
Latinoamérica —y Colombia en especial— deben prepararse para enfrentar una época de cambios en el comercio internacional tras la pandemia y las elecciones en Estados Unidos*.
Jahir Lombana**
Incertidumbres
Las elecciones presidenciales de este martes también definirán la política exterior de Estados Unidos durante los próximos cuatro años. Por eso, los países que dependen de las relaciones políticas y económicas con ese país están particularmente interesados en estas elecciones.
Y sin embargo las políticas de comercio internacional no serán muy distintas bajo Trump o bajo Biden, aunque la campaña electoral esté tan polarizada. Dependerán más bien de otros factores exógenos, como la pandemia, que podrían darles un nuevo giro a las políticas de los gobiernos y a las estrategias de las empresas.
El comercio internacional —particularmente el de Latinoamérica— debe prepararse para enfrentar una época de incertidumbres. Además, debe estar listo para ocupar un nuevo espacio en el orden mundial guiado por las empresas y no por los gobiernos.
Coincidencias y diferencias
Trump y Biden han demostrado que piensan gobernar de maneras diferentes, pero básicamente coinciden en materia de política comercial. Esto se debe a la necesidad imperiosa de reactivar la economía después de la pandemia, de modo que los candidatos coinciden en el qué, pero difieren en el cómo.
El espacio dejado por Trump en política exterior y en política comercial ha sido ocupado por China mediante las exportaciones de bienes y las inversiones directas en países que antes eran dependientes de Estados Unidos.
Los demócratas y los republicanos coinciden en la política comercial frente a China; pero los republicanos enfrentan de manera directa a ese país mientras que los demócratas proponen alianzas con países y regiones afectadas por las prácticas de devaluación artificial del Yuan, el dumping, el poco interés en proteger la propiedad intelectual y asuntos similares.
Demócratas y republicanos comparten además la percepción de que los tratados de libre comercio han dejado mal parada a las industrias y a los trabajadores estadounidenses, de manera que Biden o Trump insistirán en reformar esos acuerdos para proteger a las unas y los otros.
Con un gobierno demócrata volverían a la agenda los temas ambientales y de protección de derechos humanos, lo cual a su turno implicaría obstáculos al comercio. Sobre todo, porque a la campaña de Biden se unió un gran capital electoral de orientación proteccionista.
A diferencia de Trump, Biden tiene un discurso moderado que sería bien aceptado en Europa. Además, Biden sugiere una perspectiva más diplomática y menos confrontacional respecto de las relaciones comerciales con China.
Pero del otro lado tanto Trump como Biden proponen utilizar las compras estatales para estimular la producción doméstica y mejorar la industria local, más todavía en respuesta a la crisis que deja la pandemia.

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La incertidumbre en América Latina
Los mercados han tenido un año lleno de incertidumbres debido a las elecciones y a la pandemia. Los agentes económicos no han logrado ajustarse a la nueva realidad, y las proyecciones son inciertas debido además a la polarización.
Pero la política económica de Estados Unidos no va a cambiar demasiado: si gana Trump, el mercado seguirá el mismo rumbo que lleva ahora; si gana Biden, el mercado tardará en ajustarse. Por eso las elecciones son motivo de incertidumbre, aunque resulta exagerado decir que ellas expliquen la mayor parte de la volatilidad que están viviendo los mercados.
Los países más afectados económicamente son aquellos que estaban en problemas desde antes de la pandemia y de las elecciones. Sobre todo, si dependen económicamente de Estados Unidos, pues lo que suceda en este país repercute sobre sus socios comerciales.
El ejemplo más palpable ha sido México. La llegada de Trump al poder presionó a las empresas estadounidenses en el exterior para volver a Estados Unidos. Además, la sustitución del tratado conocido como el Nafta por sus siglas en inglés (North American Free Trade Agreement) por el nuevo Tratado entre Estados Unidos, México y Canadá (USMCA), empezará a mostrar sus resultados en los próximos años.
La amenaza constante de Trump a México le ha traído incertidumbre a las empresas que se establecieron en este país para reducir sus costos de mano de obra.
El caso de Colombia
Colombia también depende de lo que ocurra en Estados Unidos.
En primer lugar, porque estas elecciones vienen precedidas de una larga historia de dependencia en materia de comercio. Mediante la Ley de Preferencias Arancelarias Andinas y Erradicación de la Droga (APTDEA) Estados Unidos concedía beneficios arancelarios a los países andinos si estaban cooperando en la lucha contra las drogas —y negaba estos beneficios si estimaba que el país en cuestión no estaba haciendo suficientes esfuerzos—.
Las relaciones pasaron a tener más certidumbre con la firma del TLC en 2012. Pero el balance comercial para Colombia no ha tenido desde entonces la mejora que se había proyectado.
El efecto positivo ha sido, sí, una mayor diversificación de nuestras exportaciones, pues los productos no minero-energéticos pasaron de representar el 15,6% del total en 2012 al 43,6% en el primer trimestre de 2020. Hay que advertir, sin embargo, que este cambio se debe en parte a la caída de los precios del petróleo.
Debe decirse también que la diversificación no se ha extendido a bienes manufacturados o de alto valor agregado, toda vez que el 69,1% del total no minero-energético en el primer trimestre del 2020 provino del sector agropecuario o cuando más agroindustrial.
A diferencia de la mayoría de los países latinoamericanos, que tratan de aumentar las exportaciones manufactureras y de servicios, Colombia sigue concentrada en la producción de bienes primarios.
A lo anterior se sumará seguramente el cambio en los patrones productivos y comerciales durante la pandemia y post-pandemia, que obligan a diversificar productos y mercados.

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De acuerdos comerciales a cadenas de valor
La pandemia y las elecciones en Estados Unidos crearon un entorno de incertidumbre en las economías latinoamericanas: algunos gobiernos han sido tímidos en poner en marcha estrategias de choque, pues no tienen certeza de lo que vendrá y los inversionistas están esperando condiciones menos adversas.
Esta vez, Estados Unidos no será el primero en apoyar otras economías, pues tiene que sostener la suya propia. Aunque atraviesa una crisis económica, China aún registra tasas positivas de crecimiento. Además, ha aprovechado la situación para seguir desplazando a Estados Unidos de su puesto como primera potencia económica.
Las tendencias anteriores han debilitado el sistema de acuerdos comerciales y han dado pie a que las relaciones comerciales dependan menos de los gobiernos o Estados para pasar a depender más y más de las empresas conectadas con otras empresas en sus cadenas de valor.
La idea de los Estados como todopoderosos que definen los flujos de comercio ya no tiene cabida en el siglo XXI. Las empresas hacen los acuerdos con sus proveedores y clientes, utilizando formas de acceso a los mercados que no dependen ya del querer de los gobiernos. Un mecanismo principal es el sistema de franquicias y licencias, donde el conocimiento es el principal factor de competitividad.
Las legislaciones están lejos de interrumpir estas formas de internacionalización, y de poner obstáculos a las empresas como ya sucede con las exportaciones.
Por eso, por ejemplo, mientras empresas de tecnologías de la información y comunicaciones aumentan rápidamente, los congresos aún legislan en cámara lenta y difícilmente los alcanzarán cuando aparezca una nueva modalidad de entrada a los mercados.
Latinoamérica debe seguir la tendencia mundial de mejorar el sector manufacturero y de servicios, desde luego, sin descuidar la agroindustria. Para ello, los países latinoamericanos deben usar las cadenas de valor ya existentes y crear nuevas cadenas que les permitan competir con otras regiones.