
No se trataba de una profesión: Antonio Caro fue un artista que quiso ser un personaje. Su obra supera la falsa oposición entre arte y publicidad.
Luisa Naranjo H.*
¿Artista?
Cuando alguien como Antonio se proclamaba como artista, no era una simple mención de su profesión. Para Caro, ser artista era también posar como tal. Con o sin espectadores, se esforzó por hacer de sí mismo lo que logró con sus obras, volverse un icono.
Caro fue un artista que quiso ser un personaje con todo lo que eso supone; hacerse a un look desaliñado, asistir a todas la conferencias, exposiciones y eventos de arte como una figura omnipresente, guardar silencio y observar con sigilo, aparentemente sin inmutarse. Y aunque nunca se graduó como artista, tenía la certeza de que lo era. Aceptaba su título de maestro con ironía y falsa modestia. Aunque muchos lo saludaban bajo el título anacrónico de maestro, lo aceptaba con un gesto de ironía e incredulidad. Además de renunciar a ese título profesional, al abandonar la carrera de Bellas Artes en la Universidad Nacional, su obra no pretendía ser una muestra de destreza en un oficio manual, sino la capacidad de transformar las ideas y el lenguaje en imágenes contundentes.
La falsa dicotomía
Así como la mayoría de los artistas tienen empleos paralelos para subsistir, Caro no fue la excepción pues trabajó en la renombrada agencia de publicidad Leo Burnett para tener un sustento y seguir haciendo lo que se le diera la gana. Aunque podría parecer una simple anécdota de la vida del artista, el lenguaje de la publicidad permeó parte de su trayectoria, desmitificó la falsa oposición entre arte y publicidad pues fue apropiándose de imágenes publicitarias que buscó tergiversar.

Una muestra de ello fue la apropiación del logo símbolo de Coca-Cola, usando la fuente tipográfica para escribir Colombia (1976). A través de esta intervención hace un comentario sobre un país que hasta el día de hoy ha estado supeditado económica y políticamente al gobierno estadounidense. Otro trabajo que recurre a la familiaridad y al reconocimiento de las marcas, es Colombia-Marlboro, presentado por primera vez en el Salón Atenas (1975). Esta obra estaba conformada por una serie de diapositivas en las que aparecía el montaje de la palabra Colombia, construida a partir del logo de los cigarrillos Marlboro, pero sin las letras de la marca.
La pieza Colombia-Marlboro, instalada en varios lugares del país, recuerda el gigantesco y emblemático letrero, visible en una colina de Los Ángeles, California. A pesar de que Caro no se definiera como un artista político, percibió en la sociedad colombiana esas ínfulas de querer imitar y consumir todo lo extranjero, ese anhelo de adoptar el estilo de vida de los gringos, que todavía hoy se relaciona con la sofisticación y el estar a la moda. Aunque algunos podrían etiquetar a Caro como un artista pop por el hecho de usar las imágenes provenientes de la publicidad, esa sería una apreciación muy simple, pues Caro no usó la publicidad en un sentido estético sino perverso. Hizo evidente esa cualidad implícita en la publicidad, estrategia que actúa de la manera más primaria en los consumidores, la que hace recordar e identificar una marca. El artista equipara al consumidor con el espectador y pone en evidencia las asociaciones y el poder de las imágenes como signo, es decir, su capacidad para evocar otros significados y establecer relaciones que parecen simples pero que despiertan significantes y asociaciones políticas y sociológicas.

Objetos intangibles
La obra de Caro no tiene nada que ver con el oficio de ser artista. Es decir, con la maestría en el manejo de una técnica. Ni mucho menos con el artista definido como un productor de objetos. Por ende, la importancia de la obra no radica en su belleza entendida en términos clásicos, ni mucho menos en su materialidad, sino en lo intangible, en el lenguaje, en el texto y en la asociación de ideas. El concepto y las relaciones que crea el artista entre texto e imagen, que en apariencia resultan elementales, están cargadas de significados y son susceptibles de interpretaciones diversas por parte del espectador.
Caro desmitificó la falsa oposición entre arte y publicidad pues fue apropiándose de imágenes publicitarias que buscó tergiversar.
El arte conceptual se basa en el protagonismo del lenguaje y la creación intangible a través del texto. Como movimiento surge en la década de los sesenta, después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. La premisa de los artistas conceptuales era la desmaterialización del objeto de arte. Por eso, para Joseph Kosuth, artista estadounidense perteneciente al movimiento, el arte se definía como la creación del significado, en otras palabras, el arte está ligado al lenguaje, a la creación de símbolos y de imágenes que incluso pueden ser mentales, abstractas e inmateriales; una idea está ligada a un concepto que a su vez posee un significado traducido en una imagen mental y un significante, que se representa en las grafías o el sonido de una palabra, frase o una idea. De allí que el lenguaje sea considerado como la materia prima para la creación, tal y como sucede con la obra del artista Antonio Caro.
Del arte conceptual al panfleto

