
Mientras que en las economías del este asiático prima el sentimiento colectivo, en las latinoamericanas prevalece el individualismo. Las diferencias en crecimiento, empleo y desigualdad son asombrosas.
César Ferrari*
Diferentes resultados, diferentes paradigmas
En 1960, el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita en Colombia era 2.339 dólares; en Chile era 3.612 y en Perú, 2.660. En el mismo año, China tuvo un PIB per cápita de 192 dólares, Corea del Sur de 932 y Japón de 8.608.
Pero las cosas cambiaron de manera dramática. Entre 1960 y 2019, el PIB per cápita en Colombia aumentó 3,4 veces; en Chile 4,2 y en Perú 2,4. En cambio en China el producto aumentó 42,9 veces, en Corea 30,8 y en Japón 5,7.
¿Qué han hecho China, Corea y Japón que no hemos hecho en Colombia, Chile y Perú?
La diferencia abismal en las tasas de crecimiento no son una casualidad, sino una consecuencia de los paradigmas y estrategias de desarrollo que aplicaron ellos y aplicamos nosotros.
¿Individualismo o crecimiento colectivo?
En la encíclica Laudato si’, el Papa Francisco llama “paradigma tecnocrático” al modelo de desarrollo que ha predominado en Latinoamérica durante las últimas décadas.
Se trata de un paradigma individualista donde priman la autonomía y la supervivencia propia sobre la solidaridad y el crecimiento colectivo. Este tipo de individualismo está presente, por ejemplo, en nuestros sistemas de pensiones, donde cada persona ahorra individualmente en lugar de aportar a un sistema de solidaridad intergeneracional; y en nuestros sistemas de salud, que garantizan el mejor servicio solo a aquellos que lo pueden pagar.
El paradigma del este asiático ha sido diferente. Está basado en la tradición confuciana, centrada en valores humanos como la armonía familiar y social, y en el pragmatismo. En esta tradición se ve al hombre realizado como un ser social y no como un ser aislado.
Guiados por el individualismo, los latinoamericanos decidieron que el aumento del consumo fuera el objetivo de su política económica, es decir que su prioridad ha sido la expansión de los mercados domésticos. Por eso se dio prioridad a la lucha contra la inflación (aún a costa del crecimiento) y se importaron la mayor parte de las manufacturas. Para financiar este modelo, se aumentó la extracción y exportación de materias primas, en especial de recursos mineros e hidrocarburos.
En el este de Asia, en cambio, el foco de la estrategia fueron los mercados internacionales porque al ser muy pobres tenían mercados reducidos. Además, tenían pocos recursos naturales, por eso se concentraron en las manufacturas. Para ello multiplicaron su capacidad de producción a partir de tasas elevadas de ahorro e inversión, para lo que redujeron sus tasas de consumo.
Ahorro y competitividad
Gran parte del ahorro proviene de las utilidades de las empresas. Para vender manufacturas en el mercado internacional, las empresas deben ser muy competitivas y, por lo tanto, producir utilidades abundantes. En Latinoamérica, en cambio, estas utilidades son típicamente reducidas porque las empresas no son lo suficientemente competitivas, salvo las de materias primas con precios internacionales eventualmente elevados.
Es decir, los latinoamericanos ahorran muy poco, porque sus familias tienen ingresos reducidos que dedican al consumo, sus gobiernos están sobrepasados por sus obligaciones, y sus empresas no son competitivas. Cuando dan utilidades, no existe un incentivo para que las retengan y las inviertan, porque la tasa de impuesto a los dividendos es muy reducida (10% en Colombia).
En cambio, las empresas asiáticas obtienen un gran margen de utilidad porque son muy competitivas. Y esto es así, porque los precios a los que venden superan largamente a los costos. Precios y costos son definidos por los llamados “precios básicos” de la economía: tasa de cambio, tasa de interés, salarios y tasa de impuestos indirectos y, en el caso de los costos, además, por la productividad de los factores e insumos.
Durante la mayor parte de las últimas décadas, la tasa de cambio frente al dólar estadounidense se mantuvo devaluada en China y Corea, mientras que en Latinoamérica se dio la situación opuesta. En la mayoría de los países latinoamericanos, salvo Chile, la tasa de interés real fue muy superior a la que deben pagar las empresas chinas, coreanas y japonesas. Simultáneamente, la productividad laboral aumentó rápidamente en China y Corea y lentamente en Latinoamérica.

Apertura económica y desindustrialización
Para maximizar sus niveles de consumo, los países latinoamericanos abrieron rápidamente sus mercados (reduciendo sus aranceles a las importaciones) y firmaron tratados de libre comercio. La política económica de los asiáticos, por el contrario, involucró una combinación de subsidios a las exportaciones, aranceles a las importaciones, tasas de interés reducidas, avales estatales para créditos en el exterior y devaluaciones cambiarias.
Más adelante, los asiáticos redujeron los aranceles, pero siguieron apoyando las exportaciones. Como afirma Alice Amsden sobre el caso coreano, “equivocaron los precios” deliberadamente para garantizar una rentabilidad adecuada a las industrias manufactureras
La consecuencia de estas estrategias fueron la industrialización asiática y la desindustrialización latinoamericana. Entre 1970 y 2019, los países que más redujeron la participación de las manufacturas fueron:
- Argentina, de 31,5 % a 13 % del PIB;
- Brasil, de 24,6 % a 9,4 %;
- Chile, de 25,5 % a 10 %; y
- Colombia, de 20,7 % a 10,9 %.
