equipo de Razón Pública por la generosa invitación y espero que algunos de los lectores se animen a acompañarme en este espacio que prometo no será para el lamento y la auto-conmiseración, sino para la reflexión genuina sobre la vida y la sociedad.
* Profesora asociada de sociología de la Universidad de los Andes
9 Comentarios
Conmovedor relato y absurda preminicion. Le deseo todo vaya lo mejor posible en este proceso.
Es increíblemente difícil de aceptar, pero con la familia y amigos que te aman, podremos acompañarte en este duro proceso. Nada está escrito en piedra, el tiempo es oro, gastalo como solo tu sabes hacerlo. Disfruta todo y recuerda todos te amamos mucho.
La persona luchadora y valiente es la que inspira y da sentido a la vida ….. Aquí estamos.
Va el abrazo infinito, admirado pero adolorido, de un lector militante, avido de aprender a vivir y entender el presente de tu pluma, y deseoso de leerte y reencontrarte en cada palabra, por decadas
Es un relato muy valiente y educativo gracias por tenernos en cuenta y las oraciones para surcuperacion Dios la bendiga
Tatiana eres la persona más valiente y fuerte que e conocido mi corazón está con Tigo sin palabra
De pronto uno siente que la vida le da un remezón, el timón de la nave gira en sentido contrario, un presente palpitante. Creo que ese enfrentamiento con la realidad es lo que precisamente le dará el impulso para atesorar el minuto que sigue en las horas que pasan de un día. Seguramente serán muchas personas con las mismas situaciones en diferentes locaciones del infinito multiverso. ¡Ánimo que en cualquier lugar nos encontramos!
EN SEÑA ME tu historia! Gracias eternas Tatis
Tatiana, solo un par de veces hace un tiempo tuve oportunidad de saludarte fugazmente sin saber que hoy estoy frente a una autoridad en materia de sociología. La novedad de tu salud aporrea al más valiente de los seres y por eso tú escrito se traduce en franca reflexión de vida personal y profesional como pieza literaria que concentra una lección de vida. El tiempo es el mejor Juez y en el encontrarás a que lo dedicaras en adelante con la premisa de un poderoso legado que nos dejaras en el sentido de la vida. Un fuerte abrazo de quién admira tu intelecto