América Latina y el giro a la izquierda 2.0. | Razón Pública 2022
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América Latina y el giro a la izquierda 2.0

Escrito por Camilo Gonzalez

La izquierda está volviendo al poder en América Latina, pero esta vez la situación es distinta y la izquierda también es distinta de las que fueron hace quince o veinte años.

Camilo González Vides*

El retorno

Después de la pandemia, América Latina regresó a las urnas con gran entusiasmo para renovar a sus autoridades. Desde 2021, se han elegido siete presidentes y siete congresos —exceptuando a las dudosas elecciones nicaragüenses—.

De las siete elecciones, cinco fueron ganadas por bancadas y coaliciones políticas de centroizquierda: Pedro Castillo de Perú Libre, Xiomara Castro de Libertad y Refundación, Gabriel Boric de Convergencia Social, Gustavo Petro con Pacto Histórico y el recién electo Luis Inácio “Lula” Da Silva con el Partido dos Trabalhadores. Las dos elecciones restantes fueron ganadas por la derecha: Guillermo Lasso de Creando Oportunidades (CREO) y Rodrigo Chaves del Partido Social Democrático de Costa Rica.

Esta ronda electoral ha favorecido mayoritariamente a las candidaturas presidenciales de izquierda. En el continente, apenas Uruguay, Paraguay, Ecuador, Guatemala, Costa Rica, República Dominicana y El Salvador siguen liderados por gobiernos de derecha. En otras palabras, hay un resurgimiento de los movimientos de izquierda en el continente frente a una derecha debilitada y que hace eco de los años de la marea rosa a comienzos de los años 2000.

La izquierda 2.0

Dicho esto, ¿existe alguna distinción entre la izquierda de este ciclo y la marea rosa de los años 2000? La respuesta corta es sí, pero hay algunos matices importantes que merecen destacarse.

Los nuevos presidentes de centroizquierda han ocupado cargos importantes en sus respectivos países —salvo Castillo cuyo origen es el sindicalismo—: Xiomara Castro, Gustavo Petro y Gabriel Boric han sido diputados y Lula fue presidente en dos ocasiones.

Esta experiencia política contrasta con la “política del outsider” que dominó el primer giro a la izquierda entre 1998 y 2008 y que estuvo caracterizada por la renovación “anti-establecimiento” encarnada por Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa o Fernando Lugo.

En ese sentido, la forma como se ha organizado la centroizquierda demuestra que apostado por coaliciones plurales para poder conquistar a los votantes flotantes. En cierta medida, el acercamiento a ese electorado ha exigido despersonalizar la oferta electoral y construir una plataforma ideológica mucho más incluyente.

En cuanto a la despersonalización, en Chile, Honduras y Perú la movilización electoral se centró en los vínculos programáticos y ciertamente clientelares de las organizaciones partidistas. En cambio, durante los años 2000, los ismos —Chavismo, Evismo, Correísmo— movían la sensibilidad de los votantes.

Seguramente ocurrió algo similar en las recientes elecciones en Colombia y Brasil, donde los vínculos afectivos o emocionales con los candidatos movieron la decisión de millones de votantes a favor de Petro y Lula.

En cuanto a la plataforma ideológica, persiste la idea de afrontar la desigualdad, ya que el continente sigue siendo uno de los más inequitativos. Claramente, hay coincidencias, pero no necesariamente en las formas.

Frente a las fallas del mercado, la izquierda de los 2000 quiso propiciar la equidad con mayor gasto público gracias al boom de las commodities. Ahora, la escasez obliga a sus sucesores a apelar a una nueva agenda en derechos, cambio climático y reformas a los sistemas tributarios y pensionales como aspiraciones de cambio para afrontar la inequidad.

Por otro lado, también siguen predominando las candidaturas masculinas. Bachelet en Chile —2006-2010 y 2014-2018— y ahora Xiomara Castro en Honduras representan la cuota femenina en los ejecutivos nacionales. Sin embargo, también es una muestra de los techos de cristal donde las mujeres siguen sin lograr la confianza de las organizaciones políticas en América Latina, aunque la centroizquierda ha abanderado con éxito la agenda de género en varios países como Argentina o Colombia.

En estos últimos países, mujeres como Cristina Fernández de Kirchner y Francia Márquez han ocupado la vicepresidencia, pero su importancia ha radicado fundamentalmente en el endoso de apoyos políticos para encumbrar a sus compañeros de fórmula en la presidencia.