Aunque la creación artística de Caro estuvo influenciada por el arte conceptual, su obra fue casi siempre un comentario situado en el contexto colombiano y latinoamericano. Quizá porque Caro hizo parte de la generación que tenía la convicción de luchar contra la invasión y la intromisión del gobierno norteamericano en asuntos políticos y territoriales en América Latina y, a su vez, visibilizar a los indígenas como parte de la identidad latinoamericana. La obra titulada homenaje a Manuel Quintín Lame, es una rememoración a la figura de un rebelde indígena perteneciente a la comunidad Nasa, que luchó por la defensa y la búsqueda del reconocimiento de los derechos de esas comunidades. La pieza, presentada en repetidas ocasiones y en diversos espacios era una pintura in situ de la copia de la firma del indígena, pintada a manera de mural como un acto declarativo en varios sentidos; la firma como dibujo o grafismo indígena, la firma como una prueba de autenticidad y a su vez como prueba de existencia y aprobación de un contenido. Ese mural en homenaje al líder indígena lo trae también al presente para recordar que esas batallas por la igualdad de derechos sólo fueron posibles con la Constitución Política de 1991.
Aunque Antonio Caro lucía callado, discreto y silencioso, sus obras podían llegar a ser punzantes, públicas e incomodas. Así sucedió con los panfletos de Malparidos (2005) en los que empleó este insulto acompañado de una frase en letra menuda, esa que nadie lee y que comporta casi siempre una ventaja en los contratos. Con ese recurso fuerza la lectura de esa línea de letras casi imperceptible. En letra diminuta el cartel dice “luchemos porque el aborto sea reconocido como un derecho fundamental para que en Colombia haya menos MALPARIDOS”.

Defender el talento

Caro parecía un artista reticente a pertenecer al arte oficial o a ser representado por las galerías. Sin embargo, supo entrar y salir, al capricho, del mercado y de la institucionalidad del arte, y aunque no se identificara como un artista comercial, su reconocimiento le permitía escoger los espacios en los que quería participar y exponer. Tanto así que al final de su carrera fue representado por la galería Casas Riegner en la que recientemente había realizado una intervención con motivo de la pandemia. En un ventanal de la fachada, Caro escribió con jabón Rey la frase Jabón Bendito Jabón, que se convertiría en un performance en el que la gente podía inscribirse para darle la mano al artista después de lavarse las manos con jabón. Esta acción fue pensada por el artista como un gesto para volver a establecer contacto físico después de meses en aislamiento a causa del Covid. Una acción que involucraba la relación entre el arte y la vida, nexo que estuvo presente en su trabajo. El hecho de pintar la frase con el jabón Rey, remite al espectador a las muchas propiedades, tanto utilitarias como místicas, que se le atribuyen a esa marca.
Aunque Antonio Caro lucía callado, discreto y silencioso, sus obras podían llegar a ser punzantes, públicas e incomodas.
Sea como sea, de lo que nunca dudo Antonio Caro, es que había que defender el talento fuera o dentro de la institucionalidad. Tanto así que después del rechazo en el XXV Salón Nacional de artistas, surge la obra titulada “Demuestre su talento”, la cual consistía en un micrófono y una tarima en donde los espectadores podían exponer aquello para lo que se consideraban talentosos. Ese mismo talento que se le atribuye a los artistas y del que Antonio Caro nunca puso en duda, fue lo que le permitió ser y hacer de sí mismo el personaje que el mismo inventó y personificó.