El presidente nombra a sus amigos, pero comprende su poder y no aparta el dedo de la llaga. Por eso las élites están indignadas, y por eso Colombia está en estado de crispación política-emocional.
Omar Rincón*
Otro gobierno amiguista
Dicen que el pez muere por su boca y eso es lo que le está pasando a Petro. Sus problemas son de mucho verbo —decir, por ejemplo, que es el cambio y luego hacer lo mismo— y mucho tuit y “nada de paletas”.
Petro en campaña dijo que iba a hacer el cambio. Sin embargo, en las cosas simples, las elementales de la vida, no lo ha sido. Nombra amigos a diestra y siniestra, se rodea de políticos sin ideología y los premia con puestos, no acepta a los que saben sino que se llena de fans inexpertos. Y así, no hay tal cambio en la mayoría de los nombramientos: sigue triunfando la amigocracia. Se necesita ser amigo de Petro o de Verónica o, al menos, militante del Pacto para tener un empleo en el gobierno. Grave.
Lo que duele con Petro es que él dijo que iba a ser distinto e hizo, constantemente, un diagnóstico de lo podrido del país. Resultó que fue más de lo mismo, solo que con arrogancia y provocaciones.
Lo de nombrar amigos, políticos de clientela, pagar favores no es nuevo. Es lo que siempre padeció Colombia. Uribe lo hizo de manera soberbia y cínica diciendo que son unos buenos muchachos, Santos en modo no cambiar es de imbéciles, Duque solo nombró compañeros de curso de la Sergio pachanga. Somos, en definitiva, un país donde cuando hay política no hay meritocracia, hay amigocracia.
Lo que duele con Petro es que él dijo que iba a ser distinto e hizo, constantemente, un diagnóstico de lo podrido del país. Resultó que fue más de lo mismo, solo que con arrogancia y provocaciones.
El cambio de paisaje
Bueno, no seamos tan duros. Sí, hay cambios en Petro, aunque sean en el paisaje.
Por ejemplo, en relaciones exteriores. Un canciller de la paz que antes era de la guerra, o un embajador afro en Estados Unidos que antes fue militarista, unas emabajadoras indígenas en la OEA y la ONU que antes fueron rezanderas.
O en el campo de la defensa. Pasamos de tener un ministro para defender la corrupción y atentar contra los derechos humanos a un ministro que lucha contra la corrupción y sabe de derechos humanos.
También negoció con Fedegán y Lafourie para contribuir a la política de tierras y el proceso de paz. O con Venezuela, que pasó de ser enemigo a ser socio comercial.
A su vez, por lo menos, ahora medianamente conocemos a los ministros con sus saberes específicos y dejaron de ser un grupo de los que ni sabíamos el nombre.
Por fin dimensionó —iba como tarde— que la violencia en Colombia tiene muchos matices y actores, y que hay que juntarlos a todos para poder cantar paz.
Hay muchos cambios. Superficiales, pero en definitiva cambios.
El cambio fundamental
No obstante, el cambio mayor está en cómo el presidente y su gente provocan y emberracan a la modorra de analistas bienpensantes y mediáticos del país. En cómo algunos periodistas y miembros de las élites analizan, opinan y critican la dirección del gobierno Petro.
La realidad es que el gobierno Petro representa otra clase social, un color de piel más bien oscurito, otra actitud pública al gobernar peleando y no con buenas y bonitas palabras. Estos hechos han llevado a dos estados de ánimo que develan muy bien nuestra colombianidad:
Un machismo espectacular para cascarle con todo a Verónica, Francia e Irene. Les dan con todo porque son bonitas, o porque hablan duro, o porque se atreven a pensar con cabeza propia. Nada les gusta, prefieren primeras damas como las de Duque —modositas y morronguitas—, o como Martha Lucia y sus malos tratos de clase.
Se supone que todo es culpa de Verónica, a Irene se le analiza el estilo y la actitud y no lo que propone y no puede hacer, a Francia se le inventa un chisme de poder diario. Pero la realidad es que el responsable es Petro y sus nombrados. Por eso la actitud contra las mujeres revela el machismo arraigado de esta raza de colombinches.
El cambio mayor del gobierno está en que Petro se ha dedicado a provocar a los clasistas, racistas, y machistas. Cada tuit del presidente, cada performance de Irene, Verónica o Francia, cada salida en falso de Corcho se convierte en un empute más. Es una trampa, claramente, para los opinadores y periodistas de parte del presidente Petro. Cuando entran en el juego de responder todo lo que él dice, se crea un ruido semejante que se come todo lo que está pasando, los hechos reales.

Por otro lado, el clasismo total contra Petro. La élite se le burla constantemente de las ideas, los modos de pensar y la forma de hablar del presidente. Lo hacen con rabia porque Petro no les hace caso. Duque los hacía ver muy brillantes y se le soportaba porque era uno de los mismos. Lástima que Duque salió tonto y con un corazón de oro. Como dirían, un buen tipo.
En la mayoría de comentarios y análisis contra Petro lo que brilla es el clasismo y la arrogancia de los que se creen dueños del poder de opinión y, por qué no decirlo, de Colombia.
Cambio de tonito
El clasismo, el racismo y el machismo son los tres males nacionales por excelencia. Pero lo intentamos ocultar y eso es lo peor. Intentamos no hablar del tema o esquivarlo para no mirar nuestro reflejo.
El cambio mayor del gobierno está en que Petro se ha dedicado a provocar a los clasistas, racistas, y machistas. Cada tuit del presidente, cada performance de Irene, Verónica o Francia, cada salida en falso de Corcho se convierte en un empute más. Es una trampa, claramente, para los opinadores y periodistas de parte del presidente Petro. Cuando entran en el juego de responder todo lo que él dice, se crea un ruido semejante que se come todo lo que está pasando, los hechos reales.
Es lo mismo que hace Andrés Manuel López Obrador en México. Fue igual a como hicieron en sus tiempos Uribe, Chávez, Correa, Evo, Cristina, Trump, Bolsonaro.
Así llegamos al estado de crispación emocional-política nacional. Periodistas y analistas iracundos, el presidente jugando al tuit irresponsable, Verónica fashionista folclórica. Y todos emputados por lo superficial y nadie poniendo atención a los hechos, las realidades.
Lo ideal sería analizar nuestros clasismos, racismos y machismos antes de entrar a este club de la pelea que plantea el gobierno. Y, claro, no caer como moscas en las provocaciones tuiteras del presidente. Asumir realmente que son pura bulla y ruido sensacionalista.
Por ahora, Petro va ganando la batalla de la opinión pública, ya que él es la agenda, el tono y la realidad política del país. Pero de lo que realmente pasa, se aprueba y se hace, nadie habla.
Parece, en últimas, que el problema no es el presidente, somos nosotros los periodistas, los analistas y las élites de la opinión los que estamos cayendo como moscas en la leche twittera.