Foto: Wikimedia Commons - Este nuevo cambio de ciclo que vive América Latina se caracteriza por ser un giro de noventa grados hacia la izquierda.

Un giro de noventa grados

Este nuevo cambio de ciclo que vive América Latina se caracteriza por ser un giro de noventa grados hacia la izquierda. Es decir, es un giro en la preferencia de los votantes limitado a elegir un presidente de izquierda más no un congreso con la misma tendencia.

En otras palabras, lo que observamos es a un presidente de centroizquierda que comparte el poder político con un congreso ideológicamente alineado con la centroderecha —conviene mencionar que los giros de 180 grados hoy son muestras de pleno autoritarismo como es el caso de Venezuela o Nicaragua que se alejan del aprendizaje de una izquierda que perdió el poder y lo recuperó por medio de los votos—.

Aun así, hay gobiernos que cuentan con coaliciones parlamentarias sólidas, como las de Xiomara Castro en Honduras y Gustavo Petro en Colombia, que hasta ahora les han permitido aprobar sus reformas de manera expedita.

El nuevo ciclo de la izquierda no se escapa de las lunas de miel cortas y sufre con la chequera vacía, un reto importante que deberá solucionar.

La clave es aliarse con las bancadas o con los políticos del establecimiento que apoyen la agenda legislativa y al mismo tiempo moderan las expectativas del cambio que debe encaminarse hacia la idea de reformar y no de revolucionar. Eso lo vemos con la alianza de Libertad y Refundación con el Partido Salvador de Honduras y del Pacto Histórico con los partidos Liberal y Conservador.

Otros presidentes, como Boric y Castillo, tienen serios problemas de gobernabilidad y sus agendas legislativas están paralizadas a causa de su impopularidad y los bloqueos de sus respectivos parlamentos.

En el caso de Boric, su coalición Apruebo Dignidad resulta insuficiente para cumplir las expectativas de los chilenos tras el estallido de 2019. Además, su capacidad de impulsar la aprobación de una nueva constitución progresista fue golpeada por el rechazo del electorado en el referendo del pasado 4 de septiembre.

Para Castillo, la presidencia se ha vuelto una cuesta arriba que no es inmune a la inestabilidad presidencial que asola al país andino desde hace unos años. Con un parlamento hostil y fragmentado, e incluso una bancada de gobierno que empieza a darle la espalda, Castillo no se ha dedicado a gobernar sino a defenderse de múltiples acusaciones de corrupción.

Por último, Lula se encuentra con un Brasil distinto del que dejó en 2010: más polarizado y con una oposición mejor organizada en torno al legado de Bolsonaro cuya bancada, el Partido Liberal, es la primera fuerza en el congreso.

En ese sentido, el tipo de oposición que enfrentan los gobiernos de la nueva ola de izquierda es un detalle importante. La derecha está mejor organizada y se moviliza mejor que hace 20 años, cuando se hallaba desorientada y sin liderazgo para hacer frente a presidentes tan populares y con una gran chequera.

El nuevo ciclo de la izquierda no se escapa de las lunas de miel cortas y sufre con la chequera vacía, un reto importante que deberá solucionar. Además, debe conciliar las expectativas de su electorado con la sostenibilidad económica en unos países debilitados por los recientes choques externos en el mundo.

Resurge el multilateralismo

Hay un tema aún incierto en este nuevo ciclo político: las políticas exteriores de los nuevos gobiernos.

Ciertamente, la marea rosa de los 2000 propició una proliferación de organizaciones regionales como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y subregionales como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) que mostraron ser expresiones de contrabalance a la Organización de Estados Americanos (OEA). El regreso de los gobiernos de derecha le cortó la vida a estas iniciativas y la discusión gira ahora en torno a su reactivación o a la creación de nuevos proyectos de integración.

Según las declaraciones de varios mandatarios, sabemos que la CELAC es la única iniciativa que sigue con vida y bajo el liderazgo mexicano. UNASUR sigue inactiva tras la retirada de varios países, pero es posible que Lula quiera retomarla. Lo más sorprendente de esta situación es la iniciativa de Colombia de vigorizar la Comunidad Andina con la reintegración de dos viejos miembros retirados como Venezuela y Chile.

Así mismo, Petro, Lula o Boric empiezan a disputarse la voz cantante sobre temas de agenda global, como la lucha contra las drogas o contra el cambio climático. Tal parece que en el nuevo ciclo de la izquierda hay rumor de una interesante competencia por el liderazgo regional.

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