Aprender y desaprender del agua y los humedales - Razón Pública
Inicio TemasEconomía y Sociedad Aprender y desaprender del agua y los humedales

Aprender y desaprender del agua y los humedales

Escrito por Alberto Castaño

Ciénaga Grande de Santa Marta en el departamento de Magdalena.

Alberto_CastanoEn lugar de aceptar y aprovechar los ciclos de la naturaleza, cada año el gobierno se deja sorprender por nuevas emergencias resultantes de las lluvias o sequías. Y los funcionarios encargados no parecen tener la voluntad de aprender.  

Alberto Castaño Camacho*

Aprender y olvidar

La ciencia es un sistema en crecimiento o donde cada nuevo aprendizaje se añade al anterior. Gracias este crecimiento exponencial, la tecnología haya avanzado más rápidamente en los últimos cinco años que durante los cinco mil años anteriores. Los aprendizajes científicos dependen de diversos factores, el más importante de los cuales es la experiencia aprendida y adoptada como capital intelectual.  

Pero también hay retrocesos en el saber que aplicamos al mundo. La humanidad retrocede porque experimenta, aprende, adopta y luego naturaliza el conocimiento que adquirió en el pasado, un saber que se vuelve automático hasta el punto de hacerse invisible o indetectable. Por eso se puede olvidar o desaprender.

Y en ese momento surge la necesidad de reaprender.

Los egipcios y el Nilo

Vista aérea del delta del Río Nilo.
Vista aérea del delta del Río Nilo.
Foto: Wikimedia Commons

Esto ha pasado, por ejemplo, en el caso de la comunión con el agua. Los egipcios llamaban al desierto “tierra roja”, pero a su país le decían kemet o “tierra negra”, debido a un fenómeno que en la actualidad vemos como una catástrofe pero que los antiguos veían como una bendición: la inundación.

Cada año el río Nilo inundaba grandes extensiones de terrenos que hoy conocemos como humedales de inundación, depositando el ‘limo’ (sedimentos ricos en nutrientes) en los suelos, que así se enriquecían y permitían que los cultivos fructificaran. De no haber sido así, ni los cultivos hubieran crecido ni tampoco lo hubiera hecho la civilización, y el norte de África habría sido apenas un desierto habitado por pueblos nómadas sin capacidad de asentarse o de desarrollar una gran civilización.

La importancia de los humedales no depende de su cantidad, de su diversidad o de sus usos.

Pero los egipcios nunca pretendieron dominar el agua, desecar los humedales o someter al Nilo. Lo que hicieron fue aprovechar sus pulsos, que son como los de cualquier organismo vivo que inhala, exhala, sube y baja.

Hace aproximadamente cinco mil años, Narmer, último rey de Egipto en la época anterior a las dinastías, conquistó y unificó el bajo Nilo, el delta del río más largo del mundo. Desde ese momento se conformaron las dinastías que giraron alrededor del agua y de aquellos pulsos aprovechados pero jamás sometidos. Si al rey Narmer se le hubiese ocurrido tratar de someter las aguas del Nilo, ganando terreno a esas extensas zonas de humedales de inundación, su civilización habría sufrido graves pérdidas, todos los cultivos se habrían visto afectados y las pérdidas animales y humanas habrían sido cuantiosas.

Esto lo sabe la humanidad desde hace por lo menos cinco mil años pero aún hoy personas y gobiernos que pretenden someter el agua a su voluntad y ambición mediante la vieja práctica de “correr la cerca”.

La importancia de los humedales

Necesitamos re-aprender que la importancia de los humedales no depende de su cantidad, de su diversidad o de sus usos, sino que ellos son cuerpos de agua vivientes y móviles, que suben, bajan, crecen, decrecen y tienen pulsos. Pero el hombre, en su estúpida carrera por satisfacer su avaricia con visión cortoplacista, intenta someterlos a través de jarillones, canales y diques.

Quienes hacen la planificación territorial en Colombia deberían tratar con admiración y respeto, o por lo menos con algo de sentido común, los más de 30 millones de hectáreas de humedales que tenemos. De esas 30 millones, casi 18 son humedales temporales es decir, que en época de bajas precipitaciones dejan espacio a suelos fértiles y en época de lluvias alojan el agua que no alcanza a ser transportada por los ríos.

Sin embargo, desde el año 2009 el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible está en deuda de entregarnos el Plan de Manejo Ambiental de la Ciénaga Grande de Santa Marta. Trascurridos siete años desde ese compromiso, no se ve ningún avance en esta hoja de ruta que deberán seguir las alcaldías, la Gobernación, las autoridades ambientales e incluso Parques Nacionales Naturales.

