¿Gastar más o gastar menos? La respuesta no es tan obvia, pero el debate en Europa y en Estados Unidos sigue causando remezones sociales y políticos. ¿Qué dicen los estudios empíricos recientes?
Foto: http://noticias.lainformacion.com Aprendices de brujo La crisis financiera de 2007 y la “Gran Recesión” resultante volvieron a poner en el centro de los debates macroeconómicos a las políticas contracíclicas, su efectividad y su conveniencia. Durante su primer año de gobierno, la administración Obama diseñó un paquete de medidas de estímulo con aumentos del gasto público como herramienta de reactivación económica. Combinado con la caída del producto y un menor crecimiento económico, esto resultó en un aumento importante e inesperado en el déficit fiscal como proporción del PIB. Más recientemente, la crisis de la eurozona ha enfrentado igualmente a dos grupos:
Para países en desarrollo, el debate es igualmente pertinente. Recientemente, en el Congreso de Economía Colombiana, el exministro de Hacienda Juan Carlos Echeverry reflexionaba sobre lo difícil que es poner en práctica el “+ΔG” de los libros de introducción a la macroeconomía (Δ como aumento y G como “Gasto Publico”), es decir, lograr un aumento de gasto publico que resulte en mayor crecimiento económico y menor desempleo. Esta reflexión implica que los multiplicadores fiscales (cuánto aumenta el producto por cada unidad de aumento en el gasto publico) son probablemente menores de lo que quisiéramos y los programas de estímulo son mucho menos efectivos de lo que imaginan sus defensores. En este análisis repaso los debates y la evidencia reciente sobre el tema y rescato una de las críticas clásicas, pero un tanto olvidadas, de la política fiscal discrecional, que de hecho hace eco a las inquietudes de Echeverry sobre la efectividad de la política fiscal. Críticas contra los gurúes de la austeridad
El reciente escándalo alrededor de uno de los artículos más citados durante el último par de años — “Growth in a Time of Debt” de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff — ha dado pie a afirmaciones exageradas y a veces infundadas sobre la solidez de argumentos que desaconsejan expandir el gasto público y la deuda en tiempos de recesión. Reinhart y Rogoff — quienes complementaron su primer trabajo con un nuevo artículo publicado en 2012 — recopilaron datos históricos de deuda pública para 20 países industrializados y para una muestra de economías emergentes y calcularon las tasas de crecimiento económico para países con diferentes niveles de deuda. Encontraron que para países con una deuda superior a alrededor de 90 por ciento como porcentaje del PIB (deuda alta), las tasas de crecimiento medianas eran 1 por ciento menores — y las tasas promedio varios puntos porcentuales por debajo — de lo que serían sin esos niveles de deuda. Los críticos de Reinhart y Rogoff — un estudiante doctoral y dos profesores de la Universidad de Massachusetts–Amherst — [1] publicaron un artículo donde señalan que había un error en la hoja de cálculo de Reinhart y Rogoff: al calcular los promedios de crecimiento, efectivamente habían excluido a 5 de los 20 países de la muestra. Sin embargo, los resultados no cambian sustancialmente ya que de esos cinco, sólo Bélgica había tenido episodios de deuda alta y sus tasas de crecimiento fueron cercanas a los promedios calculados con la muestra de 15 países. El mensaje de Reinhart y Rogoff sigue pues siendo válido: el crecimiento económico de países altamente endeudados es menor que el de países comparables con menos deuda. Las preguntas menos claras y más interesantes son: ¿cuál el sentido de la causalidad? ¿Hay un argumento válido para aumentar el gasto público en periodos de crisis, financiándolo con deuda? ¿Se justifica financiar gasto con deuda en plena crisis?