Entre esos mismos años China y Corea aumentaron la participación de las manufacturas desde 16,1 % y 17,4 % del PIB hasta 26,7 % y 25,3 %, respectivamente; Japón la mantuvo alrededor del 20 %.
Desempleo, pobreza e inequidad
Un modelo productivo basado en sectores intensivos en capital, como el latinoamericano, produce desempleo. Lo contrario sucede si el modelo es intensivo en mano de obra, como el del este asiático.
Cuando el desempleo es elevado, la población desempleada sobrevive autoempleándose, usualmente de manera informal; el autoempleo y la informalidad implican ingresos precarios, o sea que implican pobreza.
La otra consecuencia es la desigualdad porque muchos no tienen ingresos o tienen ingresos precarios, los que están empleados en los sectores intensivos en mano de obra reciben salarios menores y los que están empleados en sectores intensivos en capital reciben salarios más altos, pero son pocos, menos aún son los que reciben dividendos.
Por eso, el índice Gini es muy elevado en Latinoamérica en comparación con los países del este asiático. En 2019, el índice era 0,534 en Brasil, 0,513 en Colombia, o,429 en Argentina y 0,425 en Perú. En China, el Gini era 0,385 y en Corea 0,314.
Viejos y nuevos desafíos
Todos los problemas anteriores son viejos desafíos por resolver, pero las nuevas tecnologías y arreglos geopolíticos han creado nuevos desafíos.
El teletrabajo, la telesalud y la teleducación son cada vez más frecuentes y seguirán extendiéndose, pues representan menos costos para las empresas. Esto exige una mejora en la conectividad de la empresas y los hogares y un acceso generalizado a computadoras.
Tarde o temprano, los trabajos rutinarios, repetitivos y programables estarán a cargo de robots y aplicaciones gestionadas por inteligencia artificial. Esto tendrá un impacto notable sobre el empleo, así que las nuevas actividades con nuevos empleos deberían aparecer con mayor celeridad.
Las fábricas gigantes para vender en todo el mundo serán abundantes, estarán robotizadas y subcontratarán gran parte de sus procesos, lo cual implica que contarán con pocos trabajadores y gerentes altamente calificados.
En consecuencia, el autoempleo será más abundante. Para garantizar ingresos adecuados, los empleos deben ser de alta productividad, y esto supone que los autoempleados cuenten con suficiente capital y conocimiento. Lo primero exige crédito abundante a tasas internacionales; lo segundo, programas masivos de calificación y recalificación.
Una nueva matriz energética basada en energías limpias será parte del escenario mundial y se abandonarán tanto los hidrocarburos pesados que producen Colombia, Ecuador y Venezuela, como el carbón térmico que produce Colombia. Para evitar un colapso cambiario, debería adelantarse la recomposición de la estructura productiva y de exportaciones.
Otro gran desafío será posicionarse en los mercados de Asia, los más amplios y de más acelerado crecimiento en el mundo. No hacerlo sería un enorme error. La competitividad empresarial será la base, pero también las comunicaciones, la investigación de sus mercados y la aproximación a sus culturas.
Un nuevo paradigma, una nueva estrategia
Para superar esos desafíos, Latinoamérica debe abandonar el paradigma del individualismo, del “sálvese quien pueda”, para adoptar un nuevo paradigma de la solidaridad, del “salvémonos todos juntos.”
La estrategia económica consecuente debería tener como base el ahorro y, por consiguiente, la inversión, en lugar del consumo para pocos. Para que las empresas vendan en los mercados internacionales deben ser lo suficientemente competitivas. Esto implica una política económica que construya precios básicos adecuados.
Además, estos deben cambiar las rentabilidades para orientar la inversión hacia la agricultura, la agroindustria, las manufacturas de los recursos mineros, otras manufacturas, el turismo y la economía digital. Pero el mercado no lo hará por voluntad propia. Por eso, se necesita “equivocar los precios”, como lo hicieron los asiáticos, en particular la tasa de cambio y la tasa de interés, en un contexto donde el salario aumentará como consecuencia del desarrollo.
Una tasa de cambio devaluada y estable puede lograse aumentando la demanda de divisas con compras del banco central, como lo hicieron los chinos y los japoneses. Esto también puede lograrse reduciendo la oferta de divisas al ponerlas en un fondo de pensiones, como lo hicieron los noruegos.
A su vez, la reducción de la tasa de interés a niveles internacionales puede lograrse incentivando a las empresas a financiarse en los mercados internacionales, como los coreanos, o a través de una regulación que combata, en el caso colombiano, la situación oligopólica en la que funcionan los mercados de crédito
Si todo lo anterior se hiciera, Latinoamérica tendría futuro y no solo esperanzas.
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[…] Asia y Latinoamérica: dos paradigmas de desarrollo. Por César Ferrari. Razón Pública; Bogotá, septiembre 26, 2021. […]