El gobierno y el agua

El Ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible Luis Gilberto Murillo.
El Ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible Luis Gilberto Murillo.
Foto: Minambiente

Valdría la pena que antes de que llegue el próximo fenómeno La Niña -que está muy cerca- el gobierno nacional recuerde seriamente a los egipcios y su relación con el agua.

La diferencia consiste en que Narmer no tenía un subalterno que esperara en la puerta del palacio al siguiente desastre para viajar en helicóptero y repartir colchonetas y mercados entre los damnificados, como hace Carlos Iván Márquez, director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, quien dedica más esfuerzo a la atención del desastre que a su prevención.

En Colombia tenemos instituciones que atienden desastres, sabiendo que cada año van a llegar, en lugar de recordarle a cada finquero del Magdalena Medio o del Caribe que así  como sus predios se ensanchan en verano, en invierno se adelgazan y además se sumergen, debido a que sus propias actuaciones siguen yendo en contravía de la naturaleza.

En 2012 el gobierno nacional creó el Fondo de Adaptación con el propósito de “atender la construcción, reconstrucción, recuperación y reactivación económica y social de las zonas afectadas por el Fenómeno La Niña 2010 – 2011 con criterios de mitigación y prevención del riesgo”. Pero para lograr esto era imperativo y elemental reconocer la integralidad de los ecosistemas y trabajar por la preservación de los ciclos naturales de los mismos, para poder coexistir con la regulación hídrica.

Sin embargo, en Colombia se desvían ríos como el Soroira y el Tocuy  para darle paso a la minería en el Cesar, o el arroyo Bruno en La Guajira. Fernando Iregui Mejía, director de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) incluso estuvo a punto de autorizar que se rompiera para siempre la zona de interconexión entre las regiones de la Amazonia, Orinoquia y Andina en La Macarena; y el procurador Ernesto Cardozo del Tolima pretende evitar a toda costa que la comunidad manifieste su rechazo a los planes de la Anglo Gold Ashanti, que quiere romper un tajo de más de 200 hectáreas en un bosque de niebla de la Reserva Forestal Central.

Esta relación perversa entre autoridades ambientales y autoridades dedicadas a fomentar proyectos  productivos puede verse en el hecho de que Germán Arce – gerente hasta hace poco del Fondo de Adaptación- antes fue presidente de la Agencia Nacional de Hidrocarburos, coordinador de la Fundación Buen Gobierno en temas de infraestructura y transporte, y ahora es el ministro de Minas y Energía en un gobierno caracterizado por su desprecio hacia las consideraciones ambientales.

Pero todavía quedan algunos motivos de esperanza. Por ejemplo, sorprende la reciente decisión del nuevo ministro de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, Luis Gilberto Murillo, quien nombró al ingeniero Rodrigo Suárez en la dirección de la ANLA. Cualquier observador bien intencionado podría afirmar que este nombramiento constituye una traición a los intereses del gobierno nacional, del presidente Santos y del vicepresidente Vargas Lleras, quienes parecen creer que para este cargo no se necesita un ejercicio profesional y honorable, sino ser un funcionario permisivo que consienta cuantas desviaciones de ríos y atentados contra páramos y bosques pida el gobierno.

Aprender y tomar consciencia  

Pueden crearse muchos Fondos de Adaptación y se pueden destinar recursos  multimillonarios a estas entidades. Pero nunca serán suficientes los recursos ni las instituciones si el país no define una vocación ambiental y no respeta que la conexión vital del agua no es negociable con la naturaleza.

Nunca serán suficientes los recursos ni las instituciones si el país no define una vocación ambiental.

La pregunta esencial que debemos abordar es muy clara: ¿cómo podemos coexistir armónicamente con los ecosistemas? Esta pregunta es bien distinta de la que hoy nos hacemos en Colombia: ¿cómo podemos domesticar animales, plantas, agua, ecosistemas e incluso humanos para que permitan el ‘desarrollo’ y la ‘civilización’?

Si el gobierno no tiene la voluntad de comprender que la economía del país depende de  la integralidad de los sistemas hídricos, seguiremos viéndonos obligados a construir, destruir y reconstruir, en lugar de avanzar. Todo esto por no adoptar la experiencia como pilar fundamental del aprendizaje. Aprender, desaprender y volver a aprender es un círculo vicioso, inoficioso y supremamente costoso.

 

* Periodista ambiental @NatPressCO
twitter1-1@MONOCASTAO 

 

Artículos Relacionados

Dejar un comentario

*Al usar este formulario de comentarios, usted acepta el almacenamiento y manejo de sus datos por este sitio web, según nuestro Aviso de privacidad

Este sitio web utiliza cookies para mejorar tu experiencia. Leer políticas Aceptar

Política de privacidad y cookies