Si bien hay mecanismos que explican por qué el déficit fiscal aumenta en tiempos de recesión —menores tasas de recaudo tributario, mayores gastos en redes de seguridad social y de asistencia a los más necesitados, caída del PIB — la pregunta clave es si existe evidencia de que por cada peso de gasto público haya un aumento del producto superior a un peso. Ese es el argumento que justificaría un aumento temporal y discrecional del gasto financiado con deuda, en periodos de desaceleración. La primera crítica a la idea de estímulos fiscales financiados con deuda se remonta al trabajo clásico de Robert Barro de 1974 y su teorema de “equivalencia ricardiana”: en la medida en que la deuda pública actual deba ser pagada en el futuro vía impuestos, los hogares y las empresas “internalizarán” o descontarán la restricción presupuestal del gobierno. En otras palabras, el método de financiar el gasto — bien sea mediante impuestos contemporáneos o con impuestos futuros — será equivalente en términos del efecto del gasto sobre la demanda: los hogares y las empresas reducirán su consumo previendo impuestos futuros, compensando así el aumento de la demanda vía gasto público. Las condiciones necesarias para que el teorema de “equivalencia ricardiana” se cumpla han sido ampliamente discutidas, en especial el supuesto de que exista un mercado de capitales que permita a los hogares ajustar su consumo en respuesta a expectativas de impuestos futuros El tamaño de los multiplicadores fiscales Pero, ¿qué evidencia empírica tenemos del tamaño de los multiplicadores fiscales que justifican ese aumento en el gasto, independientemente de su fuente de financiación? La literatura reciente ofrece una variedad de estimaciones, que van desde desde –0,5 hasta 3,0:
El reto empírico es encontrar fuentes exógenas de cambios en gasto público para poder medir su efecto sobre el sector privado. Hay tres grandes clases de estudios que buscan identificar el multiplicador fiscal y arrojan estimativos diferentes [2]:
Dada la gran diversidad de respuestas a los estímulos fiscales, se han hecho varios intentos de identificar los factores que explican estas diferencias. Ilzetzki, Mendoza y Vegh — en un estudio comparativo publicado en 2010 — encuentran que los multiplicadores fiscales son menores en países con deuda alta, ingresos bajos, tasa de cambio flexible y mayor apertura comercial y de cuenta de capitales. La volatilidad de las estimaciones de los multiplicadores nos remite de nuevo a la reflexión básica del exministro Echeverry: lograr un crecimiento sostenido mediante aumentos de gasto público es difícil y sus beneficios son inciertos. Proceso político y estímulos keynesianos Dada la incertidumbre sobre los efectos de estímulo fiscal, medidos a través del multiplicador, es bueno considerar el proceso político y examinar el ángulo de sus costos. Una crítica clásica pero olvidada a menudo, fue formulada por Buchanan y Wagner. [3]. Según estos autores, la naturaleza del proceso político tiende a desvirtuar los programas de estímulo keynesiano, aumentando sus costos y reduciendo sus posibles beneficios. Algunas de las observaciones e implicaciones del trabajo de Buchanan y Warner son:
En fin, aumentan las dificultades para lograr un crecimiento sostenido. Preferible ser prudentes Dadas la débil evidencia de que los multiplicadores serán significativos y los problemas mencionados en el diseño y ejecución de programas de estímulo fiscal, parece prudente mantener un cierto escepticismo frente a la capacidad de suavizar el ciclo económico mediante una política fiscal discrecional y cuestionar los beneficios resultantes de aumentos de la deuda. Algunos de los problemas de economía política pueden mitigarse mediante instituciones y reglas que blinden la política fiscal de problemas de oportunismo y de inconsistencia temporal. Entender los factores que llevan a que el gasto público sea más efectivo también puede ayudar. Pero también vale la pena preguntarse si el gasto público debe ser primordialmente una herramienta de gestión de la economía a corto plazo o si el énfasis debe recaer sobre objetivos de largo plazo, como la financiación de políticas sociales que acumulen capital humano (educación, salud) y reduzcan las desigualdades, o la provisión de bienes públicos que generen aumentos en productividad y resuelvan verdaderas fallas de mercado. * Ph.D en Economía de la Universidad de Chicago, con especialización en comercio internacional y organización industrial, MBA de Booth School of Business, MA en Economía, economista de HEC Universidad de Lausana, con Maestría en Banca y Finanzas de la misma universidad.
|
|
![]() Daniel Gómez Gaviria*
|